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Capítulo 8

Baby —respondió éste, dándole un abrazo.

Ni bien se separaron, volvió a mirar a su vecino inquisitivamente. ¿Estaría celoso? Su novio no era precisamente inseguro, y jamás había desconfiado de ella. De cualquier modo, era mejor adelantarse.

—Él es Caleb, mi vecino y nuevo amigo —explicó.

El nombrado sonrió y le extendió la mano.

—Caleb Calderón.

Sí, estaba celoso... Lo supo por el modo en que aceptó a regañadientes el apretón de manos.

—Sergio Gastelo —pronunció su nombre con marcada altanería, y seguido añadió—: Baby, ¿vamos a cenar?

Asintió emocionada, se moría de hambre. Pero recordó a su vecino, y pensó que sería buena idea invitarle, se había portado muy bien con ella.

—Caleb, ¿vienes con nosotros?

Su novio la miró extrañado. Prácticamente le preguntó con la mirada si había enloquecido.

—¿Yo? —preguntó Caleb señalándose, realmente asombrado.

—Sí. Quiero agradecerte por hoy.

—Ah, no es necesario.

—¿Cómo no? Me acompañaste por todos lados.

—Ya dijo que no es necesario —intervino Sergio.

—¡Oye! —Le codeó. Odiaba cuando se portaba de ese modo. La amabilidad era extraña para él.

—De verdad no es necesario —prosiguió Caleb sonriente—. Además, hoy acostumbro a cenar con Janna. Es prácticamente un ritual.

—De acuerdo; pero quedará pendiente, ¿entendido? —Levantó la palma de la mano a la altura de su rostro.

—Está bien. —Selló la promesa levantando la mano derecha.

—Ya vamos. —La jaló Sergio, abriendo la puerta del auto.

***

—Te advierto que no acepto malas notas —dijo su rubia madre mientras le mostraba la empresa.

Los trabajadores que se cruzaron con ellas, se acercaron curiosos para saludarlas, mirándola inquisitivamente. Llamaban "presidenta" a su mamá, y se mostraban corteses y extremadamente respetuosos. Ella tuvo que explicarles que se trataba de su segunda hija. Por supuesto sus expresiones mostraban asombro. Por consiguiente, la saludaron también con el mismo ímpetu. Se sintió importante y, sin notarlo, elevó el mentón con orgullo.

Después entraron a una oficina dónde había una mujer treintona de cuerpo esbelto y largas piernas. Pasaba la mano de un documento a otro. Se notaba nerviosa y cansada.

—¿Mucho trabajo? —preguntó su madre.

La mujer elevó su mirada sorprendida.

—Señora, no la vi entrar.

—Descuida. Ahora tendrás ayuda —pronunció señalándola—. Nina.

Ella se acomodó el cabello lacio detrás de la oreja, mientras la miraba como la había mirado el resto de empleados.

—¿Es su segunda hija?

—Así es. Ella reemplazará a Yvonne. Enséñale todo lo que necesite aprender, Amarilis.

La tal Amarilis le sonrió, pero no tuvo ganas de sonreír; se concentró en darle una buena ojeada a la oficina.

***

—No me gusta nada ese crespito —vociferó Sergio una vez estuvieron en el auto.

Ya se estaba tardando en mencionar a su vecino. Le pareció gracioso ver a su novio celoso por primera vez. Aprovecharía y jugaría un rato con él para probar hasta donde podía llegar.

—No lo conoces, Caleb es un chico muy encantador.

—Encantador mi pie, no me gusta para nada.

Soltó una pequeña carcajada. La situación se estaba poniendo de verdad graciosa. Si él no se esmeraba en hacerle reír, se reiría a sus cuestas. Quiso seguir punzándole, pero él recibió una llamada.

—De acuerdo mamá. No, no creo que eso moleste a Yvonne. Nos vemos en casa.

Esa respuesta le daba mala espina. ¿En qué la metería nuevamente? Si algo le molestaba de él, era que tomara decisiones por ella.

—¿Qué sucede?

—Cambio de planes, cariño.

—¿Cómo dices?

—Mi mamá quiere que vayamos a cenar a casa.

—Pero Sergio, ya teníamos planes.

—Sólo íbamos a comer, ¿cuál es el problema de hacerlo en casa? Además, mi madre quiere verte.

—Sergio...

—Vamos, no seas mal educada.

Suspiró porque no podía hacer nada más. Lo bueno es que su mejor amiga estaría ahí, o eso esperaba...

Entraron a la enorme vivienda, y la primera en salir a recibirlos fue Rafaela. Ella era lo más lindo de la familia Gastelo. Se emocionó y sacó el brazo para saludarla.

—¡Rafa! —vociferó.

—Vonni. —La abrazó en cuanto bajó del auto.

—Te extrañé mucho.

—Y yo a ti.

