No Existes
Viernes de nuevo. Ya se lo que me espera al llegar a casa.
Respiro profundo mientras cierro el ascensor y marco el último piso. Como cada día, me miro a los ojos en el espejo del pequeño recinto y suspiro. Vuelvo a preguntarme como cada día si alguna vez fue que planeamos hacernos todo el daño de una vez, o simplemente sucedió.
El amor te aprisiona, te libera, te hace feliz. En mi caso, es solo lo primero. Estoy condenado, gozando de una libertad condicional que no quiero utilizar, porque puedo irme cuando guste. Pero el amor no me deja, me condena a sufrir, me gusta sufrir a su lado.
Tal vez será que Lara y yo quemamos etapas antes de tiempo, ¿qué persona en sus cabales se va a convivir al mes de haberse conocido? Ninguna, sólo nosotros. Seis meses después teníamos los síntomas de un matrimonio desgastado, el amor había muerto, pero algo nos hacía permanecer bajo el mismo techo. Yo esperaba que alguno de los dos tomara la iniciativa y reconociera que la relación se había acabado, pero por algún extraño motivo aún permanecíamos juntos. El ascensor se detuvo.
No existes. No existes. No existes. No existes.
Abro la puerta con cautela, no quiero que me escuche llegar, odio su cara de fastidio al saber que se acabó su momento de soledad. Dictando una sentencia desafiante, veo la Polaroid sobre la silla. Cierro mis párpados y ruedo los ojos, mis esperanzas de que este viernes sea distinto se esfuman. Otro viernes de careteo, de cena con la infumable de su amiga y su pedante novio. Noche de banalidades y fotos para rellenar el Instagram, un brillante truco de apariencia para que el resto no sepa que nos odiamos en silencio, que su presencia es mi pesadilla.
No quiero escuchar sus reproches, por lo que me dirijo directo a nuestra habitación por ropa y me interno en la ducha. Luego de un baño, simplemente me siento en la mesa a esperar lo peor. La vajilla ya está lista, el olor de su comida vegana abre mi estómago, y no porque se me hace apetecible, sino porque vaticina otra noche más en la que me voy a cagar de hambre. Otra noche más que me tendré que levantar de madrugada, a cocinarme algo atiborrado de grasas saturadas para saciarme.
Como un extraño tic nervioso arrojo palabras, gestos contra la pared, maldigo a Lara por consentir tanto al novio de su amiga, el vegano en este asunto. Porque hace rato que ella no tiene un detalle así para mí, creo firmemente que es su manera de expresar su odio por mí. Suspiro de nuevo. La odio un poquito más.
No existes. No existes. No existes. No existes.
Lara solo sale de la cocina para atender el timbre. Me mira con indiferencia, abre la puerta y se transforma. Sonríe, comienza a hablarme con ternura, a acariciar mis hombros cada vez que pasa cerca de mí. Comienza el show de la apariencia.
Mastico con dificultad las verduras plásticas y atiborradas de aceite. De nuevo, toda una noche embalsamados en una falsa felicidad. Me extraña que Lara aún no se dé cuenta de las miraditas fugaces que me regala la parejita, la manera en que su amiga Vanesa desliza el tenedor fuera de su boca mientras mira mis labios. Hasta Cristian me seduce, fijando sus ojos en los míos. ¿Es que acaso pueden ser todos tan hipócritas?
Golpee las mismas caras una y otra vez en mis pensamientos, admiro mi capacidad para soportar la pelotudez humana. ¿Qué espero para explotar? No lo sé. Temí por mi cerebro aprisionado, algo me obliga a permanecer en esta zona de inconfort, envuelto en una trama vulgar. Quizás deba tomarme una revancha, aún tenemos cuentas que saldar, y por eso no me fui.
Entrada la medianoche, el show acaba hasta la próxima función de viernes. Lara los acompaña hasta la calle y vuelvo a suspirar en soledad, vuelve al cabo de un rato, su careta de felicidad se guarda hasta la próxima semana. Su despectiva indiferencia me lastima y me enfurece.
—Bien —felicita mi actuación cruzada de brazos—. Te compré una caja de patys, está en el freezer.
No dijo más, se internó en la habitación dispuesta a acostarse. Me sorprende su actitud considerada, jamás piensa en mí cuando planea el menú de las cenas de viernes. Sonrío de lado cuando ella se aleja de mi vista.
Le doy su espacio para ponerse la ropa de dormir, y espero mi turno de acostarme. Sí, a pesar de odiarnos en silencio seguimos compartido la cama, y abrazándonos dormidos.
