Cap. 6.- Analizar y decidir
DOS MESES DESPUÉS
Como de costumbre, Dan llegó a visitar a escondidas a Lenard, pero este día el joven no había llegado.
No pudo evitar sentir cierta desilusión al no poder verlo. Un poco nostálgico empezó a caminar de vuelta a su casa y en un momento inesperado, la voz del chico de sus sueños atrajo su atención de inmediato.
Estaban en la esquina de la calle donde quedaba el albergue, del brazo de Lenard tiraba un chico levemente más alto que él, se veían de la misma edad, unos veintitantos años más o menos. Parecían estar discutiendo por algo.
Acercándose en silencio, se detuvo detrás de una camioneta cercana a aquellos dos para no ser visto.
—¡Qué me sueltes Ignacio, ya se me hizo tarde por tu culpa! ¡¿En qué idioma hay que hablarte para que entiendas?! —Gritó Lenard, exasperado y claramente afectado en una forma negativa, por la presencia del otro muchacho.
—¿Qué? —Se burló el más alto— ¿Te van a reclamar un montón de mendigos muertos de hambre?
—No sé cómo pude ser tan estúpido para haber salido con alguien tan superficial como tú —lo señaló—, eres un idiota y un imbécil.
—¡¿Y qué carajo quieres que te diga?! —reclamó ofendido el tal Ignacio— Somos de un estatus social alto, nuestras familias son adineradas y tú aquí te la pasas entre gente inútil buena para nada, buscando que te secuestren o algo así.
—Por si no lo sabías, es problema mío lo que yo haga con mi vida. Déjame tranquilo.
—¿Acaso no lo ves? —preguntó Ignacio indignado, cruzándose de brazos—. Vas a la universidad en la mañana, pierdes tu tiempo en la tarde y los fines de semana nunca tienes tiempo para mí, ni para tus amigos ¡Solo piensas en esta inmunda gente!
—¿Sabes?, no tengo nada qué hacer contigo, ya no sé en qué idioma quieres que te lo explique. Te lo dije en tu cara y te lo repito de nuevo: Vete a la mierda y es una petición que no tiene retorno.
Dan estaba más que sorprendido, nunca había visto a su amor platónico enojado, no estaba seguro de si seguir espiando o irse a su casa, pero la curiosidad pudo más con él y siguió escuchando aquella disputa.
—Tu sarcasmo y tu tono con el que te dirijes a mí me molestan demasiado ¡No puedes hablarme así, Leonardo!
—¡Ahora soy Lenard, el que fue tu novio Leonardo esta muerto, no volveré a ser él nunca más! ¡Me tiene cansado que vengas a criticarme y a despreciar todo el esfuerzo que hago por ayudar a las personas! Y para terminar, si quienes dices fueran mis amigos, bien podrían ayudarme aquí un rato, por servirle a los demás no se les va a caer una mano, pero claro, como viven rodeados de privilegios, todo lo demás les parece poca cosa.
—¡Ya basta de tus estupideces! Vas a dejar a estos mugrosos, vamos a regresar a nuestra vida de siempre y te olvidarás de todas estas idioteces. No, no acepto que termines conmigo.
El chico se abalanzó sobre Lenard, tomándolo por el rostro y lo besó a la fuerza.
El otro lo empujó y con un puñetazo a su cara casi lo tira al suelo. Le pegó tan fuerte, que rompió su labio, Ignacio limpió un poco de sangre que escurría hacia su barbilla.
—¡Lárgate antes que se me olvide que algún día te quise tanto!
—¿Te atreviste a golpearme? —Ignacio talló su mandíbula adolorida.
—Eso y más te mereces por idiota —espetó con dolor en su voz.
—El idiota eres tú, que no quiere entender —aquel chico estaba furioso— ¿Acaso ya le dijiste a esos mugrosos que nadie quiere donar para ellos un solo centavo? ¿Les has dicho que ese albergue no le importa a nadie más que a ti?
Lenard abrió la boca para responder, pero no dijo nada, solo se cruzó de brazos.
—Eso supuse —dijo Ignacio ante el silencio del otro— ¿Sabes lo que pasará cuando se enteren de que eres tú quien ha realizado las donaciones estos últimos meses?
Lenard seguía sin responder.
—Yo te lo diré —Ignacio lo señaló, enterrando uno de sus dedos en el pecho del otro joven— van a darse cuenta de que eres un pobre niño rico, huérfano, que no tiene familia ni nadie a quién le importe una mierda su vida. Que estás más solo que un perro y que por eso gastas la herencia que te dejaron tus padres en ellos, para no sentirte tan miserable. Luego, te robarán todo lo que tengas y cuando estés igual de jodido que ellos, nadie se acordará de ti. Estarás humillado y más solo que nunca, porque esas personas que tanto defiendes, son una bola de malagradecidos que te quitarán todo cuanto puedan.
La mandíbula de Lenard estaba tan apretada que parecía que se romperían sus dientes, sus manos estaban cerradas en un puño, sin embargo seguía sin responder nada.
