Nubes grises
Al pisar, mis pies chocan los pequeños charcos que se formaban en la vereda, el chaparrón regaba todo a su paso. Y entre todo el gentío, mi persona empapada hasta la coronilla. Cada paso era una agonía, mantenía la cabeza a gachas y por cada gota que brotaba de la punta de mi nariz me arrepentía de no haber acarreado conmigo un paraguas antes de salir de casa. No pensaba que se iba a desatar esta lluvia. Pero eso no era lo peor, me "sequé" histérico con el dorso de la manga de mi camisa una lágrima que se deslizaba solitaria por mi mejilla, era algo tonto porque era camuflada por las gotas que se resbalaban en mi rostro. Respiré profundo y continué mi camino hasta el techo de la parada de colectivos. Me apoyé en uno de los barrotes y de vez en cuando sentía las ráfagas de viento frío que me hacían tiritar. Miré hacia las grises nubes que tapaban por completo al tan apreciado color celeste del cielo.
Fruncí el entrecejo al recordar las palabras que se clavaron como dagas en mi pecho: "No eres para mí, aunque te esfuerces. No te molestes más por mantener... esto. Así que mejor lo dejamos acá". Esas fueron las últimas palabras de salir de los labios de ella antes de que yo abandonara molesto la mesa de la cafetería. Otra vez, claro. Golpeé mi cabeza contra el barrote, fruncí más el entrecejo. Dolió. Dicen que un hombre, al romper con alguien, lo primero que hace es celebrar, bueno es diferente conmigo. Habíamos salido por unos cinco meses, creía que todo iba bien. Le di el espacio necesario, mi mejor sonrisa cada día, sacrifiqué mi tiempo libre para estar a su lado.
¿Qué salió mal? ¿A caso no fui lo suficientemente paciente o comprensivo?
Ya sé que a veces soy exasperante y testarudo, pero... ¿en realidad soy tan insoportable? Pero traté de cambiar, por ella. Ser diferente, mejor. Tratar de demostrar lo que tanto se me removía en el estómago al estar junto a ella, cómo temblaba al sólo tomar su mano y cómo me hacía explotar cuando posaba mis labios sobre los suyos. Pero fue en vano, creo que no fui lo que ella deseaba. No fui su "príncipe azul". ¿O será mi aspecto? Admito que a veces llegué bañado en sudor a alguna que otra cita, pero era porque entrenaba en mi barrio, y agregando que más de una vez me llamó en último momento. Sacudí mi cabeza, tengo que quitarme esos pensamientos, ya pasó. Pasado pisado. Tengo que tratar de olvidar, al menos superarlo. No me voy a quedar con el pensamiento pesimista de que todo está mal y no querré salir con alguna otra chica, el mundo está minado de mujeres y hay mucho por lo cual escoger. No me voy a encabronar.
Sonrío para darme valor, auto-apoyo. Pero mi sonrisa desaparece al instante, remplazada por una mueca y mi aún entrecejo fruncido. Me estoy mintiendo a mí mismo, esto es una mierda. Pero en verdad el día no podía empeorar ¿no? Un colectivo se aproximaba, había levantado mi brazo para que me llevara, pero estaba repleto de personas. Así que pasó pintado mojándome de pies a cabeza. Tomé mi remera oscura entre mis manos observándola, totalmente empapada. La dejo caer con brusquedad, excelente. ¡Gracias! ¡GRACIAS! Pensaba mientras volvía apoyarme en el barrote.
Volví a caer en mis pensamientos. Se supone que a mi edad tendía que sostener alguna relación estable. Pero que digo. Crucé mis brazos. Eso es imposible, en estos tiempos si alguien logra estar de novio un año o más es una novedad. Y si se llega ya te tienen como que estás prácticamente casado. Y el internet no ayuda ni un poco. Creo que ya conocí a cuatro personas que rompieron por culpa de Facebook o Twitter. Y ni hablar del Whatsapp, el famoso visto. Otras de las razones por las que supongo ella me dejó.
De pronto, siento una vibración en el bolsillo derecho de mi pantalón de jean. Hablando de Roma, pienso. Es la tercera vez que me llaman, había omitido todas las llamadas que recibía cada quince minutos, deseaba estar solo. Pero para no preocupar a mi mamá, si es que ella me estaba llamando, lo saqué del bolsillo. Miré la pantalla, suspiré. El nombre "Kichiro" resaltaba en la misma. Kichiro es mi amigo desde que tengo memoria, una de las únicas personas que me aguanta. Somos como uña y mugre. Pero justamente en este momento tenía que fastidiar. Vacilé. No respondí. Pero al instante volvió a llamar.
