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Cap. 7.- El primer paso

Despertó muy temprano esa mañana y casi corriendo se alistó para irse de casa antes de que su padre se diera cuenta de que iba a salir. Dejó solo una nota en la mesa de la sala de estar y a pasos apresurados se fue a su destino.

Estuvo casi una hora de pie en la entrada exclusiva del personal de hospital hasta que divisó a su tío llegar.

—¿No deberías de estar en la escuela? —Fue lo primero que dijo el hombre en cuanto lo tuvo enfrente.

—Buenos días a ti también —replicó entre dientes—, iré a mis clases en cuanto termine de hablar contigo.

—Aquí no, si quieres hablar conmigo, vamos a mi consultorio —su tío señaló el pasillo de acceso y juntos caminaron en silencio.

Al llegar, el hombre prendió la luz, se acomodó en su silla giratoria, señaló la silla frente a su escritorio para que su sobrino tomara asiento; apoyó sus codos en la mesa, suspiró y habló.

—¿A qué has venido, Dan?

—Vine a que me des mi expediente médico.

—¿Para qué lo quieres? —negó con la cabeza y se removió incómodo en su silla— no lo tengo aquí.

—¡Mientes! —El chico alzó la voz y con la palma de su mano golpeó la mesa— si lo que quieres es que haga un escándalo a estas horas de la mañana, lo haré.

—Bien —rodó los ojos y lo miró como cuando se ve a un niño pequeño hacer un berrinche—, y luego dices que no eres infantil.

No muy convencido, el médico abrió una gaveta de su escritorio y sacó una carpeta color beige llena de documentos, con el nombre de Dana en la pestaña.

El chico tomó su expediente ansioso y comenzó a hojearlo rápidamente.

—¿Cuándo le vas a decir a la encargada del archivo que corrija mi expediente, que mi nombre es Dan?

—Te vuelvo a preguntar —dijo su tío sin responder a la pregunta que le habían hecho— ¿A qué has venido?

El chico localizó lo que andaba buscando entre esos documentos, sus ojos brillaban en emoción al ver el rostro sorprendido de su tío.

—A esto —tomó una de las hojas, rebuscó en su mochila, localizó un lapicero y sin dudarlo ni un segundo, con gracia y firmeza, deslizó la pluma sobre el papel. Firmó y volvió a regresar la hoja a su lugar y devolvió el expediente a manos del doctor.

—Dan, ya te he dicho muchas veces que tu padre, como tutor legal es el que debe firmar, no tú.

Dan interrumpió a su tío en su letanía, sacando su acta de nacimiento de su mochila y estampándola en el escritorio. El hombre se quedó sin palabras un breve momento.

—Hoy cumplo 18 años —informó con seguridad en su voz y se puso de pie—. Desde hoy soy mayor de edad y ustedes ya no van a decidir por mí. Este —se señaló así mismo de pies a cabeza poniéndose de pie— es mi cuerpo, esta es mi casa, esta es mi elección. Al único al que le corresponde decidir algo, es a mí mismo porque es mi vida, no de ustedes.

—¿Tu padre sabe a qué has venido? —el médico sabía que su sobrino tenía toda la razón, no podía negárselo.

Cruzándose de brazos Dan soltó una leve risa amarga.

—Mi papá no lo sabe, pero estoy seguro que apenas ponga un pie fuera de aquí, tú vas a irle con el chisme —lo señaló— eres mi tío y te quiero mucho, pero si mi padre te convence de seguir bloqueando mi trámite, pondré una queja por escrito para denunciarte. Este es mi derecho y mi decisión y si ustedes no la respetan, entonces no me quieren. Porque si me quisieran, me darían su apoyo incondicional.

—Dan, si no te quisiéramos no nos importaría lo que hagas —El tío también se puso de pie.

—Quiero iniciar con mi tratamiento, de todas las personas que me rodean pensé que tú lo entenderías, a esto te dedicas, este ramo de la medicina elegiste. Ayudas a los demás, menos a mí —la voz triste de Dan estrujó el corazón de su tío.

—No ha sido esa mi intención, hijo—su tío caminó rodeando el escritorio para llegar a él—. Esto es diferente, eres distinto a mis otros pacientes, tú eres mi sobrino y mi hermano está aterrado de que te equivoques —puso una mano en su hombro.

—¿No te das cuenta de que lo que necesito es a mi familia conmigo?, ya suficiente rechazo siento de parte de las otras personas, por lo menos esperaba contar con ustedes. Pero si no se puede, ya no me importa, he decidido seguir adelante y hoy doy el primer paso.

—Tienes razón, ahora que ya tienes 18 años, no debemos intervenir en tu decisión —revolvió cariñosamente el cabello de su sobrino—. Me tomaré la tarde libre para revisar lo que haga falta a tu expediente para seguir adelante, ¿contento?

—¡Como nunca antes! —Dan brincó y le dio un breve abrazo a tu tío.

—Iré esta noche a cenar para que hablemos juntos con tu papá.

—Está bien, pero habla primero tú con él, yo llegaré tarde.

—¿Por qué vas a llegar tarde? —preguntó desconcertado.

—Porque hoy hablaré por primera vez a Lenard —Dan sonrió nervioso.

—¿Y quién es Lenard? —su tío hizo una pausa— ¿Es el chico del albergue?

—Tío, no seas chismoso —tomó apresurado su mochila— ¡Te veo en la noche, ahora si voy tarde para la escuela!

—¡Nada de chicos Dan, tienes otras cosas de qué preocuparte!

—¡No te escucho, hay interferencia! —respondió con una sonrisa traviesa mientras corría al salir del consultorio.

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