- CAPITULO VI -PASTIZAL AZULADO (PARTE 1)
I
- ¡Estaba harta de mi vida! ¡Era un asco inmundo! – Gritaba Diane para responderle a un hombre calvo con bata - ¿Sabes cuantos putos años estudie en la universidad? ¡Cuatro jodidos años! ¿Para qué? Para que tuviera que ganar siquiera un salario decente dos años después ¡Dos putos años después! Por el amor de dios ¡¿Qué desperdicio más grande le di a mi tiempo?!
- ¿Por qué piensas que fue un desperdicio todo tu trabajo? – Preguntó el terapeuta.
-No lo sé – Dijo Diane tomando su cabello, con algunos rayos decolorados – Solo... no me siento... viva... mi vida fue un fracaso. Debía de escoger la vida más intensa, no la más longeva.
-¿Por qué piensas eso? – Preguntó el terapeuta.
-En mi vida en la universidad, vi a un filósofo que decía "Así como el sabio no escoge los alimentos más abundantes, si no los más sabrosos, tampoco ambiciona la vida más longeva, sino la más intensa"
-¿Epicuro? – Preguntó el terapeuta.
-Si – Dijo Diane mientras ponía sus manos en su rostro y empezaba a lagrimear, desesperada – Y le he fallado.
-No creas eso Diane – Ya no era la voz del terapeuta, si no una voz más familiar, cosa que hizo que Diane levantase la mirada.
- ¿Qué? – Dijo Diane al ver a una chica con bufanda morada y cabello recogido –¿Abby?
-Tranquila – Dijo Abby – Solo necesitas despertar.
- ¿Despertar? – Diane se dio cuenta que su ropa era su traje azul y su cabello era castaño oscuro como siempre.
De la nada, la habitación empezó a arder en llamas y Abby fue cubierta por el fuego. Diane corrió desesperada hacia ella, pero al momento de tocarla, las llamas empezaron a cubrirla por completo.
Diane empezó a sentir como su corazón palpitaba descomunalmente mientras su piel se carbonizaba de forma veloz.
Con su cuerpo y el cuarto ardiendo, trató de correr hacia alguna puerta, sin éxito; era un cuarto de cuatro paredes sin salida. Diane no tuvo otro recurso que gritar...
***
-Diane – Una voz con eco empezó a gritar – Diane ¡Diane!
El interior de la tortuga parecía ser un pequeño quirófano, en el cual Diane estaba descansando en una cama metálica.
-Diane – Dijo Abby al ver que Diane había despertado - ¡Ay gracias a dios! Pensé que te habíamos perdido.
-¿Q-qu-qué fue lo que me pasó? – Dijo Diane débilmente.
-Te desmayaste – Dijo Pecci con guantes de plástico – No sabíamos si te recuperaríamos o no. Me aterra siquiera pensar en que algo pudo haberte ocurrido a ti y a la jeringa.
-Es lo único que te importa ¿No? – Dijo Diane.
-Si eso fuera cierto, no estarías aquí – Dijo Pecci – Solo descansa, fue un largo día tanto para ti como para Abby.
Diane se encontraba en la improvisada cama de hospital, con su ropa intacta, pero con la piel rojiza, con llagas, algunas partes carbonizadas y con partes sin cabello en su rostro. Sus ojos, sus labios, incluyendo una pequeña marca o sarpullido, seguían iguales.
Abby veía con algo de tristeza a Diane por cómo se veía, pero sin dudas era mejor que su apariencia después de salir del almacén en llamas.
Después de la explosión y de ver a Diane con la jeringa, Abby tomó de los brazos a Diane y arrastró su cuerpo por la calle, hasta llegar al pasto, donde Diane pudo reposar, inconsciente. Abby, horrorizada, vio el cuerpo de Diane, con la ropa destruida, girones en otras palabras, con la piel quemada, cabello caído, ampollas en la piel, los ojos y su cuerpo, además, desprendía un hedor desagradable.
En el momento que Pecci volvió, porque Diane había presionado el botón de ayuda, Pecci y Abby subieron a la moribunda Diane en la tortuga. Al entrar, Pecci había llevado consigo varios materiales de enfermería y también algo de ropa nueva y comida, por si algo malo hubiera ocurrido; y sus predicciones fueron exactas.
