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iii. La mortalidad de su toque


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parte tres — la mortalidad de su toque

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III.I. El aroma de sueños evaporados

Morfeo gozaba de la presión que traía ser un ser inmortal, la carga que encarnaba y que honoraba a través de sus deberes. El rey de las historias creía, con firmeza, que el compendio de sus responsabilidades lo hacían ser quién era. Sin embargo, con frecuencia se cuestionaba así mismo: ¿quién era Morfeo? ¿Un alma viajera anhelando por algo? ¿Conocía la plenitud y dicha? Sus creaciones no tenían propósito más allá que servir y su vida misma dependía de otros.

Morfeo no deseaba ese peso para Medea.

Él afanó día y noche por dos lunas explotando su propia creatividad en aras de crear una personificación para su compañera y, así, impedir que Medea tuviese que experimentar la desdicha que traía consigo la soledad e insatisfacción, pues incluso si la Ensoñación la creó como respuesta de sus oraciones nocturnas, Morfeo quería que Medea tuviese a alguien más. Un confidente. Un verdadero amigo.

No era un sueño ni tampoco una pesadilla, un sin nombre todavía cuyo cuerpo yacía de pie en la arena amarilla.

Morfeo elevó la curvatura de su labio izquierdo en una sonrisa tan inocente como extraña puesto que no era un gesto que hacía con frecuencia. El naranja y amarillo claro dibujado en el cielo y más allá del horizonte pintaban sobre la figura de Morfeo una aura apacible y calmante, el contraste de las aguas calmadas del océano le hicieron a Lucianne sentir culpa por siquiera estar en su paraíso. Las Costas de la Noche siempre habían sido el lugar donde Morfeo creaba a los personajes con satisfacción y paz.

La bibliotecaria inhaló e imploró por fuerzas, Morfeo notó la presencia de su mano derecha de inmediato. Le concedió la palabra sin fijarse mucho en el lenguaje corporal de ella. Lucianne, por un instante, aguardó silencio mientras veía a Morfeo trabajar: movía sus manos en el aire cercano al cuerpo sin mucha forma todavía. Lucianne quiso que Morfeo la hubiese despechado pues no tenía ningún deseo en atestiguar un corazón roto.

—Mi Señor —Lucianne no titubeó, pese a su reluctancia sabía que debía informar la noticia. Morfeo se volteó hacia ella, la personificación de los sueños brillaba en esperanza—. Me temo que no soy portadora de buenas noticias —en respuesta, la postura de Morfeo se enderezó—. Un humano llamado Ivan Raynott ha muerto... en nuestro mundo, Señor.

El silencio imperó.

Lucianne no sabía que esperar, colocó sus brazos atrás y juntó sus manos como si la mera acción fuese capaz de proporcionarle seguridad en tal momento incierto y esperó, ya que no podía hacer mucho más que eso. El desafortunado evento era sin precedentes porque la regla general era: mientras Morfeo esté en la Ensoñación, los visitantes serán protegidos del mal. Un grupo de seres intocables: Dios, humano o animal, la muerte no vendría en forma de un sueño y las pesadillas no harían que el corazón dejará de palpitar. La muerte del humano Raynott desafiaba lo establecido y afirmó algo más; si los visitantes podrían sangrar y morir, el rey también lo podría hacer.

Después de unos largos segundos, Morfeo preguntó:

— ¿Quién?

—El Corintio... —Lucianne comenzó, sintió el arrepentimiento morderle como un gato pues sabía que lo que seguiría sería inevitable—... Junto con Medea, mi Señor.

Lucianne intentó leer a su Señor, no obstante Morfeo no le dio más que una orden.

Una hora después de su reunió imprevista, Morfeo maldijo al Corintio tal como un padre lo haría con su hijo ante una decepción más grande que él mismo. El Corintio soltó una carcajada a su Señor y aclamó que su mezquina alma fue su creación. El Corintio habló y reclamó y Morfeo no escuchó nada, solo cuando la pesadilla mencionó a Medea fue el que el final estuvo claro:

— ¡Ella es tan pútrida cómo yo!

Morfeo ladeó la cabeza en una silenciosa. El Corintio lo entendió ahí. Morfeo vagaba en la plena ignorancia que él logró entrever, pues, el concepto del Corintio fue hecho para ser un reflejo de la humanidad en un estado deplorable, vicioso y destructivo.

