Césped verde
Hoy me había levantado con el peor despertador de la vida. Puesto que Hinata me había colocado al lado de mi oído, su celular. Claro, una canción de género metal para despertar a tu primo. Gracias. Después de que le lanzara varias almohadas, y de que ella cerrara la puerta de mi habitación de un portazo, me desperecé tranquilo en mi cama. Estiré los brazos y las piernas suspirando. Cuando relajé los músculos, cerré los ojos y sonreí. Al menos hoy sería un día tranquilo, luego sentí un pinchazo en el pecho al recordar lo del día anterior. Aquellos ojos oscuros que tanto me gustaban, ya no los vería más. Fruncí el entrecejo. No. No debería de sentirme así, es estúpido.
De la manera más perezosa posible, me levanté de la cama. Arrastré los pies hasta el baño, me miré en el espejo luego de remojar mi cara, para así despertarme un poco más. Mis verdosos ojos estaban surcados por ojeras, de hecho, anoche me había quedado hasta tarde escuchando música, además trataba de darle forma a las diversas ideas para la bandera de promoción que golpeaban en mi imaginación. Pero la magia acabó cuando mamá golpeó furiosa la puerta y me gritaba para que vaya a dormir de una buena vez. Y así acabé. Ordené mi cama, odiaba dejar toda desparramada. Me dirigí, luego, a la cocina para comer algo, para mi suerte el desayuno estaba listo y pude disfrutar de un delicioso matecocido.
Todo el día me lo pasé dentro de casa, ayudando a mi mamá con los quehaceres. Cada uno tenía una tarea para el día, siempre los sábados era limpieza general de la casa. Luego de trapear los pisos, y acabar con todo lo que me correspondía, me encerré en mi habitación. Ya habíamos almorzado entre limpiar y refregar por doquier. Así que tenía el resto de la tarde para mí y mis pinceles. La cita perfecta. Pero sólo dibujé unas dos horas, para luego recostarme en la cama y leer un libro. Al rato, me dormí. Cuando desperté, me sobresalté. Palpé a los costados de la cama buscando el celular. Cuando vi la pantalla del móvil, abrí los ojos como platos. Faltaba media hora. De un salto salí de la cama, tomé una toalla y salí disparando al baño.
Cuando estaba por salir de la casa, ya vestido, rebusqué entre las cosas. Tenía mi mochila con los diseños y algunos lápices de más en conjunto con un cuaderno, por si las moscas. Tenía mi celular, tarjeta de colectivo (jamás volveré a olvidarte) y las llaves... llaves. Hice el clásico baile de golpear todos los bolcillos de mi pantalón. No estaba. Revisé la cama, la mesa de luz, la cómoda, nada. La ropa sucia, ayer me quité la ropa mojada con descuido, miré al canasto. Estaba vació, seguro mamá llevó al ropa a lavar. Pero al parecer no había nada en los bolcillos, porque siempre los revisa. Apreté los puños.
— ¡Hinata! Pendeja de mierda ¡dame mis llaves!— grité desde mi cuarto. Mamá se había ido a comprar, así que podía putear todo lo se me cantaba el ojete.
Al instante escuché un portazo. Salí de mi cuarto y me dirigí al suyo.
— Necesito que me hagas un favor. Además, no encuentro otra manera de llamar tu atención—escuché su voz ahogada del otro lado de la madera.
— ¿Qué? ¿Acaso no puedes pedírmelo en otro momento? ¡Estoy apurado!—dije golpeando furioso su puerta.
— ¡Siempre decís eso cada vez que te pido algo!
— No pude ser—susurré golpeado mi cabeza contra la puerta.
Odiaba sus berrinches de bebé. Era terriblemente irritante. Muchas veces me hacía lo mismo, no me pedía bien las cosas, buscaba la manera de manipularme para que cediera a sus peticiones. Era como tener una hermana. Respiré de nuevo. Seguro querrá dinero o algo parecido.
— ¿Qué quieres?—dije rendido.
— ¿Puedes terminar por mí un proyecto escolar para el miércoles?
Abrí los ojos como platos.
— ¿¡Qué!? Para eso me lo hubieras pedido más temprano, tampoco estoy buceando en la pachorra todo el día—dije golpeando la puerta nuevamente.
— Entonces... ¡olvídate de tus llaves!
— ¿Ah sí? Así nos quedamos. Ya vas a ver lo que es meterse con Yoshiro, vas a sufrir por esto— dije escupiendo las palabras—Igual te hubiera ayudado con el proyecto—me aparté de la puerta.