Diane reposó en la cama mientras su ropa y su piel, por algún motivo que ni siquiera Pecci pudo entender, se regeneraron rápidamente; mucho más veloz que de costumbre.
Al momento de que eso ocurría, el corazón de Diane empezó a palpitar fuertemente, teniendo espasmos. Pecci y Abby empezaron a preocuparse ya que ningún calmante o medicamento podía hacer un efecto inhibidor. La espuma salía de la boca de Diane y Abby, asustada y llorando, trató de hacerla volver a despertar. Tuvo éxito y ahí fue donde Diane empezó a enojarse con Pecci.
-Entonces – Dijo Diane - ¿Qué ocurrió con la jeringa?
-Está bien – Dijo Pecci, retirándose los guantes de látex con la jeringa que ocupó para inocular un calmante a Diane – Ahora lo que importa es una cosa.
- ¿Qué cosa?
-El casco ¿Lo usaste?
-Si – Contestó Diane, viendo que su mano dejó de estar carbonizada y ahora era como siempre - ¿Pasa algo malo?
- ¿Quieres que te lo diga o prefieres no saberlo? – Dijo Pecci con un tono melodramático.
- ¿Hay algo malo con que lo use?
-No exactamente. En realidad, su uso puede llevarte a mejorar muchas cosas, como tu regeneración, tus reflejos y también tus sentidos.
- ¿Y....?
-El problema es que funciona exactamente igual que una droga, hasta cierto punto. Quizá no tengas pérdida de memoria, o algún efecto de las drogas que tu conozcas. Sin embargo, quiero que mires esto.
Pecci sacó de la nada, una pequeña pizarra con una radiografía de extrañas fibras en un cuerpo femenino.
-¿Sabes que nuestro sistema nervioso se compone de dos partes, y cada una de esas partes, se divide en dos, verdad?
-Si – Contestó Diane.
-Pues bien – Dijo Pecci – En el momento que tu usaste el casco, el sistema nervioso central se vio desactivado, ya que el casco había remplazado el lugar del sistema nervioso central, es decir, que tu sistema nervioso sensorial de tu cuerpo no obtenía información de ninguna forma, y tu sistema nervioso motriz enviaba la información hacia el casco, que te tenía en un estado extraño de coma. Quizá por eso sientas un dolor en tu cuello y en tu cabeza.
-Ahora que lo menciona... – Dijo Diane acariciando su nuca por un punzante dolor allí.
-Los dolores se presentan normalmente en el lóbulo occipital – Dijo Pecci – Sería preocupante si tus otros lóbulos se vieran dañados.
Pecci sacó otra radiografía, igual del sistema nervioso.
-En cuanto a lo demás, tu sistema nervioso autónomo ya no ayudaba a secretar ciertas sustancias en tu organismo - Dijo Pecci – En el sistema somántico y sus divisiones, estuvieron en constante excitación; era como si el sistema parasimpático hubiera disminuido su actuar o solo existiera el simpático. No hubo registro de noradrenalina y tampoco de acetilcolina. Esto no me explica cómo es que te desmayaste al salir del almacén. Tal vez el casco se desactivó y pudo reactivar tu sistema nervioso central. El proceso debió ser complejo para el casco, a tal grado de no concretarlo totalmente y puede que eso llegara a provocar que no recordaras nada de lo que pasó en el universo al que viajamos.
- ¿Pero eso no significa que hubiera muerto? – Dijo Diane.
-De hecho, no – Dijo Pecci – Puede que para nuestra ciencia los nervios desconectados sean nervios perdidos. Para fortuna tuya, la tecnología Mechathra puede reconectar los nervios y seguirán intactos. Es casi como si no los hubieras perdido. Aunque...
- ¿Qué cosa, Pecci? – Preguntó nerviosa Diane.
-El hecho de que ciertas glándulas no fueran activadas hizo que tuvieras problemas en tu cuerpo – Dijo Pecci – No son cosas tan graves, o al menos la mayoría no lo son. Quizá menos secreciones del páncreas (evita comer azúcar o algún tipo de comida), un poco de afecciones en los ovarios, pero nada grave. Lo único, pienso yo, que debería preocuparte, es que tu corazón tiene un pequeño daño, causado por intentar forzar los latidos y necesitar sangre.
