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- PROLOGO -LA SONRISA DE LA PROFESORA


I

Corriendo...

Corriendo...

Corriendo...

El zapateo del suelo era constante, el sonido de un paso veloz y nervioso se hacía mas presente en todo el edificio. No había alumno que no lo escuchase y mucho menos profesor que no supiera de su presencia. Había un nerviosismo demasiado obvio en aquellas pisadas; era un indicador de que algo importante para nada, por nada y ni siquiera pensarlo, se podía posponer.

No obstante, quien producía esa carrera de zapatillas era la orientadora Diane Walls, quien apenas había empezado en su quinto año siendo profesora de preparatoria; no es que fuera un trabajo demasiado distinto del resto; donde la paga a veces llega a ser buena, pero casi la mayoría de veces miserable.

Y aunque podía ser algo estresante a veces, demasiado agotador en otras y muy rebuscado en minúsculos momentos, lo cierto es que eso la tenía sin cuidado.

Su turno de trabajo había terminado, no tenía juntas, no tenía absolutamente nada de responsabilidades; lo que iba a hacer requería todo eso junto y tiempo de sobra; y una vieja amiga.

Salió del edificio de preparatoria y se dirigía hacia el extenso patio, adornado con un cielo lleno de nubes grises, pálido y con un frio y viento atroz. Tomando su teléfono y estando cerca de las canchas, marcó un número.

Mientras esperaba nerviosamente a que entrara la llamada, se sentó en las gradas, aledañas al campo de futbol, pisó rápidamente el suelo con el tacón derecho y miró hacia el cielo.

Unos alumnos que estaban pasando la vieron; ella notó esto y cambio su rostro lleno de angustia y sudor por una cálida sonrisa, con esos dientes blancos, esas gafas oscuras y su mirada alegre; después de que dejaran de verla, la palidez y oscuridad en sus ojos se hizo aún más notoria que antes.

Había entrado la llamada y a quien llamó le contestó; Diane habló. Era una situación urgente para ella; el tono de voz, lleno de alteraciones de volumen y tartamudeos lo hizo más notorio.

- ¿Bueno? – Dijo la voz del teléfono, era la voz de una mujer, con un tono más grave que el de Diane.

-A-A-A-Abby. Ya salí del tra-tra-trabajo – Diana se detuvo para tragar saliva.

-Tranquila – Contestó Abby - ¿Nos vemos a las 9:30?

- ¡No! – Gritó histriónica - ¡Debe ser ahora o nunca lo dejaremos en paz!

- Maldita sea – Dijo un poco irritada Abby – Estoy trabajando.

-Oh claro, tantas ocupaciones abruman tu vida ¡Oh, que miserable de ti! – Parodiando un tono de catedrático exagerado, Diane burló la respuesta de Abby. Esto no podía ser mayor exponente de los nervios exaltados de Diane.

-Mira – Contestó tras esa mofa – No pienso ir en este momento, tengo cosas que hacer; si te consuela iré hoy. No pienso olvidar eso hasta que estemos en paz.

Tras un leve suspiro, aunque fuerte por dentro, Diane entendió que solo quedaba ser paciente, esperar a que Abby tuviera el tiempo y tratar con "esa situación" que perturbaba su tranquilidad con paciencia y más planificación.

-De acuerdo – Dijo más tranquila; al parecer eso la relajó un poco – Pero no espero que sea hoy el final de todo esto ¿Sabes?

-Lo sé – Dijo Abby – Desde la destrucción del Empire State nada ha sido un sabor dulce; para nadie. La enmascarada pelirroja hizo trizas el lugar y eso que no hemos hablado de la bruja – Hubo una pausa tras escuchar decir esas palabras. Diane caminó hacia su viejo auto, un Honda Civic 2009, que apenas si podía correr, con la pintura caída y los asientos desgastados, se metió y encendió el auto, tras haber girado la llave cuatro veces, se alejó de la escuela con precoz velocidad, dejando una nube de humo negro tras su paso. - ¿Tu crees que en serio era una bruja?

