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Últimas palabras en el diario



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Me desperté sobresaltada empapada en sudor. Lo primero que vi fue a mi esposo que me observaba de pie. Me agarró de la mano y se sentó en la cama. Estaba en un hospital. 

¿Qué había pasado?

La Ertzaintza me había encontrado inconsciente dentro del coche en un parking cercano a San Juan de Gatelugatxe. Cuando el guarda del lugar fue a cerrar trató de despertarme golpeando la ventanilla. Al no responder, se asustó y llamó a la policía.

Me hicieron varios chequeos sin encontrar explicación a lo que me había sucedido. Quizás un golpe de calor. Lo único que era capaz de recordar era que ese día salí temprano para acudir a la cita con el desconocido de la carta, pero eso debía quedarse conmigo. El resto de recuerdos eran delirios de sueños febriles.

Pasaron los días y decidí enviar una última carta a mi admirador reclamándole que me aclarara qué ocurrió ese día, pero la carta vino devuelta; remitente desconocido, el apartado de correos había sido dado de baja.

El sueño volvió, una noche, y otra y otra... Me estaban persiguiendo mis secretos hasta el punto de desquiciarme. Debía hacer algo para dejarlos descansar para siempre.

Tomé algunos cabellos del peine de mi marido y las uñas que le había recortado a mi hijo y acudí a una clínica para un análisis de compatibilidad de ADN.  La semana de espera para el resultado fue la agonía de un condenado. 

La conclusión era clara, no hay consanguinidad entre las muestras.

En ese instante sentí que la frase del documento fuera como el conjuro de un brujo que invocaba un hechizo poderoso. La tierra tembló, las nubes pasaban aceleradas en huida y desde la lejanía los truenos anunciaban el caos en mi cerebro.

El Big Bang de mi existencia explotaba sin poder frenarlo. Todo a la mierda.

Un fogonazo de claridad vino a mi cabeza, estoy en Gaztelugatxe en brazos de alguien y me baja por las escaleras. Me llega un aroma, Felipe. Detrás nos sigue alguien, sólo alcanzo a ver sus pies mulatos calzados en sandalias y las uñas rojas, el color favorito de Marilú. Estoy muy cansada y no soy capaz de mover un solo músculo. ¿Burundanga? Había oído hablar de ella, pero ¿Para qué?

El sueño que me acosaba, ¿Era? ¡!Cierto!!

¿Tanto miedo tenían de mi reacción que preferían que olvidara la verdad?

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"...

30 de octubre 2022

Querido diario:

Hace mucho tiempo que dejé de descubrirte mi interior, pues la vida hizo que te extraviara. Desde aquel momento, nunca volví a desnudarme en un papel y ahora que te he recuperado he creído conveniente volver a recurrir a ti y a concluir está íntima relación contigo.

Han pasado muchas cosas importantes en mi vida; me enamoré, me casé, tuve dos hijos, cambié varias veces de trabajo... Se supone que maduré y me acostumbré a la estabilidad y a la rutina de la edad. Todo era tranquilo hasta que unas cartas anónimas rompieron el equilibrio. Esas cartas pertenecían a un admirador secreto que me abrió la curiosidad, también el deseo, no voy a negarlo, y así mismo, el miedo y la angustia por descubrir al remitente.

Tras varias citas infructuosas donde no se presentó, el pasado 9 de junio me citó al amanecer en San Juan de Gaztelugatxe, imagino que para encontrar el lugar libre de turistas. Tenía pavor por lo que me podía pasar, sin embargo, no me quedaba más remedio que acudir para desenmascararle y terminar con la pesadilla.

Subí las doscientas y pico escaleras acelerada por el esfuerzo y la incertidumbre que me esperaba allá arriba. El día lucía hermoso. El sol de finales de primavera despertaba radiante adentrándose con serenidad en el cielo azul que se fundía en el horizonte con el bravío mar Cantábrico. Alcancé la cima y rodeé la pequeña iglesia que domina el islote.

Marilú estaba sentada sobre una manta desplegada en el suelo y en la que había colocado unas tazas de café y dulces. Me detuve a observar su figura que me daba la espalda mirando al infinito. La brisa mañanera se arremolinaba en sus rizos.