Descuelgo, para luego escuchar su vos exasperada del otro lado de la línea.
— ¡¿Dónde pitos estas?! Tu mamá me estuvo llamando cada cinco minutos preguntando por vos y ni siquiera yo, que soy tu mejor amigo, sé donde te metiste. Es la última vez que te hago el aguante, le tuve que mentir. Para colmo, se largó el chaparrón y no me contestas el celular. En serio estás loco.
— Ya, ya, ya. Ya te contesté, ¿feliz? ¡Y no me grites! Haces que me duela el oído.
— ¡Te voy a seguir gritando! —literal, gritó, y hasta tuve que a apartar el celular de mí oreja— y te conviene irte a tu casa. Cada vez llueve más fuerte. Te podés resfriar.
— Bien —dijo enojado.
Hay un pequeño silencio del otro lado de la línea que casi me dispongo a colgar.
— ¿Te pasa algo? Si te decía eso, normalmente me replicabas con un: "nadie me dice que hacer" o "déjame en paz maldito".
— No te importa.
— Y volviste. De igual manera, te voy persuadir para sacarte la información de una forma u otra. No te salvás de mi —dice divertido.
— Lo sé. Sos una sanguijuela, no sé cómo deshacerme de ti—le sigo el juego.
Suelta una carcajada que provoca que me ría un poco, siempre trata de sacarme una sonrisa, sea cual sea la situación. Tengo suerte de tener un amigo así. Antes de colgar agregó algo más.
— ¡Ah!, otra cosa. Los compañeros del curso me llamaron por el tema de la bandera. Mañana tenemos que juntarnos en el colegio.
— ¿Qué? Pero si mañana es sábado—resoplé enojado—Que se jodan. Tengo que colgar.
Colgué. Tampoco podía seguir con el celular en la lluvia. Se me iba estropear. Así que volví a guardarlo en mi bolsillo. Continué esperando al colectivo. Hasta que tuve una sensación extraña. Como la que se siente cuando alguien te observa fijamente. Me hacía sentir incómodo, odio eso. Sé que no debería temer, hay mucha gente en el lugar, pero escuché que hace poco secuestraron a varios adolescentes, tanto varones como mujeres. Me estremecí ante el pensamiento. Nunca se está totalmente seguro. Por precaución miré hacia los autos que estaban parados por la luz roja. Era inusual. Traté de no darle importancia, aunque era para preocuparme. No me gustaba sentirme así. Hasta que la luz se pasó al verde, mi color favorito. Y los autos, entre bocinazos, se fueron.
Metí mis manos en los bolsillos de mi pantalón, la sensación se fue. Al rato llegó mi colectivo, por fin pude largarme de ahí. Lo único horrible fue soportar estar entre unos cuantos cuerpos sudorosos y mojados hasta llegar a casa.
Mientras viajaba en el colectivo, lanzaba maldiciones por varias razones. Una, porque mi tarjeta para del colectivo se había mojado y tuve que buscar entre mis bolsillos algunas monedas que, ni siquiera me alcanzaron para pagar el boleto. Gracias a Dios, una señora que estaba sentada en uno de los bancos de enfrente, me regaló un par de monedas más para completar el pago. Le agradecí por el gesto, pero no me gustan las limosnas. Si era por mí, me bajaba y me dirigía a mi casa caminando, pero ya que. Otra, el colectivo estaba atiborrado de personas mojadas, sudorosos e impacientes de llegar a sus hogares tanto como yo.
Entre empujones (además de ciertos insultos de algunas personas), me deslicé hasta el fondo del vehículo tratando de encontrar un lugar, para al menos sostenerme de algo y no caerme cada vez que el colectivo daba tumbos por cada semáforo en rojo. Cuando llegué a un hueco, me sostuve de la barra del respaldo de un asiento en donde estaba sentada una señora con cabello rizado. Ésta frunció el ceño y se removió molesta en su asiento, sin querer tomé un par de cabellos de su cabeza rechoncha cuando tomé la barra. Quité mi mano y la alcé para tomar el barrote que está en el techo del autobús.