Mientras me dirigía hasta la puerta de salida por el pasillo, escuché que se abría su puerta y algo me golpeó duro en la nuca. Me llevé por instinto las manos a la nuca, dolía mucho. Y Escuché el ruido de las llaves golpeando el suelo.
— Ahí están tus estúpidas llaves— dijo pasando al lado mío tranquilamente.
Antes de que se vaya, tomé su antebrazo con rudeza. Me había hecho enojar, error.
— Estás comenzando a hartarme—gruñí entre dientes.
— ¡Ha! Tranquilo, estamos igual—dijo con una sonrisa y ojos juguetones. Está loca.
La solté, tomé las llaves y me largué de la casa. Sin antes dejarle una nota a mamá en su cuarto, era mejor que dejarla en la intemperie. Al salir, vi que el cielo estaba despejado, era una hermosa tarde. Revisé la hora en mi reloj de muñeca negro. 16:45. No llegaba a tiempo, suerte si llegaba quince minutos tarde. Decidí correr hasta la parada de colectivo que quedaba a seis manzanas de donde estaba. Me eché a correr a toda velocidad. Pasé al lado de muchas personas que me miraban confundidos. Saludé a muchos de los vecinos mayores, los conocía, pero tampoco fraternizábamos mucho. Casi choco a una señora bastante encorvada, la Sra. Miranda, era ya de edad avanzada. Me saludó con una sonrisa, se la devolví.
— ¿A dónde vas tan apurado querido?—preguntó con la misma sonrisa, arrugando aún más su rostro.
— Eh, asuntos de la escuela—dije impaciente.
— Ah, bueno. Entonces apúrate ¡Y suerte!
Asentí como despedida y salí pintado nuevamente. Sólo me quedaban dos cuadras. Estaba en la parte del barrio que era bastante linda, hermosas casas. Pero no había tiempo de contemplarlas. La cuadra en la cual estaba ubicada la parada de colectivo, era una plaza muy bonita. Ésta se extendía en dos manzanas a la derecha de donde me encontraba. Un pequeño paraíso para las personas del barrio. Tenía que atravesar la plaza para llegar a la parada. Cuando estaba a unos trotes de llegar, tropecé con la raíz de un árbol. No me había dado cuenta, eso me pasa por no mirar por donde piso. Maldición. De esta manera, solamente esperé el duro golpe del suelo contra mi cuerpo. Llevé las manos al frente, por puro instinto, y cerré los ojos. Pero algo raro sucedió. Sentía como unos brazos me rodeaban, a la vez que caía sobra algo cálido. Me vi abrasado por un perfume, cuyo aroma conocía a la perfección. Luego, escuché un quejido de dolor. Ambos habíamos caído al verde césped, pero yo estaba ileso. Cuando abrí los ojos, vi sus brazos rodeándome. Que al instante los retiró. Levanté la cabeza para ver a los penetrantes ojos celestes de Kichiro. Pero había algo que me importaba más, el colectivo. Éste se alejaba por la calle, desapareciendo detrás de las casas. Maldita sea, pensé, ¿y ahora qué?, voy a... más bien vamos a llegar tarde. Con mueca de cansancio, apoyé mi cabeza golpeado a propósito el pecho de Kichiro.
— Auch. Ey. No soy almohada personal—dijo riendo.
Podía sentir como sacudía su cuerpo por la carcajada. Me levanté con brusquedad y quejándome. Me estremecí un poco, nunca me había encontrado en una situación como esa, y menos con él.
— Como sea. ¿Cómo no tomaste el colectivo antes?—pregunté cruzando los brazos sobre mi pecho.
— Antes de que preguntes más cosas—dijo levantando el dedo índice, entorné los ojos— ¿me ayudarías a levantarme?
Aún seguía en el suelo, apreté los labios.
— Podrías levantarte solo, ¿sabías? Ya no sos un bebe—dije frunciendo el entrecejo.
— Ah, sos malo—dijo aún sobre el césped haciendo puchero.
Suspiré cansado. Tomé sus manos que estaban extendidas hacia mí y tiré. Aún nos e levantaba.
— ¿Podrías... ayudarme?— dije tratando de levantarlo.
Sonrió de lado y se levantó de golpe. Se levantó de tal manera que su cuerpo chocó con el mío, casi vuelvo a caerme. Pero antes de me sujetó de nuevo por los brazos. Yo también tomé sus brazos como medio de apoyo. Le miré atónito, al instante lo solté. Él hizo lo mismo. Sacudió su ropa y su cabello, que se habían llenado de hojitas del árbol. Veía como una hoja caía de su cabello color café, cuando me dijo en broma.
