Cap. 14.- Tus ojos tristes
A paso apresurado, casi corriendo, salió de aquella mansión, pero sin darse cuenta, alguien venía caminando a la entrada. Lo notó hasta que el impacto de chocar contra aquel joven lo derrumbó al suelo. Era muy alto, incluso mucho más alto que Carl.
—¿Pero quién carajo eres tú? —Ignacio se veía enfurecido, sus ojos verdes irradiaban odio y celos— ¿Por qué vienes saliendo de la casa de mi novio?
El pequeño se sintió intimidado por la altura del otro, sin embargo se puso de pie y respondió con firmeza.
—Lenard no es tú novio y no eres nadie para que yo tenga que darte explicaciones de lo que hago aquí —tratando de evitar discutir más, quiso pasar de largo para irse pero Ignacio lo sostuvo por el antebrazo presionándolo con fuerza, haciéndole daño.
—Tú no te vas a ningún lado sin que me expliques qué hacías aquí —lo estrujó con fuerza apretándolo ahora de ambos brazos— Leonardo es mío y ningún guiñapo debilucho como tú, va a venir a quitármelo.
—Solo eres un idiota ardido y frustrado porque muy bien sabes que Lenard no te quiere.
—¡¿Y quién te crees que eres para decir eso?! —Ignacio lo empujó con fuerza al suelo, Dan cayó de espalda y se golpeó contra el duro concreto, se quejó por el dolor que le provocó la caída y algo en su voz llamó la atención del otro joven.
—No te mereces el amor de Lenard, se nota lo mala persona que eres —con mucho esfuerzo, se giró un poco para tratar de poner su adolorido cuerpo en pie, pero su ropa era más ajustada ahora, al inclinarse de un lado, la camisa se levantó un poco, ahora se veía la venda.
Ignacio lo miró con detenimiento.
—¿Qué es eso? —Preguntó entrecerrando sus ojos y señalando la venda.
—Nada —Dan acomodó su camisa y comenzó a levantarse— entra a ver a Lenard, a eso has venido, que él mismo te corra de su casa.
—Tú escondes algo.
Dan no había dado ni un paso y ya Ignacio lo tenía por el cuello de la camisa.
—¿Qué te pasa? ¡Suéltame!
—Tu voz es extraña, traes una venda ¡Te exijo que me digas qué escondes!
—¡Te digo que me sueltes! ¡Déjame en paz! —Dan se removía y trataba de huir pero Ignacio era más fuerte, agresivo como loco y el pensar de que Lenard pudiera enterarse de esta forma sobre su situación, le hacía entrar en pánico— ¡Déjame ir! ¡No tengo nada más que hablar contigo!
En el forcejeo ambos fueron a dar al suelo, Ignacio estaba arriba de Dan.
—Eres una mujer ¡¿Verdad?!
Ahora el joven tiraba de su camisa, Dan pudo escuchar la tela ceder ante la fuerza brutal con la que Ignacio estaba tirando de él. Sentía miedo y terror de perder a Lenard para siempre, no podía reaccionar para siquiera defenderse, las lágrimas empañaron sus ojos negros y solo alcanzaba a removerse y a gritar al otro que lo soltara.
—¡Ignacio! ¡Suelta a Dany!
Lenard estaba en la puerta de su casa y ahora corría hacia ellos, justo al momento en el que Ignacio tiraba una última vez de Dan y le había logrado quitar la camisa. La tela rota ahora estaba en sus manos y el pequeño había quedado solamente con la venda que cubría sus pechos.
—¡Quítate de encima de él! —Furioso, Lenard tomó a Ignacio por el cuello y lo arrojó lejos.
El otro tambaleó pero rápidamente se recompuso y señaló a Dan con su mano mientras gritaba a Lenard.
—¡Es una mujer! ¿Acaso estás ciego? ¿Cómo es que no te diste cuenta?
Lenard volteó hacia Dan que se abrazaba así mismo con sus delgados y delicados brazos, estaba llorando, su bello rostro estaba empapado por las lágrimas.