— ¿No lo viste o sí? —lo tuteó por primera vez. El Corintio brilló con el conocimiento en su poder, sonrió de esa manera tan suya: atrapante y hermosa—. Soy un reflejo.

El corazón de Morfeo se detuvo y a lo lejos se escuchó un derrumbe. Ni la pesadilla ni el rey de las historias se movieron.

El Corintio siguió—. Lo haríamos una y otra vez.

Así pues, Morfeo distinguió los defectos de su creación y se prometió alcanzar la perfección en el Corintio que vendría después de él.

Morfeo se quedó solo.

Distinguió el final de su reino por la esquina de su ojo, Morfeo caminaría hasta ahí y la distancia no sosegaría los golpes en su pecho, su corazón latía como si fuese a salir en cualquier momento. Respiró por la boca. Su espalda derecha y sus ojos cristalinos. Sus piernas no le fallaron pero él no negaría que deseaba caer.

«¿Por qué?» Él nunca dejaría de preguntarse a sí mismo y sabía que no tendría una respuesta.

Picante y áspero, asqueroso e intoxicante así como el acre que se asocia al amoníaco, Morfeo percibió el aroma de sus propios sueños moribundos.




III.II. La imagen de un amor no correspondido

El primer sueño de Medea fue el castillo de Morfeo.

Antes de ello, la personificación de las ilusiones iba a dormir a sabiendas que el descanso no era algo que ella pudiese merecer. Medea, entonces, aprendió a amar a las pesadillas que encontraba con frecuencia. Las estudió y comprendió que, a diferencia de sus iguales, las pesadillas solo eran arena y nada más. Caía en los brazos de Morfeo cada noche y aun así, él no tenía nada contra ella. No se puede engañar a alguien que vive de ello. Las pesadillas solo eran eso, incapaces de alcanzarle en su mundo, Medea sabía que tenía poder. Morfeo, en cambio, carecía de las características para dominar el arte seductivo del engaño.

Ser ambiciosa estaba en su naturaleza y le costó estabilidad por múltiples exilios, no nació una diosa lo que encapsulaba su poder de alguna manera. Sus pensamientos, para los cerrados de mente, eran blasfemias a su Dios. A Medea no le podía importar menos pero más de una vez tuvo que huir por ellos. Cuando estaba cansada y su choza, la pregunta de tanto llegaba a su mente: ¿por qué es su castigo tener un regalo entre humanos? La privación a lo extraordinario les obligaba a ver lo mediocre como el estándar. No maldecía al Dios pero a sus seguidores y al mismo tiempo le rezaba al Diablo, incluso, si creer en una figura magna fuese imposible para ella.

Quería alzarse sobre todos.

Mucho tiempo atrás, dentro de un bosque verdoso y lleno de vida, el cuerpo de Medea yacía acostado en el suelo. Sus ojos eran capaces de captar los rayos del sol colándose por las copas frondosas de los árboles que estaban tan cerca el uno del otro. Alzó su mano izquierda e intentó tocar el sol, lo podía ocultar con su dedo pero jamás tocarlo. Al rato sus ojos iban y venían en un vaivén de cansancio, escuchó a su cuerpo gritar por un descanso.

Cada mañana bebía vino hervido de rosas para calmar sus dolores de cabeza. En las últimas noches, probó que el anís le producía un buen sueño. Así que ahí sin pensar mucho más, fue vencida por el cansancio.

La siguiente vez que abrió los ojos, Medea estaba en el inicio de un puente, detrás de unas rejas. Al otro lado, por los barrotes, Medea distinguió un castillo titánico de cuatro torres. Sus manos tocaron los barrotes y su cara brilló en curiosidad, intentó abrir la reja y fue exitosa en ello. Medea no notó el nombre que brillaba sobre la misma: la entrada de marfil.

Caminó hasta la puerta principal del castillo y cuando intentó tocar el picaporte para abrirlo, el puente se deshizo bajo sus pies, Medea cayó por unos segundos a un vacío y su cuerpo se golpeó contra la arena. Maldijo por lo bajo.

