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Parte única: Mi estación preferida

Tú, Haruichi-kun, me recuerdas a mi temporada favorita del año.

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🌸🌸

Se presentó ante él con la mirada hacia abajo, con su flequillo rosa cubriéndole los ojos y una postura insegura. Ciertamente, a Furuya Satoru no le llamó la atención en principio, aquel chico se veía tan pequeño y frágil, como una tacita de porcelana con un bello estampado de flores de cerezo impreso en ella. Su cabello brillaba siempre, recordándole al brillo de la loza más delicada ante los rayos de una cálida luz.

No lo evitó y prestarle atención, de tanto en tanto, se volvió un pequeño hábito suyo. En su mutismo habitual, pese a que compartían salón, sus ojos se posaban en él, quien se sentaba más al medio de la sala de clases y ponía atención en clases. Él, al final de la fila, podía ver cómo sus cabellos color cerezo a veces se mecían en un vaivén, mientras tomaba apuntes, o incluso, después de extenuantes entrenamientos, se movía lentamente de adelante hacia a atrás, dormitando incluso hasta en su clase favorita.

A veces, en los pasillos, lo avistaba junto a Sawamura, sonriendo, cómodo y alegre en compañía de su rival. Callado, los miraba con su yakisoba pan en la mano. Y lo oía:

—¡Eijun-kun, qué cosas dices!

Eijun... kun... Así que le llamaba por el primer nombre. Y con honoríficos.

Si bien era cierto, rara vez se cruzaban en los caminos salvo para los entrenamientos. Cuando era llamado, suave y cuidadosamente, como "Furuya-kun", Satoru se crispaba a la brevedad e iba a su puesto a paso rápido, tomando su mochila con un entusiasmo que crecería más, de no ser porque aún notaba esa distinción entre Sawamura y él, o más bien, esa distancia que ahora buscaría disminuir, sin incomodar en lo posible, al contrario.

🌸

Pasando por las distintas estaciones, el primer año compartiendo como compañeros de clase y de club, Furuya Satoru se dedicó a conocer a este chico que le recordaba al tiempo que más esperaba, de manera inconsciente, durante todo el año: la primavera.

En verano, con el calor húmedo que caracterizaba al país, ellos vestían con el uniforme de estación, una camisa de manga corta blanca y corbata azul oscuro. Él en particular no soportaba el calor y el agotador ruido de las cigarras, que no dejaban de perseguirle a donde sea que fuere. Pero se hacía soportable, al acompañar al bateador, viendo cómo el uniforme, justo a su medida se humedecía un poco en la espalda, transparentando su tersa y clara piel. Ahí, Satoru, sintió el calor acumularse en sus mejillas, y puso sus manos en la zona, buscando calmar esta inexperta sensación.

—¿Furuya-kun? —ahí estaba, esa suave y calmada voz, trayéndole a la realidad— ¿Estás bien? ¿No tienes calor? —Haruichi había volteado a verle, algo preocupado.

De nuevo era ese flequillo lo primero que veía. ¿Por qué ocultaba su rostro, o algo tan importante como los ojos? Ahí, escuchó los latidos de su corazón, notorios como nunca. Y es que se estaba acercando a él, a paso indeciso. El bateador le llegaba a los hombros y estaba en su lugar, esperando respuesta. A veces el ace de Seidou tardaba un poco en hablar o bien simplemente asentía o negaba con la cabeza. Sabía que Furuya-kun no era muy bueno con las palabras. Y sería paciente con él. Porque tarde o temprano manifestaría algo, estaba seguro. Solía ocurrir de ese modo.

Aquello llegó más temprano que tarde, como un intruso soplo de aire colándose por la ventana con agresividad e ímpetu. Lo siguiente que sintió Haruichi fue una mano ajena en su rostro tocándole la mejilla con cuidado y haciendo chocar su helada piel en sus tibias mejillas, dejándolo boquiabierto y sorprendido. Posicionando, al mismo tiempo, las puntas de sus dedos en su largo flequillo moviéndolos sin pensar y haciendo aparecer uno de sus ojos color cerezo, descubierto, expuesto y honesto, lleno de impresión y alto impacto que Satoru no supo cómo reaccionar. El rostro de Haruichi parecía un poema. Furuya-kun aquel día llegó como si nada e hizo un movimiento algo impulsivo pero el menor sentía que tenía un motivo detrás.