-No lo puedo asegurar y no valdría de algo hacerlo – Dijo Diane mientras tenía el teléfono en su hombro, pegado a su oído – Solo puedo tener una conclusión a todo esto. Ese casco no es de este mundo. Digo ¿En qué lugar haz visto lo que nosotras tenemos? Si no fuera porque nuestro jefe es un imbécil posiblemente nos hubiera pagado nuestros salarios congelados en vez de regalarnos ese estúpido casco ¿Vale la pena quejarse? No pudimos venderlo y tirarlo sería un error aún más absurdo que conservarlo.

- ¿No crees que sea peligroso? – Dijo Abby – Recuerdo que ese casco lo usó la bruja para atacar a la pelirroja enmascarada; estuvo en todos los noticieros del país. Debemos se cautelosas Diane.

-Aunque no lo creas Abby – Dijo tras un suspiro extenso – para mí sería más fácil tirar este estúpido casco. Sin embargo, hay algo en él que me mantiene con la intriga de saber de dónde viene y por qué la vida lo trajo hacia nosotras. Es un vestigio de un tipo de personas que jamás se volverían a ver; quizá jamás existirían otra vez.

- ¿Qué quieres decir Diane? – Preguntó Abby.

-Solo digo que hay que saber que es, si tiene algo oculto, y cuando veamos que no tiene nada de especial, tirarlo, venderlo o lo que tú quieras hacer – Diane se detuvo en un alto y siguió hablando – solo quiero sacarme esto de la cabeza, y no tenemos otra opción ¿Tu no quieres terminar con esto lo más rápido posible?

- ¿Crees que no quiero? Lo deseo a gritos – Dijo Abby – y siento que será algo peligroso; así que no estoy dispuesta a subestimarlo ¿Tu sí?

- ¿Crees que no? – Contestó Diane.

La llamada se cortó allí...

II

Ya había llegado a su pequeño departamento, en la zona más habitada, ruidosa, conflictiva y calurosa de Nueva York; la gran manzana, la ciudad que nunca duerme.

Su auto estaba afuera de su casa, supuestamente protegido por las cámaras de seguridad, más inútiles que la policía en el Bronx.

Caminaba lado a lado, ni un instante queda, mordiéndose las uñas de los dedos con tanto temor que llegó a arrancarse una uña entera; tuvo que vendarse el dedo.

Entonces escuchó que tocaban a la puerta y vio, para su alivio que era Abby. Si uno las llegase a ver juntas diría que son gemelas, las diferencias son muy pequeñas; Abby tenía las cejas más pobladas, nunca llevaba el pelo suelto, vestía un chaleco con una camisa azul y usaba labial rojo, Diane utilizaba lentes, un saco azul con una camisa blanca con rayas negras, pelo corto, aunque suelto y usaba un labial rosado, similar al color de sus labios.

Ambas tenían mochilas, ambas portaban zapatillas y las dos tenían la misma edad. Sin embargo, las ocupaciones eran claramente diferentes.

Abigail Peretti, apodada Abby por sus amigos, se dedicaba a la protección civil (FEMA) y su tiempo era consumido totalmente por el su jefe, que, para coincidencias dignas de un chiste cruel, era el mismo desgraciado que mandaba a Diane. Su familia era descendiente de las tantas familias migrantes de Europa; en pocas palabras, era de ascendencia italiana.

Ella tenía, cuando era pequeña, el sueño de ser zapatera (aquella que se encarga de poner los tacones a las zapatillas). Aunque no pudo llevarlo a cabo, pudo tener como pasatiempo su otro sueño, aunque en pequeña escala; cuidar plantas.

Por ello, cuando entraba al apartamento de Diane, normalmente se quejaba por la falta de flores y del ambiente aburrido del lugar.