Su corazón bombeó, se levantó y se volteó a su derecha, el castillo seguía ahí en la distancia. Al principio no supo que hacer, «¿qué era esto?» se debatió. Elevó la mirada para observar un cielo plagado de constelaciones y planetas. A su izquierda un océano de olas inexistentes. Volvió la vista al frente y sus ojos lograron divisar un cuerpo revestido en negro.

Medea se quedó estática en su lugar, la razón de ello distaba lejos del miedo. «¿Quién era?». Echó un vistazo al castillo e intentó estudiar al desconocido, avanzó un paso con preocupación. Unos veinte metros de distancia no le ayudarían a dibujar un rostro pero desde ahí veía que su abrigo volaba en el amable viento al igual que su propio vestido y su cabello oscuro.

Él parecía llenar el mundo como si fuese una extensión de algo que Medea intentaba explicar. Había una disensión marcada que le causaba conflicto: un aire de nostalgia y magnificencia.

¿Esto era un sueño?

Ella se ganaba la vida poniendo ilusiones en la mente de escépticos y creyentes.

Se pellizcó el brazo. Movió los dedos de sus pies descalzos contra la arena y la sintió real. El olor a sal se coló por sus fosas nasales.

No era una ilusión.

Era una bruja.

Se acercó más y más, porque sabía que era real. No contó sus pasos pero cuando estuvo a unos seis del desconocido la tierra tembló y la engulló.

Un espejo observó y su reflejo le dijo:

Caíste.





Morfeo aprendió que el tiempo era preciado, así que cuando Medea arribó a la sala del trono y él la observó desde su asiento en los peldaños a la mitad de la escalera, supo que no le preguntaría acerca de sus intenciones detrás. ¿Qué sentido tendría? Solo quería arrancarla de su ser.

La azulada y grisácea luz en el que se cernía la sala del trono abrazaba a Medea cómo si ella fuese la fuente de luz en el lugar. Y él la polilla. Pero cuando entran en contacto la polilla muere.

Los pasos de Medea quebraron el mutismo imperioso.

Morfeo en una voz baja y grave, preguntó:

— ¿Quién te envió a mi reino? —la observó al mismo tiempo que intentaba darse una respuesta a sí mismo; había llegado a la conclusión que la Ensoñación no pudo crear algo que podía matarlo. Medea era eso y la rivalidad con sus iguales no eran desconocidas—. ¿Fue Deseo?

Medea no pareció afectada ante la acusación, ladeó la cabeza y su rostro expresó una calidez que a Morfeo le pareció tan genuina que lo sintió como un golpe en el pecho. Morfeo recorrió su reino antes de la conversación: ciertas secciones tenían grietas en los suelos, Marvin Calabaza le mostró cómo el propio castillo en las zonas que él menos visitaba, las paredes caían en pedazos de rocas. En la casa de los misterios de Caín y la casa de los secretos Abel le demostraron que, a veces, tocaban algo que en realidad no estaban ahí. El recorrido terminó cuando les atacó la demencia pensando que su madre estaba ahí, cuando la cueva de Eva llevaba en solitud siglos. Morfeo los puso a dormir. El sueño llamado el Violinista Verde cuyo espacio era la vida misma y lo más cercano al cielo en la Ensoñación, moría también. Morfeo aseguró que lo resolvería y antes de volver, transitó por la Cascada de las Ilusiones; así llamó Medea su espacio en la Ensoñación.

El castillo, pequeño a comparación del suyo propio, le daba vida en conjunto con el sonido de la cascada, las flores naranjas y rojas y el pasto verde. Era un paraíso en el cual él fue feliz.

Así pues, le resultaba doloroso mantener el contacto visual con Medea.

— ¿Pensamientos otra vez, mi Señor? —curioseó en un tono meloso que parecía hasta condescendiente. Esbozó una sonrisa fina que Morfeo comenzaba a odiar tanto como amar—. Ven conmigo —estiró su mano hacia él—, y enviaré esas preocupaciones lejos.

Morfeo luchó contras las ganas de ir hacia ella.

Medea injurió la duda, aunque se aferró a ella. Simplemente tenía que tenerlo de nuevo.

— ¿Cuándo tiempo has sido una pesadilla?

Medea no vaciló—. Soy un sueño.

Morfeo exhaló.

Mentiras y mentiras.