Pero en verdad no sabía descifrarlo, sólo podía mencionar que se descolocó al sentir la mano de su amigo en el rostro y qué poco a poco el calor había subido de las puntas de los pies a su rostro, a su cara abochornada y vergonzosa. Pocas veces mostraba sus ojos a las personas y parecía ser que Furuya lucía desesperado por ver su expresión al descubierto. Sí, era cierto que le costaba, le dificultaba mostrarse al mundo sin esa capa de cabello en los ojos precisamente porque tenía miedo a presentarse ante los demás tal cual era, con sus virtudes y defectos.

Y también porque temía las comparaciones con su hermano. Desde muy pequeño le decían que se parecían, que tenían el mismo rostro. Pero Haruichi no quería admitirlo, quería diferenciarse, ser único y destacar por su propia luz. Por eso mismo, él se prometió que sólo descubriría su rostro cuando superara a su hermano. Ni antes ni después. Entonces, que Furuya lo haya expuesto de esa manera tan repentina le dejó sin palabras, sumamente indefenso y con la única reacción de regresar su flequillo a la normalidad con una prisa y diciéndole, intranquilo:

—¿¡Furuya-kun!? —su rostro estaba rojo, y él muy nervioso observándole con los ojos abiertos y una expresión indescifrable y temerosa —¿Q-qué fue eso?

—Perdona, tenía muchas ganas de ver lo que se escondía detrás de tu flequillo —soltó, bajando la mirada—. Sé que fue muy invasivo, disculpa —hablaba bajito, algo cohibido.

—Es extraño que te lances así nada más —mencionaba el pelirosa— ¿Por qué... tanto interés, F-Furuya-kun?

Satoru lo observaba, parsimonioso, estático y paciente. Luego distrajo su vista a uno de los salones, al tiempo que el calor se le posicionaba en el rostro. Comenzaba a acostumbrarse a la sensación. Haruichi lo notó mas no dijo nada.

—No te asustes —le advirtió, hablando casi en un murmuro— pero me daba la impresión de que habría un rostro que se equiparase contigo —habló, sin pelos en la lengua, de forma extraña y aplicando todo lo que estaba aprendiendo de sus lecciones de manga shojo, junto a Sawamura, y guiados, por supuesto, gracias a Isashiki-senpai.

En su mente había sonado mejor.

—¿A qué... te refieres? —no entendía lo que decía su compañero de equipo.

Furuya negó lentamente con la cabeza. —Es primera vez que digo estas cosas —mencionaba, crecientemente incómodo y sintiendo su rostro picar— pero... mmh... —pensaba— Kominato-kun me parece una persona adorable.

—¡¿A-adorable?!

🌸

Pasaban los meses y la relación entre ambos pasaba a un solemne compañerismo en donde, sí, de vez en cuando Furuya soltaba algunas "frases extrañas" —como les decía Haruichi— pero el pítcher trataba con todas sus fuerzas de expresar lo que sentía a medida que pasaba el tiempo, y con ello, las estaciones del año. Trataba, aunque no fuese en el momento adecuado, de hacerle llegar al bateador sus apreciaciones sobre él, sus pensamientos más íntimos. Porque si no lo hacía pronto, ¿cuándo sería? Mientras más tiempo pasaba, más comenzaba a ponerle atención, a pensar en él, en acompañarle casi de inmediato, a escucharle atentamente, y así, sin querer que terminara jamás. Sin desear que se separasen por caminos diferentes, como todos los días ocurría.

En otoño, su cabello rosa destacaba de los tonos anaranjados de las hojas, y Furuya no paraba de mirarle, casi como un imán atraído por ese hechizo ciertamente tierno y adorable que caracterizaba al menor de los hermanos Kominato. Aquel foco de interés contrastaba con el ambiente, y sus ojos no dejaban de enfocarse en el joven de más baja estatura. Ya aquellas miradas no pasaban desapercibidas.

—No soy adorable, Furuya-kun —decía el ojirosa, mirando hacia abajo mientras caminaban después de un duro entrenamiento—. Soy un chico y nosotros...

—Perfectamente los chicos pueden ser adorables —le cortó el contrario, solemne. Haruichi casi se atragantó, colorado de la vergüenza.

—Últimamente estás diciendo cosas muy extrañas, Furuya-kun —comentaba con suma honestidad. Desvió la mirada a los dormitorios, cada vez más cerca de su destino.

