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CAPÍTULO EXTRA I


          LAS PELEAS CONTRA PITCH BLACK no son sencillas, aunque eso es algo que jamás admitiría en voz alta. Esta vez, pudimos ahuyentarlo o, al menos, eso creo que fue lo que pasó. Ya que, de un momento al otro él ya no estaba y tampoco el resto de guardianes.

La niebla no me rodeaba más, en su lugar, solo había oscuridad. Lancé mis boomerangs esperando que estos golpearan algo, una pared, un auto, la ventana de una casa, cualquier cosa que me dijera que había algo cerca de mí, pero no escuché el impacto de estas. Esperé varios minutos, pero los boomerangs no regresaron a mí.

Luego, perdí el conocimiento.

Lo primero que percibí al despertar fueron olores completamente desagradables. Pescado, huevos, frutas y verduras que no eran del día de hoy.

¡Es peor que el olor de la marmota!

Al abrir los ojos, me di cuenta de que estaba tendido sobre un basurero, por eso olía tan horrible. Me moví en el lugar, tratando de acomodarme para salir inmediatamente de ese contenedor lleno de cosas desagradables comparables a Pitch Black.

Cuando me alejé de este, noté que varios humanos me rodeaban, todos caminaban apresurados y no me prestaban atención, lo cual era común ya que estos no creen en mí. En Borja no creen en mí. Los observé por unos momentos, esperando encontrarme con alguien conocido hasta que noté algo extraño, todos los humanos eran grandes, casi gigantescos. Me pregunté por un momento si estaba soñando con un mundo de gigantes.

Me adentré en las calles, estaba en un mercado muy sucio, no comprendo cómo pueden comprar sus alimentos en un lugar como este. Decidí que era mejor dejar pensar en ello y dirigirme al Taller de Norte, ya que todos debían estarme esperando. Di dos golpes al piso, pero no apareció el túnel. Intenté varias veces, pero nada ocurrió.

¡¿Qué demonios está pasando aquí?!

Escuché ladridos y a lo lejos divisé a uno de esos perros que me gusta molestar durante las pascuas. El único problema es que, ahora, ese perro es mucho más grande. No entiendo cómo puede ser eso posible, yo siempre he sido alto.

—¡Conejito! —exclamó un niño, o al menos parecía serlo, puesto que su estatura no coincidía con él. En cuanto me alcanzó, trató de agarrarme; pero me fui lo más rápido que pude. No había forma de que lo dejara atraparme. Ya tengo suficiente con este mundo lleno de gigantes.

Cuando por fin perdí de vista al niño, me detuve a recobrar el aliento. Al alzar la vista, noté a un pequeño conejo frente a mí, me hacía recordar a mi antiguo ser, antes de convertirme en espíritu. Tenía bastante curiosidad por él, así que no dudé en acercarme a su figura, él hizo lo mismo y me sorprendí.

Entonces, me di cuenta, ese conejo era yo.

Mis brazos eran cortos y mi cabeza grande.

¡Oh, no! ¡Soy adorable! ¡Esto es terrible!

Tengo que hacer algo para remediarlo.

—Ahí está mamá —el niño gigante del mercado había logrado encontrarme. Sin pensarlo dos veces me metí por un callejón buscando algún lugar donde esconderme, hasta que vi un bote de basura, me metí rápidamente a pesar del terrible olor que este emanaba.

Viviendo así, perderé el sentido del olfato.

—¿Podemos llevarlo a casa? —oí decir al niño, probablemente, a su mamá.

Su voz sonaba peligrosamente cerca, así que volví a escapar antes de que me pudiera atrapar. Me rehúso a que un mocoso como él me mantenga en cautiverio, no soy una mascota, soy el Guardián de la Esperanza, soy el Conejo de Pascua.

Llegué a un pequeño parque enrejado, ahí me escondí entre unos arbustos; de vez en cuando, me asomaba, esperando no encontrarme con tan desagradable niño. Al no verlo por ningún lado, me sentí seguro.

Lamentablemente, al día siguiente, fui despertado cuando alguien jaló mi cola y orejas. Me encontraba rodeado por varios niños, parecían tener entre 5 y 10 años. Todos reían y me jaloneaban. Traté de zafarme, pero no me dejaron escapar.