Suspiré, hacía mucho calor ahí adentro. Lo malo es que nadie puede abrir las ventanas por la lluvia. Nadie quiere mojarse, pero me estaba asfixiando. Estas lluvias repentinas son por el cambio de tiempo que se está produciendo, estamos en la última etapa del verano ya aproximándonos al otoño.
Me quitó de mis pensamientos un movimiento brusco del coche. Me enderecé y fruncí el entrecejo. Decidí observar mejor en donde me ubiqué. Estaba entre dos personas totalmente diferentes. A mi izquierda, un hombre corpulento y calvo que también se sostenía del barrote de la parte superior del colectivo. Me compadecí de mi nariz. Y a mi derecha, una chica pequeña de cabello excesivamente largo. Al parecer no se daba cuenta del mundo, pues tenía puestos los auriculares y toqueteaba la pantalla de su móvil.
Volví a mirar hacia la ventana, veía como las gotas de lluvia se deslizaban por el vidrio. Traté de capturar esa imagen en mi mente y concentrarme en ello para así olvidar el ambiente en el que estaba. Pero era inútil, me molestaba todo lo que estaba a mí alrededor en ese momento. Volví a dirigir mi atención a la ventana, veía como pasábamos a través varios edificios y locales. En realidad la cuidad no es muy grande, sólo en la parte céntrica hay muchas edificaciones de gran altura. Pues a cada minuto que nos íbamos alejando, los edificios se transformaban en pequeños departamentos y los enormes locales en mercados barriales. Hasta que llegamos al barrio en donde vivo, el San Pio XI. Es un barrio bastante lindo y tranquilo, a excepción del lado este. En donde resido. Ésta parte del barrio no deja de ser tan bello como el resto, pero está al lado de otro barrio en donde comienza el área "peligrosa" de la cuidad. Bueno, a quien engaño. Como dije, en ningún lugar se está a salvo. Pero esa zona en particular es muy peligrosa. Todas las noches se escuchan a los móviles policiales circulando la zona constantemente, además hace dos días robaron a una de mis vecinas mientras ella entraba a su casa. La golpearon y maniataron. Ahora está en el hospital, gracias a Dios, fuera de peligro. Nunca se está seguro en ningún lado.
Como faltaban dos cuadras para mi calle decidí bajarme. Me deslicé nuevamente entre la gente, y toqué el botón de parada. El autobús paró y bajé por el par de escalones hasta tocar tierra. Volví a mirar hacia arriba mientras escuchaba al vehículo partir, ases de luz comenzaban a surgir entre las nubes y la lluvia había cesado. Metí mis manos dentro de los bolsillos ocultando mi celular y caminé.
Sólo me faltaba un par de manzanas y llegaba a mi casa. Mientras camino veo que el barrio comienza cobrar vida: las personas comienzan a salir para hacer algunas compras (acompañadas de su fiel amigo el paraguas), algunos niños salen a jugar, los vehículos van y vienen. Y así es todo hasta que llego a mi cuadra, silenciosa, como siempre.
Hasta que al fin llegué a mi portón, saqué las llaves de la misma para poder entrar a mi casa. Después, antes de llegar a la puerta, miré las rosas que mamá tenía plantadas en el patio delantero, junto con un par de amapolas. Apreté los labios, ella tendría que preocuparse más por sus plantas como yo lo hago. Esta tarde las podaré un poco. Y justo cuando estaba por colocar las llaves en la cerradura, la puerta se abrió bruscamente.
— ¿¡Dónde estabas!? ¡Me tenías preocupada!—fue lo primero que me gritó al verme, luego vio mi ropa— Mirá, te mojaste todo ¡Y cómo no con ésta lluvia!
Ladeé mi cabeza mirando hacia otro punto que no sea su enfadado rostro. Detesto que me reprendan.
— Encima, no me contestaste ni una sola vez—sacó su celular agitándolo con su mano hinchada— ¿Cuántas veces que tengo que decir que contestes las llamadas?
— Bueno mamá. ¡Ya estoy acá! La próxima vez te contesto, te lo juro— pongo mis manos en señal de súplica— Además te avisé.
Vi que su cara tenía una señal de confusión e incredibilidad. Esperen.
— ¿No leíste la nota que te dejé?
— ¿Qué nota?
— Ahora sí— murmuré antes de adentrarme en la casa sin importar mojar los pisos con mis empapadas zapatillas.