—Lo lamento —murmuró Satoru, encogiéndose de hombros— Pero...

¿Qué haría en ese momento?

—Sé que no hablas mucho, Furuya-kun —retomó Haruichi, menos incómodo— pero, ¿qué tienes...? —fue interrumpido.

—Satoru —le corrigió, viendo como el bateador detenía en su caminar. El menor de los Kominato volteó a verle, sorprendido y haciendo una pequeña "o" con los labios. Entre ese atardecer anaranjado y bello, su tímido ojo derecho destelló entre su flequillo largo que habitualmente lo cubría todo. Furuya le sonrió—. Por favor —habló, suave y atentamente— llámame por mi nombre, así como llamas a Sawamura.

Nuevamente le sorprendía.

El aludido le regresó una cohibida sonrisa. Y después de unos segundos, le asintió. Furuya se dio por pagado y guardaría para siempre aquel día, en donde se sintió más cercano a Haruichi, después de tanto torpe mensaje entre líneas, casi siempre en los momentos menos oportunos.

—¿Podrías...? —le instó, con una leve urgencia que volvió a alertar al bateador, sacándole de su zona de confort, haciendo que Furuya tomase un paso hacia atrás.

Con sus dos manos, claramente más pequeñas que las suyas, descubrió lentamente su flequillo a los lados, develando ambos ojos. Satoru lo observaba en un mutismo selectivo, apreciando cada instante, tomándole fotografías mentales una tras otra, con flash, en alta definición, en cámara lenta, todo a la vez; pero sin soltar una palabra. Había quedado totalmente incapacitado para aquello. No podía hacer más que mirarle.

Precioso, pasaba por su mente.

Como los cerezos, unos brillantes y bellos ojos color rosa, ahora reluciendo con la luz del atardecer, se presentaban ante él. Sus cabellos de igual color, de textura sedosa, meciéndose con el viento. Satoru no quería que ese momento desapareciera nunca, jamás.

—Satoru-kun... —murmuró Haruichi, casi en un susurro, con un tinte de timidez característica. Con su suave voz y las mejillas ¿sonrosadas? No, no había manera, ¿cierto? El corazón de Furuya comenzaba a acelerársele, y las palmas de sus manos a humedecerse poco a poco. Asintió, aturdido ante tanta información que iba recibiendo su aletargado cerebro. Quedó notoriamente embobado. Haruichi-kun, en sentido figurado, se había hecho visible para que sólo Furuya viera sus ojos. Y no daba crédito de aquello.

—Sí... gracias —fue lo único que pudo articular en esos minutos—. Gracias, Haruichi... kun —soltó, con una timidez que le estaba carcomiendo. Esta situación le recordaba a los mangas que a veces leía con Sawamura y que muchas veces les recomendaba Isashiki-senpai: cuando dos personas que se atraían mutuamente finalmente, después de interminables capítulos, se llamaban por el nombre; así, se marcaba una gran diferencia y se notaba un avance en la trama.

¿Esto significaba que... existía un avance? ¿Debía haber uno? ¿Avance... de qué?

En silencio, Haruichi volvió a cubrir sus ojos, despertando al pítcher de su trance. Se volteó, sintiendo sus claras mejillas picarle y sin decir palabra alguna aceleró el paso, dejando a Furuya algo aturdido y confundido.

—¡Haruichi-kun, espera! —oía que le gritaba el contrario, con tintes de ansia en la voz, habitualmente tranquila y sin interés.

Veía los dormitorios, a sus compañeros, el patio techado de entrenamiento, todo, tan borroso y fugaz, pues, sin notarlo, con la poca fuerza que tenía, comenzó a trotar sin saber el motivo. Una vez llegó a un punto donde se sintió a salvo, tocó su rostro, ardiendo y empapado en sudor. Poco a poco comenzó a ceder en sus pies, recogiéndose lentamente hasta llegar a posición fetal; tan pequeño y resguardado en sus piernas. Abrazó sus rodillas, embarradas en tierra producto de la práctica y esperó a calmarse. Sin embargo, su corazón no dejaba de latirle. Oía con lujo de detalles cómo sus oídos bombeaban, rebosantes de energía. Tocó sus mejillas, coloradas, ardiéndoles a más no poder. Sus ojos, abiertos. ¿Él? Totalmente descolocado, invadido, y nervioso de volver a ver a su compañero.

¿Por qué tanto desespero de pronto?

