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Capítulo 11: "La hechicera".

La mujer bajó la varita. Parpadeó y entornó los ojos.

—¿Arturo? —se acercó lentamente hacia mi papá—, ¿El joven Arturo Krstch?

No podía dejar de mirarlos, atónita.

—Ya sos todo un adulto —sonrió amablemente, sin quitarle la mirada de encima a mi padre—: Debés tener cuarenta años ¿Verdad?

—Pronto cumpliré cuarenta y dos —asintió—. ¿Cómo estuviste todo este tiempo?

—Sobreviviendo —miró unos instantes al niño, quien volvió a pararse detrás de ella. Luego, se dirigió hacia Arturo—. ¿Cómo me encontraste?

—Pura casualidad —admitió, y más tarde, me presentó—: ella es mi hija mayor, Carla.

—Hola —me saludó y me observó con detenimiento. No pude evitar sentirme incómoda—. ¿Vos sos la muchacha que irrumpió en mi escondite ayer a la madrugada?

Mi padre me contempló con desaprobación. Me limité a asentir y a encogerme de hombros.

—Creo que lo mejor será que hablemos en privado —musitó la mujer—. Síganme.

Ingresamos al interior de la capilla. Se veía tan sucia como la noche anterior: los bancos en mal estado, el suelo y los vidrios cubierto de polvo y las telas de araña colgando del techo... aunque ahora podía contemplar todo con más claridad ¿A quién le gustaría vivir en un sitio así?

—Estos son los libros que estuviste curioseando —Dianora los señaló con el dedo, y mi papá volvió a fruncir el entrecejo. Imaginé que me regañaría en privado al regresar a casa.

Ella movió el altar al gesticular con su varita, y una puerta mediana que se ocultaba bajo el mismo quedó al descubierto. Pronunció unas palabras que no pude comprender, y se abrió el acceso.

Había una escalera que daba hacia una especie de sótano. Los escalones eran un poco estrechos para mi gusto, así que anduve con cuidado. Podía escuchar la respiración tranquila de mi papá detrás de mí.

Me sentía un poco nerviosa ¡Jamás creí que volvería a ese lugar y mucho menos, que Arturo tendría una antigua conexión con la magia! Deseaba ansiosamente descubrir los secretos de mi padre.

Unos minutos después, llegamos a una habitación amplia que estaba decorada con pósters de otros mundos y algunos adornos. Había armas mágicas por todos lados: colgadas en las paredes, sobre el escritorio, sobre el armario, e incluso sobre las estanterías de la biblioteca. El sótano se hallaba iluminado por faroles antiguos y velas. Estaba más limpio y ordenado que la capilla, probablemente la hechicera y su hijo pasaban la mayor parte del tiempo allí.

—Pónganse cómodos —señaló con el dedo las sillas de madera—. Mi hijo nos preparará una taza de té a cada uno ¿Verdad, Eliseo?

Asintió, y el pequeño abrió una alacena en donde había vajillas.

—¿No es algo joven para hacerlo? —pregunté.

—Tiene casi diez años de edad, pero un brujo le lanzó una maldición cuando era un bebito. Su crecimiento es siete veces más lento de lo normal. Es natural que los hechiceros tardamos más en envejecer que los humanos, pero eso ocurre a partir de la adultez. Eliseo es propenso a morir más joven culpa del embrujo que posiblemente jamás logré revertir —su mirada brilló de amargura, y luego cambió de tema—: ¿Querés saber cómo nos conocimos tu padre y yo?

—¡Por supuesto!

El pequeño niño nos trajo el té. Mi papá miraba a Dianora con atención, mientras ella relataba:

—Cuando él era adolescente, tenía una amiga que odiaba a los hechiceros y a los Procesadores. Era muy bella, pero también muy malvada, y pretendía matarme por una cuestión étnica y no porque le hubiera hecho daño alguno. Para esa época, yo aún no había tenido al pequeño Eliseo. Una noche, tuve una violenta pelea con Liese, la cual finalizó gracias a tu padre. Ella se enojó mucho con él...

—Y no volví a verla luego de eso... —intervino. No se veía muy alegre al hablar del tema.

—¿Cómo era Liese?

Mi padre me contempló con frustración. Probablemente no quería hablar sobre ella.

—Delgada. Cabello negro, labios rosados... y un rostro angelical. Ningún muchacho jamás se hubiera atrevido a desconfiar de ella.

Cabello negro, labios rosados y rostro angelical... ¿Sería la madre de Haider? ¿Por eso odiaba a los brujos? Intentaría averiguarlo cuando Arturo no estuviera observándome.

—Dianora —cambié de tema para no hacer sentir mal a mi papá sobre el asunto de Liese—. ¿Usted odia a los brujos?

—Los detesto. Su sed de sangre no tiene límites.

Apreté los labios, sin saber bien qué decir... entonces se me ocurrió otra pregunta.

