03.
❝ That you and your perfect smile are both timeless and never going out of style. ❞ — Boyfriend Material, Ariana Grande.
La tarde en la peluquería fue movida y para nada aburrida, como otras veces había sido. Los clientes llegaban, se sentaban en sus respectivos asientos y se dejaban al merced de nuestras manos, depositando su confianza en que les daríamos el resultado que esperaban.
Durante las dos rápidas horas de trabajo, más de veinte clientes dejaron su pelo a nuestro cargo y he de decir que era un gran trabajo, al menos para una chica como yo.
Mientras Rose y Gary, uno de los dos chicos, se debatían sobre cómo debían de peinar la anciana clienta, yo estaba en la caja esperando cobrar a los clientes satisfechos como cada día, otorgar caramelos a los niños que acompañaban a sus madres o se cortaban el pelo y atender el teléfono.
Todos habían salido satisfechos, todos menos uno:
—Le he dicho que me de la hoja de reclamaciones —me presionó una vez más el señor bigotudo.
La historia comenzó con el pelirrojo Tom, pasó por las manos de la mexicana María y terminó con los gritos de la siempre irritable Susan, hermana de la verdadera jefa, Anne, y sustituta de la misma cuando ésta estaba de viaje empresarial.
Al parecer y como pude observar por el rabillo del ojo más lo que me contó Rose detalladamente, Tom estaba encargándose de cortarle el pelo minuciosamente al señor del bigote, cuando de repente le entró una urgencia y tuvo que excusarse al servicio. Le pasó el testigo a María y como ésta última aún no dominaba completamente el idioma, entendió mal las instrucciones y entre esto, y que el hombre hablaba por teléfono con alguien de una empresa importante, ella cortó más de lo necesario y él, al darse cuenta, se puso hecho una furia.
—¡Pero eso se puede arreglar si le corto igual del otro lado! —exclamó María con las tijeras en la mano. Tom, al ver que peligrábamos, se las quitó y las dejó en la cesta. Lo agradecí mentalmente.
El hombre, respirando profundamente, hizo caso omiso de las palabras de la agitada chica y apoyó con fuerza las manos en el amplio y pulido mostrador.
—Te repito de nuevo: Dame un maldito papel de reclamaciones ¡para que ponga una queja contra ella! —exclamó, aunque sin exagerar. Bufé, harta de su comportamiento, y busqué en los montones de carpetas que había abajo una hoja en la que pusiera lo que él pedía. Una vez la encontré, la puse en la mesa y me crucé de brazos.
—Un boli —exigió. Rodé los ojos y en ese gesto, atisbé a través del cristal la figura de Susan en la calle, así que me tensé insconscientemente y rogué para que no nos cayera una bronca mientras le pasaba el bolígrafo al señor y éste comenzaba a leer.
Tom pareció darse cuenta también y nerviosamente, agarró su abrigo oscuro y se largó, haciendo sonar la campana de la puerta al hacerlo. Maldito cobarde. Al salir, chocó con Susan, quién frunció el ceño ante el extraño comportamiento del chico y se dirigió a Rose.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó al aire una vez estaba dentro del local.
Todos los presentes giraron la cabeza hacia la mujer de cabellos oscuros y ojos azules cuando se escuchó un "Ay ay ay" con acento mexicano proveniente de los labios de María. Rose ahogó una risita mordiéndose el labio y el señor no tardó en darse cuenta de que la mujer de expresión dura que acababa de entrar era la jefa de la peluquería.
Susan, lejos de ponerse hecha una furia delante del cliente y la última señora que quedaba, dirigió a María y al señor sin nombre pero de gran bigote hacia su despacho, cerró la puerta y miré a Rose.
Ambas sonreímos divertidas ante la escena aunque la misma distaba mucho de serlo, puesto que tal vez María perdiese el trabajo por aquel despiste.
A los pocos minutos, Rose acabó con el cabello de la anciana y ésta última se dirigió a mí para pagar el correspondiente dinero.
—Son diez libras —le dije, tratando de articular bien cada palabra, hablando despacio para que no confundiera el precio.
Asintió conforme y agachó la cabeza para meter sus arrugadas manos dentro de su pequeño bolso negro. Con precisos aunque algo temblorosos movimientos, sacó una cartera de piel del mismo color que el bolso y la desplegó por completo. Rebuscó hasta dar con el correspondiente dinero y me lo tendió, ni una libra más ni una menos. Mientras ella buscaba, yo sonreía tiernamente al ver las fotos que traía dentro de la cartera y supuse que serían tanto sus nietos y nietas como sus hijos e hijas. Introduje el dinero en la caja y tras despedirme amablemente de la ancianita, me dejé caer en el taburete giratorio junto a un gran suspiro.