Pasé por el recibidor, cruzando por el living-comedor hasta llegar a la cocina. Rebusqué en la mesa redonda, pero no había nada. Cerré los con más fuerza mis puños y me dirigí al único lugar que se me ocurría que podía estar. Crucé el umbral de la cocina, y me dirigí al pasillo izquierdo. Cuando llegue a su puerta golpeé con tal fuerza su puerta que provoqué que retumbara la madera.
— ¡Hinata! Abrime pendeja de... —cerré mi boca de inmediato, no me gustaban decir malas palabras frente a mi mamá— Si no me abrís, te juro que parto la puerta por la mitad—pateé la puerta haciendo más ruido.
— ¡Dejame en paz!—escuché su aguda voz del otro lado.
— Hinata...—farfullé entre dientes irritado.
Siempre tenía que hacerme esto, siempre. Nunca paraba con sus pequeñas bromas que cada dos por tres las hacía para poder sacarme broncas. Hinata es mi prima ¿Y por qué vive con nosotros? Bueno, le faltan dos años para acabar el secundario, y la facultad de medicina está aquí. Con mis tíos acordamos, bueno mi madre junto con ellos lo hicieron, que viviría aquí hasta acabar sus estudios universitarios. No perdieron el tiempo y la trajeron con nosotros, como están tan ocupados por sus respectivos trabajos, además de estar divorciados. Cada mes le dan uno miles (de los cuales no sé la suma exacta) y vienen frecuentemente a visitarla.
Desde aquel momento en que la trajeron, nuestra relación no fue la mejor, aprendí a quererla como una hermana. Pero es difícil. Como si se tratase de una invasora. Tantos años acostumbrado a estar solo bajo este techo, ya que soy hijo único, y de repente apareció ella.
— Hinata. ¿Yoshiro dejó una nota después de almorzar?—preguntó mi mamá detrás de mí.
Obviamente no respondió. Fruncí los labios.
— Hinata, si no contestas... No te daré ni un centavo de lo que me dio tu mamá, para el concierto en la playa de la próxima semana—dijo mi mamá determinante.
Uh, eso fue meter el dedo en la llaga. Casi de inmediato abrió la puerta. Su rostro estaba articulado de la manera más extraña que vi jamás. Extendió su mano con la nota hacia mi mamá, ésta la tomó y leyó con atención. Miré a Hinata con el entrecejo fruncido; en cambio ella, ni se inmutó en mirarme. Tanía sus delgados brazos rígidos a sus costados, para su edad era bastante pequeña.
Cuando mi mamá acabó de leer la nota, me dirigió una mirada de disculpas y reprimió a Hina por lo que había hecho. Suena un poco tonto, pero era la cuarta vez que hacía lo mismo. Muchas veces no suelo usar el celular con mi mamá, a ella no se le va bien el tema de los mensajes de texto y hay que ayudarle. Pero de a poco va aprendiendo. En cambio, con respecto a las llamadas, le es mucho más sencillo.
Después, como siempre, volvió a regañarme porque mojé los pisos, y también, porque pescaría un resfrío si no me sacaba de inmediato la ropa empapada. Así que, sin darle importancia sus riñas, me dirigí hasta el fondo del pasillo, a mi cuarto. Fui directamente hacia el armario, en donde estaba mi ropa limpia, saqué lo primordial: toalla y calzoncillos. Y salí pitando al baño.
Cuando salí, en una de mis manos, llevaba la ropa mojada, y con la otra, me secaba el cabello. Cuando abrí la puerta de mi cuarto, algo me cegó por un instante. Solté la ropa, que provocó un estruendo. Debió caer sobre algo. Y con ambas manos me tapé los ojos, la toalla reposó en mi cabeza. Para después escuchar una fuerte carcajada.
— ¿¡Qué mierda haces!?— sí, sabía quién era.
Cuando abrí los ojos, veía como Kichiro se partía de la risa en mi cara. En una de sus bronceadas manos llevaba una cámara. Luego miró la pantalla de la misma.
— Esto... —señaló entre risas a la pantalla— se verá perfecto en los "mejores momentos del año"
Abrí los ojos como nunca, no. Sabía que era capaz de cualquier cosa, pero de ello... no por favor.
— Dame eso acá.
Me lancé hasta donde estaba, debía de quitarle la cámara de inmediato. Conocía bien a Kichiro, si él quería, publicaría la foto. Pero fue más rápido, levantó su brazo y no podía alcanzarlo. Él es más alto. Para no hacer el ridículo, suspiré, y me encaminé de nuevo hasta el armario. No podía andar dando saltitos por una cámara en calzoncillos. Dejó de reírse a mis espaldas.
