CAPÍTULO 47
Julio, 1350—Siglo XIV
ME VINO UNA ALTA FIEBRE DURANTE la noche, algo común cuando estás enfermo de la Peste. La fiebre viene y se va, no se demora en regresar y eso es lo que más nos debilita. Algo que nunca desaparece son los escalofríos. Eso es signo de que la fiebre volverá y, como dije, siempre lo hace.
Cuando Ana no estaba conmigo en el refugio, me sentía bastante sola. No importaba que estuviera rodeada por tantas personas, igual me sentía aislada, a pesar de que hablaba con ellos, no era lo mismo. Probablemente era porque sabía que cada uno de ellos moriría pronto y no quería sufrir por su ida. De una forma bastante retorcida, ahora entiendo por qué mi mamá no me dejó cuidar a un gatito que había encontrado malherido cuando era pequeña. Ese animalito no tenía salvación y yo terminaría sufriendo. Mi mamá me protegía de ese tipo de tristezas. Ahora ella ya no estará más. Y, yo tampoco.
A pesar de todos los dolores, vómitos, bultos que aparecían en mi cuerpo y de más, sentía que lo peor de estar en esta condición es que no podía hacer nada productivo. Extraño trabajar, extraño sentirme útil, extraño estar sana para ayudar a los otros enfermos.
Puedo contar con los dedos de una mano la cantidad de personas que se compadecen de nosotros y vienen a ayudarnos; y, no, no estoy contando a Ana. Además de mí, solo hay un chico que recibe la ayuda y visita de un familiar. Luego de Ana y ese familiar, son solo dos personas las que vienen a ayudar sin tener una conexión con alguno de nosotros. Las personas allá afuera solo esperan que muramos y que nos llevemos la enfermedad con nosotros.
Por instinto, me aferré más a la manta que Ana había traído, como si de esa manera los escalofríos fuesen a detenerse. El día anterior había compartido mi manta con una chica de mi edad, su nombre no lo recuerdo, tampoco podía preguntarle, pues había muerto esta mañana. Su cuerpo seguía echado a un lado de la habitación. Ninguno de nosotros tenía la fuerza para removerlo.
Por eso me siento inútil, no puedo cavar una simple tumba para ella.
Lo único productivo que podía hacer era conversar con las personas, en especial los más ancianos. Ni siquiera tenía que hablar, ellos tenían mucho que contar y acaparaban todo el tiempo de conversación. Sé que conocerlos me haría mal cuando ellos murieran; pero es lo menos que podía hacer.
El señor Angello estaba contándome sobre sus días de pescador, cuando empezamos a escuchar gritos provenientes de otra habitación del refugio. Inmediatamente supe de qué se trataba. Los caballeros habían venido, nos habían encontrado.
Todo aquel que se encontraba en el refugio entró en pánico.
Algunos todavía tenían fuerza para ponerse de pie y correr. Otros sacaron fuerzas en ese instante para salir con los primeros. El resto no podía moverse o no le interesaba que su vida terminara de una vez. Consideré quedarme y dejar que ellos me mataran, pero pensé en Ana. Ana no podía venir más tarde y encontrar mi cuerpo asesinado por uno de ellos.
Jamás sentí que hice tanto esfuerzo como en este momento. Las piernas me temblaban mientras me ponía de pie. Cuando pude sostenerme del marco de la ventana, sentí que estaba haciendo una gran hazaña. Creo que jamás me sentí tan victoriosa en la vida.
Me acerqué al señor Angello; pero él negó cuando le tendí la mano.
—Ha llegado mi hora, señorita Ashelia —dijo con una sonrisa ladina—. Sálvate tú.
Aunque traté de hacerlo cambiar de opinión, no lo conseguí. De todas formas, debía salir rápido antes de que los caballeros llegasen a este punto del refugio.
Cuando logré salir—aun con los gritos retumbando en mis oídos—me encontré con Ana. Ella estaba ayudando a algunas personas que se habían caído por lo débiles que seguíamos. Una vez que me vio, no dudó en acercarse y ayudarme a caminar. Yo seguía siendo su prioridad.
—Yo puedo sola, ayuda a los demás —le pedí.
—Hermanita, no te voy a dejar, no importa lo que digas.
Nos adentramos en el bosque, los gritos poco a poco disminuyeron y no era porque nos alejábamos, sino porque ya habían sido asesinados. Una señora con un par de niños iba a nuestro lado hasta que ella se cayó y no pudo continuar. Le pedí a Ana que la ayudara, y volvió a negar.
—Ellos necesitan más de ti que yo —insistí—. Ayúdalos.
—Pero...
Unas pisadas fuertes se oyeron a poca distancia, eran firmes y rápidas. Ningún enfermo tendría la fuerza de ir a tal velocidad. Solo había una respuesta. Los caballeros.
—Están cerca, Ana —hice todo lo posible por contener la desesperación; ya que no quería espantar a aquellos niños—. Anda con ellos, yo distraeré a los caballeros.
—Ni hablar, Ashe, no me iré sin ti.
—No seas testaruda, tú sabes que, sin ti, ellos no sobrevivirán.
Ana terminó aceptando. Sé que ella quería ayudarlos, el problema era yo, que no me quería dejar. Tal vez la anciana no podría sobrevivir; pero esos niños sí incluso podrían conseguir la cura. He visto a esos niños en el refugio y tenían más fuerzas que todos unidos, tengo fe en que ellos lograrán vivir.
Los caballeros me vieron y, cuando lo hicieron, agradecí que Ana estuviese lejos de mí.
Cuando salí del refugio, saqué fuerzas de no sé dónde. Ahora que tenía que escapar de los caballeros—para guiarlos lejos de Ana, la señora y los niños—esas fuerzas se multiplicaron. No es que pudiese correr como un puma; pero sí lo suficiente como para alejarlos del rumbo que Ana había tomado.
Sabía que ellos me alcanzarían. Lo único que había hecho era despistarlos, era una carnada, por así decirlo. Así que, cuando me alcanzaron no me sorprendí. Solamente maldije por no haberlos alejado un poco más.
No tenía aliento y sentía mis piernas muy débiles. Los escalofríos jamás se detuvieron y el escape hizo que se me revolviera el estómago. Pude ver la expresión de asco de los caballeros cuando solté el contenido de mi estómago frente a mí.
Odio vomitar.
—Me das asco —expresó uno de ellos.
Eran cuatro en total, todos vestidos de negro y con esa espantosa máscara parecida a la de los médicos. Todos tenían espadas; pero solo uno la tenía empuñada. No podía ver sus expresiones debido a la máscara, aun así, sé que les dio asco mi vómito, uno de ellos lo confirmó.
—Ustedes también a mí —contesté.