—¿Pasa algo? No creo que Susan te eche a ti —habló Rose mientras movía los brazos y sostenía entre ellos una escoba, barriendo los cabellos cortados de la gente que estaban en el suelo.
Negué con la cabeza pero me dí cuenta de que no me vería porque estaba ocupada, así que hablé:
—No, es sólo que, bueno, me ha recrdado a mi abuela Olga —sonreí al pronunciar su nombre—. En realidad todas las señoras mayores con ojos claros y pelo canoso me recuerdan a ella —reí un poco. Rose me imitó y antes de que pudiera articular palabra, el sonido de una puerta abriéndose captó nuestra atención y miramos hacia el pequeño despacho de Susan.
En silencio, los tres individuos salieron de dentro uno tras otro, Susan al final, vigilando. María de desvió de la fila y se sentó en uno de los asientos de espera para clientes. El hombre de felpudo oscuro bajo la nariz se acercó al mostrador y fruncí el ceño, pero Susan me dijo:
—Hazle un descuento del setenta por ciento al señor, Azure.
Asentí, sabiendo que si replicaba, probablemente me caería una buena y no me apetecía perder el empleo por una imprudencia. Hice lo que Susan me pidió y al parecer algo más satisfecho, se marchó refunfuñando cosas que no llegué a apreciar.
Un sonoro suspiro de mi parte se apoderó del establecimiento y la jefa sustituta prácticamente imitó al hombre y se fue tras decirnos que cerraramos el local al irnos.
—¿Te ha echado? —le pregunté a María tratando de, como con la anciana, articular bien mi inglés para que le fuera más sencillo. Aunque era evidente que no la había despedido puesto que de haber sido así, hubiera salido la primera, lo cuestioné por relajar el ambiente y por qué no, por saber qué le había dicho. Y de repente, esa curiosidad que me entró me hizo acordarme de mi amiga Elionor.
—No, por suerte —dijo con un deje de alivio en su bonito acento—. Pero me ha dicho que dos infracciones más y a la calle.
Oh claro, la típica regla de las tres infracciones.
—Bueno, no ha sido culpa tuya —le consoló Rose, sacudiéndose las manos en el pantalón. Al mirarle, me di cuenta de que había recogido todo prácticamente.
Siguieron con un pequeño intercambio de consuelos y muecas mientras yo me enfundaba en mi gran abrigo azul marino. Metí las manos en los bolsillos para comprobar que estaba todo ahí —como hacía siempre—, y María se vino abajo, rompiendo a llorar. No la culpaba, después de todo, era buena chica y que le regañasen le sentó mal. Rose y yo tratamos de consolarla sin demasiado éxito y al final, mi mejor amiga accedió a llevarla a casa.
Puesto que habíamos venido en el coche de Rose y ésta tuvo que llevar a María a su casa en el mismo, opté por tomar el metro a casa, entonces recordé que aún tenía pendiente comprarme un coche.
En Liverpool me saqué el carné de conducir al cumplir los dieciocho pero nunca llegué a comprarme mi ansiado coche puesto que mis padres se empeñaban en que para manejarme por allí, podía coger el suyo siempre que quisiera, y yo les sonreí como si eso me sirviera, pero yo quería coche propio para ir y venir cuando y donde yo quisiera. Lo que me lleva al tema de la libertad, eso que siempre quise y al fin, en cierto modo, tenía.
Tratando de ordenar mis pensamientos y sentimientos, conté el dinero recaudado aquel día y para mi sorpresa, era bastante. Más satisfecha, cerré la caja con llave y guardé la misma en el despacho de Annie, ahora ocupado por su hermana malvada Susan. Reí infantilmente ante mis propios pensamientos y justo cuando me estaba abrochando los botones para protegerme del frío fuera, el tilin característico que hacía la campanita de la puerta al abrirse o cerrarse llamó mi atención y subí la mirada a la misma, temiendo que fuera algún ladrón, pero la sorpresa mayor fue encontrarme con la misma figura que aquella mañana me había llevado a casa en su coche.
—¿Está abierto? —preguntó con su característica y ronca voz y su extraño y a la vez, bonito acento.
Allí estaba Harry.
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Soy cruel, os dejo con la intriga jeje. Se me hizo entretenido escribir el capítulo, ¿os ha gustado? Espero que sí. Cosa importante: a todas las que habéis pedido dedicación, no hace falta que la pidais de nuevo, os tengo apuntadas a TODAS en una lista, sólo esperad vuestro turno. PD: Sé que habéis muerto con la foto.
→ Dedicado a @namelesstaylor. Si quieres dedicación, pídela en un comentario. ¡Gracias por leer!
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