4.
No podía dejar de observarle. No podía dejar de sonreír. Sofía parecía una de esas enamoradizas adolescentes que acaba de conocer a su «crush». Se sentía bien con él. Darío lograba hacerla sentir bien. Solo esperaba que no la engañase como el resto. Se rio al recordar que todo ello era una tremenda farsa. Tampoco le importaría que fuera de verdad porque chico era majo, atento, y tenía un toque para el sexo que la volvía loca. Darío se percató de su exagerada atención.
—¿Qué?
—¿Puedo quedarme contigo el resto del verano?
Estiró el brazo para acabar de tapar sus hombros. Sofía se había enrollado en la manta de pícnic hasta que hiciera efecto la calefacción.
Darío frunció el ceño.
—¿A qué viene eso?
—Es que molas mucho.
Lo hizo reír.
—Creo que te está afectando el frío. Y el sueño.
—¿Quieres que mañana nos larguemos por ahí?
—Depende de cómo nos levantemos. De si quieres cargar con la mascarilla a cuestas y la distancia de seguridad. Además; mírate. Ya no te tienes despierta.
Era verdad. A Sofía le pesaban los párpados. Su cuerpo estaba acusando el cansancio del todo el día.
—¿Le has mandado un mensaje a tu mejor amiga?
—¿A Luna? Ostras, no he tenido tiempo. Y ahora debe de estar durmiendo.
—¿En vacaciones? ¿En verano? —se extrañó él.
—Si la llamo te oirá de fondo.
—Cerraré el pico —adelantó él, elevando las comisuras con diversión.
Sofía la llamó. No respondía.
—¿Lo ves? Quizá se fue pronto a dormir. O quizá está con las chicas de fiesta y no oye el teléfono.
Darío miró el reloj.
—Están ya muy encima del toque de queda. Seguramente será que ya se quedaron fritas en la cama —imaginó él—. ¿Dónde dices que se largaron? Lo dijiste. Pero ya no lo recuerdo.
—A Ibiza.
—Hum. Igual se ha ligado a un guiri y están retozando en la cama. Fíjate.
—También podría ser.
—¿Lo ves? No es la única que disfruta de buena compañía.
—Solo que nosotros hacemos por guardarlo en secreto.
—Eso es —le dio la razón él—. Como los famosos. Pero fíjate que buscaremos el momento adecuado para dar la exclusiva y cobrar un buen pico.
Sofía abrió mucho los ojos impactada.
—¿De verdad lo piensas decir algún día?
Darío dejó escaparse una cantarina carcajada.
—Que no, mujer. Solo estaba bromeando. Además, no cobraríamos por la puñetera exclusiva. No somos famosos.
—En eso tienes razón.
—Pues eso...
Subió un poco el volumen de la música. A Sofía se le estaban cerrando los ojos irremediablemente, y que se durmiera, y tener que cargar con ella escaleras arriba, era lo último que quería hacer. Más que nada por si la ponía en un aprieto. A él no le importaría ni eso, ni darse otro revolcón nada más llegar a la cama. Estaba demasiado cansada para eso.
—Sofía, ya hemos llegado. Sof... ¡Vaya por Dios! Qué manera de complicarme la situación.
Rodeó el coche en su busca. Se colocó las llaves en las manos y luego la sacó del coche con cuidado de no despertarla. Cerró este con la alarma puesta y se encaminó a abrir la puerta de la casa. Forcejeó un poco. Finalmente logró el más difícil todavía y entró. Luego regresaría a por el resto de las cosas. Aún quedaba algo de comida de la que se habían llevado para la cena. Esta se iba a estropear de dejarla toda la noche y parte de la mañana en el maletero.
Mientras cargaba con ella sintió una ola de ternura que lo envolvió. Aunque fuera un romance simulado sentía que esa necesidad de cuidar de ella era real. Y con ello se maldijo para sus adentros. «Nada de enamorarse. Es todo mentira». Negó como si fuera capaz de responder a su propia vocecilla interior.
—¿Pero qué estás haciendo, Darío? —bisbiseó haciendo lo posible para que no lo oyera.
