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06: ALETEO DE MARIPOSA

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▃ ✦CAPÍTULO O6✦ ▃
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❝ And now I'm covered in the colors, pulled apart at the seams and it's blue ❞

En cualquier otra vida, los hijos de Rhaenyra se habrían pegado a las hijas de Daemon sin rechistar. Pero en otras vidas, Helaena no pertenece a este grupo de niños que se ha formado aquí y por tanto, ahora las cosas no suceden de esa forma. En sus brazos dormita el pequeño Joffrey que prácticamente está babeando sobre la manga de su vestido negro.

Helaena ha crecido con Aegon, Lucerys y Aemond (incluso con Daeron por un par de años) y es tímida a mas no poder cuando conoce a personas nuevas, así que se limita a asentir en dirección de las hijas de Laena y espera que sea suficiente porque no puede forzarse a hacer más sin humillarse en el proceso. Se mantiene con su manada como si estuvieran entrelazados entre sí.

La razón por la que ni Luke ni Aemond se atreven a romper el silencio con Baela y Rhaena y prefieren quedarse en silencio a pesar de su reciente animosidad es desconocida para ella. Pero no impide que los mire con curiosidad. Algunas veces los ve dentro de sus sueños bañados en sangre, otras solo están sentados en un prado. Su decisión de no acercarse ahora a sus primas accidentalmente cambia de nuevo la realidad en la que viven.

Dragones de hilo se convierten en dragones de carne.

Hilos verdes manchados de sangre.

La mano de Aegon se posa en su cintura y la saca del océano.

Su esposo (todavía es raro llamarlo así) trae una copa de vino en su mano libre y cada cierto tiempo, le da un sorbo. Helaena resiste la tentación de alejarse de su toque porque sabe que si lo hace, Aegon se tornará frío con ella y pondrá los ojos encima de alguna pobre sirvienta en venganza. Su tío es así de sensible; le recuerda a las orugas que cuida en su escaso tiempo libre.

O tal vez sea más acertado compararlo con esas rosas de Invernalia que le obsequió hace tiempo.

Hermoso y lleno de espinas.

Escuchan en silencio las palabras ponzoñosas de Vaemond Velaryon y prestan sus respetos a Corlys y Rhaenys en cuanto el cuerpo de su hija es lanzado al mar. Deambulan por el lugar y aunque se asoman a contemplar al infame príncipe canalla por entre la gente, ninguno de ellos se le acerca por el miedo creciente que sienten hacia Hermana Oscura.

— Vhagar ya no tiene jinete — comenta Luke en la parte de atrás.

Aemond comienza a poner atención al oír eso.

— Es gigante — respira, llena de asombro.

— No se compara con Fuegosol — murmura Aegon, dandole otro trago a su copa. Entonces la mira a ella y Helaena entiende que quiere saber su opinión cuando siente un pellizco en su cintura.

— Todos los dragones son dignos de admirar — finalmente suelta ella bajo las miradas atentas de los tres varones que la rodean.

Helaena puede aceptar que Fuegosol es hermoso, pero para ella, Sueñafuego siempre será mejor. Más confiable.

— Podrías reclamar a Vhagar — sugiere Lucerys en voz baja.

La ojivioleta se estremece al oír esas palabras y mira a su hermano menor.

Lucerys «Luke» Velaryon es todo rizos oscuros, ojos grisáceos y mejillas rojas como manzanas. Es el más hiperactivo del grupo y Helaena sabe a ciencia cierta que si ella no fuera su hermana, se metería en más problemas por culpa de su peligrosa necesidad de ser aceptado por Aegon. Ese par es todo lo contrario a ella y a Aemond que disfrutan del silencio y el aprendizaje. No por ello son menos inteligentes, pero Luke y Egg emplean sus habilidades inventivas en otras áreas.

En las travesuras, por ejemplo.

— Tendrá que cerrar un ojo — les advierte ella mientras caminan. Y aunque Luke y Aemond la escuchan con atención, solo Aegon frunce el ceño y se toma el tiempo de interrogarla. Cuando él se los pide, Aemond y Luke se escabullen entre la gente y los dejan solos.

— ¿Qué va a pasar? — le pregunta su esposo.