—¡¿Me cambias por esta chica?! —Ignacio estaba indignado— ¿Se te olvidó acaso de que eres gay? —arrojó con ira la camisa rota al suelo— ¡Tú eres mío Leonardo! ¡Solo mío!
Ignacio alzó su puño y se lanzó contra Dan con todas las intenciones de golpearlo.
—¡Eres mío y no me vas a cambiar por esta tipa!
Lenard le dió un fuerte tirón por el brazo y se lo dobló haciéndole una llave, haciéndole sentir que le quebraría el hueso. Ignacio gritó por el dolor, pero el otro estaba demasiado furioso como para soltarlo, lo llevó a empujones hasta su automóvil y lo estrelló contra la puerta del conductor.
—Que sea la primera y la última vez que te atrevas a hacerle daño a Dany, porque te lo juro Ignacio, te prometo que no respondo de lo que te haga si te vuelves a acercar a él de nuevo.
—¡Pero es una chica! —Ignacio derramó un par de lágrimas de impotencia y odio— ¡Eres mi novio!
—¡No soy nada tuyo! —Lenard abrió la puerta del lujoso automóvil— Lo nuestro se terminó hace mucho y yo ya te he superado. Me abandonaste con mi tristeza cuando mis padres fallecieron, no supiste darme consuelo y hoy ya es muy tarde. Tú te crees que todo te lo mereces porque estás lleno de bienes materiales, pero por dentro estás podrido. No quiero volver a verte, no quiero saber ya más nada de ti. Ahora lárgate antes que decida echarte a la calle con mis propias manos.
—¡No es justo, fué un error! ¡Debías de perdonarme!
—¡Que yo te perdone no quiere decir que voy a seguir siendo el mismo pendejo que te aguante! —Lenard señaló el automóvil— ¿Te largas o te arrastro a la salida?
—Eres muy injusto conmigo —replicó— ¡No puedes cambiarme por ella!
—Lo que yo haga con mi vida, nada tiene que ver contigo. No tengo que darle explicaciones a nadie y menos a alguien tan decepcionante y cruel como tú.
—Perdóname, Leonardo. Tu sabes que te amo, por eso no puedo perderte.
—Me perdiste el día en que me abandonaste con mi pena, me dejaste solo, y con lo que acabas de hacerle a Dany, me demuestras que no tienes corazón y que eres una persona egoísta, vacía. Ya ni siquiera me interesa tu amistad, vete para siempre, no quiero volver a verte jamás.
—¡Espero que todos estos muertos de hambre que proteges te quiten tu dinero y termines solo como un perro muerto de hambre!
Ignacio subió a su automóvil, azotó la puerta y se fue.
Lenard tragó en seco, sus manos estaban a sus costados en un par de puños, tomó aire y llenó lo más que pudo sus pulmones, respiró. Se giró hacia Dan, en el camino recogió su camisa rota, había quedado inservible.
En el suelo, el pequeño estaba abrazado a sus rodillas, su rostro escondido allí llorando.
—¿Dany?
—¡No me veas! —Sollozó sin mirarlo— Por favor no me mires así.
—Dany, escúchame. Yo no voy a hacerte daño y mucho menos te diría algo malo, te juro que no soy así.
La suave voz de Lenard le hizo alzar la mirada.
En cuanto los ojos color miel de Lenard se posaron en los tiernos ojos negros de Dan, su rostro triste y húmedo por el llanto, trajo al joven un recuerdo. Ahora entendía de dónde se le hacían conocidos esos ojos, Dany era aquella persona que conoció hacía un par de meses atrás, cuando le habían humillado con un uniforme de porrista.
Pensando en ese recuerdo, vino a él también la frase que le dijo en ese momento, la pensó y se la dijo de nuevo en voz alta mientras limpiaba con suavidad las lágrimas en una de sus mejillas:
"Tus ojos tristes, son también los de alguien que no se rinde, de alguien, a quien a pesar de sus problemas, siempre lucha por volverse a levantar"
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