—¡Hijos de...!
Ximo salió deprisa del hostal creyendo hacer tarde. Encontró a Luna acalorada y furiosa.
—¿Qué pasa?
—¡Compruébalo tú mismo! La madre que la parió. No lo esperaba. Se ha puesto de acuerdo con ese... pavo, y nos han dejado solos! —gritó fuera de control.
Le mostró la pantalla de su teléfono. El mensaje rezaba que habían necesitado de una escapada solitaria pues sus días, juntos, terminarían pronto.
—¡Pobres míos! Cuántas cosas se habrán perdido por culpa de molestarles.
—¿Molestarles? —Se giró, y después de un gritito de indignación le dio un empujón. Ximo protestó con un quejido—. ¡Llevas tiempo deseando meterte dentro de mis bragas!
—¿Yo? —Se señaló furioso.
—¡No lo niegues!
—Mira, tía, al principio me pareciste muy sexy, única, y me dejaste flipando. Pero eres peor que Negan, de The Walking Dead, y Loki, el de las pelis de Marvel...
—¡No sé de quién coño me hablas!
—¡Pues eso! Que eres peor que Harley Quinn.
—¡Que sigo sin saber de quién me hablas! —le gritó como si este padeciera de sordera.
Profirió varias frases por lo bajo, unas cuantas maldiciones e improperios para, con una rapidez posible para que no se escapase, darle un beso rápido en los labios. Ella lo empujó, furiosa.
—¿Qué coño te crees que haces?
—¡Que me gustas, joder! Que ya estoy cansado de callármelo. De parecer el salido de turno porque parezca que se me vaya la olla. Si quiero tocarte es porque me gustas.
—¿Qué? —Luna abrió tanto la boca que se asemejaba más un bostezo, que una gran sorpresa—. Pero, ¿a ti cuándo te he dado permiso para que me beses?
—No necesito de tu permiso porque no me lo vas a dar. Pero... ¡Mírate! Eres sensual, destilas fuerza y seguridad, sabes en cada momento qué quieres. No tienes pelos en la lengua. —Darío asintió—. Me gustan las mujeres con carácter. Con decisión y personalidad. Y, caray... ¡Vale! ¡Ódiame por ello! No quería dejar de intentarlo.
Hubo un silencio tan incómodo que incluso le entró terror. Aquellos ojos color entre verdes y avellana lo observaban como si ella fuera la depredadora y él, su delicioso tentempié.
—¡Estás muy loco, tío!
—Lo sé. No voy a discutírtelo. Darío sabe que soy incorregible, impetuoso, y cabezota. Pero, joder, me gustas, tía. Me gustas a rabiar. Y si peco de cabezota, al menos quiero intentarlo.
Ella bufó cruzándose de brazos. Se quedó un instante, reflexiva.
—Y, ¿qué tienes pensado hacer? —empezó a murmurar con intriga—. Porque quiero regresar entera a Murcia. Pero igualmente adoro el riesgo.
La sonrisa de Ximo se ensanchó.
—Deja que consulte Google, si su señoría la cobertura me deja. Algo interesante tiene que haber programado. Solo espero que lleguemos a tiempo.
****
—¿Qué estarán haciendo?
—No pienses en eso. Solo déjate llevar. —Estiró la familiar manta que ella se había seguido llevando a las salidas al campo, incluso cuando fueron los cuatro—. Qué tiempos, ¿recuerdas?
—Nuestra primera vez. ¡Fue una pasada!
—Y de repente todo se tendrá que borrar.
—Qué lástima.
Colocó los recipientes sobre la manta, abiertos, distribuyéndolos de modo que cupiera todo.
—Hemos madrugado y preparado esto tan bueno, para celebrar que esto ya se está terminando. No es justo —protestó él.
—No es que a mí me haga ni pizca de gracia, ¿sabes?
Se arrodilló frente a ella y la atrajo en un cálido abrazo.
—No quiero que te vayas.