En algún momento pensó en estudiar economía, e inclusive si los números se le daban de maravilla, su trabajo ideal era en el que estaba.

Diane Walls había estudiado psicología, y era algo que realmente amaba con el alma; adoraba el simple hecho de tratar con personas con problemas, entenderlos y hacerlos sentir mejor. En realidad, un sueño maravilloso sería que aquella carrera fuera perfecta. Lo cierto era que la primera parte de la carrera supo que la psicología no era solo algo bello, si no que había una parte un poco más rigurosa en el área científica; siendo a veces, algo cruel.

Decidió dedicarse a la parte pedagógica porque era interesante la labor de los orientadores, para ella en aquel momento. Después de unos días trabajando, se dio cuenta que no era tan agradable como se piensa. A pesar de que los otros psicólogos, de otras especialidades podían presumir excelentes sueldos, ser un orientador no era exactamente muy remunerado.

Logró darle lo suficiente para poder dejarle un departamento lo suficientemente decente.

Sobre como conoció a Abby, fue por una visita a la escuela donde trabaja, hacia tres años. Mas allá de la agradable conversación con Abby, recuerda que un profesor se puso demasiado nervioso; llegó a llorar.

Abby y Diane eran muy cercanas, a pesar del poco tiempo, se sentían mas amigas de lo que habían sido de otras personas en tiempos pasados.

Ahora, ambas tenían que usar esa amistad, poderosa amistad, para sobrellevar esta situación tan estrambótica como solo ocurría en ese mundo; con guardianes de máscaras pelirrojas y brujas peleando como si fuera algo casual.

Sobre ello, y pienso hacer un paréntesis, fue algo tan extraño. La enmascarada pelirroja era conocida por los varios videos de internet; era una mujer con hombreras de una armadura y cuando corría, una estela rojiza salía tras de ella.

Era similar a "Sky Crawler", solamente que era un poco más ágil y en vez de estirarse y trepar muros metálicos, la enmascarada podía correr por cualquier superficie, usar cadenas como cuerdas y casi volar por las alturas de los rascacielos de Nueva York; además, tras la muerte de la abogada Jocelyn Silva, Sky Crawler dejó de hacer apariciones frecuentes; se presume que son la misma persona la enmascarada pelirroja y Sky Crawler.

En cuanto a la bruja, era una jovencita de cabello rojizo, casi rosado, la cual tenía esos estereotípicos sombreros de noche de brujas, un báculo con una esfera en el centro la cual era similar a una bobina Tesla o una esfera de plasma.

Lo cierto es que era una pelea extraordinaria, donde uno de los edificios más característicos del país, había caído estrepitosamente, llevándose varias vidas.

Sin embargo, esto, aunque pequeño, era extraño para Diane y Abby; el casco era aún más peligroso porque era desconocido del todo. Podía esperarse algo de seres que vestían estrafalarios y actuaban como tal.

Ya estando en la estancia, con el casco en el centro de esta, encima de una mesita con papeles, facturas y otras cosas, Diane y Abby veían con nervios aquella cosa.

Un casco dorado, con una especie de llave en la parte derecha, similar a la de las mangueras, con dos orificios, cubiertos con una media esfera de cristal, y una especie de agarradera en la parte superior.

Este casco podría venir de cualquier lugar, inclusive aquel aterrador fin del universo... la intriga era enorme... y esa noche lo iban a resolver.

III

Tras la llegada de Abby a la casa de Diane, ambas vieron el casco con cierto miedo y curiosidad; más curiosidad por parte de Diane y Abby con miedo.

- ¿Qué haremos ahora? – Preguntaba Abby con un tembleque en la voz.

- ¿Acaso crees que yo lo sé? – Dijo Diane acercándose al casco mientras miraba a Abby.

-No, pero tu has tenido el casco más tiempo que yo; ni siquiera había notado esas llaves de maguera que tiene.