Kominato Haruichi era un chico inteligente, amable, comprensivo, esforzado, pero, sobre todo, sensible en cuanto respectaba a sentir. Y el hecho de que Furuya Satoru, alguien quien ni siquiera le hablaba, de pronto empezase a decirle cosas extrañas como que era lindo, adorable, que le gustaba su color de cabello, que admiraba su valor y tantas pequeñas frases que ya no sabía si creer, o no; si eran ciertas o solo un delirio más que se acumulaba a las tantas fantasías que se amontonaban, lo iban a volver loco. Y que ya no permitían que pensara con claridad. Ni que distinguiese bien qué sentía, en este mediado de año. Y más aún aunado al hecho de que...

Le gustó cómo sonaba su nombre pronunciado por los labios ajenos. Fue tan íntimo, tan honesto, tan privado. Y no supo recibirlo, por lo que huyó, huyó como el cobarde que era. Primero, escapando del desafío que diariamente le dejaba su hermano por el simple hecho de compartir apellidos, y ahora... de estas emociones nuevas que no sabían si eran delirio, realidad, ficción o una verdad que no podía aceptar.

🌸

Después de ese "desastre", porque eso fue, ambos hicieron como si no hubiese pasado nada. Pero Satoru, muy dentro de él, se encontró muy triste, puesto que no supo qué concretamente detonó semejante respuesta por parte de su compañero de equipo. Para tratar de reparar la situación, desde el día siguiente en adelante, volvió a llamarle por el apellido, y Haruichi, viéndose acorralado entre la espada y la pared, también retrocedió este tremendo paso que estaban dando.

Con temor al rechazo, y a no volver a cruzar una palabra por lo que, objetivamente, era algo para nada grave. No obstante, debido a que se encontraban en sus quince años, la edad de la inexperiencia, de los errores, de la intensidad, de las equivocaciones y malentendidos ridículos y propios de la edad; todo cobraba múltiples significados, a veces lejanos de lo que realmente significaban.

Notaban que había ocurrido algo, claramente, pero decidieron continuar actuando sin hablarlo antes. Total, eran adolescentes, al fin y al cabo; descubriendo qué sentían, y qué pensaban. Furuya por lo general destacaba por ser simplista y de pocas palabras, pero por algún motivo, continuaba mirando a su compañero de tanto en tanto, de soslayo, en silencio. Solo que ahora, durante un par de meses, mantuvo sus pensamientos en su cabeza. Como solía hacer. Sin exteriorizar, volviendo a ser un misterio. Un enigma.

🌸

Continuaban, ahora en invierno, con esa "cercanía" no tan próxima, si eran honestos. Furuya avanzaba como pítcher del equipo y Haruichi también hacía notorios avances, solo que aún bajo la sombra de su hermano. Satoru notaba cómo eso le frustraba. De tanto en tanto, interactuaba con el menor de los Kominato pero no era tonto, pues resultaba evidente que Haruichi no quería ni estaba listo para conversar de ese "tema", llámese, de las frases sueltas sacadas de mangas para chicas que soltaba el pítcher, de otras ocasiones en donde le tocaba el rostro y Haruichi salía corriendo; aumentando notoriamente la incomodidad y casi retrocediendo progreso alguno. Continuaban hacia adelante, en términos de beisbol, pero respecto de esa "cosa extraña", nada. Furuya se estaba impacientando.

En una ocasión, meditaba después de un entrenamiento, cerca de la máquina expendedora que daba con una sala de prácticas, qué podía hacer. Su nombre pronunciado por los labios ajenos era de las cosas más bellas que había oído jamás. Pero eso ya solo era pasado. Y le dolía tanta distancia cuando lo único que quería era que Haruichi lo viera, así como él veía al pequeño y tierno bateador. Como un foco de luz, amabilidad y mucha fortaleza de todos los tipos. Un chico que era merecedor de que todo lo bueno le sucediera. Casi iba a pasar un año, y comenzaba a atisbar lo que sentía: no quería que solo fueran amigos, quería ser el único que viera sus bellos y brillantes ojos color cerezo, o sus mejillas sonrosadas entre la nieve, después de las prácticas, al ganar un partido, con lágrimas de alegría después de ganar, en todos los momentos. Quería estar ahí para él, pero ¿cómo se lo diría?