—Dijimos que nada de dramas, Darío.
—Eso fue antes de que me calaras hondo —añadió, besando el alto de su cabeza.
—Prometimos no enamorarnos.
—Pues, joder, soy un puto mentiroso.
Sofía se separó un poco de él con los ojos húmedos con la emoción.
—No me hagas esto, Darío. Recuerda lo que convinimos.
—A la mierda lo que dijimos. Quiero volverte a ver en un futuro.
—No va a poder ser.
—¿Por qué?
Ella negó.
—Comamos. La comida se enfría.
La detuvo, sujetándola con delicadeza.
—¿Quizá yo no te gusto?
¿Gustarle? Por ella como si quisieran ir a vivir juntos. Porque le gustaba. ¡Y mucho! Cosa que la asustaba. Porque se había prometido no enamorarse. Y porque seguía siendo un casi desconocido que podría causarle una decepción en un corto plazo de tiempo.
—No. Todo ha sido una farsa. Así lo convinimos —insistió.
—¡Embustera! Sé que piensas lo mismo que yo.
Señaló hacia la manduca bien preparada y ordenada.
—Comamos. La mitad de cosas se enfrían, y la otra mitad se calientan con el exceso de calor —especificó, con la sola idea de cambiar de tema.
Sofía echó un último vistazo a su teléfono antes de comer. Las amenazas de Luna encriptadas en mensajes habían cesado. Puede que la cosa se hubiera calmado. O puede que, incluso, ella ya hubiera salido de allí por pies.
****
—Había sido divertido agregarse a aquel grupo que había organizado aquella ruta de barrancos y montes. Había sido interesante porque habían tenido tramos en los que había incluso contenido la respiración para no caer al vacío.
—Ha molado. ¡Reconócelo! —celebró Ximo.
Ella puso los ojos en blanco.
—De acuerdo... —soltó en mitad de un largo suspiro—. Ha estado bien.
Ximo se le echó en los brazos.
—Mecagüen en la mar! ¡Por fin he conseguido impresionarte!
—¡No cantes victoria tan pronto, chaval!
Otro suspiro, esta vez de él.
—Esto se nos termina. Y no hemos aprovechado nada de nada.
Clavó la mirada en él.
—¿Y quién te dice que quiero aprovechar mi tiempo contigo?
Alzó las cejas estupefacto.
—Pensaba que te había conquistado mi sorpresa. Osease, yo mismamente también.
—¡Piensas muy mal! Pero... echa un vistazo a Google. No quiero que termine el día sin que me sigas impresionando con algo tan interesante como algo similar a esto.
—¿Aún no estás cansada?
—¡No!
Estiró aún más su sonrisa.
—Vaaaale! ¡Voy!
****
Darío y Sofía terminaron de comer. Recogieron todo.
—¿Te apetece dar un paseo? —preguntó él con la congoja enganchada a la boca de su estómago.
Ella sacó un paquetito del bolsillo de sus pantalones cortos y se lo enseñó.
—Deja que rememore esto otra vez. Será el cierre apoteósico para nuestra última aventura campestre.
—No tengo ganas.
—Oye... venga —ronroneó, gateando hacia él.
Darío negó.
—Siento que voy a echar de menos tus tretas y tu cabezonería. Tus sorpresas y tu...
—¡Para! Ahora no. No estropees el momento —rogó.
Ya no hubo más palabras. Solo caricias y gemidos. Suspiros, algunos quejidos por la pena de la distancia que les esperaba. Pieles que se acoplaban perfectas como un rompecabezas y que pronto conocerían lo gélido de la distancia. «Nada de recuerdos, ni de volver a tener contacto». ¡Como si fuera esa una norma fácil de acatar!
****
Luna se secó con torpeza todo su cuerpo. Llegó a los cabellos y Ximo la detuvo.
—Deja que lo haga yo.