Ellos me matarían, así que no tenía nada que perder. No me encerrarían en un calabozo, no me mandarían a la horca. Lo peor que podían hacerme era torturarme; pero dudo que lo hagan, ellos no quieren pasar mucho tiempo cerca de personas como yo.
«Nadie quiere eso», me recordé.
—Eres una insolente —gruñó el más bajo de ellos, el que tenía la espada en manos—. Te voy a enseñar a hablar con más respeto a tus superiores.
—No te gastes, estaré muerta antes que eso.
El más alto del grupo me lanzó una bofetada, haciendo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo. Un sabor metálico invadió mi boca mezclándose con el sabor a vómito. Escupí a los pies de mi atacante y, aunque no podía ver su rostro, sabía que se enfureció, pues me tomó de mi camisón e hizo que me pusiera de pie con tal brusquedad que pensé que me rompería en dos. Lo único que me mantenía parada era la fuerza con la que tomaba el camisón, mis piernas ya no tenían fuerzas para soportar mi peso.
—Antes de que te mate, me dirás dónde están los otros refugios.
—Aunque lo supiera no te lo diría.
Sabía dónde se encontraba un refugio, pues Ana lo había encontrado poco después de que yo me quedara en la casa que acaban de arrasar. Sin embargo, no estaba dispuesta a decirles su ubicación a estos abusadores. Ya teníamos bastante con la enfermedad como para tener que sufrir por estos hombres.
—Mientes —gruñó mi captor.
No importaba si lo hacía, pues no hablaría. Podían matarme o torturarme, ya no me importaba. De todas formas, no sentía mi cuerpo.
Lamentablemente, antes de que él pudiera acabar con mi vida, aparecieron cinco caballeros más. Estos venían con Ana. Por su expresión, supe que los niños y la anciana no habían sobrevivido. Pero ¿por qué dejaron a Ana con vida?, ¿por qué la han traído hasta acá? Es decir, ella no está enferma, debieron dejarla en libertad.
—¿Otra enferma? —preguntó otro de mis captores viendo hacia Ana.
—No. Pero es bonita, puede venir con nosotros —contestó quien la tenía agarrada.
—Ni se te ocurra tocarla —gruñí. Aunque con mi falta de fuerzas y apariencia, no resultaba una amenaza. Por eso, ellos se rieron de mí.
—Esta enferma sabe dónde están los refugios —informó el más pequeño de mis captores.
—No sé dónde hay refugios, ya te lo dije —renegué.
—Yo sé dónde están los refugios —intervino Ana. Su mirada era triste y perdida. A pesar de todo, estaba de pie, erguida y observando a todos los caballeros como si ella fuese superior y no su prisionera. No comprendía qué era lo que quería hacer al decirles eso, tal vez tenía un plan.
—Entonces habla —le apresuró con voz rasposa uno de los que venía con ella.
—Tendré que guiarlos, si no, no llegarán —respondió ella—. Pero antes, quiero que la dejen libre. Esa pobre muchacha ya ha sufrido demasiado.
¿Muchacha?
—¿Qué? —Estaba desconcertada. Ana jamás los guiaría a un refugio, jamás.
Traté de preguntarle con la mirada, qué era lo que estaba haciendo. Pero ella estaba concentrada en los caballeros, no en mí.
—Muy bien —contestó mi captor—. De todas formas, no sobrevivirá mucho tiempo.
Me dieron un golpe tan fuerte en la cabeza que me dejaron inconsciente. No obstante, antes de eso, pude ver una sonrisa triste en el rostro de Ana y un «adiós» silencioso formarse en sus labios. Luego de eso, todo se volvió negro.
LOS CANTOS DE LOS PÁJAROS ME despertaron. Antes de abrir los ojos, percibí dos cosas. Primero, era el gran dolor de cabeza que sentía. Segundo, que no me encontraba en el refugio, estaba echada sobre pasto y los rayos del sol caían sobre mi rostro, calentándolo y cegándome cuando trataba de abrir los párpados. Tuve que voltear el cuerpo—una gran hazaña, considerando lo mucho que me dolía—para poder ver mi alrededor.
El bosque.
Los recuerdos de lo sucedido llegaron tan rápido como el maldito golpe que me dio el caballero. A pesar del dolor, solo podía pensar en una persona. Ana.
Por la posición del sol e intensidad, sabía que era el día siguiente. Dudaba que haya quedado inconsciente más de veinticuatro horas. Me sorprendía que nadie haya dado con mi cuerpo, aunque claro, si alguien lo hizo, tal vez pensaron que estaba muerta.
Me senté sobre el pasto. Incluso con el sol bañándome el cuerpo, moría de frio. Ahora no tenía la manta y, con un simple camisón, no podía cubrirme bien. Estar vestida de esta manera es un escándalo; pero no pude huir con la manta que me cubría. No había pensado en hacerlo el día anterior y, ciertamente, no me interesa ahora. Solo quería hallar a Ana. Estoy segura de que ella no los llevó a ningún refugio. Debía tener un plan. Solo... no sé cuál.
Cuando logré incorporarme—tarea que me tomó unos minutos—hallé una rama lo suficientemente larga como para usarla para caminar. Luego, noté las pisadas de los caballeros, eran grandes y muy cerca las unas de las otras. Decidí seguirlas. Solo de esta manera hallaría a Ana.
No tardé en darme cuenta de que la dirección que estas tomaban no daba con el refugio que conocía. En lugar de ir hacia allá, conducía a una zona muy recóndita del bosque, donde nadie iba, puesto que...
Oh por dios.
Tenía miedo de seguir. Pero no me quedaba de otra; debía ir con Ana, podía necesitar mi ayuda.
Caminé por horas, no podía ir tan rápido y, si no fuera por la rama, ya habría caído. Mis piernas me dolían y sentía que en cualquier momento se romperían. Pero la voluntad de encontrar a Ana me mantenía de pie y me hacía seguir.
El sol había empezado a ocultarse y eso dificultaba mi visión. Caminé con mayor lentitud para evitar tropezar con las raíces de los árboles, aun así, me tropecé. Maldije en voz baja, pues ahora que estaba en el suelo, me costaría más ponerme de pie.
Cuando me di cuenta de cuál había sido el motivo de mi tropiezo, me quedé muda. No podía gritar, no podía llorar, solamente pude mirar.
Una pierna.
Solo una pierna, no el pie, no el muslo, no el resto del cuerpo. Una pierna.
El rastro de sangre que la rodeaba me hizo dar cuenta de la escena en la que me encontraba. Era una vista grotesca. Algo que jamás pensé presenciar. Era una masacre. La sangre no solo llenaba el pasto, también los troncos de los árboles. Había huesos roídos, trozos de carne y moscas por doquier. Un escalofrío me pasó por el cuerpo—y no por la enfermedad—cuando noté varias máscaras pertenecientes a caballeros.
Mi temor era real.
Busqué con miedo. Si ellos estaban aquí, ella no podía estar lejos.
