Epílogo
Tal y como había predicho la agencia estatal de meteorología, la ola de calor no se hizo esperar. Era imposible trabajar de aquella manera tan precaria bajo el sol, con tantos grados, procurando sudar lo mínimo y no causar mal efecto en los clientes, y desde luego mantenerse en pie esquivando cualquier desmayo producido por el calor excesivo. Tenía que seguir dando aquella imagen impecable del empleado imbatible, invencible, correcto y simpático que había estado dando hasta ahora y entonces seguiría en el ranking de la lista de los mejores trabajadores de la empresa. Para colmo, el centro ciudad se encontraba saturado. Los tres carriles pasaban a desvanecerse en casi cuatro con tanta motocicleta pegada a los vehículos. Un caos de tráfico al que se había tenido que acostumbrar desde hacía mucho; desde que había elegido aceptar este trabajo. Al menos no estaría encerrado entre cuatro paredes todo el santo día. Eso sí le parecía un poco exasperante. Pero claro, ante días como estos sí sería capaz de cambiar su trabajo por uno de esos bajo el aire acondicionado.
Los clientes iban acordes con el tiempo. La mayoría estaba irritables, impacientes... difíciles de contentar. Salvo alguno de ellos que ponía la tirita sobre aquella herida que se iba haciendo profunda en su buen humor con tanta exigencia.
Además, con su regreso a casa, era como si hubiera despertado del mejor sueño por culpa del maldito despertador de la vida cotidiana. Solo que no había sido un sueño. Y que no seguía en la cama. Que ella había regresado a su lugar y no podría contactarla. Solo tenía aquella foto en su teléfono escondida. Tendría que trasladarla al ordenador para que sus amigos no se la descubrieran. Había convencido a Ximo que mintiera como un bellaco y no contara lo de su relación con Sofía. Para no liarla parda, él iba a ocultar la suya a sus amigos con Luna para no delatarle. Ya habría manera de sacarse un as de la manga y contar algo convincente si ella visitaba Valencia para verle. Pero era la única forma que podía respaldar a su amigo sin que hubiera sospecha de nada. ¿Por qué no habrían cedido a última hora y hacer visible su relación? Al fin y al cabo ninguna pareja es perfecta, ni tiene un tiempo que pueda adivinarse que vayan a durar.
Se metió con la furgoneta de reparto por pleno centro de Valencia. Se asemejaba a un campo de minas automovilísticas, augurando que, encontrar una parada donde dejar el enorme vehículo sin molestar, y sin ser sancionado, sería toda una odisea. Llevaba un par de paquetes para una tienda que quedaba en la calle de San Vicente Martir.
Consiguió estacionar en un hueco que, casualmente, había abandonado un coche delante de sus narices. ¡La suerte le sonreía! La suerte que parecía haberle abandonado cuando dejó de saber de Sofía, a la que echaba tanto de menos. Luna tampoco se había dejado caer por Valencia. Ximo había sido quien se había movido hasta tierras murcianas para visitarla. ¿Tal vez por miedo a que a su amiga le asaltara la tentación y pidiera acompañarla? ¡Ya quisiera Darío que así fuera! Sería porque le importaba, al fin y al cabo. Porque sentiría algo. Pero ya se lo dijo en mitad de aquel polvo: «Prométeme que no vas a llamarme. Júrame que me olvidarás». Él no había sido capaz de darle respuesta. Simplemente viró en un cambio de tema donde le rogaba que disfrutase del instante. Aunque había sido capaz de preguntar qué quería en realidad. Y ni ella lo había sabido. ¡Era todo tan absurdo, cinéfilo y desgraciadamente romántico que daba asco! Bueno, asco no. Más bien daba pena por cómo había terminado. Sacudió la cabeza echando un vistazo rápido al reloj. «Espabila, tío. Que estás currando. Sofía ya es agua pasada». «Para mí no es agua pasada. Me está costando un mundo superar su partida. Y no pienso olvidarla», debatió para sí.
Terminó el turno de la mañana. Tenía todavía toda una tarde por delante en la que seguiría a contracorriente ante las altas temperaturas. Pero era su trabajo. Y ya había obtenido parte de su descanso. La otra parte vacacional ya se negociaría cuándo serían, con la empresa. Esperaba que se pusieran de acuerdo cuando él quisiera. ¡Como si fueran a estar de acuerdo...! Como si fueran a favorecerle.