—No sé por qué te has empeñado en que nos sequemos en tu habitación. Mejor será que me dé una ducha. Que me largue a la mía.
Él la sujetó del brazo. No pronunció palabra. Simplemente la observó como quien observa el amanecer más bello experimentado. La acercó a él con sutileza volviéndola a besar sin su permiso. Solo que ella esta vez sí le consintió. Y él continuó trazando líneas, círculos, corazones y dibujos abstractos por todo su cuerpo sin importar qué territorio estaba invadiendo. Y si ella pudiera protestar.
—Ximo, para... —pidió Luna todavía pegada a sus labios.
—¿Estás segura? —formuló él, separándose apenas un poco para hablarle.
Ella negó. Luego asintió. Y él siguió; trazando, dibujando, amando cada recoveco y rincón por el que pasaba. El territorio de una leona con la que iba a ser excitante hacer el amor. Sobre todo cuando, al tocar la cama, ella tomó las riendas del juego, dejándolo todavía más impresionado. ¡Efectivamente, era peligrosa, dominante, y de un carácter fuerte! Le recordaba a su ídola Mónica Naranjo: esa mujer de su mismo carácter fuerte, voz potente y un cuerpo tan escultural que quita el hipo. Aquellas cualidades de Luna conseguían poner a cien a Ximo. Cualidades que perdería en cuanto terminasen las vacaciones y si ella se negaba a volver a verle. Temor que se acrecentaba ahora que el plazo de días libres se estaba finiquitando.
****
Apuraron los últimos días. Unas veces juntos. Otras, cada cual por su lado con la intención de seguir teniendo algún tipo de cita, aun sin saber si terminaría siendo formal, o seguiría siendo ficticia. Para Darío y Sofía comenzaba a hacerse duro tener que separarse. Y eso no ocurriría si fuese tan ficticia como aseguraban. Había llegado el día crítico. Ese que temían que tuviera que llegar. Tendrían que saborear las últimas horas juntos. Era complicado no hacerlo con una pesadumbre que conseguía dejarlos con el malestar de la peor gripe pillada en invierno, somatizada en una derivación de aquello que se llama enamoramiento. Estaban enfermos de amor, pero querían evitar reconocerlo.
—Odio regresar al trabajo. Según Aemet, viene una ola de calor que seguramente me dejará carbonizado. Así es imposible trabajar.
—En el fondo tampoco estaremos tan lejos... más o menos —murmuró ella con la intención de no desanimarse.
—¿Recuerdas? «Adiós y muy buenas». Nada de recuerdos, de citas, ni de seguir intentando algo que nos pudiera causar dolor. Así lo acordamos.
—Eso es verdad.
—Han sido los días más chulos de mi existencia... hasta que Ximo y Luna aparecieron y tuvimos que compartir tiempo con ellos. Como que me gustaría recuperarlo. Pero, a nuestro parecer, sería ilegal.
—Pues sí... —le dio ella la razón.
Bajaron la mirada al suelo. Como si de repente y después de aquellos quince días, no tuvieran nada más que decirse.
—Hemos visto muchos lugares en los alrededores de este pueblo. Incluso dentro del mismo —parloteó Sofía como si hablase sola—. Lo hemos pasado bien. Hemos disfrutado.
—Fueron de lo más divertidos nuestros pícnics y escapadas.
—Y nuestros «saltos de cama».
—Saltos de cama... —Darío mostró una sonrisa traviesa—. Sin cama fue más divertido aún. Sobre todo cuando te quedaste en pelotas frente a aquellos señores —le recordó, estallando en una carcajada—. ¡Menuda exhibicionista estás hecha! Y luego finges inocencia. ¡Anda que!
—Ya te dije que no soy como me has visto actuar por aquí. Incluso mis amigas no me hubieran reconocido.
—Apenas has hablado con ellas por wasap.
—¿Y tú?
Negó.
—Estaba demasiado ocupado. Y a gusto.
—Yo también...
Darío exhaló tanto como si el pecho le pesara.