Era un cobarde. Podía actuar, sí, pero hablar era un tema diferente. Pensaba, creaba escenarios ficticios antes de irse a dormir, y disfrazaba todo aquello con su cara seria y desinteresada. Pero sí, tenía emociones, y unas que apenas podía controlar, manejar, o entender.

De pronto lo vio a él, con su buzo de todos azules. Su flequillo, como siempre, tapándole los ojos. Satoru movió la boca, con afán de decirle algo, pero Haruichi volvió a alarmarse, esperando alguna tontería por parte del pítcher. Se hizo hacia atrás, levemente. Y guardó los yenes que tenía para comprarse una lata de jugo, en el bolsillo de su pantalón. El latido de su corazón se aceleró notoriamente, y le avergonzaba que Furuya-kun podría oírle. Él, también era un cobarde, pero de acciones. No irónicamente, se complementaban en lo que más les avergonzaba admitir. Querían acortar la distancia, pero sin esfuerzo, seguirían como empezaron.

—Ah, Furuya-kun —habló el pelirrosa, rompiendo el incómodo silencio—. No sabía que e-estabas aquí —soltó, nervioso. Mentía, obviamente, porque había una probabilidad muy alta de que el pítcher fuese a tomar un café. Ya siendo muy sincero, conocía los patrones simplones de su compañero. Se veían todos los días, y él también pecaba de observador, aunque sí que lo disimulaba bien.

—Kominato-ku... No, Haruichi-kun —respondió el joven más alto, mirándole de su posición—. Por favor, no huyas más de mí —imploró, con voz suave y tibia como el sonrojo que ambos tenían en sus mejillas aquella fría tarde de invierno.

—No... no sé a qué te refieres —desvió la mirada, sin ser capaz de afrontarle.

—¿No quieres decirme por mi nombre? —caminó lentamente hacia él— ¿No te gusta? —hablaba calmadamente, mientras por dentro se impacientaba.

—No es eso... —murmuró. Se sentía muy vulnerable, por todas partes, frágil y expuesto cuando compartían momentos a solas que se salían de las prácticas y entrenamientos.

En silencio, Satoru aproximó sus pasos hacia el bateador. Éste caminó hacia atrás, al punto que topó con la pared del lugar donde solían entrenar bajo techo. Jugueteaba con sus pies y miró hacia el suelo inmediatamente. Cuando se atrevió a alzar la mirada, contuvo el aliento. A escasos centímetros tenía a su compañero cerca de él, su mano, temblorosa, se posicionó en su mejilla izquierda y acarició su suave piel, sintiendo el calor esparcirse bajo ella. Haruichi no tuvo la fuerza para apartarlo. Lo veía, perdido, desorientado, sin poder escuchar lo que sea que le estaba diciendo; cuando en realidad Furuya, se encontraba igual o más perdido... esta vez, en aquel instante tan íntimo. Miró a su alrededor, la nieve caía lentamente. El techo de los dormitorios los cubría a ellos, pero el patio se repletaba de ese tono blanquecino que lo helaba todo, menos a ambos.

Furuya, osadamente, descubrió sus ojos con aquella misma suavidad, y notó algo que lo espantó: aquellas cuencas rosáceas de Haruichi-kun... estaban brillantes, como si fuera a llorar. Oficialmente, no pensó absolutamente nada en lo invasivo que fue en ese preciso instante.

—Lo lamento tanto, Haruichi-kun... —se disculpó, dolido y afligido. El menor de los Kominato notó la angustia de los ojos contrarios, y su corazón fue perforado levemente. Colocó una de sus manos en su corazón, que dolía. No quería que le viera así, pero, tampoco, ser visto. Quedar expuesto. —Creo que debería dejarte tranquilo, ¿cierto? —preguntó, en un hilo de voz. Su compostura se quebró, así como el tacto ajeno en su mejilla, volviendo a dejar que su flequillo cayera naturalmente en sus ojos como la barrera que era, y que le ocultaba de la realidad. —A quién engaño —mencionaba, ahora mirando hacia abajo, apagándose—. Esto no podrá ser —soltó, alejándose de él—. ¿No quieres... que nos acerquemos más? ¿Tienes... —tomó aire— miedo? ¿Te... doy miedo? —apenas hablaba.