¿Ella era quién me escribía? Todavía tenía la esperanza de que la evidencia en la última carta se cristalizara en el hombre en quien tanto pensé sin aterrizarlo a un retrato concreto. ¿Cómo no me di cuenta antes? Siempre fue ella.

Creí que cuando supiera su identidad me llevarían los demonios. En vez de eso, suspiré en una mezcla de alivio y de liberación de tanto que había guardado dentro por ella.

Cuando me sintió, se giró y me sonrió. Siempre estaba tan hermosa. El tiempo volvió atrás varias decenas de años. Pero, otra pregunta, ¿por qué no me lo confesó en la cabaña?

Me indicó que me sentara con la mirada cabizbaja y avergonzada. Volví a suspirar y sólo me surgió decir ¿Por qué?

Marilú en un hilo de voz se remontó a nuestra niñez y rememoró nuestra hermosa amistad donde éramos lo más importante la una para la otra. Luego, pasó a la adolescencia. Le costó encajar en el instituto. Allí descubrió su gusto por las mujeres, pero se vio obligada a ocultarlo para no ser señalada por los demás, porque temía el rechazo de su madre religiosa y la reacción de su padre, la tomaría por enferma y la sometería a infinidad de brebajes de su abuelo curandero.

Sus palabras me detuvieron la vida. Para mí era una chica de éxito, adorada por todo el mundo y deseada por la mayoría de chicos. ¿Cómo no fui capaz de ver su sufrimiento?

Todos aquellos novios fueron intentos de escapar de su realidad y de no confesarme lo que su corazón le marcaba. Por eso su marcha a Bogotá. No fue su padre el que se obstinó en volver al país, sino que fue ella la que les rogó hacerlo en un intento de recomponer su vida llena de fracaso escolar, borracheras y fiesta. Pensaba que la lejanía le haría olvidarme.

Cuando decidí ir a visitarla, le revolví tanto que pactó con su amigo Felipe fingir el noviazgo para intentar crear una barrera conmigo, pero la distancia y el tiempo en vez de borrar sus sentimientos los habían reforzado volviéndose platónicos y aún más verdaderos. Aunque se esforzó en luchar contra ellos, no pudo y optó por cambiar de estrategia; volvió a recurrir a Felipe, se había dado cuenta de que nos atraíamos y le costó poco convencerle para que me sedujera.

Su plan se transformó en maquiavélico pues, por un lado, necesitaba verme en la intimidad con él para odiarme y, por otro, nuestros encuentros le hacían fantasear.

Ella me robó el diario cuando me acompañó al aeropuerto para despedirse, necesitaba saber si yo sentía lo mismo por ella. ¡Por qué tan sólo no me lo preguntó o me sacó el tema! ¡Por qué lo tuvo hacer de esta manera! Si hubiéramos hablado... Pues yo también estaba enamorada de ella y jamás se lo dije, pensaba que confesárselo rompería nuestra amistad. Ella aparentemente era hetero y si a Felipe le dije lo contrario sobre sus preferencias en la fiesta fue por puro despecho. Sin embargo, mi mentira se dio la vuelta en boca de Felipe, resulta que en el fondo era verdad, Marilú era lesbiana. Sigo sin entenderlo, ¡No tenía que haber fingido conmigo! Aunque la verdad es que yo actué igual, malditos tabús.

Cuando emprendí el viaje a Colombia pensaba que tenía mi vida controlada, me casaba en unas semanas. Todo lo contrario, me topé con que mi primer amor en sueños podría haber sido realidad y a la vez que mi corazón se comenzaba a incendiarse por un tipo que acaba de conocer y que me descompuso en un puzle que desde entonces quedó incompleto.

Marilú terminó de abrirse en canal. El intercambio de cartas empezó como un inocente juego de seducción para conseguir recuperarme. Sin embargo, las cosas le salieron mal y se encontró en un callejón sin salida. Me confesó que llegó a sentirse asustada por mis amenazas y las graves consecuencias que podría sufrir.

—Pero Felipe me descubrió —dijo ella—. Estaba segura de que lo tenía todo bajo control.

Conforme dijo esto, Felipe apareció, me besó en la mejilla y se sentó junto a ella.