Medea transformó su rostro pacifico en una tristeza ficticia. Las galaxias que tenían por pupilas iban más lentos y avanzó un par de pasos para acercarse a él.

— ¿No he sido bueno contigo, Medea? —la pregunta venía de una duda sincera, no tenía misión de reclamar nada sino más bien entender. ¿Falló él? Lo creía con firmeza—. Te he dado todo lo que puedo y más. ¿Qué me has dado tú?

Medea caminó hacia él con presteza, subió los peldaños y se puso de cuclillas para estar a su nivel. Acarició su mejilla y Morfeo se lo permitió.

—Todo lo que soy es tuyo, mi Señor.

Los ojos de Morfeo estaban rojos y le dolían.

— ¿Qué eres más allá de un cuerpo de esperanzas y mentiras? —Morfeo se levantó—. De desesperación y destrucción. Finalmente, eso es lo que las ilusiones son.

Medea lo imitó. Él estaba un peldaño más arriba.

Morfeo sintió una punzada de dolor al tenerla tan cerca.

—Estás rompiendo mi corazón, Morfeo —su oración sonó cierta pero él ya no creía.

—El corazón roto que existe en está habitación no te pertenece y ambos lo sabemos —el rey de las historias alzó el mentón, adoptó una máscara impenetrable en la que Medea visualizó su plan irse de sus manos como la arena contra el viento—. Has puesto a mi reino en peligro, Medea. Por ello, tu presencia ya no es bienvenida.

Medea negó un par de veces. Sintió el fuego llegar a su carne y cómo ésta se separaba de sus huesos. Se repitió que el fuego no lo mataría, solo la haría vivir por siempre.

— ¿Exilio? —tomó la mano de Morfeo entre la suya y, posteriormente, subió y acunó su rostro en las manos de ella—. No te niegues a mí, mi Señor. Llámalo avaricia si deseas porque mi corazón no es perfecto y vi nuestro potencial... —la galaxia en sus ojos todavía tenían el poder de hipnotizarlo. Sus ojos estrellados quedaron inmóviles, la luz de las estrellas de Morfeo menguó—. Más allá de Dioses, ser nuestros propios Creadores. Es posible —sus labios se acercaron a los de él—. Moldear nuestro destino. No te impidas sentir, Morfeo. Déjame hacerte sentir...

Medea no habló mucho más, lo besó en cambio. Morfeo le correspondió porque sabía que sería el último. A la lejanía, percibió el sonido de piedras caer y así fue cuando la realización junto con la furia se instaló en sus venas; Deseo no tenía esa fervorosa obsesión por ser su misma persona.

Lucifer Morningstar, sin embargo, lo tenía.




III.III. El sentir de una eternidad

Fue en el Infierno donde conoció la verdad.

Cuando Morfeo llegó al reino del Diablo realmente no esperaba una respuesta. Perjurio en su nombre y se anunció. Tenía respeto por un reino que no era el suyo y, aunque no eran amigos, Morfeo nunca había tratado de invadir su reino a través de mentiras y trucos. No quería divagar entre lo que quería Lucifer Morningstar pues los años le habían mostrado que era un agente del caos.

Lucifer lo recibió con una sonrisa de falsa cortesía y un tono condescendiente. Vestía de vino tinto y pese a la oscuridad calurosa del Infierno sobresalía por su única presencia.

Cómo fue esperado, Lucifer negó todo. Afirmó que si bien él tenía el poderío para humillarlo y era hilarante ver como su alma se quebraba, no fue una acción de su proceder. Lo despachó pero Morfeo no logró dar un paso en dirección contraria cuando su compañera, Hera de Lilim emergió de un pasillo con un demonio siguiendo su sombra. Morfeo lo reconocía porque era la disensión a Mazikeen, Diaval de Lilim tenía un lengua tan afilada que le impedía pensar antes de hablar.

Hera, por su lado, ¿qué podría decir de ella? Su propio nombre engullía cualquier otro tema. Era apática y rígida, su poder parecía radicar, principalmente, en lo atontado que era Lucifer en su presencia.

—Oh, dulce, Morfeo —Hera se tocó el pecho, el lugar donde estaría su corazón—. ¿Ha roto tu corazón mi hija?