Me puse de pie otra vez. Con la rama logré mantener el equilibrio y eché un vistazo a mis alrededores. Fue ahí cuando la vi. Estaba lejos de los cuerpos destruidos de los caballeros. Sus brazos tenían marcas de mordidas. Su rostro estaba oculto por el pasto. Un sabor amargo me invadió. Quería vomitar, pero no lo hice, no tenía nada en el estómago. Su cuerpo no estaba entero. Su vestido cubría la parte baja y, por como este quedaba liso sobre la hierba, supe que no había nada debajo.
Ana me había contado que muy dentro del bosque habitaban los lobos. Por eso nunca debía adentrarme, porque podía morir ahí.
Me arrodillé al lado de su cuerpo y acaricié su largo cabello castaño que había salido de su moño. Ana había planeado esto desde un principio. Sabía a dónde los estaba trayendo y el destino que le deparaba si lograba su objetivo.
No contuve el llanto. Era uno sin sonido, no podía gritar, quería hacerlo, solo no tenía las fuerzas para lograrlo.
Cuando mis padres murieron, sentí que una parte de mi se fue con ellos. Pero pude superarlo, pues tenía a Ana, siempre estaría ella a mi lado. Ahora... ahora no sabía qué hacer, qué pensar, cómo vivir. Deseaba que aquellos lobos volvieran, que acabaran conmigo. Quería irme con Ana, porque no podía seguir en el mundo sin ella.
En cuanto me enteré de que estaba enferma, lo primero en que pensé fue que esperaba que mi hermana no lo estuviera. El mundo necesitaba a personas como ella. Pero, ella ya no estaba más.
Quería irme al igual que Ana lo había hecho.
Noviembre, 1705—Siglo XVIII
RECORDAR AQUEL FATÍDICO DÍA EN QUE Ana murió, el día en que se sacrificó, siempre me dolía. Abracé mis piernas y lloré en silencio una vez más. Han pasado siglos desde ese día y aún me duele. Y es que recordarlo no es solo revivir las imágenes, es revivir lo que sentí cuando la vi sin vida, con la mitad del cuerpo destruido.
Sequé mis lágrimas al cabo de unos minutos. Solo tenía una forma de tranquilizarme cuando recordaba esa época.
Abrí mis alas y dejé el Palacio de Versalles para volar hacia la India. Ahí la encontraría. Ella tenía un precioso hogar, hecho de vegetación y tan grande que parecía un oasis. Nunca dejaba de maravillarme cuando llegaba. Pero, claro, ¿qué más podrías esperar de la Madre Naturaleza'?
—¡Ashe! —exclamó al verme. Se acercó rápidamente para envolverme en un abrazo—. No te veo hace mucho tiempo. Pensé que te habías olvidado de mí.
No me había olvidado de ella, pero sí de venir.
A decir verdad, escucharla decir eso me hizo sentir culpable. Había pasado tanto tiempo en Burgess—más por Jack que por la investigación—que había estado aplazando mis visitas a la Madre Naturaleza por mucho tiempo.
—Claro que no —contesté—. Es solo que he estado ocupada con mi labor como Guardián. Ya sabes cómo son ellos.
Me encogí de hombros, restándole importancia al asunto. Siempre que podía, utilizaba a los Guardianes como escusa, al menos con ella. Ahora no me apetecía hablarle de Jack, no quería que me juzgaran. Ya tengo suficiente con las miradas que me lanza Conejo y eso que él no sabe de Jack.
Tomé asiento en una silla de madera adornada con hojas de diferentes colores y coloqué los pies sobre la mesa que estaba al frente.
—Sí, sé cómo son —respondió y yo asentí. Luego continuó—: Pero he conversado con Tooth y sé que me estás mintiendo, Ashe.
Oh rayos, Tooth soplona.
—¡Ahh! Está bien —dije colocando los ojos en blanco—. No he venido porque he estado ocupada con compromisos que no envuelven a los guardianes.
—¿Compromisos? —repitió.
Caminó en mi dirección con pasos cortos, observándome atentamente. Me sentía demasiado incómoda bajo su mirada, se sentía como si me juzgara y sé que es algo que ella no haría. Rascó su mentón y luego cruzó los brazos. Creí que me gritaría; pero sonrió y yo solté un suspiro de alivio.
—¿Un chico?
Sí.
—No —mi habilidad para darme la contraria es impresionante. En esta única ocasión fue a mi favor. Sin embargo, por la expresión que ella puso, supe que no me creyó. No me serviría mentirle, pues podría ver a través de mi—. Sí.
—¿Humano?
Retiré los pies de la mesa y los puse sobre mi silla, abrazando las piernas a mi pecho. De pronto me sentía expuesta, como si fuera a recibir una reprimenda. Sé que las relaciones humano-espíritu son tabú. Existen y han existido, pero jamás han terminado bien.
—Sí.
—¿Sabes lo difícil que es eso?
Ella no quería ser mala conmigo, sonaba preocupada, porque sabía las consecuencias de enamorarte de un humano. Ninguna lo ha experimentado, bueno, ella no.
Asentí.
—Él va a envejecer y eventualmente va a morir —continuó.
—No soy idiota, eso ya lo sé —contesté a la defensiva.
Tal vez soné un poco más hosca de lo que pretendía; pero me molestaba lo que decía. Ya sabía todo lo que ella expresó. Lo sé. Jack es un humano y yo soy un espíritu. Lo nuestro tendrá que acabar. Lo sé.
—Solo... prefiero disfrutar lo que tenemos mientras pueda —de pronto sonaba tan desolada. Porque, el pensar que tenemos el tiempo contado me duele. Alcé la vista y me encontré son sus ojos llenos de tristeza y compasión por mí.
Genial, le doy pena a la gente.
—¿Estás segura de que eso es lo mejor?
—Estoy enamorada de él.
Soltó un largo suspiro. De pronto noté lo cansada que se veía.
—He estado trabajando en un hechizo —explicó, mientras tomaba asiento en el sillón de al lado—. Uno que pueda convertirnos en seres humanos nuevamente. —Eso llamó mi atención—. Aún no tengo éxito, pero lo conseguiré.
—¿Por qué lo haces? —pregunté. Ella no tenía ningún motivo para regresar a ser humana, al menos no uno que yo conozca—. ¿Quieres ser humana?
Negó. —Por ahora no —contestó—. Pero, ya sabes que Manny no tiene el poder para hacernos humanos otra vez. Quiero lograrlo yo. Soy la Madre Naturaleza, el ser más fuerte de la tierra —dijo guiñando un ojo—. Estoy segura de que puedo conseguirlo.
—Modestia aparte —murmuré rodando mis ojos y colocando, nuevamente, los pies sobre la mesa. Esta vez ella los pateó, haciendo que cayeran al suelo y que yo me resbale de mi asiento—. A veces me pregunto cómo es que te volviste la Madre Naturaleza.