Salió del último lugar de reparto: una tienda pequeña en pleno centro de Valencia. Antes de subirse a la furgoneta el corazón le dio un brinco. A lo lejos había una mujer que se le parecía mucho a Sofía. ¿De verdad ella habría roto o promesa y habría ido a buscarlo? No cuando fue ella quién suplico repetidamente que la olvidase. ¡Menuda estupidez! La decepción terminó por caer sobre él como un jarro de agua fría cuando la chica se dio la vuelta y se encontró de bruces con la equivocación: puede que de espaldas se pareciera mucho a ella. Muy distinto a verla de frente, porque no era, ni por asomo, tan bonita como lo era ella. Por un momento había resurgido aquel punto de enardecimiento y entusiasmo de cuando la encontró en las calles aquel menudo municipio. De cuando la tocó por primera vez y le pareció casi irreal con aquel cuerpo perfecto, y aquella manera de amar. Evidentemente, la echaba de menos. Pero ya no había vuelta atrás. Por muchas vueltas que le diera al asunto la fecha de caducidad había finalizado y ya siquiera recordaba el nombre del pueblecillo que nombró. Tampoco iba a preguntárselo a Ximo. Se supone que no debía de romper las normas que se habían negociado al milímetro. Que ambos pidieron encarecidamente no romper. Por mucho que su ausencia fuese ya como una bola de poliexpán que no dejaba de dilatarse en el lugar donde residía la puñetera melancolía. Porque no dejaba de expandirse y gritarle que hiciera lo posible por encontrarla y recuperar algo tan bueno como ella.
«No. No es posible», murmuró para sí, hacia sus adentros, respondiendo a los instintos desesperados de la voz de su conciencia.
Borró de su cabeza como pudo aquella banal conversación de tipo monólogo que empeoraba su estado de ánimo. «No. Sofía no va a regresar. Y su amiga Luna no hará nada por hacer que se reconcilie conmigo. Ni Ximo tampoco, pues hará caso de Luna. Por mucho que intente disuadirle, o sobornarle». Respiró hondo en busca de resetear su estado de agilipollamiento y tristeza. «Darío, que nos conocemos. Cierra el chiringuito del romance y métete de lleno en la realidad porque me vas a volver loco a mí mismo».
Sofía palpó el otro lado de la cama. Era extraño amanecer con ese lado vacío, sin nadie que la despertase con un puñado de besos dispersos por toda su anatomía pidiendo guerra. «Lo de Darío fue temporal. Métetelo de una vez en la cabeza, idiota». «¡¡Te quieres callar!!». Se obligó a salir de la cama. Era como si, desde que se había marchado de aquel lugar donde había ocurrido algo así de inesperado, aunque con fecha de caducidad, el resto de su vida normal se le hiciera cuesta arriba. Se cambió de ropa, se arregló y buscó hacer el café más fuerte que pudo apretándolo contra el cazo medio de la cafetera o no espabilaría. Porque lo necesitaba bien cargado y oscuro. Y porque había soñado tantas veces con Darío y a la hora de estirar su brazo e ir a tocarlo, sobre aquella manta de pícnic de cuadros verdes y rojos sobre un fondo vainilla, él se desvanecía. ¡Sentía tanta sed de su piel! De sus besos y de su forma de amarla, que incluso la zona baja de su Monte de Venus le dolía con solo pensar que Darío ya no llenaría ese interior donde se hallaba el placer tan extremo. Donde solo él sabía cómo acoplarse para hacerla estallar y gemir como una posesa. Ni Héctor, ni con Fabio, había tenido una experiencia que la llevase hasta dejarla tan exhausta y saciada; que lograba engancharla como si se tratara de la mejor droga sintética del mercado que no llegaba a ser mortífera, ni dañina. Bueno, dañina puede que lo fuera en este instante que cada cual moraba a tantos kilómetros de distancia y que resistían a no quedar. A no ir en busca el uno del otro.
Condujo hasta el trabajo. Incluso se pasó la mañana distraída, alejada del mundo real... ausente.
—¡Eh! ¿Qué te pasa? —le preguntó Nerea.
—Nada.
Nerea puso los brazos en jarras.
—¿Nada? Algo ha ocurrido durante tus vacaciones de verano para que llegues aquí y te muevas por la tienda como un alma vagando por el purgatorio. ¿Qué ha pasado? Puedes contármelo.
—Estamos trabajando.
—Entonces, luego.
—Mejor no. Mejor déjalo.
—¿Tal vez no sacarlo afuera te hará sentir bien?
—Tengo que trabajar —cambió de tema Sofía esquivándola.
Había quedado para comer con Luna. No la había dejado en paz desde el regreso a la rutina viéndola cómo se sentía. Porque, por más que se empecinase en decir lo contrario, sí que se había enamorado de Darío.
