Cap. 4.- Las buenas personas existen
Dan esperó a que los ruidos cesaran, ya cuando sintió que no había ni un solo estudiante en el edificio, se animó a salir del baño con aquel sentimiento de profunda tristeza punzando en su corazón.
Las lágrimas que habían cesado, volvieron a salir cuando se vio forzado a ponerse aquel atuendo que representaba todo el odio de sus compañeras de clase, el símbolo de su rechazo impregnado en aquella tela.
Sin dejar de llorar se observó en el espejo de pies a cabeza. Si bien en su closet tenía vestidos muy lindos, los cuales usó en algún momento, lo que le hacía daño era pensar, que sus compañeras serían así siempre y que seguirían molestándolo por haber alzado su voz y dicho a todos que Dan es su verdadero nombre.
A este paso jamás dejarían de verlo como Dana y aunque se dijera a sí mismo que la opinión de los demás no era importante, que hagan todo esto para humillarle, hería sus sentimientos y su corazón a gran escala.
Su rostro era un desastre, casi irreconocible, lavó su cara un par de veces, pero el maquillaje solo se escurrió por su rostro y no pudo quitárselo.
Le costó casi el esfuerzo de una vida el controlarse, calmar su respiración, cesar el llanto. Localizó su mochila tirada por allí y salió corriendo del baño y pronto, de la escuela.
A una cuadra de distancia, dejó de correr, pero sus pasos eran rápidos y sin pausa. Pasó por una licorería que estaba camino a su casa, Carl estaba allí comprando unas cervezas, para su mala suerte lo vio y lo reconoció de inmediato.
—¡Hey, Dana! ¿A dónde tan solita? —El chico se movilizó para alcanzarlo.
Trató de correr, pero todavía estaba muy aturdido como para reaccionar rápido. Carl lo alcanzó y lo tomó con fuerza del antebrazo izquierdo.
—¡Suéltame! —Gritó Dan con exasperación. Lo último que necesitaba en estos momentos era que Carl también se burlara de él.
El chico dejó en el suelo sus cervezas y estampó al otro contra una camioneta estacionada aprovechando que él era más alto y fornido.
—¡Mierda! Así sí se me antoja hacerte el favorcito, muñeca.
Carl, tomó el rostro de Dan bruscamente y estampó allí su boca. El pequeño se retorció por debajo, sintiendo el golpe del desagradable olor de alcohólico. De inmediato le dieron náuseas y al ser inútil empujarlo, lo mordió.
El otro se quejó del dolor y se alejó un paso soltándolo.
La ira y el dolor le hirvieron la sangre, estaba harto de ser humillado. Cerró su mano en un puño y golpeó a Carl, de la misma forma en que golpeaba su saco de boxeo en las mañanas. Con todas sus fuerzas estampó su puño en la cara del otro, luego en el estómago varias veces.
—¡No soy una chica, estúpido ignorante imbécil! —Lo golpeó una vez más— ¡Y aunque lo fuera, nunca me fijaría en un cerdo como tú! ¡No te atrevas a tocarme, nunca más!
El chico se dobló en el suelo, sin aire para alegar nada. Dan recogió su mochila y se fue de allí.
Tomó un camino distinto al que normalmente usaba, por si al otro se le ocurría seguirlo. Corrió cuatro cuadras más, hasta que le faltó el aire.
Se dobló apoyándose en una caseta telefónica, esto era mucho para él.
¡Estúpida menstruación! Un cólico lo hizo doblarse un poco, sin poder evitarlo, más lágrimas empezaron a salir por sus ojos.
Lo odiaba, odiaba ser débil, odiaba llorar, odiaba ser humillado, odiaba estar atrapado en un callejón sin salida. Todo lo que él decidía, parecía ofender o herir a los demás, sentía que ya no podía más, ya no tenía ni fuerzas ni cabeza para nada, esto era demasiado.
Se abrazó llorando y temblando, tenía un ataque de ansiedad, no podía controlarse o tal vez, no quería hacerlo.
—¡Cariño, ¿pero qué te ha pasado?! —Preguntó una chica joven que traía en sus manos unas bolsas llenas de pan— ¿Estás bien?
Dan negó con su cabeza abrazado así mismo, quiso responder pero las palabras no salieron de su boca.
—Ven conmigo cariño, déjame ayudarte —con delicadeza, la chica guió el camino, por lo que Dan trató de respirar y controlarse para así retomar el camino a su casa.
Poco a poco dejó de llorar y limpió sus lágrimas con la mano.
Llegaron a un edificio algo viejo, el cual estaba lleno de gente humilde, había una larga fila del lado derecho.