Llegó arriba. Encendió la luz de la lamparilla. Retiró como pudo el edredón y las sábanas, la metió dentro vestida; solo le quitó los zapatos, la posicionó y la tapó con un cuidado de madraza que lo hizo hasta reír. ¿Y ahora qué? ¿Tocaba darle un beso en la frente como tal? ¿Y por qué no? Se agachó pero la besó en un suave roce en los labios. «Loco. Te estás enamorando». «¡Cállate, gilipollas!». Recordó que tenía aún las cosas en el maletero de su coche. Y que tendría que bajar a por ello. Estacionar el vehículo en lugar adecuado porque lo había dejado mal. Lo haría con una rapidez absoluta para regresar cuanto antes.
Al bajar las escaleras el teléfono le empezó a vibrar. Se había abierto Internet y le estaban llegando cientos de mensajes. Eran fotografías de sus amigos de fiesta en Castellón con las chicas que habían conocido. Respondió para no parecer un amigo descuidado.
• «Pero qué bien que lo pasáis!».
Él les mandó a cambio unas cuantas fotos de aquella bonita naturaleza. De aquellas bucólicas y pétreas callejuelas en medio de un ambiente así de rural, casi desiertas. Sabía que no causarían el mismo efecto que las festivas. Pero si iban a intercambiar, mejor que no supieran lo de Sofía. Que creyeran que estaba tan aislado como el mismo Robinson Crusoe. ¡Si ellos supieran...!
Alcanzó el coche. Lo estacionó correctamente. Encontró el bolso de Sofía. El teléfono había vibrado dentro. Lo buscó por si era algo urgente. Era de su grupo de amigas. Lo supo cuando aún estaba iluminada la pantalla, pero no pudo desbloquearlo. No conocía la contraseña. Ya lo vería cuando se despertase. Entró un mensaje de Luna. Leyó el nombre y la pantalla se apagó. Por fin había dado señales de vida. Lástima que Sofía no pudiera responderle. Lo guardó, salió del coche y sacó todo del maletero. ¡Qué extraño era todo! Pero qué bonito a la vez. Podía amar sin miedo a quedarse colgado. Sin que se le reprochase nada. Porque podía sentir y hacer sentir. Que aquello sucediera siempre dentro de todo límite acordado. Nada más que eso. Nada como Marta con la que había llegado a tener una relación formal hasta que su amigo Justo se puso de por medio. «¡Hijo de puta!». Tenía que regresar adentro. Tenía que seguir custodiando a su huésped. «Solo por la necesidad de custodiarla», se recordó. Por si necesitase algo. Como lo haría cualquier persona humana.
El silencio seguía reinando en la pequeña casa. Sofía continuaría dormida. Bebió un poco de agua tragando con dificultad. Iba a meterse en la cama con ella sin consultárselo. ¡Tantas veces como ya habían retozado juntos y ahora se preocupaba por esa nimiedad! Sacudió la cabeza confuso. ¡A buenas horas le entraba la vena de la responsabilidad exagerada! «Comprobado: eres gilipollas». «Pues sí. ¿Y qué?». Volvió a negar esbozando una leve sonrisa lo suficientemente cohibida para sentir algo de culpabilidad. Solo sabía que sentía la urgente necesidad de seguir respetándola. A pesar de haber iniciado tan descabellado juego. Un juego que, al fin y al cabo, era de mutuo acuerdo.
Se metió en la habitación donde dormía ella con sigilo y sacó el pijama y cuanto iba a necesitar. Estuvo a punto de volver a darle otro beso; este segundo en la frente. Tanta tentativa la despertaría. Mejor, evitarlo. Por muchas ganas que tuviera. Metió todo en la habitación pequeña, se aseó y acostó a dormir. Mañana sería otro día.
El teléfono de Sofía vibró insistente emitiendo la melodía de Aitana y Zoilo a viva voz.
—¡Ya voy! —Se incorporó a todo correr buscándolo—. ¿Diga?
—¿Sofía? ¡Pero qué mentirosa eres! ¡No estás alojada en ningún hostal!
—Luna, ¿dónde estás?
—En el que me dijiste. Preguntando por ti. Me han dicho que has pagado y te has largado. ¿Dónde coño estás?