—Debemos quitarle las patas —sugirió uno de los niños más grandes, al oírlo mi corazón se detuvo—. Mi mamá dice que son de la buena suerte.

Estos mocosos son unos asesinos. ¿A dónde he ido a parar?

—Ustedes cójanlo —ordenó él—. Yo traigo las tijeras.

Uno de los más pequeños se acercó a mí y vi bondad en su mirada, así que sabía que él me iba a salvar, al menos eso esperaba.

—No, no puedes cortar al conejito, le va a doler —lloriqueó él.

En ese momento juré que en las próximas festividades le dejaría una tonelada de Huevos de Pascua en su casa.

—A mí no me importa eso, quiero sus patas —gruñó el niño mutante.

Luego de decir eso, el niño más grande se fue dejándome a la merced de sus otros amigos con cara de rufianes y con el pequeño niño que trató de salvarme. Observé a cada uno, buscando alguna manera de escapar, pero no creía poder, me tenían acorralado.

Piensa en algo, Conejo. ¡Piensa!

—Déjenlo ir, por favor —pidió el más pequeño otra vez—. Le va a doler mucho.

—No le va a doler —afirmó uno de los niños que se había quedado, este tenía el cabello rojizo y bastantes pecas en sus mejillas—. Además, cuando muera, se lo puedo dar a mi mamá para que lo cocine. Me gusta mucho el conejo asado.

Mis ojos se agrandaron como platos y me encogí en mí mismo lugar. No esperaba que dijera algo así, ¿me comerían? ¿Así son los niños de hoy en día? ¡Maldita sea! Jack tenía razón. Debería de prestar más atención a la crueldad que ronda en ellos. ¡Cómo desearía que estos niños fueran Jamie y Sophie!

—¡No te lo puedes comer! —gritó el pequeño, empujó al pelirrojo y con esa ayuda pude zafarme del otro niño que me sostenía.

Me fui corriendo lo más rápido que me permitieron mis cortas patas, giré por uno de los arbustos, pero estos eran tan espesos que no pude entrar a ellos, así que terminé escondiéndome tras una maseta grande.

—Debo de encontrar la forma de escapar —murmuré.

Me di cuenta de que estaba dentro de una especie de guardería, el parque al que creí entrar era en realidad un patio trasero, pero era enorme. Noté la puerta que conducía fuera de este lugar, pero no hallaba la reja por donde había entrado el día anterior. Busqué por todos lados hasta que la encontré, era mi única salida. Solo debía irme sin que los niños asesinos me vieran.

Estaba tan concentrado en la reja que no percibí el momento en que el niño más grande retornó, fueron sus gritos los que atrajeron mi atención.

—¡¿Lo dejaste ir?! —gritó mientras se acercaba amenazadoramente al más pequeño—. Necesito esas patas, y si no tengo las del conejo, entonces me tendrás que dar las de tu hámster.

—¡No! —lloró el niño—. No al señor Rhino.

—Sí, así aprenderás a no meterte con las cosas de otro.

No podía dejar a ese pequeño solo. Me había salvado la vida y ahora iban a ir tras su mascota. Tenía que hacer algo. Después de todo, ese niñito era el futuro de esta humanidad, o al menos eso espero. Si de acá a unos años todos los adultos son como el corpulento y sus otros amigos, entonces prefiero cambiar de planeta. Tal vez podría decirle al mocoso de Peter Pan que me lleve a Neverland. No, eso no, prefiero evitarlo.

Peter Pan es peor que Jack Frost.

—Deja a Rhino, por favor —suplicó el pequeño, sus llantos me trajeron de vuelta al presente.

Tengo que actuar rápido.

Regresé hasta donde estaban los niños y lo primero que hice fue morder la pantorrilla del más grande, este soltó un grito de dolor y dejó ir al Hámster. Luego, mordí a sus demás amigos, cada uno estaba desprevenido, no esperaban que los atacara. No fueron mordidas fuertes, solo les dejé la marca de mis dientes. Después de todo, son niños y yo tengo que cuidar de los niños.

Soy el peor guardián que ha existido en toda la historia de la humanidad.

—¡Maldito animal! —gritó el grandulón—. Ahora sí te quitaré tus patas.