Morfeo fue el único que expresó un mínimo de sorpresa ante su inquisición. Había un deje de diversión en su pregunta y, también, conocimiento. Hera conocía la razón de su arribo.

—Fuiste tú quién llevó a Medea a mi reino —ante el tono acusatorio, Lucifer se acercó a Hera en un instinto protector. Morfeo divisó que Lucifer tomó la mano de Hera y besó el dorso—. ¿Bajo la autoridad de quién?

Unos segundos transcurrieron cuando Hera soltó una carcajada que inundó el salón.

—Nadie te ha rendido pleitesía todavía, dulce Morfeo, es imposible que entiendas que cuando creen en ti como una figura omnipotente debes vivir a la expectativa. Medea es una bruja, una hija mía. Ella solicitó un favor, se lo concedí solo hasta cierto punto. Eso fue todo.

La simpleza con la que sus palabras brotaron le hizo un corte al ego del rey de la Ensoñación.

— ¿Y qué poder has de tener tú para inferir en mi reino?

—He de tener más poder del que crees si soy capaz de entrar a tu reino con facilidad. Verás, Sueño de los Eternos, no eres el único cuyo poder se expande en mundos y reinos fuera de tu pertenencia. Viniste por respuestas y respuestas has obtenido. ¿Qué más deseas?

Una pregunta que Morfeo no logró responder al instante.

Fue Lucifer quién la respondió por él—. Su castigo. Es lo único que le debemos por tal intromisión.

Hera volvió a reír.

—No te debemos nada —se encogió de hombros en dirección a Morfeo—. Benevolencia no es una característica de la que hago mucho uso de ella, Medea selló con sangre el favor... —Lucifer besó la mejilla de Hera cuando ella se giró para observarlo en una conversación íntima y silenciosa—. Te puedo dar cien años de su alma, castígala cómo creas aceptable. Después, volverá a mí. El Infierno es a donde pertenece.

Y así fue.

Morfeo le llamó una Noche Eterna: tan perverso cómo podría ser, Medea pasaría cien años en el mundo de la Vigilia como humana, ésta vez sin hechizos a los que recurrir aunque esa no era la peor parte. Vería la noche caer y el sol salir y ella jamás cerraría sus ojos para poder dormir. Cuando Morfeo echó la maldición, Medea soltó una carcajada y lo maldijo en respuesta. Nada símil, pues, aunque el poder de Medea era basto no era suficiente. Morfeo no le prestó atención y partió, sin volverla a ver.

En la Cascada de las Ilusiones, Medea vivió por sesenta años, creyendo que era el mundo humano. Enloqueció después de la mitad, espuma salía por su boca, el anís que en vidas pasadas le ayudó no le funcionaba. Los dolores de cabeza se apaciguaban con un té de rosas solo para volver un par de horas a atormentarla. Se quemó la carne de su mano y pidió por Hera, nadie atendió su llamada. Lo hizo una y otra vez.

Y maldijo a Morfeo una y otra vez.

Morfeo le mintió: él sí soñaba, aunque decía la verdad cuando afirmó que nunca descansaba. Morfeo soñó con Medea y lo que pudo haber sido. Sumido en un trance, cavilaba. ¿Cómo podía diferenciar él un sueño de una ilusión? La tristeza lo embargó a los habitantes y visitantes de la Ensoñación por igual, era como una ola y se ahogaban con continuidad.

Una noche, Morfeo escuchó un grito que tenía tanta vehemencia que inundó la Ensoñación completa. Le removió los adentros y observó una densa luz blanca volar sobre su techo, como el de estrella moribunda. Su piel respondió porque sabía quién ocurrió, es como si lo hubiese acariciado, como tantas veces lo hizo, para recordarle que jamás se iría.

Medea se suicidó.

Pero su risa persistía hasta en los escondites de su castillo.

Las galaxias de sus ojos se inmortalizaron en su techo.

Y su toque le recordaba que vivía, aunque soñaba que moría.

El sentimiento perduró por cien años, cuando, al día siguiente, Morfeo fue capturado por un humano llamado Roderick Burguess. La ausencia del rey de las historias provocó un colapso en la Ensoñación, como un reflejo del sentir de su rey. Lo único que quedó intacto un siglo después de su cautiverio, fue la Cascada de las Ilusiones.

FIN

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