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CAPÍTULO 25


          APARECIMOS EN EL PATIO DE JAMIE por la noche, bastante de noche. El 2do día del año estaba terminando en Borja y, en lo único que podía pensar era en que... si, hasta ahora, todo lo que había pasado era una porquería, ¿qué podía esperar de los otros 363 días? No tengo muchas esperanzas al respecto. Supongo que sólo me queda seguir soportando a Roberta y Félix. Lo único que podría salir bien sería no ver a esa rubia con Jack nunca más.

Pensar en no volver a ver a Jack, era deprimente.

Ni bien llegamos, alisté a los niños para dormir. Conejo, por otro lado, daría un paseo por la ciudad, ya que quería buscar ese «algo» que no deja a los guardianes llegar a Borja. Por mi lado, fui a dormir. Me sentía exhausta y necesitaba descansar y olvidar todo lo que había pasado en los últimos días.   

          EN MEDIO DE LA NOCHE ESCUCHÉ ruidos. Golpes para ser más exacta. Es como si alguien hubiese llegado a la casa y quisiera que lo dejaran entrar. Esperaba que dejaran de llamar a la puerta, ya que era muy tarde y nadie les abriría. Pero estos no cesaban.

Decidí que sería mejor llamar a la policía. Pero el celular del señor Bennett no estaba en la mesa de noche, donde lo había dejado antes de dormir. Si quería llamar a alguien, debía de hacerlo desde la sala. Entonces, recordé que Conejo estaba acá. ¿Él podría protegernos de asesinos que no lo pueden ver?

Abrí la puerta de mi cuarto. El corredor hacia la puerta principal estaba a oscuras. Algo bloqueó mi visión. Eran dos cuasi esqueletos. Sus penetrantes ojos rojos me hacían temblar solo de verlos. Me había quedado petrificada en mi lugar. Tenía mucho miedo, más que la primera vez que los vi. Uno de ellos me tomó del brazo y me elevó en el aire.

Lo siguiente que supe es que me había lanzado contra la mampara que daba al jardín, rompiendo el vidrio en el proceso. Se sentía como si varias navajas hubiesen cortado mi cuerpo. Me dolía la cara, los brazos, piernas, espalda, todo. Me sentía morir. Noté, entonces, que un pedazo de vidrio del tamaño de mi mano estaba incrustado en mi estómago. No dejaba de salir sangre y cada vez me dolía más. Lo saqué con las pocas fuerzas que me quedaban. Con mi otra mano presioné la herida para que no salga tanta sangre, pero no fue de mucha ayuda.

Estaba mareada y mi vista empezó a nublarse, pero no podía perder la conciencia. Esos cuasi esqueletos no me matarían sin que yo luchara. Ambos tenían la mirada puesta en mí y, aún permanecían dentro de la casa. Podría jurar que vi humo salir de sus fosas nasales. Estaban en posición de ataque y no sabía qué hacer. ¿Cómo puedo escapar de aquí? ¿Por qué Conejo no se despierta? A menos, claro, que todavía no regresara.

De pronto, empezó a nevar. Y solo pude pensar en Jack.

Lo busqué con la mirada. Él estaba volando por encima de la casa.

—¡Jack! —grité y él empezó a descender. Los cuasi esqueletos salieron de la casa, su pose era completamente amenazante. Pero ahora estaba más tranquila. Si Jack estaba aquí, ellos no podrían hacer nada.

Justo antes de que Jack llegara a mí, se escuchó el grito de una mujer. A mi lado derecho vi a la misma chica rubia que me había amenazado en el taller de Norte. Uno de los cuasi esqueletos estaba acechándola, mientras que el otro se acercaba a mí.

Giré hacia a Jack, pero él ya no se encontraba en el mismo lugar. Ahora estaba salvando a la rubia. Eso solo significaba una cosa.

La eligió en mi lugar... otra vez...

Sentí lágrimas recorrer mi rostro. Los cuasi esqueletos estaban ahora frente a mí. De sus extremidades lanzaron shurikens, cada uno quedó incrustado en una parte de mi cuerpo. Llegó un punto en que ya no podía sentir nada más y todo se volvió negro.   

          DESPERTÉ SUDANDO. TODO HABÍA sido un sueño. Estaba agitada y me dolía todo el cuerpo. En especial el estómago. Puse mi mano sobre él instintivamente, pero había algo raro. ¿Qué era eso? ¿Arena negra? ¿De dónde salió?

Entonces, escuché las mismas carcajadas que me atormentaron durante la batalla que tuvimos en ese pueblo llamado Treno.