Entro al dormitorio y ahí está Lara, de espaldas a mi lugar. Me quito la ropa y me meto a la cama con cautela, cuidando de no despertarla, pero cambio de opinión al instante. Deslizaré mi puño por su espalda desnuda, dando suaves golpecitos en sus vértebras. Y ahí está mi respuesta, al fin se aclaran mis ideas.
Amo y odio a Lara con la misma intensidad, en perfecto equilibrio. Por eso no me voy, porque aún guardo la esperanza de remontar aquello tan intenso que nos unió, que nos empujó a compartir nuestras vidas bajo el mismo techo. Y su indiferencia me duele, me tortura lentamente, me mata en vida. Por eso intento a diario hacerme a la idea de que todo acabó. Me rindo ante su indiferencia por mi extraño masaje, y me duermo repitiendo la misma frase, intentando auto convencerme.
No existes. No existes. No existes. No existes.
Abro mis ojos nuevamente, destellos contra la pared son los culpables de interrumpir mi sueño. Me doy vuelta para ver a Lara abandonar la habitación con su Polaroid en la mano. Me levanto de la cama preparándome mentalmente para otro sábado de asperezas, pero me sorprendo al escuchar cerrarse la puerta del departamento. Me alisto de entrecasa y mi sorpresa es mayúscula al ver las fotos sobre la mesa del comedor.
En una revisión ocular rápida, veo que en todas las tomas salgo yo, mirando el vacío, leyendo algún libro, y hasta preparando mis aperitivos de medianoche luego de las odiosas cenas de viernes. Pero una llama mi atención, la única que tiene algo escrito al pie de la foto. Es de recién, en ella salgo durmiendo de lado, y lo que reza me deja perplejo.
Si te odio tanto, es porque me duele amarte tanto.
Tomo mi celular y la llamo, y me sorprendo al escuchar su ringtone, proviene del pasillo. Abro la puerta y la veo sentada, con su espalda contra la pared. Llora, se sorbe los mocos pasando su palma por la nariz.
—¿Lara?
—Perdón por todo, si alguien estuvo mal en todo esto fui yo. Te amo tanto que llegue a odiarte, a creer que me engañabas con Vanesa, me obsesioné tanto que...
Deja de hablar, no sabe cómo excusar un año de indiferencia. Así que ese era el objetivo de las tediosas cenas, agarrarnos de infraganti, ver si alguno de los dos pisaba el palito. Vuelve a llorar con congojo, la tomo por sus muñecas y la obligo a ponerse de pie. Acomodo un mechón rebelde tras su oreja y la beso con ternura. Y la odio otro poquito más, por hacerme vivir un año de infierno basado en conjeturas.
—Ya era hora de que te dieras cuenta de que tu amiga me tira los perros, espero que te hayas hecho respetar.
—¿Que qué?
Y todo sucede muy rápido, Lara me da vuelta la cara de un cachetazo. Se puso fúrica en un santiamén, y no dije nada malo. Hago de cuenta que aquel golpe no existió y prosigo como si nada.
—No puedo creer que no te hayas dado cuenta cómo me miran tu amiguita y su novio. Tampoco puedo creer que te comas el cuento de que son pareja, ¿en serio no te diste cuenta? Cristian es gay, es todo una pantalla.
—No... Imposible, no puede ser... Vanesa es mi amiga, jamás pondría sus ojos en mi novio.
—Entonces empezá a elegir mejor a tus amistades.
Inmediatamente, tuve el placer y la desdicha de conocer a la verdadera Lara. La obsesiva, la celosa, la gobernadora de mis futuros días. Toma su celular y llama a Vanesa, la rubia acude luego de una hora a una tarde de café y galletitas caseras. Se va del departamento media hora después, envuelta en llantos, con varios mechones de pelo menos, y el pómulo granate adornado por finas líneas de sangre. Lara me mira luego de cerrar la puerta, se cruza de brazos y me regala una sonrisa de suficiencia.
Es un sábado distinto, un sábado en el cual no salimos de debajo de las sábanas, una tarde de pulso salvaje. Un sábado en el cual Lara marcó su territorio y me cambió las reglas del juego.
Y yo... La amo y la odio, nada cambia dentro de mí. A partir de ahora será lo mismo de siempre, pero prefiero que me expulse su veneno verbalmente para poder responderle a la altura. Al menos así no me fumo solo la angustia de estar inmerso por amor en una relación tóxica.
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Careteo: Aparentar algo que no es.
Pelotudez: Argentinismo para idiotez/estupidez. Derivado del insulto "pelotudo", también sinónimo de idiota/estúpido.
Paty: Marca argentina de medallones de carne para hamburguesas.
Tirar los perros: coquetear
Mención especial a JM_Roy, mi único héroe en todo este lío... 🤘
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