¡No era así! Era él mismo quien tenía miedo, miedo de salir de su caparazón, de ser forzado a dar un paso fuera de su zona cómoda, a abrirse a nuevas sensaciones. Solo que... sentía con tanta, tanta intensidad que era francamente difícil corresponder, o siquiera comprender. Pero en ese instante, no debía procesar o analizar. De hacerlo, todo aquel esfuerzo por parte de Furuya-kun se desmoronaría. Y sería sincero: disfrutó esa atención, esa intimidad, esa complicidad. Obviamente, inexperta, ingenua y algo atrevida, pero conforme pasaban los días, en secreto, había sido nutrida por la curiosidad del "¿Y si...?".

Así que apagó su mente, negando con la cabeza, y acortó la distancia, acompasando su pequeño cuerpo al de su compañero de equipo en un reservado abrazo, posicionando las manos, cuidadosamente, tímidas, temblorosas, en la gran espalda de Furuya Satoru, quien yacía estático sin poder dar crédito de aquella bendecida situación. Más relajado, dejó caer su cabeza en el hombro de Haruichi, susurrando, a la altura de su oído: —¿Así te sientes? —y el aludido sólo asintió. Satoru sonrió, pleno, vibrando de calidez en ese día tan frío. Las manos de Haruichi-kun se movían suavemente, relajándose en la zona. Y Furuya tomó aquello como luz verde para corresponderle, colocando sus manos en la pequeña y delicada espalda, con entrega y afecto, queriendo demostrarle que los gestos valían más que las palabras, como siempre pensó. Retiró una de sus manos y la colocó el su cabeza, meciendo sus cabellos.

—Hablemos cuando estés listo —sentía el corazón ajeno palpitar con fuerza, con tan solo contenerlo en sus brazos. Haruichi-kun asintió lentamente.

Cuando tendría que ser, será.

🌸

Año siguiente, primavera

Cómo expresarlo... La siguiente estación confirmó que ambos sentían algo por el otro. Partiendo por mutuo respeto, después de las prácticas no decían nada y se acercaban con algo de temor, para abrazarse cuando nadie los veía, o, algo más atrevidamente, rozar sus manos con inocencia. No conversaban, interactuaban con gestos, con sonrisas, con sonrojos. Ambos no eran de palabras, la verdad. Si bien Haruichi hablaba más, les gustaba a ambos contemplar el silencio o, sencillamente, la compañía del otro. Lo mantenían en secreto, pero seguramente una que otra vez fueron descubiertos por Sawamura o Miyuki-senpai. Mas no dijeron nada, por respeto y poque, además, no sabían cómo, pero podían sobrellevar los entrenamientos, la fatiga, las distancias, las victorias y, peor aún, las derrotas. De vez en cuando tenían desacuerdos, pero no mucho más que eso. Almorzaban juntos, compartían, y... se sentían muy en paz, con algo floreciendo cuales flores de cerezos.

Estaban en la mitad de su segundo año, muchos eventos transcurrieron, revelaciones, avances y retrocesos. Haruichi-kun había cortado su flequillo, impactando a todos. Ahora Satoru podía ver esos hermosos y vibrantes ojos rosas, cada vez que podía. No obstante... faltaba algo. Ese empuje, esa confirmación, algo innecesaria, pero que ayudaría enormemente a abrir esa puerta, algo trabada en selecciones de mutismo, y roces inocentes que no llegaban más allá.

Haría su movimiento, es decir, expresar lo que más deseaba decirle, finalmente, después de meses de meditar, vivir, experimentar y querer. Quererle y no dejarle, no permitir que se tratara mal a sí mismo, cuidarlo, cultivarlo con aquel sentimiento tan grande y palpable, que lo enloquecía por las noches, y lo entibiaba en las mañanas. Velar por él, por su tan bello, tierno, y compasivo ser. Estaba... enamorado. En el sentido novelesco, como esas heroínas de shojo. Tal cual. Bueno, adecuado a su contexto y vivencias.

Era malísimo con las palabras, se sabía. Así que se animó de valor, y quiso escribir algo, atreverse a no sellarlo y ver su reacción, y escuchar si tenía que decir algo o no. No era tan valiente como para expresarlo en voz alta, después de todo eso no iba con él y sentía que cada vez que hablaba, salía todo aquello que no podía medir. Era... caótico. Pero propio de la edad y de este proceso tan intenso que buscaba a todas luces ocultar o sosegar.

En una tarde de primavera, lo citó a reunirse no muy lejos de la escuela, donde llegaba una brisa espectacular y donde los cerezos adornaban el paisaje. Tapizando la acera de tenues colores rosa, en un follaje verde brillante. Donde destacaba él, con su característico buzo azul con blanco, y esa mirada de sorpresa que no se acababa por nada del mundo.