Pitch Black.

—Preciosa, ¿me extrañaste?

Su desagradable figura apareció frente a mí.

—Claro que sí —respondí. Él sonrió por un segundo, hasta que continué—: Ya hasta te iba a llamar, porque no puedo vivir sin verte y decirte «pedófilo de mierda».

—Empezaste tan bien la oración. —Sonaba afligido, pero sabía que solo estaba fingiendo. Se acercó a mí, hasta tomar asiento a los pies de mi cama—. Supe que Jack te traicionó.

Fruncí el ceño. —¿Perdón?

—Con Fay —contestó—. Ella se me escapó en el último momento... lástima.

¿Fay? ¿Ella era Fay? ¿La rubia?

—¿Qué es lo que quieres? ¿Has traído más de esos cuasi esqueletos?

—Oh no, a mí no me gustan mucho esas cosas. Prefiero a mis pesadillas.

A su lado, apareció un caballo negro con ojos amarillos. Sé que debería asustarme, pero era una criatura hermosa. Si su mirada fuera amable, lo abrazaría, pero estoy segura de que, si realizo algún movimiento, ese caballo me matará.

—¿A qué has venido? —pregunté, cuando aparté la vista de la criatura.

—Vine por ti —respondió. Estuve a punto de gritar por Conejo, pero él me detuvo alzando la mano. No sé por qué le hice caso—. Tranquila, aun no te llevaré conmigo. Esperaré el momento adecuado.

Se puso de pie. El caballo se colocó detrás de él, pero ninguna de sus miradas se apartaba de mí.

—Estaré alerta —le avisé.

—Lo sé. Por eso no recordarás esta conversación.

¿Qué?

—Y, entonces, ¿por qué viniste ahora? —No entendía sus intenciones. Pitch era un ser completamente extraño, más que Roberta y Félix.

—Que no recuerdes esta conversación, no significa que no recuerdas las sensaciones que te causó. Incluyendo ese terrible sueño —rio nuevamente. El sonido me puso la piel de gallina—. Odiarás aún más a Jack.

—No olvidaré esto.

—Oh, querida, ya lo hiciste.

Lo último que vi antes de caer inconsciente fue su horrible sonrisa.   

          LA ALARMA ME DESPERTÓ. AL ABRIR los ojos, los tuve que cerrar nuevamente. los rayos del sol que traspasaban la cortina del cuarto me estaban matando. Apagué el aparato, pero caí nuevamente en la cama. No quería moverme. Me sentía exhausta. ¿Si quiera dormí anoche? Siento como si algo me hubiese arrollado.

Permanecí unos minutos más en la cama. No tenía fuerzas para levantarme y tampoco quería hacerlo.

Unos ruidos que provenían de la sala me pusieron alerta. Esto me daba una sensación de Déjà vu, aunque, claro, no podía ubicar de dónde. Saqué las sábanas de encima de mí. Tenía miedo de salir, lo cual se me hacía estúpido. Es decir, no va a pasar nada.

El brillo de la espada, la cual reposaba al lado de la pared, me llamó la atención. Bueno, si hay algo afuera, al menos no estaré indefensa.

Abrí la puerta lentamente. Salí con la espada en manos, preparada para defenderme. Pero terminé saltando del susto cuando oí la voz de Conejo.

—¡Despertaste! —gritó al verme—. ¿Qué haces con la espada?

Recordé, entonces, que Conejo había venido a cuidarnos e inspeccionar Borja.

—Nada —respondí. Entré a mi cuarto para dejar la espada y volví a salir.

—Tu cocina huele horrible —señaló—. Traté de limpiar un poco.

Había olvidado que los cuasi esqueletos aparecieron justo cuando estaba preparando la comida. No tuve tiempo (ni me acordé) de guardarla. Así que todo estaba podrido y sí, el olor era detestable. Lo ayudé a limpiar. O bueno, él terminó ayudándome a mí, ya que, era tan grande que se chocaba con varias cosas. Rompió un par de vasos, solo espero que el señor Bennett no se percate de aquello.

Me vi obligada a botar toda la comida y me había dado lástima hacerlo. Hay un millón de niños que se mueren de hambre y yo tuve que botar todo, solo porque aparecieron esos engendros del demonio.

Luego de que todo estuvo limpio. Fui al baño. Me necesitaba asear y alistar antes de despertar a los niños. Faltan dos días para que el señor Bennett regrese. Dos días para que todo volviera a la normalidad, para que yo regresara al orfanato.

