Una propuesta
Allí en la duda que habita el peligro
de vivir, de morir... solo es seguro
decidir. Sin trapacería, ni nigro,
lo que veo, lo que yo siento, yo juro,
usted hace que sea en este mundo
todo más excitante de vivir.
Lo mío, suyo, compulsivo, profundo,
algo es que no se puede resistir.
En el aire está perenne su aroma
que no me hace caer y me hace volar.
No me busque en calles sino es en Roma,
si es que alguna vez me quiere encontrar.
Buon giorno, bella donna, sepa usted,
que no hago más que pensar en usted.
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Buenaventura 22 de octubre de 2021
Mi estimadísima,
De tanto pensar en usted he sentido sus dedos apretando la pluma. Sus dedos girando la base cilíndrica para sacar el pegamento en barra. Sus dedos sosteniendo la lengüeta del sobre donde desliza la barra, baja la lengüeta y la alisa con una suave presión en la superficie de la mesa. Sus dedos hubieron de quedar —al menos el índice y corazón izquierdos— con la sensación del pegamento.
De tanto pensar en usted, mi estimadísima, he contado sus quinientos ochenta y siete pasos desde su casa a la oficina postal. Sus quinientos ochenta y siete pasos de regreso fueron mil dos entre la duda y la certidumbre. Al cabo al cabo, ¿tiene caso rastrear? ¿Ha pensado como Ricky, mi estimadísima, intentando dar con el señor R? ¿Sobornar al personal de la oficina postal con un monto más elevado para dar con las manos que han traído a las manos y llevan a las manos?
No importan las manos, solo sus manos.
Sus manos empuñando el viento, sus dientes apretados y su cabello volando. He contado sus pasos, amiga mía. Claro que no quiero que sea mi enemiga, pero en parte lo es. Lo es en el fondo como el día en que el amor se torna en odio. Sin embargo, ese día está a lueñes horizontes de mi corazón y de la sangre que se me alborota por usted. Y sin embargo (¡Cómo usaba esa frase Kafka en sus cartas a Milena! Y claro está que no es nuestro caso), no se me juzgue si abuso desde hoy más, de mi menester palabra. Pues...
Es menester que vuelva al viento su pelo, sus manos empuñadas, sus dientes apretados entre la duda y la certidumbre.
Es menester que vuelva a sus pasos porque en un instante todo pareció congelarse menos el sonido de las hojas de los árboles abatidos por el viento. No sé si conté ese paso que usted dio, mi estimada, con sinsabor en medio camino volviéndose a la oficina postal; pero no, otro paso, ese mismo, y en ruta a casa.
Al cabo al cabo, sus dedos apretando la pluma, las manos con las manos que llevan a las manos y traen a las manos. Sus dedos que viajan en el papel con esa duda y esa certidumbre en cada grafema, morfema, la palabra y el significado que habita en usted. Sus dedos con la forma de la tinta, sus dedos acarician mis ojos, sus dedos sí tienen una identidad única y eso sí la hace el centro de este mundo, porque mis ojos la persiguen y esto es compulsivo profundo...
Sus dedos tienen una huella en mí.
Yo he estado pensando en usted, desde siempre. Pero me es menester preguntar, y esto para mostrarle que en el seso no las tengo todas, ¿qué ha estado pensando usted, mi amiga, mi amante niña, mi compañera —Leonardo Favio?
Por otra parte, en cuanto a mis misivas absurdas como tan amablemente me las llama, y también a lo de ser cobarde y su corazón... Usted y yo sabemos cómo se siente. Quiero proponerle algo que menester ha...
Suyo, afectísimo, nunca.
Quien la admira siempre.
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