—¿Y ahora qué? —Luna negó—. Tienes que hacer algo porque me traes de cabeza. Me da miedo dejarte sola porque te conozco, bonita mía.
Sofía levantó la mirada para clavarla en ella.
—Se acabó —soltó con los ojos opacados—. Y ya está. Era de trola. No hay más. Y no tiene por qué doler. Y no me duele. Y no... —Esta le dio un manotazo en el hombro—. ¡Ay! —se quejó, frotándoselo.
—¡Espabila, guapa! Esto es mucho más serio de lo que parece. Y no seré yo quien te arrastre hasta Valencia para que termines con esta tortura que te has propuesto someterte para ver cuánto aguantas. Aguantar, poco. Mira cómo te ves.
—Somos adultos. Esto es...
—Esto es que se te va mucho la bola y como no hagas el favor de solucionarlo, entonces seré yo quien me ponga de por medio y te juro que no te va a gustar —espetó su amiga cruzándose de brazos.
—Le quiero, Luna. Me gusta a rabiar.
—Lo sé. ¿Y?
Sofía se terminó lo que había pedido del menú.
—Y tengo que volver al curro.
Luna la volvió a arrear, fuerte, pero bajo un gesto de cariño y de corrección como la madre a su niño.
—Te vas a volver loca. Y mira, tú siempre has llevado la iniciativa de todo. Porque tienes ovarios. Porque tienes una fortaleza inquebrantable. Y porque sabes qué quieres y luchas por ello. Que no quieres a Darío... ¡Olvídalo y pega la vuelta, como diría Pimpinela! Pero... como es todo lo contrario, creo que deberías preguntarte si es necesario que estires tanto tu agonía.
Sofía la observó atónita. Sí. Luna le estaba soltando las verdades a la cara. Unas verdades como puños. Le estaba dando iniciativas. Solo que ella estaba en ese punto del tablero del juego al que temía jugar por si terminaba perdiendo un turno, o varios, o todos, y se iba a la puta calle y con ello se terminaba todo.
Josep había propuesto a Darío que saliera con ellos. Ximo no estaría. Se había largado a ver a Luna. El muy cabrón había desaparecido de nuevo, pensó para él. ¿Y qué iba a hacer con estos? ¿De carabina? Porque todos ellos tenían a su chica. Solo él iría de vacío y ya se veía solo, apoyado en la barra, alargando la mirada hacia la nada y hacia el reloj en busca de una excusa para escaparse cuanto antes de aquel Pub al que fueran.
De Darío para Josep:
•«No puedo. Ya quedaremos».
De Josep para Darío:
•«Vienes, o iremos a por ti. Quique y Julián dicen que echarán la puerta abajo y te traerán arrastrando de los huevos como te niegues».
De Darío para Josep:
•«Que se guarden las fuerzas para follar con su chica».
De Josep para Darío:
•«Ja... ja. Dice Quique que ya te vale. No te digo que cenes con nosotros si es pedir demasiado. Pero al menos vente al Level. Ya conoces el tema de la pandemia de los aforos limitados y tal. Así que mejor vente pronto para hacer cola y no quedarte fuera.
De Darío para Josep:
•«Esa es otra. Encima con las agobiantes normas de la pandemia. Paso, tío. Paso de estar con mascarilla allí dentro todo el tiempo asfixiándome».
De Josep para Darío:
•«Me importa una mierda tu opinión. Porque quiero verte en la puerta. A las once y media allí. No me falles. Y no me vale un NO. O te mandaré a Quique y a Julián a echar tu puerta abajo».
De Darío para Josep:
•«Vete al infierno!»
El wasap se cerró con esta última frase. Conocía a sus amigos. Y si decían que lo hacían, lo harían seguro. Pasaba de que los vecinos llamasen a la policía cuando estos se acercasen hasta allí para armar bulla. Miró a su alrededor. Había hecho una limpieza rápida del pisito, había comido y se había preparado para ver una película en el ordenador con el aire acondicionado encendido. Bueno, lo encendería y lo apagaría a ratos, ya que la luz estaba alcanzando precios históricos, hecho adrede para desplumar a todo bicho viviente. ¡Cómo se nota que los que ponen esos precios no cuentan con un salario mileurista! ¡Y a ellos qué! Estaban convirtiendo la vida cotidiana en una mierda de vida con tanto impuesto y normas que cada vez eran más insólitas. Lo de ser un ser humano estaba poniéndose a un nivel «Dios» con pocas vidas extra y un próximo «Game Over». Se rio de su ocurrencia. Una sonrisa que no se dibujaba adecuadamente desde que se alejó de Sofía.