Ella niega con la cabeza y se rehusa a responder.

Helaena.

El uso de un tono bajo en la voz de Aegon la fuerza a mirarlo. Sus manos comienzan a sudar.

Su tío entrecierra los ojos, sospechando de ella. Sabe que oculta algo. El rostro del ojivioleta se endurece cuando percibe que las mejillas de Helaena se están calentando de vergüenza.

— No puedo — se atraganta ella. Le pesa el estómago y le falta el aire. No puede respirar.

—Trataré de entender, Hel. —Aegon aún no lo sabe, pero está abriendo soles en su pecho. Siempre ha tenido la torpe ternura de quien nunca ha sido amado y se ve obligado a improvisar. —Te lo prometo. —A ella le gusta.

Entonces Helaena toma sus manos entre las suyas y tira de él con ella.

—Ven conmigo.

Ambos caminan por la playa, se sientan sobre la arena gruesa y respiran en silencio. Helaena puede oírlo todo; las suaves olas que ruedan hacia ellos, el piar de los pájaros y la forma en que Aegon inhala y exhala junto a ella, esperando.

El sol se pone y los bautiza de naranja y rojo.

Siente su corazón latir dentro de su pecho, cada vez más rápido mientras se prepara para intentar explicar lo que ocurrirá dentro de unas horas.

—Es... es... es como una tortura. —Su voz es tensa, apenas un susurro. —Creo que me estoy volviendo loca... no sé qué está pasando, qué ha pasado, pero te miro, te miro y siento esperanza. No por nada que hayas dicho, ni hecho, ni nada en absoluto. Te miro, y simplemente me siento extraña, y me aterroriza. Me aterroriza lo que estoy a punto de decir, lo que cambiará si lo hago. Los posibles nuevos resultados. Por favor... escúchame.

Sus ojos lavanda se desvían hacia los de él.

Los labios de Aegon la atrapan en un duro beso, separándolos con su fuerza. No tiene nada de suave. Helaena siente que la arena le araña la piel cuando cae de espaldas y Aegon la aprieta, cogiéndole la cara entre las manos. Cada pensamiento, sueño y profecía estalla en un blanco puro y palpitante, y siente cómo el dulce rizo de la curiosidad comienza a retorcerse en su interior, doblegando todas sus reglas, rompiendo la última y temblorosa pizca de contención. Helaena intenta hablarle de los hilos, pero él se niega a escuchar.

No— dice, acercando de nuevo sus labios a los de él. Es un poco extraño y húmedo, pero ella se aferra al cuerpo de Aegon con todas sus fuerzas. Sus dientes chocan y Helaena jadea horrorizada cuando le muerde accidentalmente el labio, sacándole un poco de sangre. Sin embargo, el leve gemido en el fondo de la garganta de Aegon calma sus temores y le hace palpitar el corazón.

Entonces, todo cambia. Helaena se echa hacia atrás, jadeando. Se vuelve dulce y lento, los labios manchados de sangre y vino se deslizan contra los suyos. Le gusta la textura de sus labios, ligeramente húmedos y aterciopelados. Helaena desearía que sus propios labios fueran así de agradables.

Les llega el sueño y descansan sobre la arena con pequeñas sonrisas, sabiendo muy bien que deberían estar en sus camas y no aquí. El tiempo fluye y la tragedia también, pero Helaena no puede ignorarla esta vez. No cuando el cielo se tiñe ahora de azul y rosa.

Sacude a Aegon hasta que refunfuña y espera alguna señal.

Una sombra oscura pasa sobre sus cabezas, el fuerte aleteo de las alas hace sonar todas las alarmas en su cabeza.

Los ojos violetas se dirigen hacia el cielo.

—Perderá un ojo.

Helaena aprieta sus faldas con las manos y se impulsa para ponerse de pie. Aegon la sigue mientras echa a correr.

—¿Quién perderá un ojo? —grita Aegon a su espalda, con el pelo plateado ondeando al viento.

—Aemond—responde ella de la misma manera.

El rugido de Vhagar sobre ella le produce un escalofrío.

¡Hola, desconocidos!

Se nos viene lo fuerte.

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