—¡No, no lo harás! —gruñí. No me había dado cuenta de que dije eso en voz alta hasta que vi el rostro de sorpresa y miedo en cada uno de los niños frente a mí.

—¿Q-q-qu-qué-é? —tartamudeó el niño más grande—. ¿Ha-blas?

—Por supuesto que hablo. —Salté sobre el pecho del grandulón, ya que este se había caído al momento en que lo mordí—. No puedo permitir que te comportes de esta manera. Si eres malo, Nort- Santa Claus no te traerá juguetes en navidad.

—¿Santa Claus? Él jamás nos trae nada. Él no existe.

Había olvidado ese detalle, los niños de Borja no creen en Norte, no creen en ninguno de nosotros. Al menos los más grandes no lo hacen, pero él no puede tener más de diez años, a pesar de ser un gigantón abusivo.

—¿Cuántos años tienes? —pregunté.

Frunció el ceño, pero respondió de todas formas diciendo que tenía once años. Era mayor de lo que pensé, pero de todas formas era un niño y todos los niños deben creer en Santa Claus.

—Te prometo que Santa vendrá, pero tienes que creer en él y también tienes que ser bueno.

—¿Qué eres? —preguntó el pelirrojo, quien aún se veía asustado.

—Soy el Conejo de Pascua —respondí, inflé mi pecho, completamente orgulloso de mí.

—¿Por qué te creería?

—Porque, en estos momentos, estás hablando con un conejo —señalé, girándome por completo hacia él—. Y porque te estoy diciendo que yo soy el Conejo de Pascua, eso es suficiente.

—¿Dónde están los huevos de Pascua? Nunca has traído ninguno.

—Lo haré a partir de ahora, cada día de Pascuas, lo prometo.

Los niños parecieron pensar en mis palabras y luego voltearon a ver al pequeño que se había ido corriendo con su hámster. Él nos observaba, temeroso de que se acercaran a quitarle su mascota. Los niños suspiraron al mismo tiempo y se levantaron de sus lugares en el suelo.

—Nos portaremos bien, pero tienes que traer los huevos de Pascua. Si no lo haces, nos portaremos mal de nuevo —amenazó el pelirrojo.

En ese momento me molesté más que antes, no estoy para condicionales, ellos deben portarse bien porque sí y no porque esperan recibir algo a cambio.

—¡No!, se portarán bien siempre, sino no vendré nunca. —Parecieron asustarse por la fuerza de mi voz, inmediatamente asintieron—. Una cosa más —dije antes de que se fueran—, no pueden decirle a nadie que me han visto.

Asintieron una vez más antes de alejarse de mí.

Sabía que ellos no revelarían mi identidad, así que estaba tranquilo. Salí de ese patio y busqué un nuevo lugar dónde pasar los días hasta que encontrara a alguien que pudiera ayudarme. Pasé por un parque demasiado grande como para que un humano cualquiera pudiera hallarme, así que ahí me quedé.

Por fin, un poco de paz.

          LOS ARBUSTOS QUE RODEABAN UNA estatua en el parque se habían convertido en mi casa durante las noches, ya que el día me la pasaba buscando a algún guardián, a Bianca y a Fay, pero no me topaba con ninguno. Tampoco regresé a mi tamaño natural. Lo único bueno fue que no me encontré con Pitch.

Lo agradable de este parque es que contaba con una fuente de agua y mucho pasto a mi disposición. A veces regresaba al mercado y robaba zanahoritas; pero, luego de que casi me atrapan un día, no he vuelto, temo que puedan matarme.

Una noche regresé a mi lugar usual, al lado de la estatua, estar ahí me gustaba, ya que me hacía recordar a mi madriguera. Tenían razón cuando decían que los conejos no saben lo que tienen hasta que lo pierden. ¡Y vaya que he perdido mucho!

Me acomodé para dormir estaba exhausto por la búsqueda del día, pero en cuanto estuve por quedar dormido, sentí que algo me cogió por el estómago. Primero pensé que era un sueño, pero no lo era. Al abrir mis cansados ojos me encontré con la mirada de una niña, tenía el cabello castaño y corto, sus ojos eran marrones. No dejaba de verme y eso me incomodaba, pero lo que más me perturbaba es que me tenía en sus manos. Podía hacer conmigo lo que quisiera.

¡Ella puede matarme!