—¡Tú! ¡Lo sabías todo! ¡Cómo pudiste seguirle en juego! ¡Sabías el daño que me estaba haciendo! ¡Te escribí para que me ayudarás a descubrirla! ¡Tú!

Felipe tampoco era capaz de sostenerme la vista y juraba y perjuraba que no supo la verdad de las cartas hasta que recibió la mía. Fue fácil descubrir que era Marilú y la buscó para que dejara el estúpido carteo y se confesara.

—Además, debes saber —agregó Felipe—, Marilú está viendo un terapeuta.

Él nos amaba a las dos, Marilú era como una hermana y yo supuestamente había sido el amor de su vida, a lo que añadió la cuestión de si lo de mi hijo era verdad.

Rompí a llorar. Eran demasiadas sensaciones de golpe. Marilú me había aterrorizado de tal manera, y se supone que me amaba y ver a Felipe me revolvió las cenizas de un volcán.

Y ahora lo de mi hijo...

Cuando me quedé embarazada dudé del padre y lo mantuve en secreto dejando correr los días. Después, nació blanco, así que descarté la posibilidad de que fuera de Felipe, pero la última carta de Marilú me abrió la duda de nuevo. ¿Si fuera él el padre? La mente no pudo evitar dibujar una familia con él y me creó la imagen de la felicidad perfecta que me regalaron sus brazos. ¿Por qué lo cambié por un amor mediocre de consuelo que se descompuso hasta la dejadez y la indiferencia? Preguntas y más preguntas bloqueaban mi boca. Sólo mis ojos eran capaces de moverse por el cuerpo del hombre que tenía delante, buscando algo, una señal, un gesto que calmara mi confusión.

Marilú comenzó a llenar los vasos con un termo que humeaba café aún caliente y me lo acercó. Bebimos bajo el silencio de las olas que rompían contra la roca. Ya estaba todo dicho.

..."

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Y aquí estoy, en la Isla de San Andrés. Cuando llegué a mi nuevo trabajo el jefe me preguntó qué me había llevado a dejar las comodidades españolas por la humildad caribeña. Sólo le respondí que necesitaba nuevos aires y algo de aventura. La realidad era que, por fin, cerraba un diario lleno de secretos.

Lo cierto es que he perdonado a Marilú, sé que nunca quiso hacerme daño y que todo fue fruto de ocultar su sexualidad a este mundo hipócrita. En realidad, le debo el haberme despertado de mi muerte en vida.

A Felipe, a Felipe cómo voy a odiarlo si lo veo todos los días en la mirada bronceada de mi hijo, es su sonrisa y su calma latina, ¿Qué hubiera sido de nosotros si...? Qué más da, sólo el pasado tiene la respuesta. Mil veces he tenido la tentación de contactar con él, no obstante, he preferido dejar pasar esa idea, bastante que arruiné mi vida como para hacerlo ahora con la suya y segundas partes nunca fueron buenas. Me quedo con el recuerdo de su brillante piel caoba reflejando la penumbra de la noche colombiana, sus ojos que engullían mi alma y el aliento de su boca elixir de placer de dioses.

Querido diario, doy por finalizada mi travesía contigo, mientras veo a mis hijos corretear por la arena impoluta de esta paradisíaca playa, te dedico los últimos trazos de esta etapa tormentosa y me despido con un punto final.

Gracias por abrirme un nuevo camino.


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Soñé, que bailé contigo, donde el cosmos a la vista se hace infinito 

y la vida y la muerte juegan partidas de ajedrez.

Soñé, que era agua y tú eras viento, 

acariciando mi humedad con ligeros soplos, descomponiéndome en cristalinas gotas reflejo de un arcoíris sin principio, sin final.

Soñé, con la desnudez de nuestros sentimientos en una noche iluminada.

Soñé, que el reloj del tiempo estalló de envidia, 

pues nunca pudo detenernos.

Soñé, en algo eterno, etéreo, en la quimera de nuestras vidas brotando vigorosa de entre las cenizas.

Y mientras soñé, te sentí cerca, como el sol de la mañana y el olor a café recién hecho.


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—Esta fue la carta de Elene, la última, ¿Qué tal? Vota, comenta y comparte, se agradece.



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