Se llevó la mano a la frente con apuro. ¡Darío! El plan... ¡No se podía enterar! Se levantó tropezándose con todo mientras hablaba. Casi se fue de narices en un par de ocasiones.
—Es que he encontrado otro sitio mejor y... oye, no te muevas de ahí que ya voy yo.
—¿Dónde? Dame tu dirección y me acerco.
—¿Pero tú no estabas en Ibiza con la peña?
—No. Me sabía mal dejarte sola ahí arriba. Y, me ha costado moverme de casa, pero después de horas de autobús, me tienes aquí arriba.
Abrió la maleta con torpeza buscando algo de ropa. Se rompió una uña y protestó con un quejido pues había visto las estrellas con rabito incluido con el dolor. Se había llevado un cachito de piel detrás.
—¿Estás bien, Sofía? No vayas a todo correr que te conozco. Acabarás «escoñándote». ¡Que ya voy yo! No te muevas de ahí. Dame tu ubicación.
—No... no. Que ya... ya voy yo —fue tartamudeando, poniéndose una camiseta con una dificultad mayor a la que tenía colocársela.
—¿Sofía? —Darío gritó desde detrás de la puerta dando unos golpecillos a la madera, con preocupación.
—¿Quién es ese? —quiso saber Luna, habiendo escuchado su voz.
—¡Nadie! Nadie. Tú espera. Que ya voy.
—¡Sofía!
—¡Cuelgo! O no puedo vestirme deprisa. ¡Chao! ¡Besitos! —Colgó—. La madre que me parió. En qué follón acabo de meterme. Luna me va a matar por no contárselo. Y Darío... Darío por descubrirnos.
—¿Estás bien? —gritó él de nuevo desde detrás de la puerta.
—¡Sí! Sí. No te preocupes —chilló demasiado alto. Se estaba delatando ella solita.
Terminó de colocarse todo a toda prisa y con torpeza. Cuando salió afuera toda desgarbada, a medias mal colocadas las prendas y acalorada perdida.
—¿Qué pasa?
—Que... ¿Qué pasa? ¡Que mi amiga Luna está aquí, en el pueblo. Esperándome en la puerta del hostal de donde antes estaba alojada —tuvo que confesar porque ya no podía más con el gran apuro. Tenía que acordar algo con Darío para no ser descubierta por su mejor amiga.
—¡No jodas!
—¡Si jodo! ¡Sí!
—¿Y ahora qué?
—¿Que ahora qué? —Se atusó el pelo resoplando acalorada—. No puede saber que existes. No puedo decirle que tenemos un romance pactado y todo ese blablablá. Se pondría hecha una furia después de mis dos rupturas. Me tratará de loca. Yo no soy así. Yo no... —Se llevó la mano a la frente—. Santo cielo. La voy a decepcionar. Y se va a cabrear muchísimo conmigo.
—Podemos hacerla creer que hemos alquilado el mismo sitio por error.
—Ya está lo suficientemente cabreada porque no me ha encontrado donde le dije. ¡Como para darle otra porción de lo más confusa sobre mi... ! ¡Ay, Dios! —protestó, sin poder terminar la frase anterior, ni cómo resolver semejante desaguisado.
—Dile que estás en otro hostal porque no quedaban habitaciones en ese... o yo que sé.
—¿En cual? ¿En dónde le digo que estoy? E irá inmediatamente a buscarme allá. ¡Santo cielo! Santo cielo... ¡Qué cagada!
—Pues dile que soy tu nuevo novio.
—¡Sí, hombre! ¡Y me mata por no habérselo contado con antelación!
Sofía tomó aire con fuerza intentando recuperar el aliento tras la pataleta que acababa de cogerse.
—Dile que estás alojada en casa de un amigo. Pero que no tiene más habitaciones para que ella se quede. No sé. Aclárale algo y confúndela en lo otro.
—De un amigo... —Él asintió—. Para ella los amigos son «follamigos» con derecho a roce si se lo cuento así de alegremente.
—Pues nada. Soy tu «follamigo».
Entornó la mirada enfadada.
—Muy gracioso.
—Es que fíjate que sí lo soy.
—Ya... ¡Me va a matar por no contarle! Adiós confianza...