Pensé en revelarle que era el Conejo de Pascua para que me dejara en paz, pero ya lo he hecho una vez y no creo que sea conveniente decirles a todos los niños que existo mientras no esté seguro de que recobraré mis poderes.

—Pobre conejito, estás temblando. —La niña me abrazó y justo cuando pensé que me podía agradar, me metió en su mochila—. Te llevaré a casa, pero no debes de hacer ruido.

Está bien, no haré ruido. ¡Pero déjame donde me encontraste!

Desgraciadamente, esas eran palabras que no podía decir en voz alta.

La pequeña me llevó en su mochila por un largo rato. El camino se hizo bastante exhaustivo, en especial porque su mochila era muy pequeña. No podía descifrar el camino que había tomado, solo esperaba que no sea una asesina como el grandulón de la guardería. En algún momento del trayecto, me quedé dormido, desperté al escuchar la voz de la niña y de otras personas hablando.

—Alexia, será mejor que vayas a dormir, ya pasó tu hora —le ordenó una mujer, por su voz supe que era mayor, probablemente la madre de ella.

—Sí, mamá —respondió la niña, cuyo nombre era Alexia.

Ella siguió caminando, meciéndome en el interior de la mochila, luego oí que abrió y cerró una puerta, asumía que habíamos llegado a su dormitorio. Cuando por fin abrió la mochila, estuve aliviado, ya que no aguantaba más ese espacio tan pequeño. Me tomó con ambas manos y sonrió de oreja a oreja. Ese gesto logró que le perdonara la travesía por la que me hizo pasar hasta llegar aquí.

—Eres muy bonito y pachoncito —dijo en forma de alago, aunque el término pachoncito solo lo acepté porque sé que con este tamaño me veo así de adorable—. ¿Cómo te llamaré? —se preguntó.

Conejo sería genial.

—¡Ya sé! Serás Tambor —anunció muy contenta.

¿Tambor? ¿Qué soy? ¿Un instrumento musical?

Me traté de mover en mi lugar, haciéndole entender que ese nombre era una vergüenza para un ser como yo, pero ella no comprendió que me movía por ese motivo.

—¡Eres tan bonito! —volvió a halagarme—. Pero mis papás no pueden verte, sino, te echarán a la calle... —Al oír eso me alegré, si los papás de Alexia me hallaban podría ser libre. Solo me faltaba encontrar una forma para que eso sucediera—. O sino te comerán —concluyó con su frase.

Pensándolo bien, no quiero que me encuentren.

Malditos humanos, siempre hambrientos de conejos.

          PASARON LOS DÍAS, CON EL TIEMPO me di cuenta de que estar al «cuidado» de Alexia, era estar en una prisión. La niña me daba de comer muchas zanahorias al día, al inicio las devoraba, feliz por estar alimentado, luego pensé que ella solo quería engordarme para comerme. Es así como dejé de comer las zanahorias y las escondí para que no las encontrara; sin embargo, el olor a podrido invadió su habitación dos días después. Desde ese día, me oculta en una caja.

Al inicio, Alexia solo me guardaba en la caja cuando ella no estaba en su cuarto, ahora ya no me saca ni en esos momentos. Su cuarto, como dije, era una prisión. Sus ventanas tenían barrotes y su puerta un seguro imposible de abrir.

No quiero ser dramático, ni exagerado, pero Alexia está demente y temo que de un día al otro me encuentre en una olla para ser conejo asado.

Había empezado a resignarme a esta nueva «vida», ya no tenía esperanza alguna, eso fue hasta que oí que una niñera vendría a cuidar de Alexia, ya que sus padres tenían su aniversario. Esperaba que esa niñera fuera lo suficientemente despistada como para dejar la puerta abierta del cuarto de Alexia y, así, yo sería libre de las garras de la niña loca.

Esa noche, escuché el sonido del timbre, estaba impaciente. Golpeé la caja tratando de romperla y huir en el momento que la niñera entrara al cuarto de Alexia, donde la niña se encontraba ahora, pero no pude hacerlo, es más, ella me gritó por hacer ruido. Momentos después, la puerta se abrió.

—Hola, Alex. ¿Qué estás jugando? —la voz de la niñera la reconocería en cualquier lugar del mundo y jamás me había sentido tan feliz de escucharla como hoy.