"Haruichi-kun, hola. Seguramente te sorprende que te escriba algo, porque nunca lo hago. Esta vez, decidí hacer esto porque tengo algo importante que contarte. No te asustes, no es nada malo... creo. No, en serio, no lo es. Esto es más difícil de lo que creí. Pues, iré al grano. Haruichi-kun, cuando me empecé a fijar más en ti, descubrí lo que significa tu nombre: "Primera primavera".

Bueno, eso si pienso en cómo suena, porque a nivel de kanji es otra cosa. Pero el asunto es... que encuentro que tu nombre es muy lindo, como tú. Y que refleja perfectamente lo que eres para mí: mi estación favorita del año, o más bien, mi persona favorita a quien quiero ver todo el año. A quien quiero apoyar siempre, a quien quiero abrazar siempre, a quien quiero cuidar... siempre.

Eres valiente, muy capaz y sensible, Haruichi-kun. Te ves muy lindo cuando te sonrojas, cuando te ocultabas en tu flequillo. Jamás te perdí de vista, desde que comencé a sentir... estas cosas extrañas, que me complicaban el dormir. No te podía sacar de mi mente. No te asustes, no lo digo en el mal sentido. Todo lo contrario. Muy lentamente me di cuenta... de que... te quiero, mucho. Mucho más de lo que puedo escribir. Para que sepas, este es mi quinto intento queriendo escribir, pero salía muy mal, hasta puedes ver que acá hay borrones y partes arrugadas. Pero lo digo en serio.

Haruichi-kun, te quiero. Quiero decirte, ahora y en los tiempos que vendrán, que todo estará bien, porque estás aquí, aportando esa ternura, ese coraje y ese cariño por lo que haces y por los demás (aunque a veces te pareces a Kominato-senpai), cosa que está muy bien.

Lamento si no me expresé bien en su momento. Jamás buscaré incomodarte, jamás, jamás.

Lo repetiré una vez más: Kominato Haruichi, la primera primavera, mi primera primavera. Mi estación favorita, mi... mi primer amor. Gracias, gracias por llenar mi vida de color y calidez.

PD: Tanta cursilería la saqué de los mangas que leí con Sawamura. Lamento si es mucho que soportar, pero digo en serio cada palabra."

Levantó su vista, y quedó estupefacto. Su primera primavera, florecía frente a él con una sonrisa amplia, las mejillas sonrojadas y sus cuencas derramando lágrimas... de felicidad. Asentía, lentamente, con el labio inferior titubeando de la emoción. Se acercó a él, corriendo con prisa y lo abrazó tan fuerte que casi caen al piso.

—Satoru-kun —murmuró, nervioso— ¿cómo puedes decir todo eso y verte tan serio? —rió, con sus ojos húmedos, pero felices; felices de verle en cámara lenta como la fachada de Furuya Satoru se desparramaba por los suelos, al él ahora estar colorado como un tomate, y con sus ojos claros vidriosos producto de la emoción. Una lágrima cayó y sonrió, asintiéndole—. Está bien llorar —y lo volvió a abrazar, esta vez, haciendo un pequeño jalón para que Satoru quedara a su altura.

Haruichi lo vio con ternura y, con el máximo valor que logró recaudar, lo acercó lenta pero necesitadamente y depositó un suave beso en sus labios, al tiempo que sentía cómo sus lágrimas se encontraban en un tacto necesitado, lleno de afecto, conciliación y reconocimiento mutuo. Aceptando que ambos, después de tanto, se amaban con cariño y que no necesitaban decir nada más.

Notas finales:

¡Sorpresa! Al fin después de tiempo traigo algo que tenía acumulando polvo. Tendrá una bonita portada, así que me esmeré en que viera la luz después de taaaaaaaanta cosa que me pasó jaja (pero estoy bien). Estos dos ocupan un espacio especial en mi corazón, espero se haya notado y, por supuesto, les haya gustado este one shot (que se siente bien largo jeje). La idea mutó demasiado a lo largo de los meses, pero quedó así: en un texto bastante experimental pero que ya lleva el sello característico de esta servidora, solo que con recursos algo diferentes. Cuéntenme que les pareció y, ¡nos estaremos leyendo! ¡Los extrañé! <3

Carls.

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