—¿Al menos me dejarás que te mande algún mensaje de vez en cuando?
—Hemos acordado que no. Y punto. Y la única foto que tenemos juntos: ¡ni se te ocurra colgarla en Internet! Ni enseñársela a nadie.
Levantó la palma de la mano izquierda con una media sonrisa puesta que salió más fingida que natural. No estaba de humor para sonreír.
—Lo prometo.
—Así. ¡Muy bien!
—Espero que sigas haciendo riquísimos pasteles y sirviendo genial a los clientes.
—Espero que no te derritas debajo de una temperatura de cuarenta grados mientras recorres la urbe de punta a punta.
—Los bombones nos derretimos. ¿Para qué te voy a mentir?
—¡Ja! Muy gracioso.
—Lo digo de verdad —largó, enseñando su mejor sonrisa como el donjuán que podía ser allí, que no, el real. O quizá sí empezaba a mimetizarse entre el mundo ficticio y el real.
Hubo un pesado silencio.
—Hemos sido lo que hemos querido aquí. Hemos hecho lo que nos ha dado la gana. Hemos amado sin límites, pero con normas. Y esto quedará como una anécdota que tendremos que guardar en secreto. ¡Y como Luna se chive, la mato! Ya se lo he dicho.
—Ximo no sabe guardar demasiado bien los secretos. Tendré que matarlo ya, antes de que se me escape hacia Valencia. Bueno. Regresaremos juntos.
—Luna se vendrá conmigo a Murcia.
—Va a ser bien raro no tenerte al lado.
—Va a ser bien raro no tener que darte un sopapo porque te estés pasando de la raya.
—¿Yo? ¡Tú eras la que empezaba!
Observaron cómo el sol se escondía poco a poco en el horizonte y ese paso de las horas dolían aún más. Quedaba nada para cargar las maletas. Para darse la espalda y despedirse, sin más. ¿Lo harían con un beso apasionado para cerrar aquella etapa tan fantástica? ¿O quizá con un amistoso abrazo como quien cierra un trato formal, o un chocar de manos? Ni siquiera sabían cómo despedirse.
—Quiero... que hagamos el amor una vez más.
Él asintió con excesiva solemnidad. Sus labios ya no se curvaban con tanta facilidad como al principio.
—Me encantaría. Esta vez sé que será la última de verdad. Trataré de saciarte completamente para cerrar este ciclo tan maravilloso que hemos experimentado en dos semanas de nuestra existencia.
Se tomó tiempo, ya que esta vez sí sería la última vez y ya aquel amor pasaría a la historia. La desnudó despacio recreándose en unos besos que no dejasen ni un solo milímetro de su piel por recorrer al tiempo que la desnudaba. Ella gemía complacida intentando suavizar la torpeza con la que estaba siendo recíproca, cuando él la estaba torturando con tanta dulzura.
—Júrame que me olvidarás —pidió ella mediante un susurro en su oído con la voz totalmente entrecortada.
—No es momento de pedir nada. Limítate a disfrutar.
—Te conozco demasiado bien. Sé que tratarás de buscarme cuando cada uno regrese a sus inicios.
Darío se detuvo para mirarla a los ojos.
—¿Qué quieres que haga, Sofía? ¿Realmente, qué quieres que haga? —repitió.
Los ojos de Sofía se humedecieron. No podía repetir el ruego mirándolo a los ojos. Era como mentirle. Y ya se habían mentido suficiente. No tuvo más remedio que tragarse el nudo que ascendía por su garganta, cerrar los ojos y decirle solamente: "No pares". No se veía capaz de seguir manteniendo una conversación que temía no fuese fácil, y es como se sucedió.
Darío respiró tan hondo antes de seguir que la preocupó. Sin embargo siguió en silencio. Retomó el reguero de besos volviendo a descender en busca de despojarla de su ropa interior, de ofrecerle más placer que nunca para que fuera incapaz de olvidarle. Porque sí. Esta sería, por desgracia, su última vez con ella.