—¡Dile la verdad! Aunque te mate.
—Sí. ¡Claro! —Se estiró el flequillo hacia atrás con apuro volviendo a caer este en su lugar—. ¡Menuda locura! —bisbiseó, con el rubor en las mejillas por el acaloramiento—. Luna se va a enfadar —repitió.
—Deja que yo se lo diga...
—¡Que no! Tendré que volverme a alojar en el hostal. En el que sea. Para hacer paripé.
—¡No! —Cerró los ojos unos segundos decepcionado alzando la palma de su mano para detenerla en un ademán—. ¡De eso nada! Con lo emocionante que se está volviendo esto tú no te vas. No quiero que esto termine así tan de repente. No me hagas esto ahora que estoy tan a gusto, por favor. Dame más tiempo contigo —suplicó.
Lo apartó con cuidado. Regresó a por el bolso con sus cosas y el teléfono, volvió a apartarlo de su camino para meterse en el baño y terminar de arreglarse.
—Tengo prisa. No te pongas de por medio como el jueves.
—Te prepararé un café.
—No me da tiempo a bebérmelo —gritó ya desde dentro de este, con la puerta cerrada.
—Tú no sales de aquí sin desayunar. No te lo permitiré.
Abrió la puerta con el cepillo de dientes metido en la boca, ya llena de espuma de la pasta. Habló enredado.
—¡Cú no eres quién cara guecirme qué dego hacer! —siseó irritada.
—Me siento responsable de tu bienestar.
—No gagas gueso. Go somos gareja gue verdad. No gue pases —gritó molesta cerrando de nuevo con un portazo.
—Desagradecida —murmuró él, ignorando su orden. De igual manera iba a prepararle algo para que no se fuera en ayunas. No tuviera que llevarla al hospital más cercano por un bajón de lo que fuera causado por el innecesario ayuno.
La escuchó bajar las escaleras al galope.
—Toma —dijo cuando la vio poniéndole el café y una tostada delante—. Desayuna algo aunque sea deprisa.
—¡No sé desayunar deprisa!
—Por favor.
Con el por favor, Darío le puso un gracioso mohín infantil que terminó convenciéndola. Puso los ojos en blanco antes de recibir ambas cosas.
—¡Está bien! ¡Dame! —Bufó.
—¿Qué vas a decirle al final?
Se acabó el bocado deprisa para hablar.
—No lo sé aún. No me agobies más de lo que estoy.
Alzó los brazos a la defensiva.
—¡Vale! Lo que tú digas.
La tostada y el café desaparecieron en nada de tiempo.
—Salgo ya.
—De acuerdo.
—No me llames, ni vayas a buscarme, ni aparezcas por ningún lado —dictó, señalándolo con un dedo acusador—. O te mato.
—¡Que sí! Que sí. No te sulfures.
—Genial —respondió, rodando los ojos con disgusto. ¡En menudo lío acababa de meterse ella sola! Ella sola, con Darío. ¡A ver cómo podía contarle la historia de Darío a Luna sin que esta se enfurruñase! Era muy especial para esas cosas. Hasta el día de hoy se habían contado todo inmediatamente había ocurrido lo que fuera. No se habían guardado secreto ninguno. Se conocían desde que iban a preescolar. Una amistad que se había forjado a puro acero con el tiempo y que esperaba no se rompiera con esto.
Encontró a su amiga a la puerta del hostal Buen Reposo.
—¡Luna! —gritó al tiempo que se acercaba para recibirla en un apretado abrazo. La encontró seria en exceso. La tormenta se acababa de desatar.
—Me has engañado, bonita —le susurró al oído—. ¿Qué estás tramando esta vez? —preguntó Luna, terminando el abrazo para observarla con desconfianza.
—Es que... Me he encontrado con un amigo aquí y...
—¡Ja! ¡Lo sabía! —espetó airada señalándola con el dedo—. ¡Sabía que me ocultabas algo! ¡No lo esperaba de ti! ¡Serás mala amiga por no contármelo!
Sofía se encogió de hombros con un síntoma claro de culpabilidad.
—Lo cierto es que ni lo conocía.
Luna abrió los ojos al máximo.