-Y aun así y con todo el tiempo que ha pisado mi mesa, no he conocido nada acerca de esta cosa.

- ¿Crees que sea peligroso acercarse al casco? ¿Crees que estamos en peligro? ¿Crees que moriremos? – Dijo Abby entre jadeos constantes – yo no quiero morir, no, no, no ¡No!

-Tranquila Abby – Dijo Diane en un tono más relajado, y levantando su mano izquierda para indicarle a Abby que respirase profundamente – Hemos tenido este casco, yo por más tiempo, y puedo asegurarte que nadie aquí ha sufrido nada. Yo simplemente tengo intriga tras intriga, día tras día, hora tras hora. No me puedo sacar de la cabeza pensar que esto es de una bruja ¡Una bruja de verdad! Y no moriré o dormiré en paz hasta descubrir que es.

- ¿No crees que eso te pueda matar?

-Dije que no moriré o dormiré en paz hasta descubrir que es.

-Entiendo, pero no puedes subestimarlo ¿Sabes?

-Abby, he subestimado demasiadas cosas en mi vida – Dijo Diane mientras tomaba el casco y estaba a punto de ponérselo, como una forma de burla - ¿Qué tanto mal podría hacer subestimar otra cosa?

- ¿Qué demonios haces? ¡No te pongas esa cosa! – Gritó Abby mientras se acercaba a Diane.

-Tenemos que terminar con esto rápido. Lo más seguro es que era solo un casco para protegerla contra la enmascarada pelirroja – Dijo Diane mientras metía su cabeza al casco.

Mientras esto ocurría, unos susurros empezaron a sonar, en la profundidad del casco. Eran susurros de lenguas muertas venidas desde incontables generaciones, de eso no había duda. No era normal la presencia de ello, aun así, siguió con el casco a medio entrar a su cabeza. Los susurros seguían allí; era como experimentar lo que un esquizofrénico escucha diariamente.

De repente una melodía, tocada por lo que parecía ser objetos metálicos empezó a sonar. Esto detuvo completamente la entrada de la cabeza de Diane al casco; la melodía se detuvo.

Empezó a sudar profusamente y se lo retiró tan rápido como la melodía volvía a comenzar. Abby vio como Diane se notaba nerviosa, sudorosa y asustada.

El pavor recorrió el cuerpo de la pobre orientadora y sus ojos ennegrecidos por el miedo se dilataron por el extraño evento.

-Diane – Dijo Abby - ¿Qué te sucede?

-Abby – Dijo Diane con un fingido tono de tranquilidad – Este casco es solo una farsa. No es más que un adorno de mesa. Puedes estar tranquila.

- ¿Esperas que crea eso?

-No, solo espero que no volvamos a tocar este tema. Es inútil y este casco es solo eso; un casco.

-Está bien – Dijo Abby mientras se acercaba a la puerta de la habitación - ¿Quieres que me quede?

- ¿Puedes quedarte?

-De hecho, iba a hacer algo importante, pero si quieres...

-No no – Dijo Diane mientras dejaba el casco en la mesa y lo veía con misterio y horror – De hecho, necesito dromir, digo dormir un poco.

-Se nota – Dijo burlándose Abby; Diane se rio con ella – Nos vemos mañana ¿Me abres?

Tras lo ocurrido, Diane le abrió a Abby y ella salió del departamento. Diane cerró rápidamente el departamento, con un aire desesperado, y empezó a jadear, como si se hubiera quedado sin aire.

***

A la mañana siguiente Diane fue al trabajo, siendo lo que tenía que ser, una penosa descripción de lo que en un día puede convertirse alguno de sus alumnos; pobrecillos los estudiantes, viviendo la fantasía de viejos talentos a un mundo lleno de palancas.

Aun y con todo ello, el sistema educativo sigue enseñándoles cosas que, a la sociedad, a sus seres íntimos y ni a ellos les importa; ¿Qué son? ¿Cómo se sienten? ¿Qué les gusta? ¿A qué se quieren dedicar?; preguntas inservibles, sin ningún motivo más que hacerlos vivir en la panacea ficticia que es la sociedad de sus padres.