— Tenés que bajar de peso, morsa—se burló mientras doblaba su espalda hacia atrás, sus articulaciones crujieron.
— ¡Ha!, claro. Para ello no te hubieras molestado—reproché arreglando mi ropa
— ¿De qué?—dijo distraído.
— De... atraparme. ¿Y cómo lo hiciste? Ni siquiera te escuché.
— Bueno...—se rascó la nuca—estaba sentado en este árbol, cuando escuché unos pasos. Más bien, galopes. Y miré para atrás. Como eras vos, me levanté para saludarte. Pero como estabas en tu nube, no me viste y, además, casi te caes—dijo exagerando con las manos y señalando con estas el lugar que nos caímos.
— Normalmente hubieras dejado que me caiga. Y, después de desgargantarte de la risa, me hubieras ayudado—refuté tratando de capturar su mirada.
— Bueno, lo hice y ¡ya! ¿por qué tanto interrogatorio?—dijo aparentando estar enfadado—mejor vámonos antes de que se vaya el próximo colectivo.
Lo miré con el entrecejo fruncido. Antes de que voltee y caminara a toda velocidad a la parada de autobús, pude ver un ligero rubor en su bronceado rostro. Me quedé un momento parado ahí, un hormigueo recorrió mi espalda. Juré en mis pensamientos que no se volviera a repetir la situación. Caminé con los puños cerrados hasta la parada, me senté a su lado en un largo banco color nieve. Se removía incómodo, moviendo la pierna y mirando en cualquier dirección. Revisaba con frecuencia mi reloj, controlando los minutos que faltaban para que pase el próximo colectivo.
Luego de esperar más diez minutos en la sombra del techito de la parada, Kichiro comenzó a caminar nervioso de aquí para allá. Comenzaba a hartarme.
— ¿Puedes quedarte quieto? Provocas que hasta a mí se me acabe la paciencia.
— ¿Crees que habrán comenzado sin nosotros?—dijo sacando su celular revisando el grupo de whatsapp del colegio.
— Quizá. ¿Pero qué importa?—dije cruzando los brazos y encorvándome más sobre el asiento.
— ¿Qué importa?—gritó nervioso en mi cara—es la bandera de la promoción. Tenemos que estar ahí.
Estaba totalmente exaltado, no paraba de gritar o insultar al vacío. Comenzó a criticar la desorganización de los horarios de los colectivos. Él realmente se preocupaba por el tema de la bandera, era de la promoción, ya sé, pero yo no me preocupaba tanto. En ése colegio no tenía muy buenas relaciones. La mayoría eran unos creídos hijos de mami. Cuando comencé la secundaria en el colegio, no conocía a nadie. Era la oveja negra del curso. Nadie me hablaba o intercambiaba palabras conmigo. Además de sumar la horrorosa ortodoncia y granos de más en mi rostro, quién querría hablar con el chico nuevo y feo de la promoción. Nadie.
Me la había pasado vagando solo en los pasillos del instituto, cuando un día me habló. Aún recuerdo su sonrisa y su voz al pronunciar con timidez la simple palabra hola. Fue el primero en dirigirme directamente la palabra. Luego de ello, nos conocimos más y se convirtió en mi amigo. Y así, me presentó sus demás compañeros del equipo de vóley del colegio. Un día, cuando jugábamos en la casa de uno de ellos, me propusieron para formar parte del equipo. De esta suerte, desde segundo año soy miembro y ganábamos tantos partidos que me es difícil contarlos. De esta manera, fue creciendo mi popularidad y desde las sombras fui surgiendo. Mi aspecto cambió, y ahora soy totalmente diferente a lo que era antes. Todos en el colegio me conocían, no sólo por ser el capitán del equipo, sino por dibujar muy bien. Pero de igual forma, la atención de todos no se comparaba con lo que Kichiro hizo por mí cuando nadie sabía de mí. Me dio el placer de ser su mejor amigo.
Una sonrisa apareció en mi rostro recordando aquello. Pero luego fruncí el entrecejo, Kichiro estaba inaguantable.
— ¡Calmate por Dios!—gruñí enfadado mientras me levantaba eufórico— no van a hacer nada hasta que yo llegue.
Justo cuando dispuesto a golpearlo por desesperante. Vi venir a sus espaldas al colectivo.
El camino hacia el colegio fue silencioso, más aún porque estábamos escuchando música de nuestros celulares. Íbamos parados mirando hacia la ventanilla. Al rato, quizá a mitad de camino. Me miró y luego se quitó los auriculares. Me indicó que haga lo mismo.