—¿Cómo dices? —chilló como una posesa. Sofía no era capaz de pronunciar palabra—. A ver... O es amigo, o no lo es...
—No lo era. Pero ahora lo es.
Luna abrió tanto la boca que se le descompuso el rostro. Como aquella pintura de El Grito de Edvard Munch.
—¿Me estás diciendo que te has alojado en casa de un tío al que no conoces?
—Al que casi no conozco. Que es muy distinto.
Luna se acercó a su amiga hasta quedarse a escasos centímetros de su cara, desafiándola:
—¿Cuánto de poco? Especifica este galimatías que se me acabas de provocar una hernia mental.
—Lo conocí hace dos días que lo encontré por estas calles. Nos pusimos a hablar y conectamos bien. Incluso ya me he acostado un par de veces con él.
Luna abrió los brazos y los dejó caer con fuerza haciéndolos estallar sobre sus mulos junto a un bufido de disgusto.
—¡Fantástico! Ahora te da por acostarte con desconocidos. Por el ligoteo a saco sin más. ¿Pero tú estás loca o qué? —chilló tocándole la sien con secos golpecillos—. ¿Acaso no has tenido suficiente?
—¡Surgió así y ya está! Al menos he sido sincera contigo y te lo he contado del tirón; sin rodeos.
—¡Hombre! ¡Gracias! A buenas horas... De casi ni me lo cuentas. O me lo cuentas al año que viene. —Bufó, cargada de resentimiento—. Ahora en serio, ¿cuándo me lo hubieras contado si no hubiera venido hasta aquí?
—No lo sé. Porque, cuando te cuente lo siguiente me vas a gritar aún más.
—¡Genial! Y hay más —protestó, rodando los ojos.
—En realidad será un amor esporádico. Esto es de mutuo acuerdo. Será temporal. Cuando se acaben las vacaciones pues adiós y muy buenas. Nos olvidaremos el uno del otro y ya está.
—¿¡Qué!? ¡¿Se te ha caído un tornillo del coco o qué?!
—No sé...
—¡Seguro que sí! ¡Que tenemos treinta y tantos! Y ya no estamos como para tontear con nuestras vidas. A ver... Una se puede divertir pero no sé... así... ¡Yo que sé! No sé. Esto es una locura. A ver... que de vez en cuando está bien darte un capricho pero... ¡Es que te vi tan abatida y tan segura de buscar algo verdadero para que no te doliera más que con esto estoy flipando, tía!
—Fue algo que surgió sin pensarlo demasiado. Sin planearlo mucho.
—Sin pararte pensar. Ya. El tío es guay y no te has podido resistir.
—Algo así...
—¡Esto es una jodida locura, bonita! —Se llevó las manos a las caderas—. En fin... ¿Y ahora qué? ¿Qué hago?
—Puedes registrarte en el hostal del Buen Reposo si quedan habitaciones libres. Luego podrías venir a conocer a Darío.
—Darío...
—Sí.
—Así se llama tu novio de pega.
—Pues sí.
—Madre mía. —Se llevó la mano al rostro, abrumada—. ¿Y cómo quieres que actúe cuando me lo presentes? ¿Tengo que mostrar euforia e interés por tu nueva adquisición aunque sea de mentirijillas?
—Supongo.
—¡Pero qué loca que estás, tía!
—Tú simplemente actúa tal y como eres, que el resto saldrá natural. Además, Darío es muy majo.
—Majo... —Sofía asintió. Luna sacudió la cabeza.
—Estás como una puta cabra.
—Lo sé —le dio la razón Sofía, ladeando la cabeza con una risilla inocente—. Venga. Te acompaño adentro. Te ayudo con el equipaje. ¿Sí? —se ofreció con un gesto servicial y hospitalario y animado.
—Tus pamplinas no van a salvarte de mi cabreo. Y lo sabes —le recordó Luna, todavía enfurruñada con ella, y confusa a la vez.