De todas formas, enseñarles a pagar impuestos, como tratar con la gente, hacer tramites y vivir solos hasta la muerte o con alguien que te hará sentirte peor contigo mismo, cosas que son más necesarias de aprender antes de sufrir la verdad, "no vienen en el programa".

Ese día estuvo con sus alumnos; algunos jugaban baraja española, otros se golpeaban con botellas de plástico y unos cuantos hablaban de cuantas personas habían besado o si debían salir con ciertas personas.

La nauseabunda mezcolanza de cosas hizo que Diane se marease un poco, no obstante, debía seguir con el aburrido sistema educativo; tan lleno de cosas inútiles como falto de enseñanzas necesarias.

Ni siquiera los alumnos le hacían caso, inclusive aquellos que se las gastaban de aplicados; aquellos que pagaban sus calificaciones como los cerdos capitalistas que eran; inclusive esas personas que podrían contar historias como esta.

Eran personas inconscientes; eso, en parte, era algo bueno. La consciencia era el miedo a la sociedad. Diane, por su parte, no tenía miedo a ser ella misma, no le aterraba desatarse y mandar todo a la mierda, pero la consciencia, ese apabullante nerviosismo a como la sociedad la vería estropeaba todo intento de hacer cualquier cosa.

Sabía que no podía dejarlo todo, que la sociedad estaba al borde de la locura y era una voraz bestia de millones de cabezas enfermizas y moralinas; entre ellas, Diane.

Ultimadamente, ella tendría que desistir, sacar sus frustraciones y sueños muertos para corroer a alguien; por pequeño o poderoso que fuese, lo tendría que hacer; como todo ser humano.

Sin embargo, no podía en ese momento, tampoco mañana; algún día sería.

Mientras su cabeza, metida en varios pensamientos, y escribiendo cosas en el pizarrón, la clase había llegado a su fin, y todos sus alumnos le tomaron foto a lo que para ella fue el esquema más difícil de escribir hasta aquel momento; tanto trabajo para nada; insignificante como su trabajo.

Tan rápido como terminó la clase, todos los alumnos se levantaron y la directora entraba a su salón. Dio el aviso de que el día lunes se suspendían las clases (era viernes), y Diane sabía que significaba eso; día sin paga.

Trató de ocultar su furia interna, mientras aceptaba que no recibiría un centavo por un día de obligado descanso; "Que mierda" decía ella susurrando.

La directora llegó a escuchar algo proveniente de Diane; volteó a verla. Ella tenía esa sonrisa que parece tan perfecta como para ser sincera, mas convencía a los más ilusos. Esa sonrisa era común en ella. Solo pocos alumnos notaban que no era realmente de corazón si no mas bien, parte del uniforme de trabajo; era como "ponerse la camiseta".

Tras que todos sus alumnos se fueran, y la directora terminase de hablar con ella de asuntos menos importantes que su existencia, las clases siguieron; la hora de salida llegó y con ello se largó tan rápido como pudo de allí.

Mientras pasaba con su auto viejo por las calles hacia su departamento, empezó a fallar, deteniéndose de poco a poco hasta dejar de funcionar. El humo salió estrepitosamente del carro y en ese momento, la batería había muerto.

Con ese modelo era difícil conseguir las autopartes, y tan rápido como se dio cuenta de que el auto se fue a un mejor lugar, intento calmarse, diciendo "chiuuu" mientras respiraba lentamente; continuó con estrellar su cabeza contra el claxon y a gritar con odio hacia todo.

Sacó sus papeles de aquella maquina inútil que en otros tiempos fue su carrosa hacia el circulo de la infamia llamada escuela. Había sido su compra más complicada y perseverante de las que había hecho hacia ese entonces; ahora perecía sin aliento atrás de ella.