—Yo también.
Ambas empezamos a reír y fue liberador. Necesitaba pasar más tiempo con ella, no podía concentrarme en ver solo a Jack o en hacer mi trabajo. Tengo que aprender a balancear mi tiempo. Además, ella es importante para mí y siempre me levanta el ánimo.
—Cuando logre hacer el hechizo, ¿querrás convertirte en humana?
—¿No deberías decir: «Si logras hacer el hechizo»?
—Responde la pregunta.
No había pensado nunca en la posibilidad de volver a ser humana. De haberme preguntado eso hace un año, habría respondido que no. Como humana ya no había nada que me atara a la tierra, al menos no lo había en aquella época. Ahora que conozco a Jack, no sé qué haría. Me gustaría pasar el resto de mis días con él, envejecer juntos. Pero eso suena tan egoísta de mi parte. Tengo un trabajo como espíritu y guardián.
—Tal vez —la respuesta me dejó con un sabor agridulce.
—No estás haciendo nada malo al considerarlo, Ashe —señaló—. Viviste durante una de las peores épocas de la historia.
—Tú también.
Recordar aquel día nuevamente no era algo que quería hacer, por eso había venido a visitarla en primer lugar. Tal vez era hora de regresar, tenía mucho trabajo por hacer.
—¿Irás a ver al humano? —me preguntó cuando le dije que me tenía que ir.
—Jack.
—¿Irás a ver a Jack? —preguntó nuevamente. Asentí en respuesta, me veía más segura de lo que me sentía. Nuestra conversación quedaría en mi mente por mucho tiempo—. Me alegra verte feliz. Si hago el hechizo, sé que tomarás la decisión correcta.
Suspiré cansadamente.
—Eso espero Ana, eso espero.
ERA PRIMAVERA EN EL HEMISFERIO sur en esta época del año, así que recorrí aquella zona. Me encantaba visitar los países ahora que la Peste ya no causaba el caos. Muchas vidas se perdieron durante esa época; pero ahora todo había regresado a la normalidad y, aunque no todo era paz, definitivamente está mejor que antes.
Uno de mis lugares favoritos en el Norte es el Palacio de Versalles y, en el sur, es un Salar ubicado en América del Sur. Es un lugar impresionante y me encanta observar mi reflejo al volar por ahí. No es que sea vanidosa; pero mis alas me fascinan y verlas reflejadas junto con el cielo despejado es algo hermoso.
Hoy estaba particularmente feliz, pues me tocaba patrullar Burgess y eso significaba que al final del día podía ver a Emma y Jack. Hace casi una semana no los visito y ya los extraño.
Me apresuré en realizar todo mi trabajo y, luego me dirigí a Burgess, donde también prioricé mi labor. En todos estos meses no hemos hallado nada extraño y ya me cansaba tener que hacer estas rondas. No tienen sentido y nos hacen perder el tiempo. Ahora que la Navidad se estaba acercando, Norte había dejado de venir y eso nos daba más turnos al resto, al menos a mí.
La ciudad estaba particularmente congelada, no había nieve—aún—; pero hacía demasiado frio. Por suerte, como espíritu, esto no me afecta, al menos no demasiado. Tenía mayor resistencia al cambio de temperaturas. El bosque que rodeaba la casa de los hermanos Overland se encontraba tranquilo, el canto de los pájaros se hacía extrañar, ellos ya no estaban aquí en esta época del año. Me sorprendí al no encontrar a nadie en casa de Jack, estaba demasiado desierto, algo que jamás sucedía. Era extraño, pues tampoco los vi en la ciudad. Tal vez habían salido con su madre, Jack me comentó que irían a visitar a su tía, solo no recuerdo el día exacto.
Decidí dar una vuelta más por la ciudad y, si no los encontraba, me iría. Ya había terminado de hacer mis rondas y no tenía otra razón para quedarme por acá. Prefiero estar en el sur, donde es primavera.
Dando la última vuelta por la ciudad, me topé con Cybele. Me tomó un segundo darme cuenta de que se trataba de ella, pues su apariencia era otra. Su ropa era la misma de siempre; pero su expresión era totalmente diferente. Jamás la había visto tan furiosa y eso me preocupó.
—Cyb, hola, ¿estás bien?
Me acerqué a ella con el brazo extendido y ella inmediatamente lo apartó.
—No. No estoy para nada bien —gruñó—. Estoy harta de ti.
—¿Harta? —repetí. No comprendía a qué se debía su comportamiento, jamás había actuado de una manera tan hosca conmigo—. Cyb, ¿de qué estás hablando?
—¡No me llames Cyb! —gritó—. Y no actúes como si no supieras de qué hablo. Tu eres la responsable de todo. Desde que llegaste todo se fue a la mierda.
Negué al oírla, pues seguía sin comprender cómo pude haber impactado en su vida de una manera tan negativa.
—Siempre tan perfecta, haciendo que todos te quieran —dijo de una manera despectiva.
Bueno, esas últimas afirmaciones sí me causaron gracia. Todo lo anterior no tenía sentido; pero eso último era estúpido.
—¿De verdad crees que soy perfecta? —me burlé—. Cybele, te cuento que nadie es perfecto, ni tú, ni yo. No sé qué te hace pensar que lo sea, tal vez debería sentirme alagada porque me consideres como un ser perfecto, pero no, me molesta la manera en que lo dices. No logro entender qué pude haberte hecho para que me hables de esta manera.
—Lo que has hecho es existir, Ashelia —declaró. Me miraba con desdén, como si yo fuera la peor escoria que ha pisado la tierra—. Siempre has conseguido todo lo que has deseado. Dices que no eres perfecta y concuerdo contigo; pero el resto te venera.
Que me diga en dónde están esos que me veneran porque yo no los conozco.
—Yo he estado en este mundo mucho más tiempo que tú —prosiguió—. ¡Tú apareciste un maldito día como la hermosa y perfecta hermana de la Madre Naturaleza! ¡Llegaste y te convertiste en una Guardiana! No has hecho nada para merecerlo, yo soy la que ha estado aquí haciendo de todo para ser bien vista por Manny y nada, tu eres la que te ganaste a todos. Te llevaste el amor de todos.
Ahora puedo entender por qué me decía que yo no debía pertenecer a los guardianes. Ella siempre estuvo celosa de mí. ¿Cómo no me di cuenta antes? Jamás pensé que ella podía tener tanto rencor hacia mí.
—Como lo dijiste, me he ganado el cariño de todos, sí, porque he sabido hacer mi trabajo. Merezco ser parte de los Guardianes, aunque sí pienso que hay otros espíritus que, considero, lo merecen también. Hasta hoy pensé que tú también lo merecías, me doy cuenta de que no.
—Eres una hipócrita.