«¡Puto amargado!». «¡Y a ti qué coño te importa!», le recriminó a la voz de su conciencia.
Darío fue puntual. Como no había otra opción terminó cediendo.
—¡Eh! ¿Qué pasa, tío? —lo saludó Josep recibiendo además el saludo del resto.
Le presentaron a las chicas.
—Vaya. Aquí, todos en la pandilla sois bien guapos —dejó caer una de ellas sin cortarse.
—Y como tíobueno, necesita encontrar a una piba. A ver si lo conseguimos —dejó caer Quique señalando a Darío.
—¡No necesito ninguna piba!
—¡Oh! Yo creo que sí —lo contradijo Julián—. Con treinta tacos ya necesitas sentar cabecita y a una piba molona.
—Estoy muy bien solo.
—¡Mentiroso! Tú cállate y déjate hacer —interrumpió Julián enseñando su perfecta dentadura.
Darío negó empezando a perder los estribos. No iba a armar un numerito allí. ¡Que les dieran a todos por donde más los amargaban! Porque no iban a conseguir enfurecerlo y lograr que empezase a gritarles como un demente. Así que se cruzó de brazos y guardó silencio ignorándolos. Ellos continuaron con la retahíla hasta que se dieron cuenta de que él había dejado de inmutarse y terminaron por callar.
Una luz morada bañaba todo a su alrededor. Sonaba el éxito de Ed Sheeran «Shivers» bajo unos graves que hacían vibrar todo a su alrededor, subida de revoluciones. La gente se movía al ritmo como si se hubieran vuelto unos chalados por sus acordes. Todo cuidando de que se respetasen las condiciones que sanidad había impuesto para la condenada pandemia.
Después de tantas restricciones la cosa empezaba a fluir algo más. La humanidad se había armado de valor y de una clara resiliencia con el fin de superar todo aquello de lo más insólito e inverosímil como había sido y seguía siendo el tema del nuevo virus que, según el noticiario, se había escapado de Wuhan. Que si un armadillo, que si un murciélago, y muchas más suposiciones habían estado corriendo de boca en boca de todos. Solo se sabía que esto había descolocado a toda la humanidad. Darío pasaba de darle más vueltas a ello. Solo quería alegrarse de que empezasen a levantar cabeza, aunque él no la levantara por más que quisiera.
—Te invito a algo —dijo Josep acercándose hasta la barra donde se había apoltronado su amigo.
—No es necesario.
—Sí que lo es.
—No me quedaré mucho rato.
—No flipes tanto.
Darío suspiró.
—Mira, vosotros tenéis vuestro rollo. Y yo solo estoy fuera de lugar.
—¿Puedo decirte algo?
—Mientras no me ofendas y termine dándote un puñetazo.
—¡No me lo darías!
—Créeme que sí. Tócame los huevos y verás.
Josep se rio.
—No te has percatado de nada; ¿verdad?
Darío entornó la mirada tan confuso, como apurado. ¿Qué se estaba cociendo? ¿Qué habían hecho a sus espaldas?
Yo no soy de alargar las cosas por mucho rato. Y bueno, el resto me ha dado permiso.
—¿Permiso? ¿Para qué? ¡Espera! ¡De buscarme una chica, nada! ¿Vale? ¡Ni se os ocurra o acabaré cabreándome de verdad!
—Ella es mona. Es... ¿cómo te diría? Es una tía que, en mi opinión, vale su peso en oro. Bueno, su peso no porque está muy bien de cuerpecillo. Pero la tía lo vale. Y no me preguntes por qué lo sé. No quiero que me mates antes de salir de tu radio de alcance.
La ira de Darío iba en aumento.
—¡Os lo dije! —gritó—. ¡Nada de citas a ciegas! ¡Nada de hacer nada a mis espaldas!
—No ha sido idea nuestra. Más bien, la hemos ayudado a preparar esta sorpresa.
—¿Qué? ¿A quién?
Josep señaló hacia el fondo. A un lado estaba la pandilla tan muerta de risa que, con la ira que cargaba Darío encima, podría darles de hostias hasta cansarse. Sin embargo, al otro lado reconoció la cara de Ximo. Y de Luna. Pero también la de Sofía que, bajo aquellos rayos de luz morados que no dejaban de bambolear, junto a otros de otros colores distintos, al ritmo de la música, la hacían parecer un ser sobrenatural. Se mordía el labio con inquietud esperando el momento de echar a correr hacia él.
—So... ¿Sofía?