—¿Cuántos años tiene usted?

—Carla, no seas metiche —mi papá me regañó, y volvió a beber un sorbo de té.

Yo hice lo mismo, aunque para mi gusto, el brebaje estaba demasiado caliente y desabrido.

—Déjala que pregunte. Es una niña curiosa —me dedicó una sonrisa amable—. Cumpliré sesenta el mes entrante. Quizá parezca unos tantos años mayor, pero es por la cantidad de batallas en las que he tenido que luchar...

La hechicera me había dado permiso para hacerle un interrogatorio ¡Genial!

—Dianora... ¿Cuál es su relación con Cassandra Haider?

Arturo se sorprendió al escuchar ese nombre.

—¿Por qué nuestra vecina tendría una conexión con una hechicera?

—Porque esa muchacha no es una adolescente normal, Arturo. Tiene conocimientos del mundo mágico y está a favor de los brujos —la señora de cabellos plateados dirigió la atención hacia mí—: hay cosas que no puedo responderte con precisión, muchachita. Deberías escuchar cierta información únicamente de la boca de Haider.

Por eso ella no tenía permitido el ingreso a ese sitio: existía algún tipo de hostilidad entre Cassandra y Dianora, pero ¿Por qué? ¿El asunto estaría relacionado con esa tal "Liese"?

Mi papá se frotó el mentón. Se veía reflexivo ¿En qué estaba pensando? ¿Estaría intentando atar cabos, al igual que yo?

—Lamento haber ingresado a su vivienda sin su permiso —me disculpé con sinceridad—, ¿Podría decirme qué fueron esos destellos y cómo usted supo mi nombre?

—Los hechizos simples casi siempre tienen esa apariencia: un estallido y luego, muchas luces. Lo hice para saber tu nombre y asustarte para que te fueras. En ese momento, no pensé que podrías ser hija de Arturo. Hay varios Krstchs en Argentina.

No pude evitar pensar en el hombre que había sido asesinado en el parque.

—Los hechizos simples... ¿Pueden matar a alguien?

—Claro que no. Esos son más complejos ¿Por qué lo preguntás?

No me atreví a contarle lo sucedido con el delincuente. Negué con la cabeza, y respondí:

—Curiosidad.

El asesino del criminal ¿Había utilizado un hechizo simple para atraerlo, y luego lo había asesinado? ¿Aquel hecho estaría relacionado con la sombra y la marca que tenía en mi muñeca?

Pronto, mi padre y ella se pusieron a dialogar sobre temas muy aburridos de su pasado, y de personas que yo no conocía.

Presté atención cuando mencionaron algo sobre el destino:

—¿Creés que sea casualidad que nos hayamos reencontrado? —inquirió Arturo.

—Una vez que la magia entra en tu vida, las coincidencias dejan de existir —explicó Dianora con tranquilidad.

—Pienso igual —asintió, y comentó—: muchas gracias por habernos invitado a tu hogar... Carla y yo debemos irnos. Se nos está haciendo tarde.

—Vayan tranquilos... y no duden en acudir a mí si necesitan ayuda.

Me había recuperado un poco de la sorpresa de haber descubierto que mi padre tenía relación con la magia, y ahora no podía dejar de pensar en la conexión entre Dianora, Liese y mi vecina ¿Y si la joven que mencionó la hechicera, era la difunta madre de Haider? ¿Qué había sucedido en aquel entonces?

A pesar de todo, si Arturo confiaba en la señora de cabellos blancos, yo también lo haría.

—Carla —él rompió el silencio, mientras conducíamos hacia nuestro hogar—. ¿Cuántas cosas no me has contado? ¿Por qué fuiste ayer a la madrugada a la vivienda de Dianora?

Debería haber pensado en alguna excusa, pero la pregunta de papá me pilló completamente desprevenida.

Me quedé boquiabierta unos instantes, sin saber exactamente qué contestarle: no deseaba mentirle, pero tampoco quería decirle que Haider me había llevado hasta allí.

—Pensé que habías salido a bailar con tus amigas, y acabaste invadiendo el hogar de una hechicera. Necesito que me des una buena explicación.

—Ya te había contado que se me apareció la sombra en el boliche... y Cassandra acudió en mi ayuda. Me dijo que podía ir hasta allí para descubrir la verdad, y lo hice —no le mencioné que ella me había obligado a entrar—. Pensé que era un sitio abandonado.

—¡Qué ideas locas te da esa muchacha! ¡Espero que no vuelvas a cometer una locura semejante! ¡Lo que hiciste fue muy peligroso!

—Estaba desesperada por saber la verdad... No podía esperar a que fuera de día para ello. Cassandra seguramente no imaginó que iría esa misma noche. Lo siento, papá.

¿Por qué mentía para cubrir a mi vecina? ¿Acaso temía que no me dejaran volver a verla?

