09: RUINA
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▃ ✦CAPÍTULO O9✦ ▃
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❝ You were a vision in the morning when the light came through. I know I've only felt religion when I've lied with you ❞
Aegon no puede tocarla sin arruinarla, entonces Aegon no la toca en absoluto.
Aquella mañana en el barco cuando Helaena despertó con sangre roja y oscura entre sus piernas, manchando todo a su paso (su inocencia, las sabanas, su piel) Aegon la limpió como pudo con trapos húmedos mientras ella decía profecías incompletas en su oído. Después la dejó sola y no volvió a tocarla. Ni siquiera la mano.
Han pasado lunas y sigue sin tocarla. Solo la mira.
Una vez llegó borracho, oliendo a perfumes ajenos y a alcohol. Se inclinó sobre ella y la miró con ojos llenos de dolor.
—Lo siento. —Las palabras le salieron entrecortadas y doloridas. —No me odies.
Helaena sigue sin entender qué quería decir, pero se ha resignado a ser ignorada. Viste sus vestidos negros y se hace trenzas elaboradas cada mañana como si fuera a la guerra. Se ha estirado y su cuerpo ha dejado de ser larguirucho. Es más parecida a su madre de lo justo y necesario, y a menudo tiene que ignorar no solo los ojos tristes de su querido Aegon sino también los de la Reina que la ven con tanta melancolía que le dan ganas de preguntar la razón.
Ella sabe.
En sus peores momentos los detesta a los dos.
— El color de la mariposa es azul — dice ella, mirando al pequeño insecto en sus manos. — Los pájaros rojos se las comen — añade y abre las manos para que la pequeña mariposa sea libre.
— ¿Por qué? —pregunta su adorado tío.
Aemond tan lógico y dedicado a todo se encuentra a su lado. Su cara ya no es tan redonda y ha perdido la suavidad que lo caracterizaba en años previos. A Helaena le duele verlo así: alto, altivo y serio. Todos sus tíos tienen un cachito de su corazón y verlos crecer, madurar, le hace sentir algo pútrido dentro de sus costillas, extendiéndose como veneno por todo su cuerpo.
Pues el destino de Helaena siempre es morir por lo que el mundo contiene: por lo que ha visto, por lo que ha oído. Muere por lo que ha vivido.
— Algunas cosas pasan así — responde ella, lento y suave—. No hay una razón específica.
El pasto se mece ligeramente con la brisa de la mañana, pero a ella no le importa. El vestido negro que porta ha quedado hecho un bulto alrededor de su cintura y la mariposa que anteriormente estaba en sus manos ha volado lejos de sus manos y más importante aún, lejos del peligro que representan los petirrojos que merodean en los árboles. Es un buen augurio, decide ella.
Sus ojos violetas se enfocan en su tío entonces.
A veces el pasado y el futuro se presionan demasiado dentro de su cabeza, hacen un revoltijo de todo lo que conoce y no dejan un espacio para el presente. No le gusta cuando eso pasa. No cuando el pacto de hielo y fuego es suyo en este nuevo mundo. Y adora a Aemond con una gran intensidad, pero a veces la invade el amargo recuerdo de lágrimas ajenas.
Con cuidado toma una de las manos de su tío entre las suyas. Traza las líneas de su palma con dedos firmes y el cabello plateado le cae a los lados de su cara como una cortina. Cuando queda satisfecha y vuelve a mirar a Aemond, él ya la está mirando con una pequeña sonrisa. Es una sonrisa tierna y dulce que curva los delgados labios de su tío hacia arriba.
Hay un parche en donde debería haber un ojo y Helaena desearía ver el hermoso zafiro qué hay debajo, pero sabe que si algún día lo llega a ver... todo se derrumbará. Es un sentimiento que se arrastra por su espalda, como una plaga en su piel. Así que ignora la forma en la que el ojo de Aemond sigue sus movimientos, la calidez de su toque cuando la ayuda a levantarse. Ignora todo aquello que no desea ver.
Sin darse cuenta, su brazo queda enrollado alrededor del de su tío.
Cuando ambos caminan por los jardines, Helaena también finge no ver a Aegon.
Él la observa desde la ventana en la torre con sus grandes ojos lavanda. Su espalda está encorvada y su rostro está fruncido.
El mundo es cruel y Helaena no se pertenece a sí misma del todo. Después de todo, no puedes morir y renacer igual. Vuelves, pero vuelves mal. Este es el precio que hay que pagar por la resurrección.
Siempre fue Jacaerys. Nunca fue Helaena: el nombre de Aegon siendo impronunciable, este gruñido en su garganta. Aquí, Jace y Helaena se difuminan. En este amor-odio que profesan y las lealtades confusas.
Besa la mejilla de Aemond y mira de reojo el rostro de Aegon. La luz muere, como es el orden de las cosas.
El sonrojo en el rostro de Aemond es un alivio.
El odio en la mirada de Aegon no lo es.
Ahí estás, piensa, mientras aprieta el antebrazo de Aemond. Ven por mí.
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En la noche Helaena lo espera pacientemente.
Se sienta en la cama y sonríe cuando ve la creciente sombra en el piso.
Sabe que debería estar asustada pues ha provocado algo que estaba mejor siendo ignorado.
En lugar de eso, ella siente algo completamente diferente.
La adrenalina se desliza por su sistema y aunque no puede verse a sí misma, sabe que sus mejillas se han coloreado de rojo. Su corazón late como loco dentro de su pecho con cada paso que Aegon da, puede oler el vino especiado en su aliento.
Aegon pega su pecho a la espalda de Helaena y un suspiro se le escapa a ella. La cara del platinado queda enterrada en su cuello, calentando la piel de Helaena con su aliento. Uno de los dedos de Aegon se cuela alrededor de los cordones de su camisón y los jala, intencionadamente atrayéndola más hacia él.
Su nariz roza su garganta, a lo largo de su mejilla y Helaena no ve nada de eso.
Cierra los ojos con fuerza mientras él se amolda a ella. Aegon la gira y apoya la frente en la de ella.
—Mírame.
—No.
La respiración de Aegon se detiene antes de acariciarle el brazo. —No puedes tener a Aemond.
Helaena ríe, quebrada. —Ya ni siquiera me abrazas.
—No quiero arruinarte. —Sube la mano para acariciar el cuello de Helaena. El tacto firme y territorial la estremece. —Si te toco, nunca serás libre.
Ambos saben lo que eso significa.
Te mantendrán aquí.
No volverás a ver a tu madre.
Este es tu fin.
Bajo sus párpados comienza a arder la imagen de una corona negra con rubíes goteando sangre, un árbol corazón de hojas rojas y cara tallada. Un muchacho de ojos grises y tristes.
Los ojos de Helaena se abren.
Se asusta del amor que le tiene a este príncipe de plata. Porque sabe que la arruinará al final. Y sabe que va a dejar que pase.
Helaena ama con todo el corazón.
Empuja a Aegon lejos de ella, viendo cómo se tambalea. Se ata los cordones del camisón y sale corriendo de su recámara sin mirar atrás.
Si volteara, vería un rostro de porcelana quebrada.
Pero nunca voltea.
¡Hola, desconocidos!
La dinámica de Aegon y Helaena está comenzado a cambiar, ya que ambos oficialmente han dejado de ser niños. ¿Tienen alguna sugerencia/teoría?
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