Aquella chica pelirroja lo guió para entrar y en el pasillo caminaron hacia el lado izquierdo, pasaron una puerta de una especie de oficina y le mostró una camilla para que se sentara en ella.
—Espera aquí cariño, te veo herida y yo soy pésima con las curaciones, pero mi compañero Lenard es muy bueno en ello.
—¿Qu...qué es este lugar? —Preguntó el chico mirando el pequeño cuarto que tenía un escritorio pequeño, ahora que lo miraba más a detenimiento era como una diminuta oficina-consultorio.
—Es un albergue cariño, el gobierno lo inició, pero cuando lo dejó en el olvido, nos juntamos un grupo de voluntarios y con las donaciones que recibimos, hacemos lo posible por dar cena y techo para dormir a por lo menos cien personas por día. Todas ellas viven en situación de calle —aquella chica era muy amable, hablaba con mucho afecto sobre ese lugar—. Solo tenemos capacidad para ochenta personas, pero nos la ingeniamos para admitir a cien.
—¿Hacen esto todos los días?
—Sí. Quienes gustan venir aquí se forman desde temprano para alcanzar un lugar... no hacemos la gran cosa, no podemos ayudarlos a todos, pero ponemos todo nuestro esfuerzo para hacer la diferencia —luego señaló las bolsas en sus manos— iré a dejar los panes y le diré a Lenard que venga a verte.
Sin esperar respuesta o comentario alguno, la chica se fue.
Como ya estaba solo, respiró profundamente un par de veces y se tranquilizó lo mejor que pudo. Su labio inferior dolía y ahora que se daba cuenta, sus puños también, tal vez golpeó a Carl muy fuerte. Sus ojos se sentían muy hinchados y su cabeza punzaba como si tuviera agujas traspasandole el cráneo.
Esperó un corto momento, pero luego entró en pánico al pensar que estaba en un lugar con personas desconocidas que podrían hacerle más daño, así que para no arriesgarse, se puso de pie para irse de allí.
Caminó hacia la puerta y al querer salir, tuvo que detenerse de pronto. Estuvo a punto de chocar contra el chico más hermoso que hubiese visto nunca. Abrió muy en grande sus ojos sorprendido, mientras que el joven lo observó con algo de asombro y al ver sus heridas, se preocupó de inmediato.
—Hola —saludó el joven inspeccionándolo de pies a cabeza— ¿Pero qué te ha pasado?
Dan retrocedió abrazándose sin emitir ni un sonido. Sus ojos estaban perdidos en los de este bello muchacho, no podía hablarle pero tampoco podía dejar de verlo.
—Ahm... —Al no obtener respuesta, el joven buscó la forma de hablar sin asustar a la otra personita frente a él— tranquila, yo soy Lenard. Mucho gusto.
Dan no respondió nada, ¿cómo rayos podría decirle "Me llamo Dan"? si estaba vestido como una tonta porrista. No estaba de humor como para explicar sus motivos a un desconocido por más hermoso que éste estuviera. Prefirió guardar silencio y miró hacia el suelo.
—¡Hey calma! —La voz de Lenard era muy bonita y a la vez suave. Dan alzó su mirada embobado con él— No tienes que decirme tu nombre si no quieres, solo déjame ayudarte, ¿sí?
El pequeño asintió y se sentó en la camilla.
Lenard se giró a buscar en lo que parecía un botiquín de primeros auxilios, mientras Dan tenía una lucha con aquella minúscula falda que dejaba sus piernas completamente expuestas, se removía tratando inútilmente de cubrirse, la tela no estiraba. Era un atuendo muy corto como para estar frente a aquel bello joven y eso lo ponía nervioso, pronto empezaría a sonrojarse y eso sería muy vergonzozo.
Cuando el calor subió por sus mejillas, el pequeño decidió mejor ponerse de pie para huir de ahí. Pero ni bien se movió, cuando sintió una tela caer con suavidad sobre sus piernas. Lenard había dejado caer una sábana delgada para cubrirlo.
—¿Mejor? —Preguntó el joven refiriéndose a la tela que le había puesto.
—Sí, muchas gracias.
En ese momento, Dan se preguntó si el joven se había dado cuenta de su sonrojo o si tendría poderes de adivinación. Lo cual era ilógico, así que muy seguramente aparte de estar golpeado y mal maquillado, ahora estaba con las mejillas coloradas. Esto no le gustaba para nada.
—Bien —sonrió Lenard ajeno a la charla interna del otro. Estaba frente al chico con un algodón en la mano—. Te voy a poner un desinfectante, te arderá un poco, pero tengo que limpiar tus heridas para que no se infecten, ¿está bien?
Dan asintió sin emitir ni una sola palabra.
Ya con la autorización del pequeño, Lenard dio un leve toque a su labio, al contacto dio un respingo.