- ¿Qué? – Preguntó nerviosa Diane.
-Si – Dijo Pecci – Su corazón necesitaba sangre y aspiraba con mucha fuerza para tener más. No obstante, eso no lo sentiste porque tu cerebro y espina dorsal habían sido desactivados.
Diane no podía explicar el porqué de lo ocurrido y Pecci no ayudaba con su explicación. Aun y con ello, Diane se sentía bien y Abby, lo mismo.
Nerviosas las dos, decidieron esperar un día a que Diane se recuperase. Por lo mientras, Pecci sacó un póker, y con Abby, Diane las acompañó a jugar cartas durante su reposo y rehabilitación.
II
Pasó el día entero, en el mismo universo en el que habían caído. Para su fortuna, la tortuga descansó plácidamente en la alcantarilla de Ecatepec, sin riesgo de sufrir daño alguno; a excepción de una pierna amputada y los restos de una niña descuartizada; fuera de ello, todo se mostró amable para la tortuguita.
-JAJAJA YO GANÉ – gritó Abby.
-No es justo – Decía Diane – Tus cartas tenían un emperador.
-La vida no es justa primor – Decía Abby riendo mientras las cartas de los juegos se juntaban y re barajeaban para regresar a la caja del póker.
-Creo que ya estás mejor – Dijo Pecci – Ya podemos retirarnos.
-Espera – Dijo Diane – Necesito saber algunas cosas.
-¿Algunas cosas? – Preguntó Pecci
-Si – Dijo Diane – Todo esto tiene que ver con algunas cosas que vi en este pequeño viaje que tomamos en este universo.
-De acuerdo – Dijo Pecci sentándose en su sillón de la tortuga.
-Está bien – Diane empezó a contarle a Pecci – En el tiempo que pasamos en el universo que encontramos la jeringa de mercurio, me encontré con una persona, un individuo, no sé si sea humano o sea una criatura con forma humana... como sea. Era muy parecido a un ser que igual es de nuestro universo; viste con el mismo extraño hibrido entre armadura y ropa de látex.
-¿Te refieres al hombre de la armadura? – Preguntó Pecci.
Diane se sorprendió al escuchar esas palabras; el hombre de la armadura, exactamente lo que Santiago dijo, lo que Lucas tuvo como "angel guardian". Ese extraño ser tenía ese nombre, que quizá era más que un hombre y mucho menos que una armadura. Era rápido, se desvanecía con el pasar de su destello rojo azulado. Diane recuerda que la criatura que igual habita en su universo se rige bajo el mismo comportamiento; veloz y ágil.
-Si – Dijo Diane - ¿Por qué hay seres así también en este universo?
-En todos los universos hay cosas idénticas – Contestó Pecci.
-Lo sé – Dijo Diane – Pero en los universos que hemos visitado no ha habido ni siquiera rastros de algo genuinamente extraño; tal vez el hecho de tener un duelo de cartas con un duende y ser arañas comportándose como humanas no es cosa de todos los días. Aun y con ello, no me explico que algo tan idéntico pero tan diferente se nos presente así, de la nada.
-Diane – Dijo Pecci – Es normal encontrar cosas similares en universos al azar ¿Qué te hace pensar que en el siguiente universo que visitemos no haya una Diane o una Abby que hacen cosas que ustedes jamás pensaron que podrían hacer? No quiere decir que haya conexiones tan mágicamente relacionadas como lo piensas; es algo que se podría decir como "gaje del oficio" del basto plano material de las cosas. Eso es todo y nada más.
-Si... pero...
-¿Comprendes lo que digo?
-Si...
-Espera Pecci – Dijo Abby - ¿Quieres decir que nos podemos encontrar a nosotras mismas en otro universo? ¿Eso no tiene ningún tipo de afectaciones?
-Depende que tipo de personas se encuentren entre sí.
- ¿Qué?
-Sí, depende de las personas – Dijo Pecci suspirando.
- ¿Cómo?
- ¿"Como" qué?
- ¿Cómo es eso que depende...?