—Te acordarás de mí, cuando esos mendigos te lleven a la ruina.
—Ellos no son personas interesadas, nada es a como lo imaginas. Si te tomaras el tiempo de venir a ayudarme, no estaríamos pasando este momento tan desagradable.
—Piensa lo que quieras Leonardo, a lo mejor y así te lo creas a ti mismo. Ni siquiera tú estás seguro de que te acepten realmente, me di cuenta cuando esa tipa Maggs te habló por teléfono la última vez que te vi y te llamó Lenard —el chico sacó unas llaves de su bolsillo—. Te juro que vas a regresar como un perro arrastrándote a mis pies y en ese momento te haré pagar por todo este desprecio. Me vas a rogar que te perdone y será muy difícil que lo haga, no eres nada sin mí.
—Lárgate, Ignacio.
—Me voy. Pero ya te veré igual que tus amiguitos del albergue; pobre, solo y sin nadie a quien le importes un carajo. Qué bueno que tus padres están muertos, porque si vieran en lo que te has convertido, les darías vergüenza.
Ignacio presionó un botón y abrió la puerta de un lujoso automóvil que estaba estacionado cerca de ellos.
Se subió, no sin antes darle al otro una mirada de superioridad. Luego el motor rugió con potencia y a toda velocidad se marchó de ahí.
Lenard pasó las manos por su cabello, se veía frustrado, impotente. Caminó en círculo y luego hacia una caceta telefónica.
Se recargó en ella como si ya no tuviera siquiera fuerzas para sostenerse...
De pronto, en un movimiento inesperado, de forma brusca formó su mano en un puño y haciendo un ruido estruendoso empezó a golpear la caceta varias veces, abollándola mientras gritaba:
—¡Mierda, mierda, mierda!
Se detuvo cuando hubo sangre en sus nudillos, como si el rojo carmesí de su sangre, le recordara que debía mantener la cordura. Su pecho subía y bajaba apresuradamente, sus ojos no tenían ese brillo que los caracterizaba, su maravillosa sonrisa había desaparecido, se veía roto, triste y perdido.
El corazón del pequeño se sintió herido al ver que a Lenard se le escurría una lágrima por la mejilla derecha y pronto empezó a llorar de forma silenciosa, afligido y con un enorme pesar.
Por último Lenard se dio la vuelta y esa fue la primera vez que Dan lo vio irse derrotado, sin ánimos de nada y dejando abandonado algo que parecía amar y eso era, el ayudar a las personas necesitadas.
Esa noche Dan no pudo dormir, estuvo horas acostado en su cama recordando una y otra vez lo sucedido.
¿Cómo puede alguien tan bello estar tan solo?
¿Cómo es posible que hayan tantas formas de sufrir?
No era justo, para nada era justo. No era justo que Lenard estuviera solo, tampoco era justo que él tuviera que ser rechazado por sus compañeros de clase, no era justo que su tío bloqueara su expediente médico por muy buena que fueran sus intenciones. La vida no era justa, para ninguno de elllos, no era justa ni un poco.
El reloj se escuchó marcando las 12 de la noche.
Las 12 de la noche...
¡Hoy era su cumpleaños número 18! ¡Hoy cumplía su mayoría de edad!
Había decidido esperar a que tuviera los 20 años, tal y cual su padre le pidió. Pero ver lo que pasó a Lenard, que sufriera por ser juzgado por tomar decisiones que solo le correspondían a él, ya era ya demasiado, lo sabía porque era un sentimiento con el que estaba perfectamente identificado.
Después de horas de pensarlo, llegó a la conclusión de que todo se reducía a dos opciones. La primera era seguir sobreviviendo como hasta ahora, tratar de agachar la cabeza para que no siguieran humillándolo por alzar su voz, para que dejaran de señalarlo con el dedo.
La segunda opción, era luchar por amarse así mismo con cada fibra de su ser para soportar todo lo que le fuese a venir en contra y reunir todas sus fuerzas para gritar su nombre a todo pulmón las veces que fuera necesario y exigir el respeto a su persona una y otra vez, y exigir su derecho a tomar las decisiones que considere para mejorar su vida y junto a eso estaba incluido también el acercarse a Lenard de frente.
Si en sus manos estaba el poder devolver la sonrisa a ese lindo chico lo haría. Tenía miedo, terror al rechazo. Pero mil veces era mejor sufrir por haberlo intentado y fallar, que no haber hecho nada y vivir una eternidad en la incertidumbre.
Las mejores cosas son las más difíciles de alcanzar. Era hora de sacar fuerzas tal vez inexistentes para salir de esta situación.
Llorar no servía de nada cuando podía hacer algo para cambiarlo y en lo más profundo de su corazón, estaba seguro de que tenía muchas cosas buenas por alcanzar todavía. Él sabía que podía ser feliz y lo lograría porque lo merece tanto como cualquier persona.
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