—¡Lo siento! —Se disculpó Lenard— No puedo evitar que arda un poco.
—No hay problema, continúa. Puedo tolerarlo. —Susurró, con una voz apenas audible.
Lenard subió su mano hacia la ceja de Dan, allí tenía otra herida, con mucha paciencia y suavidad, dio leves toques con el algodón.
Un momento después, el joven se detuvo y miró a Dan, con intensidad.
—Tienes unos ojos muy peculiares.
—Sí —respondió con amargura en su voz— peculiares como los de un monstruo que por defender lo que es, lo aplastan igual que a un insecto.
Decaído, Dan agachó su mirada de nuevo, sin embargo la voz del otro joven lo hizo mirarlo.
—No. Para nada eres un monstruo. Tus ojos son peculiares, como los ojos de alguien roto y triste.
Dan no pudo mantener su mirada ante ese comentario, pero Lenard le alzó de la barbilla y continuó hablando.
—Tus ojos tristes, son también los de alguien que no se rinde, de alguien, a quien a pesar de sus problemas, siempre lucha por volverse a levantar.
—Gracias... —musitó, sonrojándose hasta las orejas.
Aquel chico no notó el sonrojo del otro y en un movimiento inesperado le tomó las manos.
—Tus nudillos están algo hinchados, creo que traje una crema para golpes en mi mochila. En un momento regreso.
Lenard salió de allí, pasando a un lado de la chica que trajo a Dan a este lugar, la cual debió llegar en algún momento en que ninguno de ellos notó.
—¡Wow! Eso sí que fue intenso.
—¿Qué cosa? —Preguntó Dan al no entender a qué se refería la chica.
—Lenard. Él nunca habla sobre lo que ve en los ojos de las personas, y tampoco lo he visto portarse tan tierno al cuidar de alguien.
—No entiendo, solo fue un comentario sin importancia —Dan empezó a ponerse de pie.
—Claro que fue importante. Lenard es muy reservado, si no lo conociera, juraría que se quedó embobado contigo.
—¿Por qué?
—No lo sé, cariño. Lenard es muy hermético con su vida personal. Hasta donde tengo entendido, solo una vez se enamoró y le rompieron el corazón. Es lo poco que me contó hace ya algún tiempo, por eso me llama mucho la atención la forma en que se comportó contigo ¡Cómo quisiera que alguna vez viera mis ojos!
La chica suspiró como imaginando una telenovela en su cabeza, mientras que Dan ya no soportaba el calor acumulado en sus mejillas.
—Lo siento tengo que irme ahora.
Dan decidió mejor marcharse antes de que Lenard volviera. Caminó hasta la salida procurando no captar más miradas, no podría soportar tener al hermoso joven enfrente después de lo que acababa de escuchar.
Cuando el joven regresó, Dan ya se había ido, solo estaba su compañera ahí.
—¡Hola, cariño! —La chica caminó hasta Lenard— lo siento, ella ya se fue.
—¿Pero, por qué? —Preguntó confundido— Todavía necesitaba unas curaciones.
—No sé el porqué, solo se fue.
—Espero que esté bien, no me lo dijo, pero sé que tuvo un día terrible —Lenard suspiró con un poco de tristeza.
—Lo sé... Aunque no entiendo por qué te preocupaste tanto, no sueles poner tanto empeño en ayudar a alguien.
—Siempre pongo lo mejor de mí para ayudar a las personas, Maggs.
—Bueno sí, pero no con todas las personas que ves se te cae la baba.
—¿Disculpa?
—Te ví, coqueteándole a la chica.
—¡No hice tal cosa! —Lenard sonrió levemente y se mostró algo incómodo con el rumbo de esta conversación— yo solo quería ayudar, eso es todo.
—Dijiste cosas sobre sus ojos...
—No sé porqué lo hice, pero no dije nada malo.
—¿No se supone que eres gay? —Preguntó Maggs moviendo sus cejas de arriba a abajo con una enorme sonrisa.
—Lo soy, o no sé. No tengo por qué ponerme una etiqueta de todas formas —Lenard se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el comedor— tengo mucho trabajo, deberías de ayudarme en eso en vez de andar inventando cosas. El chisme no es buen amigo Maggs.
—¡Pero Lenard, yo quiero que veas mis ojos también! —la pelirroja corrió hasta el chico y lo tomó del brazo.
—No lo haré.
—¿No te das cuenta de que eres muy lindo? ¡Quiero salir contigo en una cita!
—¡Qué locuras las tuyas, Maggs! Vamos a trabajar.
Lenard sonrió y se soltó del agarre de la chica. Y así continuó su jornada de trabajo, después de todo, era cierto que tenía mucho por hacer.
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