-Trata de completar tus preguntas, Abby.
-Si pero...
- ¿Me entiendes?
-Si... - Dijo Abby suspirando.
-De acuerdo – Dijo Pecci – Ahora si pregúntame.
- ¿Cómo es eso que depende de las personas?
-Oh, cierto – Pecci se levantó de su sillón y, con la pizarra en la que le mostró a Diane su radiografía y su electroencefalograma, empezó a mostrarles un pequeño diagrama donde había dos letras (S1 y S2).
-Bien – Dijo Pecci – Si el S1 se encuentra con el S2, al ser ambos el mismo individuo, pueden causar dos cosas; una de ellas es una conmoción enorme que puede causar un desmayo; la otra sería una reacción amorosa, cosa que solo se genera entre personas que son egocéntricas. Por más estúpido que suene esto, ha ocurrido demasiadas veces, por ende, no es recomendable siquiera imaginar en encontrarse consigo mismo en otro lugar.
- ¿Acaso no existen las variantes, como en las películas de superhéroes?
-De hecho, sí, pero allí no ocurre nada; su cuerpo y rostro es demasiado distinto; la vida y experiencias son las que no cambian para nada.
-¿Y como sabremos que somos nosotras?
-Jamás lo sabrán; esa es la ventaja, o más bien, la conveniencia.
-Entonces...
-No ocurrirá nada, Abby.
Pecci dejó de dar explicaciones; Diane y Abby dejaron de pedirlas.
-Bien – Dijo Pecci – Es momento de que nos retiremos a nuestro próximo destino. Dejen codifico el Cryptex y por lo mientras, pónganse cómodas.
-De acuerdo – Dijo Abby.
Diane no dijo nada y simplemente se sentó en su sillón, abrochándose su cinturón, no sin antes tomar su arma, con las sustancias colocadas y el casco, en tamaño de llavero, oculto en el bolsillo de Abby.
Cuando Pecci se sentó y les pidió mover la palanca con ella, simplemente se dejaron llevar.
El viaje iba a ser algo largo, ya que, tanto el viaje en el tiempo que dieron, como el uso de la tortuga lo requería.
Abby y Pecci empezaron a platicar tranquilamente, mientras Diane divagaba por su mente pacíficamente. Pensaba y pensaba sin margen de error; las decisiones que pudieron cambiar su vida y su manera de ver las cosas; las tantas aventuras que pudo tomar, pero no pudo por su cobardía; los diversos errores que cometió por su poco conocimiento de las cosas.
El pensar en todo esto le causó un bostezo a Diane, quien en rápidamente se durmió durante el viaje.
***
Diane sintió como su sueño se hacía cada vez más lejano y menos denso, como las voces en lo que parecía ser una habitación hablaban más y más, celebrando cosas sin sentido; Fue cuando Diane escuchó un alarido de proporciones bíblicas, emocional y completamente triunfal por parte de lo que parecían ser egresados.
Diane notó que había algo similar en aquel lugar; las personas en la multitud; todos padres. También en los egresados; todos ellos tenían un rostro nostálgico para Diane.
Lo que supo era que algo no andaba bien, sensación que no había sentido en mucho tiempo. Su estomago se retorcía tan grotescamente, su pecho se sentía pesado y su garganta parecía adosarse.
Cuando todos los alumnos recibieron su titulo y sus reconocimientos, notó que había alguien muy peculiar dando el discurso; el alumno destacado, Maxwell Paulson.
Ella recuerda a un Paulson; que nombre tan raro. Era un sujeto demasiado problemático; llegó a robar más de dos mil dólares en mercancía de la cafetería y estuvo en la correccional por tener sexo con el perro del director.
Al momento de verlo en el estrado, al susodicho Paulson, se dio cuenta de que no era alguien con un nombre similar; era el mismo Paulson que ella recuerda, pelirrojo, con ese rostro desencajado y con esa mirada de poca esperanza que siempre lo caracterizó.
En la mesa de atrás del estrado, había muchos tutores y diversos catedráticos que Diane recuerda. Inclusive algunos de ellos ya habían muerto.