—No, la hipócrita eres tú —rebatí—. Siempre creí que éramos amigas, ahora veo que tú nunca me consideraste una. Lo que no entiendo es porqué decidiste que hoy mostrarías tu verdadero sentir.
—Porque hoy fue la gota que derramó el vaso —dijo rechinando los dientes—. Hoy me vieron por primera vez.
A pesar de estar molesta con ella, me sentía verdaderamente feliz al oír esa noticia. Hay algo en ser reconocido por un niño que nos llena y hace más fuertes. Algunos espíritus son más conocidos por los pequeños, como Cupido; pero sus ayudantes no tienen la misma suerte. Que un niño la haya visto es genial.
—Me alegro por ti.
Se rió con desgano y me lanzó una mirada aún más rencorosa que antes.
—Te alegra mi desgracia.
—No veo cómo es eso una desgracia, ser visto por un niño es algo buenísimo, Cybele.
—No, no es buenísimo —dijo con asco—. No fue un niño quien me vio, fue un joven. Fue el joven que me gusta, quien me ha atraído por meses. Se llama Jackson Overland. ¿Te suena?
¿Si me suena? No puedo creer que a Cybele le guste Jack, mi Jack. ¿Todo este tiempo estuvo viniendo a Burgess para verlo a él?
—Claro que te suena —contestó por mi—. Él mismo me lo dijo, Jack me contó que te conocía, que te conoce bastante bien.
—Cybele...
—No me interrumpas, no he acabado. —Voló más cerca de mí, observándome de pies a cabeza—. No tienes idea de lo emocionada que estaba cuando él me vio. Creí que por fin tendría una relación con alguien a quien amaba. Pero no, claro que no. Tú, la perfecta Ashelia, ya te habías ganado el corazón de Jack, como siempre, vas un paso por delante de mí.
—Cybele, eso no es-
Volvió a interrumpirme alzando su mano.
—Traté de besarlo —fruncí el ceño al oír eso—. No te preocupes, me apartó. Aparentemente está enamorado de ti y jamás podría serte infiel. ¿Por qué siempre logras tener todo? ¡Tú no lo mereces, yo sí! Tú eres una estúpida. Una pobre diabla que en realidad no hace nada más que hacer crecer unas estúpidas florecitas. Te la pasas todo el día en ese maldito palacio o en ese lugar salado horrible, pensando en-
Le di una bofetada tan fuerte que pensé que Norte la oiría en el Taller.
—No tienes ningún derecho a hablar así de mí —hice mi mayor esfuerzo por sonar tranquila y no gritar—. Amo a Jack. Lamento que te sientas triste por no ser correspondida, pero no es mi culpa. Crees que yo tengo todo y no es así. Cybele, no tienes por qué actuar de esta manera, solamente porque no le gustas a un chico. Es solo uno. Hay millones de personas en el mundo. Llegará la correcta para ti, tal vez será humano, tal vez no. No importa eso, lo importante es que sea alguien que sea tu complemento. Jack no será eso para ti.
» No puedes estar hablando así de mí, como si yo tuviera la culpa de lo que te pasa o no te pasa. Yo no soy el centro del universo y tampoco me interesa serlo. Siempre he sido tu amiga y te he tratado como tal, no logro entender si siempre me has odiado o si solo por Jack has cambiado de parecer. Se supone que soy tu mejor amiga.
—No —respondió. Su mejilla estaba roja por el golpe que le proporcioné; sin embargo, ella jamás bajó la cabeza, ni desvió la mirada. Me seguía viendo con rencor. Su postura me indicaba que esa amistad había terminado, tal vez nunca empezó—. Tu y yo no somos amigas.
Se alejó de mí sin decir más. Me sentía rota. Una amistad que pensé que tenía, siempre fue una mentira. No puedo creer que haya perdido a Cybele.
—Una cosa más —dijo—. Te arrepentirás de esto.
Setiembre, 1350—Siglo XIV
ESPERÉ A LOS LOBOS POR DOS DÍAS. Dos días estuve al lado del cuerpo de mi hermana, creyendo que despertaría. Estaba delirando, pues eso no era posible, Ana no regresaría a ese cuerpo.
Fue el olor lo que hizo que me moviera. Era insoportable. Eso y las moscas. No podía permanecer más tiempo en ese lugar. Necesitaba tomar agua, mi garganta estaba seca. Si no moría por lobos o por la Peste, el hambre y deshidratación harían de las suyas.
Enterré el cuerpo de Ana en ese mismo lugar, hubiese deseado llevarla a otro lugar; pero no tenía las fuerzas para hacerlo. A penas pude cavar un hoyo para ella. No hice un gran trabajo; pero era mejor que dejarla expuesta. Después de dos días a su lado, no podía seguirla viendo. La imagen de mi hermana jamás se borraría de mi mente. Mi único consuelo era que moriría pronto.
Para mi desgracia, seguí viviendo por dos meses más. La Peste me debilitaba y ya no podía caminar. Vivía en mi propia suciedad y quería morirme cuanto antes. No tenía ganas de nada. No tenía a nadie. Había llegado al refugio del que Ana me había comentado, a este llegaban más personas con ánimos de ayudar, para mí todos ellos eran ángeles enviados del cielo. Traían agua, comida, cobijo y—lo más importante—su compañía. Ahora hablaba con los enfermos, especialmente porque había muchos niños y jóvenes de mi edad; pero era diferente conversar con alguien sano, ellos tenían esperanzas que nosotros ya no albergábamos. Verlos y conversar con ellos me alegraba el día.
Trataba de no recibir más comida o agua de lo que necesitaba. Sabía que a mí no me quedaba mucho tiempo de vida y prefería que los niños comieran mis raciones. Siempre he pensado que ellos tienen mayores probabilidades de sobrevivir.
Yo moriría en cualquier momento.
—Tengo miedo —sollozó Mey, una pequeña niña de no más de seis años. Había perdido a su madre hace dos semanas, era el único familiar que le quedaba. Ahora estaba sola, como yo, creo que por eso se me acercaba tanto.
—No debes tener miedo.
—Vamos a morir, Ash —nadie nunca me había llamado de esa manera, para ser sincera, el apodo no me molestaba—. Vamos a morir como mi mamá, como Shane.
Shane. Él era un chico de quince años que había fallecido hace menos de veinticuatro horas. Su muerte fue inesperada—sé que suena raro, considerando en la época que vivimos, pero era cierto—, nadie pensó que él moriría tan pronto, de todos era el más sano, el más animado. Shane contaba chistes, fábulas e historias inventadas por él, para todos. Su alegría era contagiosa. No había forma de no sonreír cuando estaba Shane presente.
Por un momento pensé que él llegaría con vida hasta que la cura apareciera.
—Tienes que ser fuerte —le recordé—. Ni tu mamá, ni Shane querrían verte triste, Mey. Eres una niña fuerte, sobrevivirás a esta epidemia.