Luego de desayunar, todos nos sentamos en la sala. Conejo me había contado que, durante su búsqueda de la madrugada, no había encontrado nada. Tenía miedo de que los cuasi esqueletos solo quisieran atacarnos a nosotros, así que prefirió quedarse en casa.

—¿Qué hacen por estos lugares para divertirse? —preguntó.

—¡Barney! —gritó Sophie muy eufóricamente.

Esa era su respuesta a la diversión, aparentemente.

—¿Qué cosa? —Conejo definitivamente no sabía de qué estaba hablando ella. Si soy sincera, desearía no saberlo, tampoco. Una vida sin Barney es una vida feliz.

—¿Estás seguro de que quieres saber? —quería salvarlo del trauma. Pero él asintió—. Es un programa de niños —uno muy aburrido, por cierto...

—¿Tenemos que verlo? —susurró.

—Sólo finge que lo ves.   

          LA MAÑANA FUE MUY TRANQUILA. Conejo era divertido, pero era diferente tenerlo a él y no a... ya saben quién. Se sentía como que tuviéramos a un hermano mayor cuidándonos. Y era muy agradable.

A pesar de todo, Sophie había insistido en dejar el show de Barney prendido, ya que de vez en cuando se ponía a cantar con los niños que salían ahí. Los demás estábamos sumergidos en un entretenido juego de monopolio. En medio del juego, vi que Conejo se puso de pie y se dirigió a la cocina.

—Bianca, tengo hambre otra vez. —Se rascó su estómago y metió su cabeza en el refrigerador—. Siempre quise comer una hamburguesa. ¿Tienes de esas?

—¿Cómo puedes tener hambre otra vez? —le pregunté.

Se encogió de hombros. —Se me han antojado, no es que tenga hambre en sí, ya sabes que los...

—...Los espíritus no tienen que comer necesariamente —terminé por él. Ya me sabía esa cháchara de memoria. Observé el reloj de la sala, aún tenía tiempo para preparar el almuerzo—. Puedo hacer algunas en un rato.

—¿Serán como las de esos anuncios? —señaló una revista y ahí salían de esas hamburguesas que simplemente daban ganas de sacarlas de la página y tragártelas de un solo bocado.

—No, pero haré lo mejor que pueda.

Media hora después, seguíamos entretenidos con el juego de monopolio. Jamie nos estaba ganando. El niño tenía prácticamente todo el dinero y eso que estoy segura de que Conejo robó del banco. De un momento a otro tenía tres billetes de 500 y él ya había gastado los suyos.

—¿Ya podemos comer hamburguesas? —preguntó Conejo en medio del juego.

Esa era la onceava vez que preguntaba lo mismo. Conejo podía ser un poco desesperante si lo quería. Estaba a punto de lanzarle mi ficha del «perro» en la cabeza. Pero me abstuve.

—No vas a dejar de preguntarlo hasta que vayamos a comprarlas, ¿verdad?

Él asintió.

Sí, ha estado fastidiándome todo este tiempo a propósito.

—No eres tan agradable.

Él se empezó a reír. —Creí que era tu favorito.

—Tú mismo lo dijiste. «Lo eras». Creo que te voy a cambiar por Sandy —respondí cruzándome de brazos.

Movió sus orejitas y frunció el entrecejo. —¡Oye!, ¿cómo me puedes cambiar?

No pude evitar reírme de su reacción. —No lo haré. No podría. Eres demasiado tierno. —Aproveché ese momento para rascarle detrás de las orejas.

—Ya, para, para —me pidió, mientras apartaba mis manos. Él no podía contener la risa—. No soy una mascota.

—Sé que te gusta que te haga cosquillas.

Conejo no dijo nada, pero sabía que adoraba cuando le hacía cosquillas. Solo era muy orgulloso para admitirlo.

Alisté a los niños para poder salir todos al supermercado a comprar carne molida. Ya saben, para hacer las malditas hamburguesas que Conejo tanto quería. No me malinterpreten, las amo. Pero luego de escucharlo hablar sobre ellas por media hora... bueno... ya no sé si las quiera tanto.

Mentira, amo las hamburguesas y lo haré hasta que muera.

Me aseguré de que Sophie y Jamie tuvieran bien puestas sus casacas. A pesar de que... el pedazo de hielo traicionero no haya venido a Borja, aún quedaba nieve y no quería que ellos se resfriaran. Cuando estuve satisfecha, me acerqué a la puerta, pero, justo antes de salir escuchamos que algo caía afuera de la casa, en la calle.

Sonaba como...

No, por favor... díganme que esto no es cierto...   





Editado: 10/05/18

¿Quién más adora a Conejo?

xoxo,

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