¡BIANCA!

Estuve muy cerca de llamarla, pero no lo hice, tenía que contenerme y esperar el momento adecuado para llamar su atención.

—Estoy jugando a la veterinaria. Ella cuida a conejitos y gatitos.

Mentira, seguro va a matar a esos pobres conejitos y gatitos.

Bianca, no la escuches, Alexia está loca.

—¿Y dónde están los conejitos? —preguntó Bianca.

Por favor, sácame de la caja; por favor, sácame de la caja.

—Se ha escondido debajo de la cama...

¿Escondido debajo de la cama? No, me encerraste en una caja bajo tu cama. Alexia es una loca y una mentirosa.

—Oh... seguro se ha asustado —respondió Bianca, ella parecía extrañada con la situación, es obvio que no piensa que hay un conejo real en el cuarto de la niña.

A veces pienso que Alexia es peor que Pitch.

—Es que está acostumbrado a vivir ahí. —Sí, claro—. A mi mamá no le gustan los animales.

—¿Tienes a un conejo ahí?

—Hoy le di zanahorias. Mi mamá no se dio cuenta cuando se las robé.

Encima de loca y mentirosa, es una ladrona. Bianca, por favor, debes encontrarme cuanto antes, porque no podré vivir más dentro de esta caja.

—Ese conejo del que hablas, no es un peluche, ¿verdad? —ahora sí podía notar el desconcierto en la voz de Bianca.

—Es muy bonito. ¿Lo quieres ver?

Me emocioné demasiado al escucharla decir eso, esta era mi oportunidad, en cuanto me sacara, debía convencer a Bianca de que yo soy el Conejo de Pascuas. Sentí las manos de Alexia en mi cuerpo, instintivamente me alejé de ella, porque ya estaba acostumbrado a hacerlo.

—No seas tímido, Bianca es muy buena.

Me acerqué a las manos de Alexia y ella me cargó. Ella apretaba mi pecho, por lo que se me dificultaba respirar, pero estaba tan feliz de ver a Bianca frente a mí, ella era mi salvación. Hice contacto visual, pero Bianca solo parecía extrañada de verme, aun así, me sonrió.

—Se llama Tambor, como el conejo de Bambi. Por cierto, ¿quieres ver Bambi? Pero adelantamos el comienzo, porque no me gusta ver cuando su mamá muere.

Esa es otra prueba de su locura. ¿Por qué debe de mencionar la muerte de la mamá de Bambi tan tranquilamente? ¡Es una niña psicópata!

Clavé la mirada en los ojos de Bianca mientras Alexia seguía hablando. No moví los ojos en ningún momento y estoy seguro de que eso la asustó, pero no podía darme el lujo de que ella se fuera de esta casa sin mí, sin saber que yo soy yo.

Intenté zafarme del agarre de mi captora, pero no pude lograrlo, Alexia no me quería soltar.

—¿Qué te pasa, Tambor? Estás siendo muy malcriado. No te daré zanahorias —amenazó. La verdad es que eso no podía importarme menos.

—Alex... ¿de dónde sacaste el conejo?

Alexia acariciaba mi cabeza para tratar de tranquilizarme, pero no lo lograba, es más, me asustaba más.

—Lo encontré en el parque —respondió la niña.

«¡Me robaste del parque!», quise gritar, pero no lo hice.

—Y... tu mamá no tiene idea de que lo tienes, ¿no?

¡Gracias a dios que no!, me habrían comido de ser así.

—No, si lo ve me lo quita... una amiga mía me contó que su mamá se comió a su conejo. No quiero que se coman a Tambor.

Ahí está esa palabra otra vez: «comer».

Esto es un martirio, quiero largarme de aquí.

Intenté zafarme una vez más del agarre de Alexia y tuve éxito. Sin perder el tiempo, corrí hacia Bianca, que no estaba lejos de nosotros y me oculté entre sus piernas. Nuestras miradas colisionaron y telepáticamente le dije: «¡Sálvame Bianca, sálvame!», pero sé que ella no me entendió.

—Parece que le agradas —Alexia sonaba sorprendida, pero no debería estarlo, ya que Bianca es un ángel y ella un demonio—. Iré a traerle un poco de agua.

Luego de decir eso, Alexia se paró y se fue del cuarto.