Esperaba que mis palabras se volvieran realidad.
—No puedo ser fuerte —sorbió la nariz y luego dijo algo que jamás creí oír de una persona tan pequeña—. Creo que haré lo mismo que Chiara.
Chiara hizo lo que yo he pensado en hacer muchas veces. Suicidarme. Ella era una chica que parecía verdaderamente alegre, casi tanto como Shane, nadie sabía que por dentro estaba tan deprimida como el resto. Era una chica de solo veinticuatro años que decidió terminarlo todo saltando de un puente. Como dije, lo he considerado; pero no puedo hacerlo. Hace un mes—luego de la muerte de Chiara—decidí que la Peste terminaría conmigo.
—No puedes, Mey. Ni siquiera lo consideres —giré en mi lugar para encararla—. Tienes que mantenerte fuerte hasta que la cura aparezca. Vas a ver, crecerás y lograrás grandes cosas, todo lo que te propongas.
—No puedo —contestó entre lágrimas.
—Eres un ser puro, pequeña —mi voz era suave. Le acaricié el cabello y la abracé—. Tienes que ser fuerte y sobrevivir. Hazlo por mí, ¿sí?
—Tú también debes vivir.
—Seré fuerte, igual que tú.
Traté de ser fuerte, al menos de sonar fuerte al decirlo. Mi cuerpo ya no daba más y estaba segura de que, esta vez, ya no me quedaba mucho tiempo de vida. He estado evadiendo la muerte por meses, ahora por fin llegaría la hora en que podría descansar.
Esa fue la última vez que vi un anochecer. Pues al día siguiente ya no volví a despertar.
SENTÍA MUCHA HUMEDAD A MÍ ALREDEDOR.
Estaba desorientada, como si despertara de un largo sueño. No sabía dónde estaba, qué año era o quién era yo. De lo único que estaba segura era de la humedad que me rodeaba y de la oscuridad.
Sentí miedo.
Luego, me estaba elevando, mejor dicho, algo me elevaba, una fuerza invisible me estaba extrayendo de esa oscuridad. Al moverme me di cuenta de que esa humedad que me rodeaba se trataba de tierra. Estaba enterrada y eso me hizo tener aún más miedo. Seguía sin entender qué sucedía. El no tener memorias no ayudaba.
Cuando por fin salí a la superficie, sentí que el aire regresó a mis pulmones. En lo alto observé la Luna, estaba tan brillante que me invadió de calidez.
De pronto, ya no sentía miedo. Es como si por fin hubiese llegado a donde tenía que estar. Me sentí rodeada de paz.
La Luna me habló con suavidad y me dijo que mi nombre era Ashelia.
A pesar de no recordar nada, lo acepté.
Por varios años estuve rondando la tierra como Espíritu de la Primavera. No tuve contacto con ningún espíritu, jamás tuve la oportunidad. Tal vez la Luna—o Manny—quería que me acostumbrara a esta nueva vida antes de que me contactara con otros seres como yo.
Fue de un momento a otro en que los recuerdos de mi vida como humana se arremolinaron en mi mente. Llegaron rápido. Recuerdos alegres y dolorosos me tomaron por sorpresa y me llevó un tiempo poder asimilarlos todos. Mi vida hasta los catorce años había sido grata y tranquila, no viví como los ricos; pero jamás morí de hambre. Fue luego de esos catorce años en que mi vida dio un vuelco y los siguientes dos años fueron oscuros y llenos de pérdidas.
Recordé a mis padres y a Ana y deseé poder verlos una vez más.
Jamás me encontré con mis padres, pero sí con Ana.
Pasaron sesenta y un años hasta que los Guardianes me hallaron. Un yeti apareció con un saco para llevarme al Taller, al final no tuvo necesidad de usarlo, pues fui por voluntad propia. Es decir, ¿Por qué no hacerlo? Si Santa Claus te llama, tú vas. ¿Quién opondría resistencia?
No sé qué hice para que Manny me eligiera como Guardiana, solo sé que le estoy eternamente agradecida. En ese grupo conocí espíritus que se convertirían en mi familia y luego me reencontraría con mi hermana Ana, quien se había convertido en la Madre Naturaleza. Siempre supe que ella tenía un corazón puro y, si alguien merecía ese título, esa era ella.
Ana me contó muchas cosas. Lo que más me alegró fue enterarme de que la pequeña Mey había sobrevivido a la Peste, logró muchas cosas en vida y ahora era abuela de muchos niños. Estaba feliz por ella.
Desde ese momento, sentí que estaba completa. Por fin, luego de tantos años y tanto sufrimiento, me había reunido con mi hermana. Ahora era parte de los Guardianes y pasaríamos el resto de nuestras vidas cuidando de la tierra y de los niños. No había nada que pudiera con nosotros. Combatiríamos a cualquier fuerza maligna que quisiera hacer daño. Nosotros, todos, los guardianes y espíritus éramos imparables.
Por fin había encontrado mi propósito.
Diciembre, 1705—Siglo XVIII
HOY ERA NUESTRO ÚLTIMO RECORRIDO por Burgess, luego de nueve meses investigando lo investigable, decidimos que en esta última ocasión haríamos un recorrido todos los guardianes, dividiéndonos por zonas, si no encontrábamos algo, entonces desistiríamos. Incluso Norte se había dado un tiempo para acompañarnos, no estaba feliz, ya que en una semana era Navidad; pero su trabajo como Guardián era importante y debía venir.
—Según Manny, es Pitch quien podría estar rondando la ciudad —recordó Norte por millonésima vez.
Sí, Manny había mencionado que ese sentimiento extraño se parecía al que percibió cuando Pitch Black, el Coco, apareció por primera vez. Fue por ese motivo que se reunieron a los Guardianes originales, para derrotarlo. Ahora nos encontrábamos en Burgess por una última vez—yo no me incluyo—para verificar que él esté acá.
—Miren —susurró Conejo, quien señalaba hacia un callejón.
Sandy fue el primero en aproximarse y el resto lo seguimos de cerca. Fue una sombra oscura la que se hizo presente en aquel lugar e, inmediatamente, todos estuvimos en posición de ataque. Fue una total sorpresa que al final se tratara de un gato.
—No me habían contado que Pitch Black era un gato —comenté.
Conejo me golpeó con uno de sus boomerangs, aunque no fuerte.
—No te burles de tus mayores.
Sandy había hecho las formas de un gato, la cabeza—asumo—de Pitch y una «x». Tooth estaba riendo y Norte parecía disconforme al darse cuenta de que su panza, al igual que Manny, se habían equivocado.
—¿Debemos suponer que no hay ninguna amenaza? —preguntó Tooth.
—Bueno, hemos buscado por meses e insisto que lo más raro es la ardilla ladrona y el perro arruina calzado —repetí por millonésima vez—. En esta ciudad no pasa nada.