Recogieron todo. Hicieron el equipaje arrastrando los pies sin ganas por toda la habitación: los cuatro. Para cuando estaban en lo bueno tenían que regresar. Quedaron en la salida del pueblo. Darío había abonado el pago del total del alquiler con Bizum. Sofía le había traspasado su parte, por el mismo método de pago, de los días que había estado con él en aquella menuda casa que se quedaría de nuevo vacía.
—Promete que no vas a llamarme —rogó Sofía cuando se encontraron en el salón antes de salir de la casa—. Podría arrepentirme de lo acordado. Y no quiero —continuó, agregando un quejido plañidero.
—Ídem —farfulló Darío sintiendo como si le atravesaran el pecho con una afilada catana.
—Te deseo una vida llena de la suerte que te mereces.
—Yo ya te dije que tú sí que merecías lo mejor y me daba rabia que no fuese así.
Seguían con la mirada baja. Costaba mirarse a los ojos sin terminar besándose; suplicándose a moco tendido el volver a verse. Parecían dos adolescentes en mitad de una ruptura injusta. Una forzada ruptura que iba a dejarles huella.
—Date prisa. Luna y Ximo nos están esperando para despedirse.
No pudo resistirse. Darío se echó en los brazos de Sofía apretándola con cuidado de no hacerle daño, pero demostrando que no tenía ganas ninguna de perderla. De soltarla, ni dejarla marchar.
—No me lo pongas tan difícil, por favor —rogó ella. Lo abrazó y le dio un beso rápido en la mejilla. Luego lo miró un minisegundo a los ojos y vocalizó rápido antes de separarse de él para no caer en su misma tentación y arrepentirse—: gracias por estos mejores quince días después de tanto dolor. Han sido una sanación increíble para mí.
Podría decirle que ella sí era pura medicina para su agotado corazón; el que Marta había tenido ovarios de romper, patear, destrozar, y enterrar en una fosa común sin una mísera lápida, sin ningún responso, allá en Valencia. Por feo que sonara, era así como sentía que lo había hecho hasta dejarle hecho una mierda. Bueno, podía decírselo muy breve para no seguir aferrado a ella con una insufrible pataleta que la hiciera cabrearse con él.
—Has logrado que tenga esperanzar de seguir adelante. Que me hayas sacado de mi lado «emo» y me hayas demostrado que todo no termina cuando alguien te jode vivo. También has sido pura medicina para mí.
Ella asintió, agradecida, ya guardando las distancias. Por mucho que su cuerpo tirase hacia él y su cabeza le dijera que se confesara y que no lo dejara ir demasiado lejos.
—Este contrato de palabra ha sido un bien para los dos.
—Sí que lo ha sido.
—Demos por bien sucedido nuestro encuentro.
—Nunca me cansaré de darlo por bien sucedido.
Se estrecharon la mano. Luego, un último abrazo que fue más breve de lo normal.
—Y ahora... —señaló hacia la puerta—, hagamos lo que se debe hacer para poner fin a un acuerdo que valió la pena, y que nos ha causado beneficios.
—Joder Sofía: de repente te has vuelto una empresaria de lo más eficiente.
—Y tú, un cliente exigente, pero interesante.
—Exigente... —Ella asintió—. Interesante... —Volvió a asentir—. Te voy a decir una cosa: soy el cliente más cumplidor, guapo, maravilloso, atento, inolvidable, seductor...
Sofía levantó la mano frente a él.
—¡Para! ¡Detente, donjuán! Que si sigues con el discurso, de seguro que ya sí llegamos tarde.
—Lo hizo reír. Aunque era una sonrisa más bien amarga.
—Sí, señora. Ya guardo silencio. Aunque tenga muchas cosas que decirle, y sé que no va a escucharme. —Ella negó advirtiéndolo—. Sí. Nos vamos —rectificó.
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