Cap. 2.- Hablando con papá
Dan estaba dando pequeños y diminutos brincos, mientras golpeaba con sus puños el saco de boxeo que tenía colgando en la esquina derecha de su habitación.
Nada como ejercitarse en las mañanas para despejar la mente, relajar los músculos y alejar los pensamientos negativos que le dejaban las pesadillas nocturnas. Un buen ejercicio, era una perfecta forma de empezar el día.
Afortunadamente hoy era viernes, una semana más había terminado. Solo una jornada escolar faltaba y podría descansar de las miradas incómodas y de desagrado que le daban sus compañeros de clase.
Se escucharon unos golpes a la puerta y sin ser invitado, su padre entró.
—Hola hija, buenos días.
—Hijo —Dan lo corrigió y puso los ojos en blanco, sin dejar de golpear su saco—. Se dice, buenos días, hijo.
—Dana, me habló tu tío anoche, dice que fuiste al hospital otra vez ayer —su padre se sentó en la esquina de la cama de su hijo—, no me dijiste nada al respecto. No quiero que hagas este tipo de cosas sin consultarme.
—Si sintiera que cuento con tu apoyo, entonces no tendría que hacer las cosas por mi cuenta —el chico dejó de golpear su saco y comenzó a quitar la venda con la que protegía sus manos.
—¡Es que estás muy pequeño!
—Dijiste pequeño —Dan estaba de pie ahora frente a su padre y sonrió con una chispa de esperanza.
—Ya ni sé lo que digo —suspiró el hombre y talló sus ojos brevemente.
—A ver dime, si te pusieras en mis zapatos y tu padre para ser feliz te insistiera a diario que quiere que salgas a trabajar, usando un vestido, maquillaje y tacones, ¿cómo crees que te sentirías?
—No es lo mismo, Dana —su padre se puso de pie— eres mi niña.
—¡Es que ese es el problema papá, no soy una chica! —Dan alzó la voz— Estoy harto de que me digan lo que debo ser por estúpidos prejuicios.
—Entiende, tu cumpleaños está cerca, tienes casi 18 años, esa es una corta edad todavía.
—No eres tú quien tiene que soportar el ser juzgado por las decisiones que toma. Que no tenga la mayoría de edad no me convierte en una persona inmadura, papá.
Dan se giró bruscamente molesto y empezó a buscar la ropa que se pondría para ir a la escuela.
—Claro que me importa —su padre caminó hacia él y lo giro para abrazarlo con fuerza— y porque me importa estoy sufriendo contigo. No me gusta que te sientas mal y que seas tan infeliz. Solo no quiero que te pase nada malo. Cambiar tu cuerpo tan drásticamente es peligroso, tengo mucho miedo, para mí estás muy... —suspiró— Pequeño.
—Apóyame entonces, lo único que me hace falta es tu firma de autorización y tu cariño.
Su hijo correspondió aquel abrazo, en verdad le hacía falta.
Lentamente se separaron, su padre asintió no muy convencido, pero aún asi su mirada reflejaba todo el amor que tenía por su hijo.
—Déjame hablar con tu tío. Hay unas cosas que no me quedan claras aún. Iré a verlo cuando salga de mi trabajo. Llegaré tarde, pero a ti te quiero en casa temprano. No me gusta que andes por ahí quien sabe en donde.
—¿Hablaras con mi tío, en serio? —Los ojos del chico cobraron vida en ese momento.
—Lo haré por mi hijo favorito —sonrió.
—Soy el único que tienes —Respondió el otro en tono juguetón.
—Pues por eso mismo —su padre estaba ahora en la entrada de la habitación— pero a cambio quiero que me prometas una cosa.
—Dime.
—Quiero que te tomes el tiempo para analizarlo una vez más. Que consideres terminar la preparatoria como Dana y que para cuando entres a la universidad, esperes a que cumplas los veinte años y si aún quieres seguir adelante con el tratamiento se haga. Solo te pido esperar un poco más.
—¡Pero faltan casi dos años para eso!, yo ya no quiero esperar y...
—Solo considéralo por favor —interrumpió su padre.
—Pero papá, no me pidas eso, ya hemos esperado demasiado, ya no quiero seguir así ¡¿Por qué respetar mi decisión es tan difícil?! —Dan lucía muy triste— ¿Por qué debo rogar por tu apoyo? Eres mi familia, no se supone que debas condicionarme para estar a mi lado.
—Hazlo por mí, ¿sí? —preguntó con voz suave— solo piénsalo. De todas formas hoy iré a visitar a tu tío.
—Está bien —el chico respondió con los ánimos por los suelos y con un asentimiento de cabeza. Su padre se retiró.
Unos minutos después entró a tomar una ducha y tragó sus ganas de llorar. Él no tenía dudas de que era un chico gay que anhelaba llevar una vida tranquila, le dolía mucho sentir que hacía sufrir a su papá... Tal vez, solo tal vez, tendría que ingeniárselas para sobrevivir un poco más así.
Suspiró bajo el agua que empapaba su cuerpo, cerró sus ojos y trató de pensar en lo que le aconsejaría su madre, en vida ella era tan inteligente, había muerto cuando Dan tenía apenas 6 años en un accidente, sin embargo él la recordaba a la perfección ¿qué diría ella? ¿Cuál sería su consejo?
Envuelto en sus pensamientos, salió de la ducha y se detuvo frente al enorme espejo de su habitación. Miró su rostro con pesar, una vez más lucía triste y con ojeras, se preguntaba cómo sería verse al espejo y sonreír feliz.
Tomó la venda con la que cubría sus pechos, era color blanca y ancha, la utilizaba a diario para enrrollarlos, así su ropa se ajustaba mejor a su delgada figura. Sintió dolor y mordió su labio. Ese era el aviso de que vendría su periodo en estos días. Andar apretado con la venda le causaba dolor, pero se las arreglaba para lidiar con ello. Él era un chico paciente, y aunque tuviera que esperar para poder iniciar su tratamiento, lograría que su padre firmara aquellos documentos y que todos supieran su verdadero nombre.
Dana tenía que quedar en el pasado y no iba a descansar, hasta poder ser él mismo con libertad, solo esperaba poder lograrlo, lidiar con los prejuicios, los señalamientos y la crueldad de otras personas, no sería nada fácil.
Se colocó una camisa holgada, pantalones de mezclilla y tenis. Bajó a desayunar algo ligero y se fue a la escuela.
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