—Concuerdo con Ashe —intervino Conejo—. Hemos hecho muchas rondas y no puede ser que no hayamos encontrado algo que atisbe el regreso de Pitch.
—Bien, le diré a Manny que no encontramos nada y que cesaremos estas rondas —anunció Norte.
Todos asentimos, aliviados de que nuestros viajes a Burgess hayan terminado. Bueno, los míos no y, claramente tampoco los de Sandy y Tooth; pero ya saben a qué me refiero. Investigar algo que no hay es aburridísimo.
FALTABA UNA SEMANA PARA NAVIDAD. La nieve era espesa en el bosque y el pequeño lago que se encontraba cerca de la casa de Jack se había congelado a inicios de diciembre. Era una vista fabulosa. Definitivamente, ese lugar se había convertido en uno de mis favoritos, aunque no podría ganarle al Palacio y al Salar.
Había visitado a Conejo en su madriguera, pues ir al Taller en esta época era imposible. Pasé todo el día con mi hermano postizo, cuidando la vegetación de su madriguera y jugando con los Centinelas que cuidan el lugar. Me encantaba visitarlo, siempre pasábamos un buen momento. Al menos hasta que empezó a preguntar si había conocido a alguien, ya que yo parecía estar enamorada. No estaba lista para contarle la verdad de Jack, así que negué todo.
—¿Segura que no tienes nada que contarme? —me preguntó.
Conejo estaba recostado en el pasto a mi lado, con los brazos cruzados detrás de su cabeza. Tenía el ceño fruncido y me mirada esperando a que dijera la verdad.
—Nada de nada —respondí. Ambos sabíamos que mentía y él pareció entristecerse cuando se dio cuenta de que no quería contarle. Me sentí terrible por eso—. Nada que pueda decir ahora. Pero, prometo que te contaré todo pronto, ¿sí? Te aseguro que no es nada malo, así que no tienes que preocuparte.
—Está bien, pequeña Ashe.
Le di un beso en su peluda mejilla y me fui de la Madriguera.
En Burgess era pasado el mediodía y había prometido encontrarme con Jack y con Emma para patinar sobre el hielo del lago. Ya lo habíamos hecho días atrás y nos encantó, por lo que esta vez regresaríamos. Estaba emocionada por verlos, no los había visitado desde ese día y ya los extrañaba.
Cuando llegué al lago, me tomé el tiempo para observarlos a ambos, quienes ya habían llegado. Se les veía tan felices y amaba que Jack fuese tan cariñoso y cuidadoso con Emma. Me hacía recordar a la relación que yo tenía con Ana. Así que sé, de primera mano, que Emma es muy afortunada por tener a alguien como Jack. Dicho sea de paso, yo también soy afortunada de tenerlo.
La vista de ambos hermanos me fue bloqueada por Cybele. No la había visto desde hace un mes, cuando me di cuenta de que nunca habíamos sido verdaderamente amigas, o al menos, yo nunca lo había sido para ella.
Su apariencia había cambiado. No solo la expresión en su rostro, si no su atuendo. Su hermoso vestido blanco ahora estaba rasgado y sucio. Su hermoso cabello dorado ya no era tan largo como antes, había sido cortado descuidadamente y apenas tocaba sus hombros. Tenía ojeras—algo de lo que no sufrimos los espíritus, al menos no que yo sepa—y sus labios estaban partidos.
Definitivamente no parecía la Cybele de siempre.
—¿Qué te ha pasado?
A pesar de no ser amigas y de todo lo que dijo antes, no podía evitar preocuparme por ella.
—Tú me pasaste —dijo entre dientes—. Por tu culpa Cupido me desterró. Ya no soy nadie.
—¿Cómo? Cupido no puede hacerte eso.
—Sí, puede y lo hizo —contestó con furia—. Y, todo eso es tu culpa.
—¿Mi culpa? —repetí con indignación.
—Sí, Ashelia, tu culpa. Si tú no te hubieses metido con Jack, entonces yo habría estado con él. Sería mi novio y ambos viviríamos felices. Pero no, lo querías para ti y me lo quitaste.
Mi paciencia tenía un límite y Cybele la rebasó hace mucho. Ya no podía seguir actuando tranquilamente y dejarla decir estupideces sobre mí. El 90% de sus afirmaciones eran falsas y sin sentido, me tenía cansada.
—Jamás te he quitado nada Cybele, todo lo que dices son cuentos que tú misma inventas. No sé el motivo, la verdad es que no me importa —solté un suspiro exasperado, no sabía cómo hacer para que entre en razón—. Si yo no hubiese conocido a Jack, no sé qué hubiese pasado contigo, tal vez sí se hubiese enamorado, tal vez no. No sé. Yo no tengo la culpa de que él no te correspondiera. Nos enamoramos sin pensarlo y no me arrepiento.
» Si Cupido te desterró, tampoco es mi culpa. Para ser sincera, no sé qué tiene que ver una cosa con la otra. Pero sí me preocupa que él haya hecho algo así contigo.
A pesar de todo, estaba preocupada por ese destierro. Cupido jampas ha hecho algo así. Además, Cybele amaba su trabajo como ayudante de Cupido. Cybele ama el amor. ¿Cómo podría ser desterrada?
Su respuesta fue una risa irónica.
—¿Te preocupa? Por favor, Ashelia, tu nunca te has preocupado por mí. Si lo hubieses hecho, habrías dejado a Jack para que me quedase con él.
—No mezcles las cosas, Cybele —repetí—. Yo no tengo porqué separarme de Jack solo porque tu así lo quieres.
—¿Ves? No te preocupas por mi —insistió—. Y por eso, decidí utilizar una de las flechas de Cupido, para que Jack dejara de amarte y me quisiera a mí.
¿Qué?
—Tranquila, Ashelia, Cupido se dio cuenta de mis intenciones y me desterró —declaró—. No quería que yo te quitara al amor de tu vida. Hasta Cupido te prefirió sobre mí.
Creo que nunca había tenido tantas ganas de pegarle a Cybele. Lo que me decía pasaba de lo ridículo. No puedo creer que alguna vez la consideré mi mejor amiga.
—¿Qué diablos te pasó, Cybele? Nunca habías tratado de separar a nadie, jamás has tratado de hacerme algún mal. ¿Por qué haces esto? ¿En verdad es solo porque crees amar a Jack? Todo lo que dices y todo lo que haces indican que no lo quieres, porque de ser así, lo dejarías ser feliz.
—¡Yo lo amo y ambos merecemos estar juntos! Pero todos son injustos, incluso él. Está cegado por ti, no sé qué le hiciste; pero no dejaré que te salgas con la tuya. No volverás a seguir causándome más miserias.
Batió sus manos haciendo que un rayo de luz oscuro se disparara de ellas en mí dirección. No anticipé una acción como esa, pero pude esquivarlo. Cybele se había vuelto loca.