Cuando terminó el discurso de Paulson, Diane vio a todos los estudiantes, quienes pasaban para recibir sus papeles,
-¿Pero eso no había pasado ya? – Se preguntó Diane.
-Shh – Dijo una voz a su lado; era el padre de su viejo amigo Frank; era algo turbio, ya que la madre de Frank había muerto de un paro al corazón al día siguiente de la graduación.
Prestando atención a un evento que volvió a repetirse, notó a los estudiantes; obviamente, no estaba ella.
Ese día fue su primera lección de manejo, cosa que a su padre no le importo hacerla ese día; "Podrás recoger tus papeles en otra ocasión" decía su padre.
Sin embargo, la situación era diferente que en aquel momento; si bien había faltado ese día, y uno de sus amigos le mostró el video, causándole melancolía, ahora le producía un sentimiento distinto.
No era la misma emoción que tuvo, tristeza profunda; no, en realidad era cualquier cosa, lo sentía como si fuera un día más.
Quizá tuvo que experimentar conseguir un trabajo después de graduarse. Muchas veces, quienes tienen una buena posición olvidan en el vacío que se encontraban y postulaban la más descarada y vomitiva utopía del trabajo. Es fácil para alguien de arriba, con buena vida y supuesta buena enseñanza decir que es como pan comido conseguir un empleo, y uno bueno; era la farsa más horrida en la que pudo caer ella, así como muchos estudiantes de años pasados y los que le siguieron.
Ahora no veía al estrado, a los estudiantes, a los padres y familiares, a los lugares, al auditorio, y a todo el entorno con cariño y amor, con nostalgia y tristeza, con añoranza de momentos pasajeros; parecía ser una masacre a su corazón, y lo último que quedó fue una nuez en forma de casco metálico; su vida había cambiado a algo cósmico, lejano a las banalidades de insípidos imitadores de rutinas infructíferas. Había vivido "el mito de Sísifo" durante muchos años y no se sentía realizada de su "vocación". En esos últimos viajes sentía que algo especial emergía de ella.
Todos esos años de preparación... tirados a la basura...
No en valde, fueron recompensados por una aventura que solamente se viviría una vida. El viaje a parajes místicos, cósmicos, fantásticos jamás antes presenciados por cualquier humano.
Y no eran objeto de la naturaleza o de la creación humana; eran tan reales como la naturaleza misma; no eran producidos por la creatividad y el mundo que el humano ha generado; eran genuinas manifestaciones de la simple existencia; esto contradecía a todos los principios epistemológicos que cualquier conocedor pudiera usar como argumento para justificar su existencia.
Los portales a otras aventuras fueron abiertos para ella, y para alguien más, quien le devolvió la vitalidad y le enseño a amar a alguien que no fuese de su familia o en el sentido de pareja; a su mejor amiga, Abigail.
-Ahora te veo, postrado en las manos de mi competencia, la señora Wilkerson, y siento que jamás te necesité; siempre fuiste mi más grande anhelo, y ahora te repudio más que a todas las cosas horribles que me han pasado; me costaste noches de insomnio y estrés hasta el hartazgo; todo, ¿para qué?¿Para las más paupérrimas y humillantes condiciones laborales?¿Para tener que mendigar por algo que nunca llegó? Fuiste el premio más infame y tramposo que pude obtener en toda mi vida. Ahora seré recompensada por lo mejor del mundo. Por lo más fantástico del universo; conocer más allá de lo que nadie, ningún astrónomo, ningún ser cósmico, nadie ni nada podría llegar a siquiera manifestar en su mente.
***
-¿Quién es la idiota ahora? – Dijo Diane de forma espontánea.
Pecci y Abby voltearon a verla confundidas.
-Estás bien Diane ¿No? – Preguntó Pecci.
-Seguramente tu sueño fue una estupidez, como siempre – Dijo Abby riendo y golpeando con el codo a Diane.
-Si jejeje... – Dijo Diane.
-Bien – Dijo Pecci – Estamos por llegar. Sin embargo, antes de entrar, necesitan usar esto.
Pecci les entregó a las dos unas gafas oscuras.
- ¿Qué es esto Pecci? – Preguntó Abby.
-En su momento lo sabrás – Dijo Pecci, sintiendo como la tortuga se detuvo.
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