Para colmo había empezado a llover y sus papeles estaban mojándose. Corrió tras sentir las primeras gotas del cielo y llegó consecutivamente hacia el edificio. Se dio cuenta que no tenía las llaves en su saco o en el pantalón; estaban en el carro; volvió hacia el carro, con los papeles en los brazos porque no había lugar seco para dejarlos y tan pronto como tuvo las llaves, retornó a el condominio.

Entró, con el cabello mojado, el saco empapado y los papeles secos; por fortuna. Subió rápidamente los escalones, con las zapatillas mojadas; estuvo a punto de caerse varias veces; llegó a su habitación y mientras sus manos temblaban, las llaves se le cayeron y vio que, en el marco de la puerta, en el suelo, diversos sobres de deudas adornaban su linda llegada; las vio detenidamente mientras intentaba abrir la puerta con temblorosas manos.

Abrió la puerta, con las deudas en las manos y un rostro que expresaba desesperación al saber que no podría pagar todos esos pendientes.

Encendió las luces en su apartamento, dejó las deudas en la mesita a lado de la puerta y se acercó con un paso sin vida hacia su estancia, llena de muebles con libros ese casco como adorno de mesa y con frutas en la pequeña cocina; un ambiente pequeño pero agradable. Corrió hacia la estantería de libros aledaña a su ventana y tiró uno por uno, con vehemencia llena de desprecio, lanzó unos cuantos, hacia la cocina, rompió otros y algunos los lanzó hacia la ventana.

Lagrimas salieron a raudales y rompió en llanto. Pero no era por tristeza, si no por desesperación. Corrió hacia el baño y se limpió el rostro con agua, lleno de lágrimas y ahora difuminado con las gotas del agua. Intentó hacer esa sonrisa falsa, la sonrisa de la profesora, llena de perfección y sumisión. No obstante, ya no podía, sus ojos rojos por la tristeza y la furia no podía hacerla fácil de imitar; salió del baño, con el rostro empapado.

Inmediatamente, apagó las luces, se sentó en la puerta, y la luz de la calle transitada, los locales de comida de 24 horas y el pálido cielo cada vez más oscuro iluminaron su rostro lleno de preguntas.

Se había quitado el saco, se remangó la camisa y sostuvo su cabeza en su mano izquierda, mientras veía aquella cosa. Aquel casco.

No podía quitarse las dudas que tenía en su cabeza. Eran demasiadas y eran como una sucesión rápida de eventos, tan veloces que le produjeron mareos y jaqueca.

Sin embargo, la muestra de que ese casco no era normal se mostraba evidentes. Sobre todo, por los susurros y la melodía. Si tuviera que comparar la canción, era similar a la producida por los trípodes de los marcianos de La guerra de los mundos.

Diane seguía agotada, los zapatos estaban desgastados, todo se veía demacrado y la única salida a esa agonía monótona era el casco.

Por fuera se notaba tranquila, relajada e inclusive con una calidez en su mirada y sonrisa, pero la sonrisa de la maestra no era más que una forma de ocultar su arrepentimiento por ser orientadora; lidiar con alumnos irreverentes y algunos inútiles era una inyección letal a su paciencia y goce.

Ahora solo quedaba ella, el casco o las aburridas tareas de siempre. Quizá lo mejor era seguir con la vida aburrida de siempre; no era malo quedarse en la rutina si la salida se tornaba peligrosa, sin embargo, lo único peligroso y más bien de azar es que es desconocida la salida.

Se quitó los lentes, dejando expuestos sus cansados ojos avellana, viendo detenidamente aquel hallazgo de una sociedad que no conocía, se levantó, determinante y sin miedo a esperar la muerte, o quizá algo peor, de esa cosa.

Sentándose en el sillón pequeño de su apartamento, su lugar preferido, con un porte de líder, tomó el casco, que estaba cercano al sillón, aledaño a la ventana, y empezó a colocarlo lentamente encima de su cabeza.