—Tené cuidado, hija. Y no confíes en ella, por favor —me suplicó, y luego, preguntó—: ¿Qué le diremos a tu mamá cuando lleguemos? Querrá saber por qué nos hemos tardado tanto.

—Podemos inventar una pelea: supuestamente, no quisiste comprarme una cartera, entonces hice berrinches. Tenemos una charla... pero al regresar a casa, me voy corriendo hasta mi habitación, ofendida, y vos me seguís. Nuestra discusión será el motivo de retraso y, además, la oportunidad perfecta para enseñarte algo —el dibujo que me había robado de la escuela—. No te ocultaré más secretos —bueno, no muchos.

—Haremos eso, aunque yo no soy muy buen actor. Y tendrás que soportar a Carmen regañándote todo el día.

—No te preocupes por eso, ya estoy acostumbrada.

Luego de una actuación espectacular, mi padre subió las escaleras detrás de mí.

—¡No puedo creer que estén discutiendo el único día que tenemos para pasar en familia! —exclamó Carmen, frustrada.

Pobre mamá, la hicimos pasar un mal momento innecesariamente.

—¡No te preocupes, querida! ¡Hablaré con Carla! —replicó, y cerró la puerta de mi habitación detrás de mí—. ¿Qué querías mostrarme?

Busqué dentro de la carpeta del colegio el dibujo que había encontrado en el libro de filosofía, y que no había regresado a la biblioteca.

La ilustración era majestuosa. Había un corazón enorme, pintado completamente con lápices de colores cálidos y dentro de éste, en un rincón, había dos seres humanos... o eso parecían ser. Los sujetos habían sido pintados en blanco y negro y se veían bastante pequeños en comparación con el corazón. A simple vista, parecía que estaban tomados de las manos, pero había algo que no encajaba en la imagen. No estaba segura si se estaban robando las almas, si estaban en un duelo a muerte o si se trataba de ángeles simpatizando entre sí.

—Dianora dijo que no existen las coincidencias —comenté, mientras mi papá contemplaba fijamente la ilustración—. ¿Por qué apareció esta ilustración en el libro que la docente me mandó a buscar a la biblioteca? ¿Por qué tengo una marca en la muñeca? ¿Por qué me hostiga la sombra? ¿Por qué volvimos a encontrarnos con la hechicera?

—No lo sé, hija —se frotó los ojos con los dedos. Se veía cansado—. Pero presiento que este dibujo es una señal. Lo que se ve aquí parece un ritual mágico, aunque no sabría decirte bien cuál... Tendremos que encontrar nosotros las respuestas. Por favor, sé cuidadosa. Evidentemente, hay entes mágicos acechándote.

En ese momento, se escuchaban los gritos de mamá llamando a papá.

—Hablaremos luego —dejó la ilustración sobre el escritorio—. No confíes en nadie, sólo en Lucas —musitó, y salió disparado de mi habitación.

La cabeza comenzó a darme vueltas. Una chica común y corriente, que no destacaba por su belleza, ni por su inteligencia y mucho menos por su destreza física ¿Estaba siendo perseguida por fuerzas sobrenaturales?

Empecé a sentirme realmente asustada. Para quitarme esa horrible sensación del pecho, me senté en mi escritorio y tomé mis lápices.

Dibujaría animales.

Haider estaba en mi habitación sentada sobre las caderas de un muchacho como si fuera una depredadora. Me acerqué, para ver bien de quién se trataba.

Era Lucas. Se hallaba cubierto de sangre. Tenía magulladuras en el rostro, la ropa rasgada y se veía aterrorizado. Cuando mi vecina notó mi presencia, apoyó una navaja en el cuello de mi amigo.

—¡Déjalo en paz! —le supliqué, y me puse de rodillas.

—A mí nadie me da órdenes —replicó, y hundió su cuchillo en el pecho del joven Lee.


Me desperté sobresaltada. Encendí la luz: eran las cuatro y media de la madrugada. Me senté en la cama y comencé a sollozar ¡Sentía que estaba al borde de perder la cordura! ¿Qué relación tenía Haider con las fuerzas sobrenaturales? ¿Quién estaba acechándome? ¿Por qué mi papá se había relacionado con los hechiceros en aquel entonces? ¿Quién había asesinado al ladrón en el parque?

¡Tenía miedo! Las dudas estaban atormentándome.

Sin embargo, cuando fuera a la escuela, obligaría a Haider a contestar mis preguntas.



¡Muchas gracias por leer! ¿Qué tal les está pareciendo la historia? ¿Qué teorías tienen sobre la magia? ¡Quiero saber sus opiniones!

Vuelvo a actualizar pronto ¡Gracias por hacer que mi historia esté creciendo rápido! 

Les dejo mis redes sociales, por si quieren visitarme. Subo contenido literario muy seguido:


¡Nos vemos pronto!

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