Cap. 5.- Correr y pensar
Cuando Dan llegó a su casa, su tío y su padre estaban allí, desesperados porque no sabían de él y ya habían pasado varias horas desde que terminaron las clases. Ya incluso pronto empezaría a oscurecer.
La puerta de la casa se abrió y apenas lo vieron, Dan se sintió derrumbarse al ver sus miradas entristecidas sobre él, impactados por su aspecto en ese momento. No pudo lidiar con ello y sin dirigir palabra a ninguno de los dos, subió corriendo por las escaleras que llevaban al segundo piso para poder encerrarse en su habitación.
Entró directo a tomar una larga ducha y tiró aquella ropa al cesto de la basura. Le costó mucho esfuerzo retirar todo el maquillaje que tenía su rostro, pero finalmente se deshizo de él.
Cuando salió de bañarse y se vistió con su ropa cómoda, abrió la puerta de su habitación para que entraran su padre y su tío. Él sabía que no habría forma alguna de que esos dos se retiraran de allí si no hablaba con ellos.
Ambos adultos esperaron pacientemente hasta que se sintiera con la fuerza emocional para contarles lo que había sucedido.
Ya era de madrugada cuando finalmente les terminó de contar su historia. Dijo la verdad y a detalle de todo lo que había pasado. Sin embargo, al contrario de lo que su padre y su tío pensaban, el chico no estaba para nada derrotado.
De alguna forma, que aquella chica pelirroja y aquel bello chico Lenard, fueran amables con él sin esperar nada a cambio, le daba ciertas esperanzas en la humanidad.
No porque unas personas sean crueles y prejuiciosas, quiere decir que todos sean así.
Su padre le informó que iría a la dirección de la escuela a reportar a esas chicas; Dan insistió en que no era necesario y que él arreglaría sus asuntos por sí mismo.
Su padre dejó por la paz aquel tema, pues lo veía cansado, pero de que iría a hablar con la directora del plantel, lo haría y punto. Si aquellos chicos pensaban que podrían salirse con la suya sin ninguna consecuencia estaban muy equivocados.
El sábado pasó muy rápido y era domingo cuando Dan decidió dejar descansar a su saco de boxeo y salió a correr por un gran parque cercano a su casa.
Mientras trotaba entre árboles y algunos arbustos, llenaba sus pulmones con aire fresco.
Iba escuchando su música favorita cuando de pronto se apagó su teléfono celular.
Gruñó molesto, no le gustaba correr sin su amada música por lo que decidió regresar a su casa, de todas formas ya había corrido suficiente.
Acortó camino, por en medio de aquel lugar. Era muy grande, así que para no dar toda la vuelta completa cruzó por el centro.
Pasó por una cancha de tenis, una de fútbol y por último, seguía la de basquetbol.
En esa última se detuvo en las gradas.
Allí estaba de nuevo ese chico Lenard, estaba jugando solo, encestando una pelota. Su camisa sudada marcaba un cuerpo exquisito y tonificado, su piel era clara, se veía suave como un pan de miel.
Lo miró casi con la boca abierta, su corazón empezó a bombear sangre aceleradamente y el anhelo de acercarse a él creció en cada fibra de su ser.
Como las gradas estaban en la esquina cercana a Lenard, aprovechó para esconderse allí y mirarlo sin que éste se diera cuenta.
No quería ser un acosador ni nada por el estilo, pero ver a aquel muchacho era hipnotizante.
Verlo era como detener el mundo, borrar los problemas, ver lo bueno en las personas. Aquel joven no era solo bello por fuera, también lo era por dentro.
Lenard era alto, sus piernas fuertes y largas, lampiño, su cabello castaño oscuro, sus ojos eran color miel. Podría verlo todo el día y nunca aburrirse de hacerlo. Lo observó un rato más a escondidas, hasta que terminó de jugar y se fue.
Los días siguientes, fueron muy importantes. Su padre había hablado con la directora y suspendieron por una semana entera a Belisa y sus amigas.
Además tomó por costumbre salir de clases, apresurarse con su tarea y pasar por el albergue en las tardes. En la distancia observaba a Lenard atender a las personas que llegaban allí. Desde el cristal roto de una ventana, lo veía siempre sonriente sirviendo comida de forma amable y servicial.
Su padre todavía tenía muchas dudas sobre el tratamiento y la cirugía, a ratos lucía muy intranquilo y eso hacía que Dan se sintiera triste al causarle tanta preocupación. Era muy difícil no sentirse entre la espada y la pared pues no quería construír su felicidad a costa de la de su familia, o por lo menos así lo sentía. Empezó a considerar preguntarle directamente a su padre lo que sentía y si lo consideraba culpable de algo, pero tuvo miedo y no pudo decir nada.
Ya no quería mortificar a su padre y para hacerlo feliz, trató de resignarse a la idea de abandonar su tratamiento por lo menos hasta cumplir los veinte años.
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