-Tu, cosa extraña, espero que no seas decepcionante y me diviertas un poco.

Dejó caer el casco, este entró completamente y los sonidos de una válvula de gas cerrándose empezaron a retumbar en el exterior.

Tras ello, Diane tomó los extremos de su sillón, donde colocaba los brazos, con suma fuerza, enterrando las uñas y remarcándole las venas de las manos y del cuello. Era como si quisiera gritar o estuviera sufriendo un dolor indescriptible; más ningún alarido se produjo.

Rápidamente esto cesó y Diane se quedó estática en el sofá. Ni siquiera su pecho se inflaba por el pasar del aire a sus pulmones o el latir de su corazón. Nada...

IV

(martes)

- ¡Diane! – Mientras toques abruptos y violentos sonaban, la voz de Abby iniciaba, histéricamente, a preguntar por su amiga - ¡¿Estás bien?! ¡Abre de una vez!

No recibió respuesta, entonces intentó abrir la puerta; para su sorpresa no había sido cerrada con llave. Esto asustó más a la nerviosa Abby. Ese día Diane no había ido a trabajar, sus alumnos la pasaron exquisitamente sin que ella estuviese, su jefe estaba "preocupada" por su fuente de ingresos y Abby le había llamado varias veces. Ninguna respuesta había sido dada.

Abby estaba en el apartamento, vio el saco de Diane en el piso, y frente a ella, un cuerpo que parecía una estatua, con ese horrendo casco como cabeza.

Esto dejó sin palabras a Abby, ella estaba a punto de caerse y sus nervios casi causan un grito ensordecedor. Menos mal se cubrió la boca y solo miró horrorizada a Diane. Se acercó lentamente hacia ella, con miedo y tristeza por lo peor que pudo haber sucedido.

Ya estando cerca de ella, prácticamente nada de centímetros, empezó a agitarla rápidamente de su hombro. Era como si maniobrara un trozo de carne congelada, fría y sin vida.

- ¡Diane! ¡Diane! ¡¿Por qué me haces esto?! ¡Dianeeee!

Como si hubiera estado en coma, y como si fuera una ejecución de silla eléctrica, Diane se estremeció fuertemente, sacó el pecho levantándose, sus manos volvieron a enterrar sus dedos en el sillón, las venas se le remarcaron y tan rápido como esto pasaba, Abby le retiró el casco a Diane.

Cuando esto pasó, Diane bajó la cabeza, respirando rápidamente y con las manos temblando.

-Diane – Dijo Abby mientras tenía el caso en sus manos, rápidamente lo dejó en la mesa del centro - ¿Estas bien?

-Si... – Diane dijo con los ojos decaídos, levantándose lentamente, con pasos tranquilos hacia el baño, mientras no podía controlar su cuerpo. Estuvo a punto de caerse, pero logró sostenerse de una pared y entró precipitadamente hacia el baño. Abrió la puerta y la azotó.

Precipitadamente llevó su rostro al lavamanos y empezó a vomitar; sus piernas temblaron como las cuerdas de una guitarra.

Después de haber vomitado, levantó su rostro. Sus ojos, entre sus oscuros cabellos, se tornaban aún más perturbados que de costumbre.

-Diane – Abby preguntó mientras se acercaba hacia el baño. Allí tocó la puerta y preguntó - ¿Qué pasó?

Diane abrió la llave del lavamanos y se lanzó agua a la cara. Manchó el espejo y se restregó el agua en el rostro. Sus manos empezaron a contorsionarse y a temblar mientras cubría sus ojos.

Entonces golpeó el lavamanos y empezó a bufar. Vio el espejo y con sus manos empezó a jugar con su rostro, abriendo sus parpados, extendiendo sus labios y rasguñando sus mejillas; se sacó un poco de sangre mientras los nervios la carcomían.

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