— We, de verdad que estás diferente ¿No me vas a contar qué te pasa? Esperaba una patada en los huevos.
Eso me hizo sonreír, cuando pasaba la camiseta roja por mi cabeza. Me coloqué el pantalón y me volteé hasta donde estaba él. Descalzo.
— Si te la hubiera dado, mi vieja seguro venía y te traía un kilo de hielo.
— Uy—hizo cara de dolor.
— Además—me senté en la cama— ¿Qué te importa?
— ¿Qué me importa?—me imitó— soy tu mejor amigo, así que. Escúpelo. O mejor. Vomítalo.
— Ah, que creatividad.
— Para eso están mi sesos—dijo golpeándose la cabeza.
Le conté en un resumen lo que pasó, la conversación, mis súplicas, sus últimas palabras y mi huída de la cafetería. Al final, frunció los labios. Miré por mi ventana, la lluvia comenzó de nuevo.
— No entiendo, se supone que estaban bien... ¿o no?
— Creo que, sólo yo lo veía bien. No, no entiendo que pasó.
— Yo tampoco...— se quedó mirando hacia la nada— pero hermano, hay muchas mujeres en este mundo. Tenés para escoger. Somos jóvenes, —se paró con un puño en alto— atractivos—hizo una pose graciosa—y no nos vamos a amagar por cualquier chica que no aprecie nuestras calidades.
— Bueno, dirás tus cualidades. Señor abanderado, capitán del equipo de básquet ganador de los torneos interprovinciales—dije dándole énfasis a lo último.
— Pero, si vos sos mega talentoso, como no. Dibujás y pintás ¡Y al óleo! Sos un artista al mango—me tomó por los hombros, y me zarandeó con su ultima frase— ¡No te restes crédito!
Fruncí el entrecejo, retiré sus manos con brusquedad.
— Si, puede ser—afirmé mirando a sus ojos color cielo— pero en su mayoría, no buscan alguien como yo.
Miré mis pies, creo que no quería verlo de nuevo a la cara. Suspiró cansado. Él era alguien al cual las chicas veneraban, lo tenían como un dios. Es lo malo de tener un amigo... lindo. Nunca lo había admitido, pero era verdad.
Una música me sacó de mis pensamientos, lo miré confundido.
— ¿No vas a atender?
— Si, espera.
Tomó su celular y se apartó. Atendió. Al parecer era su papá, se escuchaban gritos provenientes del aparato.
— Si, si ¡ya voy papá! No me fui tan lejos tampoco... Bueno, ya voy.
Cortó, suspiró. Luego de un rato, volteó. Tenía en el rostro una expresión extraña, una mezcla entre terror y preocupación. A veces, su padre me daba miedo. Un hombre muy estricto y trabajador. Al parecer nunca tenía tiempo para divertirse. En cambio su madre, es una mujer muy especial, compasiva, alegre, graciosa. No entiendo cómo pudieron terminar juntos. Bueno, como dice el dicho, "los opuestos se atraen".
— Mejor me voy—dijo señalando la puerta— nos vemos luego.
— Bueno, hablamos.
Salió me mi cuarto, pero antes de cerrar la puerta.
— Cuidado con tus cosas—dijo con una sonrisa traviesa y cerró la puerta.
Confundido, miré a todos lados. Hasta que me acordé. Me dirigí hasta donde cayó la ropa empapada que lacé cuando Kichiro me sacó la fotografía.
— No puede ser. Voy a matarlo—murmuré cuando vi lo que pasó.
La ropa estaba manchada con pintura de mi paleta. Me quedé sin remera favorita.
Después de limpiar el desorden, me dispuse a dibujar. Era la mejor manera de perder el tiempo que tenía. Hasta que me interrumpió el sonido del tono de llamada de mi celular.
— Hola— dije a secas al descolgar.
— Mañana tenemos que juntarnos en el colegio a las cinco de la tarde. Espero que llegues a tiempo— escuché su aguda voz del otro lado de la línea. Era Makoto, la delegada de mi curso.
— Bueno.
— Tenés que ser puntual, porque vos sos el encargado del diseño.
— Bueno.
— Bueno—gruñó enojada— que te quede claro.
Colgó sin decir más. Suspiré, mañana será un largo sábado.
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