¡Genial! Ya empezaba la mañana a ponerse bien tuerta. Darío se sentía muy preocupado por no saber cómo tenía el panorama Sofía. Cómo estaba siendo el enfrentamiento con su amiga Luna. Cómo lo estaría solucionando con una mentira creíble tras otra que no provocase la ruptura de su amistad. Los sudores fríos lo invadieron preocupado de si la descubría. ¿Cómo iba a actuar cuando se le plantase delante hecha una furia? Porque seguramente tras las explicaciones querría conocer al cabrón del embrollo que estaba en medio de ambas provocando la batalla.
Empezaron a entrar mensajes. De nuevo la fábrica de mensajes de wasap volvía a funcionar. Sus amigos habían empezado con la invasión de fotos y escritos con la intención de provocarle envidia. ¡No iban a conseguirlo! Aunque ahora mismo prefería estar allá con ellos antes de enfrentarse a Luna. O quizá prefería quedarse y aguantar el chaparrón... Porque estar son Sofía era una pasada. «Sofía no es, ni será tuya, imbécil». «¡Ya lo sé, vocecilla del demonio!», se regañó.
Darío le había facilitado a su amigo Ximo la ubicación de dónde estaba unos días antes de viajar hasta allí para que viera a través de Google dónde se instalaría cuando llegase al menudo municipio. Era una pena no tenerle allí para ayudarle en este meollo. Porque sería un cómplice estupendo cuando estallase la guerra. ¡La guerra! ¡Ni que estuviera en plena Tercera Guerra Mundial! Seguramente iba a estallar en cuanto Luna se enterase de la gran farsa. A juzgar por los comentarios de Sofía, Luna debía de tener un fuerte carácter. Cruzó los dedos automáticamente. ¡Que no los descubriese!
El timbre de la puerta lo despertó de sus pensamientos. ¿Y ahora qué? ¡No sería capaz de arrastrar a Luna hasta allí, dejándose ganar de buenas a primeras! «Estoy en casa de un amigo». «¿Y eso? ¿Desde cuándo sois amigos?». En tal caso debía de pensar en una historia que fuera acorde con lo que Sofía soltase por su boca. ¡Cuánta dificultad! ¿Cómo adivinarlo antes de que ella abriera la boca? Y antes de que la otra despotricara.
Abrió con la respiración entrecortada por la tensión.
—¡Hola, tío!
—¿Ximo?
—¡El mismo!
¡Había llegado a tiempo! A tiempo de que la cosa se liara parda. De convertirse en su perfecto cómplice. Solo que no sabía si le daría tiempo a contárselo todo. ¿Tenía que contárselo todo? ¿Y si Sofía no se lo había contado a Luna? ¡Menudo follón!
—¿Qué pasa? ¿No te alegras de verme, joder? —Ximo frunció los labios—. Sí lo sé no me pillo semejante empacho de kilómetros.
—¡No! —Lo sujetó del brazo para que no se fuera cuando él ya estaba dando la media vuelta—. No. Me arreglo un poco y salimos.
—¿Y esto? —Señaló hacia el equipaje—. ¡Pensaba que me alojaría aquí, contigo! No había buscado nada por ese motivo.
«Estamos al completo». Ojalá pudiera decírselo.
—Es que... ¡Joder! Me has pillado por sorpresa.
—La sorpresa te la quería dar yo y fíjate que soy el sorprendido.
Darío repasó con los dedos su alborotada cabellera clara. Puede que Sofía tardara un buen rato si se daba una vuelta con Luna ayudándola a encontrar alojamiento. Quizá tenía algo de tiempo extra.
—Entra un momento. Saldremos a buscar alojamiento para ti.
—¡De eso nada! Me quiero quedar aquí contigo, chaval.
—¡No puedes!
—¡Y dale! ¿Por qué?
—Es que no he dicho nada en la inmobiliaria. Ni al dueño de la casa, y eso... Y claro, meter a alguien sin avisar y tal...
—¡No digas chorradas! ¿No has oído el dicho del anuncio publicitario del Ikea?: donde caben dos, caben tres. En este caso seremos solo dos. Tenemos espacio de sobra.
Dos... Lo bueno iba a ser cuando Ximo se enterase de que, en realidad, contándole a él, acabarían siendo tres. O mejor dicho: con Luna serían cuatro. Como diría el famosos refranero: «Como cuatro en un zapato». ¡De locos!
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