No fue ella quien corrió. Fue Darío quien atravesó el tramo que separaba a ambos esquivando a todo obstáculo humano sin importarle tropezarse, ni los insultos que recibiera por su modo tan inadecuado de moverse entre ellos tropezándose demasiadas veces. Cuando llegó hasta ella la atrapó entre sus brazos llorando como una magdalena.
—Me dijiste... pero me dijiste... —tartamudeó junto a su oído apretándola con cuidado.
Aquello parecía un concurso de a ver quién se emocionaba más, si ellos, o los que habían ayudado a Sofía a promover la sorpresa y encuentro.
—Me importa una mierda lo que dije, Darío.
La besó repetidas veces en los labios bajándose su mascarilla y bajando la de Sofía a estirones. Primero fueron besos pausados. Y luego uno mucho más largo bajo los aplausos de sus amigos y vítores. La miró a los ojos asegurándose de que era verdad. De que estaba allí realmente sin ser un espejismo provocado por sus ganas de verla. De tenerla con él.
—Te quiero, Darío. Es lo que importa. Y sí. He venido porque quiero estar contigo. Porque te quiero en mi vida; ¿entiendes?
—Yo también te quiero, Sofía. Encuadró el rostro entre sus manos, emocionado, observándola con incredulidad—. ¡Joder! ¡Estás aquí! Aquí... conmigo.
—Sí —consiguió decir ella entre lágrimas y risas de felicidad. Con la respiración entrecortada con la emoción y el gimoteo.
Los chicos se acercaron para felicitarles.
—¡Eh! ¿No nos vas a presentar a la piba? ¿No nos vas a contar la historia?
Se apartó de ellos para darle a Ximo un puñetazo en el brazo.
—¡Puto traidor!
—¡A mí que me registren! Fue ella quien me lo pidió. Así que échale la culpa a ella.
—¡Sí! Claro. Como si no os conociera a ti y a Luna.
Regresó hasta donde estaba Sofía volviendo a cobijarla entre sus brazos.
—El problema es cómo solucionaremos lo de nuestros trabajos. Lo de vernos más a menudo, vivir juntos...
Sofía puso la mano frente a él para que se callase.
—Sé que son casi tres horas en coche. Y que va a ser complicada una convivencia en la distancia. Y, no sé... ya veremos qué podemos hacer. Por lo pronto podríamos vernos los domingos, ya que los sábados ambos trabajamos. Y algún domingo, te adelanto.
—Será un poco complicado el tema. Y...
Puso sus dedos sobre los labios de Darío.
—No voy a pensar en eso. Solo voy a pensar que estoy aquí. En que tú estás. Y en que esto será posible si nos empeñamos en realizarlo. Alguna solución encontraremos para acortar distancias. No lo pensemos ahora. Hay tiempo.
Darío asintió con decisión.
—No pienso tirar la toalla.
—Ni yo tampoco. Y, además, oficialmente vamos a dejar de ser un rollito de trola; un romance ficticio. Nada de acuerdos raros. Nada de quince días intensos y luego si te he visto, no me acuerdo. Nada de «aquí te pillo, y aquí te mato, y adiós muy buenas». Esta vez quiero que te quedes conmigo de verdad, ¿me oyes? Porque a nuestra edad no estamos para tontear. Porque necesito algo estable que me ayude a superar cada día de los que se suceden en mi vida. Y porque quiero envejecer al lado de alguien que no me time en el tema sentimental —Sofía susurró esto último cerca de sus labios.
—No te voy a timar. Te lo prometo.
—Bien... O de lo contrario, tendré que matarte —bromeó, entornando la mirada con socarronería.
—¿Quieres que vayamos a mi casa? —propuso él en un tono sugerente, con una creciente erección comenzando a apoyarse en la bragueta de sus vaqueros. Ella ya la había percibido porque estaba justamente pegada a su cuerpo. Sofía bajó su mano hasta allí para asegurarse de que seguía ahí suplicando poseerla de nuevo. Aceptó
—Ya estás tardando —aceptó en otro murmullo comenzando a sentir la humedad en sus braguitas. Estaba ansiosa por volver a sentirlo dentro de ella. Y que esta vez no tuviera que negociar el momento, el lugar, ni un día en concreto en la agenda. Porque sí o sí iban a encontrar esa solución para estar cerca. Para vivir en el mismo lugar. Para despertar uno al lado del otro entre besos y caricias, tal y como fue aquel verano inolvidable, el cual fue punto inicial para pasar de la tristeza a la esperanza de ser amados, y amarse, tal y como se merecían.
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