—¡¿Qué estás haciendo?!
—Ashelia, eres bonita, pero estúpida. ¿Quieres que lo diga literalmente? —se burló—. Te. Voy. A. Matar. No dejaré que sigas en este mundo provocándome más miserias. Todo lo que tienes debería ser mío. Así que empezaré por hacerte desaparecer.
—Cybele, no sabes lo que dices. Incluso si lograras acabar conmigo, eso no te haría ningún bien. Vas a terminar lastimada.
—Cuando logre acabar contigo todos mis problemas desaparecerán —corrigió.
Volvió a formar rayos oscuros para atacarme. Jamás había visto que ella tuviera esa habilidad, tal vez siempre la estuvo ocultando de todos. Intenté esquivar los rayos y con mis alas creé brizas que pudieran alejarlas de mí y direccionarlas a su dueña. Ella pareció molestarse y los hizo desaparecer antes de que la impactaran.
Cybele sabía que no podría vencerme.
—Es obvio que no podré matarte con estos rayos —admitió.
—¿Te rindes?
Una sonrisa macabra se formó en su rostro. Me asustaba lo que esa sonrisa significaba. Ella no había desistido de matarme, haría alguna otra cosa para destruirme y temía lo que tenía en mente.
—No. Solo me he dado cuenta de que hay otros medios para destruirte —indicó—. Hay alguien que te importa mucho y que puede lograr lo que yo no. Después de todo, se necesitan dos personas para estar en una relación.
En ese momento otro rayo se formó en su mano y no tuve que preguntarle para saber que planeaba atacar a Jack. Volé hacia ella con la intención de derribarla y de impedir su ataque. No iba a dejar que ella matara a Jack o a Emma. Esto era entre las dos y así terminaría. Sin embargo, antes de llegar a ella, Cybele lanzó el rayo. Vi en cámara lenta cómo este chocó con el hielo, provocando que se rasgara bajo los pies de Emma.
La pequeña empezó a gritar, mientras que Jack hacía todo lo posible por calmarla. Desde mi posición tan elevada en el cielo, no lograba oírlo; pero estaba segura de que eso trataba de hacer, pues lo conocía muy bien.
—Por favor, Cybele, detente —le pedí. La tenía envuelta en una especie de abrazo, para que no pudiera utilizar sus poderes—. No hagas esto, tú no eres así. Por favor.
—¡Yo soy así! —gritó—. Y voy a destruir tu maldita felicidad.
Me dio un golpe en la cara con su hombro, haciendo que retrocediera. Aprovechó eso para lanzar un nuevo rayo hacia el lago, justo en el momento en que Jack había puesto a salvo a Emma. Nuevamente, vi en cámara lenta cuando el rayo cayó al lado de los pies de Jack provocando que este se terminara rompiendo por completo. Vi a Jack caer al agua congelada. Y escuché a Emma gritar su nombre. También oí a Cybele reír a lo lejos.
—Adiós, Ashe —fue lo último que oí decir a Cybele.
No sé en qué momento me moví, solo sé que ahora me encontraba dentro del lago congelado. Era más frio de lo que podía soportar; sin embargo, lo ignoré. No importaba que sintiera como si mil espadas se me clavaran en el cuerpo, necesitaba llegar a Jack antes de que fuera demasiado tarde.
Encontré su cuerpo al fondo del lago, no luchaba por salir a la superficie. Ya había perdido la consciencia. Si yo tenía frío en el lago, para él debía ser millones de veces peor. Nadé tan rápido como pude hacia él, cada segundo contaba, más para él.
—Ashelia —escuché la voz de Manny en la cabeza, sonaba algo asustado, algo muy raro en él—. No puedes ir por él, debes dejarlo ahí. Si no lo haces, morirás.
«No puedo dejarlo, Manny. No puedo vivir sin él».
No sé si es posible llorar bajo el agua; pero sentía que mis ojos quemaban mientras nadaba hacia él.
—Ashelia, se razonable, no puedes llegar a él, ya es tarde.
«Por favor, Manny, ayúdame. Tienes que salvarlo, no puede morir».
Por fin había llegado a Jack, lo tomé en brazos y me dirigí a la superficie. No podía perder un segundo más, el que Manny no pudiera ayudarme, no significaba que yo lo dejara ahí, al fondo del lago.
—No hay nada que pueda hacer por él, Ashelia —insistió—. La vida de Jack ya ha culminado.
Era cierto, lo sabía; pero no estaba lista para aceptarlo.
«Claro que puedes, Manny. Puedes convertirlo en un espíritu como nosotros».
—Solo tengo fuerzas para salvar a uno, tú también estás a punto de morir. La vida de Jack ha culminado.
«Sálvalo».
—Ashelia...
«Por favor, Manny. Le daré mi vitalidad, Jack tiene que salir de acá. No dejes que muera. Él podría ser un gran Guardián algún día».
—Entiendes que, si lo salvo a él, ¿tú no volverás? —Sé que Manny trataba de razonar conmigo; pero yo ya había tomado una decisión y no cambiaría de parecer—. ¿Qué pasará con los Guardianes? ¿Qué pasará con Ana?
«Hazlos olvidar. También a Jack. Haz como si yo no hubiese existido, ninguno debe recordarme, será lo mejor para todos. Por favor, Manny».
—¿Estás segura de esto?
«Sí».
Jamás he estado tan segura de algo en mi vida. Jack tenía que vivir, al menos como espíritu. Él es un ser tan bueno, que logrará muchas cosas como espíritu.
Por una última vez miré a Jack. Sus ojos estaban cerrados; pero podía imaginar esos bellos y brillantes ojos pardos. Le di un último beso en los labios, traspasándole todas las fuerzas que me quedaban y lo solté.
Yo me hundí en el lago y él empezó a elevarse.
Esa fue la última imagen que tuve como Ashelia.
A PESAR DE ESTAR INCONSCIENTE, sin posibilidades de moverme. Mi mente estaba trabajando, recordando todos los eventos que llegaban tan rápido que se me hacía complicado seguirles el paso. Me demoré mucho en poder comprender todo lo que había sucedido y lo que eso significaba. Mi cabeza me dolía. Es como si alguien estuviese taladrando mi cráneo. El dolor era insoportable. Pero la información era una mezcla entre dolorosa y hermosa.
Había logrado salvarlo.
Jack estaba bien. Ahora era un Guardián, justo como lo había predicho.
Seguía sin poder creer que lo había conocido y que había pasado por muchas cosas cuando él todavía era humano.
Lo más sorprenderte de todo, es que me había enterado de que tuve una vida antes de ser Bianca Gannett.
Yo era Ashelia.
Editado: 05/04/19
Terminaron las crónicas de Ashelia.
¿Qué les pareció?
xoxo,
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