¡Eureka!

—Escúchame, tienes que sacarme de aquí. No puedo seguir viviendo con esa niña loca —mi voz sonaba exasperada, pero no podía culparme por eso, estoy verdaderamente asustado.

Al oírme hablar, los ojos de Bianca se agrandaron. Luego se alejó de mí hasta chocar con la pared a su espalda. No le di mucha importancia a su reacción, la loca podía regresar en cualquier momento y no debía perder el tiempo.

—Bianca, me tienes que ayudar, por favor.

—T-t-ú-tú... ¿qué eres? —nunca la había oído tan asustada antes.

—Soy Conejo, ¿no me reconoces?

Me inspeccionó nuevamente, esperé lo más pacientemente que pude a que se diera cuenta de que yo no mentía. Pude ver el momento exacto en que se dio cuenta de la verdad.

—No lo puedo creer —dijo con asombro—. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué estás así de pequeño?

—No lo sé —contesté—. Luego de la pelea contra Pitch desperté de este tamaño. Los he estado buscando, pero esta niña me encontró y me trajo acá. Me ha tenido encerrado por varios días. Me tienes que sacar de aquí. Te lo suplico.

Lamentablemente, Alexia regresó justo cuando Bianca había abierto la boca para responder. Entró con un pocillo con agua y una zanahoria.

—Parece que se han hecho amigos —dedujo.

—Sí, algo así —respondió Bianca.

El resto de la estancia de Bianca la pasamos en la sala, no presté atención a las películas que pusieron en su gran televisor, solamente estaba concentrado en las caricias que Bianca hacía. Estando con ella me sentía en paz y feliz. La había extrañado demasiado, en poco tiempo se volvió uno de mis seres favoritos en este planeta.

—Lo voy a llevar a mi cuarto —anunció Alexia y me asusté en cuanto lo dijo—. Mis papás no deben de tardar en llegar.

De ninguna manera, no dejaré que me lleve una vez más a esa caja. Para mi mala suerte, Bianca asintió. Trató de entregarme a Alexia, pero no la dejé, clavé mis uñas en su polo tratando de luchar por un mundo libre de niños locos como el grandulón y Alexia. En ese momento, los padres de la niña entraron a la casa. Sentí como la sangre se drenó de mi cuerpo en ese instante.

¡Adiós vida!

—¿De dónde has sacado a ese animal? —gritó el papá de Alexia—. Sabes que no puedes tener mascotas. Quiero que lo dejes en la calle ahora mismo.

¡Bien! No dijo que me pusieran en la cacerola.

—Señor Ortiz, el conejo es mío —declaró Bianca, ambos padres parecían furiosos—. Lo encontré en la calle mientras venía hacia aquí y no lo podía dejar abandonado. Iba a regresarlo al orfanato, pero debía llegar antes aquí, por eso lo traje.

—No apruebo que hayas traído a ese animal a mi casa, Bianca, pero te conozco y sé que eres una persona correcta y de confianza. Por eso no llamaremos a Roberta, esto queda entre nosotros —concluyó la mamá de Alexia.

Cinco minutos después ya estábamos fuera de la casa endemoniada y no podía evitar sentirme tan aliviado.

—No sabes cuán feliz estoy, Bianca —admití—. Me has salvado la vida, no podía soportar un segundo más allá adentro.

—Me imagino... lo que no sabes es que el orfanato es mil veces peor. Si crees que Alexia fue mala, no tienes idea de cómo son Roberta y Félix. Si ellos te encuentran, serás la cena.

Nuevamente, sentí cómo la sangre dejó mi cuerpo.

—¡¿Qué?! No me pueden comer. Bianca, me tienes que salvar —supliqué.

No puedo vivir más con esta agonía. ¡Quiero mi tamaño devuelta!

—Tranquilo, no pasará nada. Ahora métete en mi mochila, ya estamos por llegar.

Ahora que estaba con Bianca me sentía mejor. Solamente falta que pueda hallar al resto de guardianes. Tenía el presentimiento de que todos se encontraban en aprietos como yo, así que quería rescatarlos. Eso si es que recupero mi tamaño, porque siendo un conejito como ahora, no creo poder hacer mucho.





Editado: 14/07/18

¿Alguien reconoció a Rhino?

xoxo,

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