— No te ves bien. ¿Todavía seguís preocupado por lo que pasó con la zorra?
Una señora que estaba parada cerca de nosotros, levantó las cejas al escuchar la manera tan insensible al pronunciar aquella palabra.
— ¿Ah? ¿qué decís? Para nada—refunfuñé mirando hacia otro lado, mis manos comenzaron a sudar. Era mentira.
— Claro. No te hagas, te conozco bien. No tenés que preocuparte. Como dije, hay muchas mujeres en este mundo. Además, estás bien bueno como para levantarte a unas cuantas y sin compromiso.
Lo miré y me guiñó el ojo, mientras que con la mirada me señalaba a unas chicas muy lindas sentadas más adelante. Negué con la cabeza mientras sonreía con ganas. Está loco. Miré mi reflejo en el vidrio del colectivo. Mi piel estaba un poco bronceada debido al verano, pero normalmente la tengo clara. Odio tomar sol. La ortodoncia había quedado atrás hacia ya cuatro años, acompañada de los granos. Tenía mi rostro limpio, me había esforzado para lograr esto e intento mantenerlo así. Sonreí, éste es mi ser. Que me importa que digan que los hombres no necesitan arreglarse, pues yo quería hacerlo, es mi cuerpo.
Cuando llegamos a destino, habíamos llegado media hora tarde. A penas entramos a la sala de reuniones, un salón enorme que quedaba en la parte trasera del instituto, Makoto comenzó a gritarme.
— ¿¡Dónde rayos estabas!? ¡Te estuvimos esperando!
Su rostro se contorsionada de manera extraña con cada palabra. Me tapé los oídos, me atormentaba.
— Ya estoy aquí, no armes tanto escándalo—dije con una expresión de dolor en el rostro.
Harta, suspiró y exhaló. Se tranquilizó de una manera casi cómica, aún tenía un tic en el ojo derecho.
— Bueno, comencemos—dijo apretando los dientes. Cuando se volteó, me golpeó son su trenza.
— Uy, que genio—susurró Kichiro a mi lado.
Makoto es la delegada general de la promoción. Una chica bajita de cabello marrón oscuro, sus ojos siempre supervisan todo. Siempre intenta que todo sea perfecto, era irritante. Todos estaban prácticamente arriba de cuatro mesas tratando de armar algún diseño. Cuando me vieron, todos se juntaron en la mesa central donde desplegué mis ideas plasmadas en el papel. Algunos diseños gustaron, acompañados de miradas de aprobación y sonrisas. Otros no, coreados con palabras y gestos ofensivos. Así que comenzamos a repartirnos de nuevo en las cuatro mesas, para brindar ideas nuevas y así llegar a un acuerdo. Luego, como siempre, llegaron las peleas.
— No me gusta ese diseño. ¿Plumas? ¿A caso piensas colocar al pájaro loco?—dijo un compañero a otra chica.
— Y mi no le tuyo, las llamas son lo menos apropiado—dijo enfadada.
— ¿Alguien consideró el color azul oscuro?—gritó uno al fondo.
— ¡No!—corearon muchos.
Luego comenzaron a pelear entre chicos y chicas en la última mesa. La mesa de los niños de mami. Genial. Fui hasta donde estaba. Separé a dos chicas que al parecer ibas a agarrarse de las mechas.
— ¿Qué rayos les pasa? ¿No ven que esto es un trabajo de promo? Piensen un minuto en los gustos de los demás y no solo en los suyos. Individualmente.
Estaba enfadado. Odiaba que ellos quieran controlar todo a su gusto, era injusto para los demás.
— Pensábamos... pensábamos si...—dijo muy tímida una chica pálida de cabello rubio.
— ¿Pensaban qué Haruka?—suspiré cansado.
— Si podíamos colocar flores... digo—su cara parecía un tomate.
— ¿Qué? Claro que no, esta bandera no es exclusivamente femenina—respondí cruzando los brazos.
— Pero las flores las diseñé yo—dijo una voz masculina.
— ¿A sí? Espero que no sean como las que dibujas en jardín.
Me volteé hacia la dirección de donde provenía la voz. Me paré en seco. Esa extraña sensación de nuevo. Un hormigueo golpeó mi cuerpo al ver la profundidad de aquellos ojos color avellana.
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¡Hola! Tanto tiempo. Como verán, es la misma línea que seguía bipolares. Pero mejor redactada, según mi punto de vista. Espero que disfruten esto y de nuevo subiré más capítulos para continuar con la que fue mi primera historia Yaoi/Gay :3 ¡Gracias por pasar!
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