Detrás de ella salió su casi suegra y esposo. La mujer llevaba ceñido sobre sus hombros una piel de algún desafortunado animalito que había sido sacrificado para saciar su vanidad. Le dio lástima, pero a la misma vez gracia por lo ridícula que se veía. Al menos el hombre vestía con más garbo.

—Bienvenida, querida. —Como siempre le dio dos besos al aire.

—Señora Gastelo.

—Pasemos a la mesa.

Cuando estuvieron a punto de hacerlo, entró Andrés, el hermano mayor de su novio.

—¡Yvonne! —Sonrió al verla y la estrechó en sus brazos.

—Andrés, que gusto verte.

Andrés también era alguien agradable, responsable y respetuoso. Rafaela siempre le había dicho que la prefería como cuñada por parte de su hermano mayor. Que harían una linda pareja. De haberlo conocido antes que a su novio tal vez se habría fijado en él, pero estaba segura que Andrés jamás se habría fijado en ella; lo sabía por las compañías esbeltas que había llevado a alguna reunión familiar.

Cuando estuvieron en la mesa, lo único que se escuchaba era el traqueteo de los cubiertos. Le costaba un poco rebanar su trozo de carne. El primero en fijarse fue su cuñado. Miró a su hermano menor intentado decirle que la ayudara, pero estaba demasiado concentrado en su aperitivo como para darse cuenta.

—¿Deseas que te ayude? —le preguntó.

—Sí, por favor. —Le alcanzó su plato.

—Está delicioso. ¿Lo preparó usted? —se dirigió a la mamá de su novio.

—Por supuesto que no —intervino Rafaela—. Si mamá lo hubiese preparado sería incomestible.

—Por primera vez Rafa tiene razón —continuó Andrés mientras le devolvía el plato.

—Para estos hijos, ¿para qué hijastros? —Bebió un poco de vino—. ¿Cómo va la empresa, querida? ¿Ya te ha otorgado tu madre la presidencia?

No sabía cómo responder a esas preguntas. Tenía que encontrar las palabras adecuadas para no ocasionarle un infarto. Ella se moriría si su futura nuera no tuviese una buena "dote" que presentar.

—Ella ya no trabaja en la empresa de su madre. Ahora vive con su padre, y no encuentra trabajo —lanzó Sergio con desidia.

—¿Cómo dices? ¿Eso es cierto Yvonne? —cuestionó la mujer dejando de lado sus cubiertos.

Las mejillas le empezaron a arder, no solo había cautivado su atención, sino también de su esposo y Andrés. Intentó encontrar calma mientras se limpiaba las comisuras de su boca con la servilleta.

—Sí señora —dijo en un suspiro.

—¿Por qué? —preguntó el señor.

—Últimamente Yvonne no ha estado tomando las mejores decisiones —prosiguió su novio—. Ha dejado todo para empezar de cero.

Andrés elevó las cejas y sonrió.

—Pues yo te felicito Yvonne. Eres muy valiente.

—Yo también te felicito —continuó su padre.

—Gracias.

—Pues yo no estoy de acuerdo —bufó la alzada mujer—. Yvonne, deberías volver y pedir perdón a tu madre, si es posible de rodillas.

Agachó la cabeza incómoda. Ya no quería permanecer ni un minuto más en ese lugar.

—Será mejor que me retire —se apresuró poniéndose de pie—. Gracias por la cena.

Caminó con pasos apresurados sintiendo inmensas ganas de llorar y desaparecer. No merecía que la hiciera sentir de ese modo, no merecía ser juzgada.

—Espérame Yvonne. —Sergio la alcanzó del brazo y la instó a entrar a su auto.

—Estoy harta que no me apoyes —soltó impotente.

El empezó a manejar.

—No voy a apoyarte en tu descabellada decisión.

—¿Por qué no logras entenderme? Eres tan egocéntrico...

—¿Egocéntrico dices?

Se pasaron el resto del camino discutiendo, muy pocas veces lo hacían y, aunque, no quería ser farolera, la verdad era que la mayoría de veces era culpa de él.

Cuando llegaron, se bajó furiosa y cerró la puerta del auto con fuerza. El odiaba que hiciera eso, así que lo hizo con esa intención. Sin embargo, no dijo nada, se limitó a marcharse. Al girar se topó con Caleb. ¡Qué vergüenza! Inmediatamente sintió sus mejillas enrojecer.

—¿Todo bien? —preguntó Caleb mientras le abría la reja.

—No, todo mal —rezongó—. El gran conflicto, el fin del. Tengo la necesidad de golpear a alguien.

—Está bien, me ofrezco, seré golpeado por una buena causa. —Caleb despejó su brazo y cerró los ojos.

—¿En serio? —Inmediatamente preparó su puño.

Él dio un salto hacia atrás.

—Era broma.

—Ya lo sabía.

Se miraron por unos segundos y soltaron carcajadas. Al instante se relajó y se sintió menos enfadada. Empezaron a subir a su piso con lentitud.

—¿Quieres conversar? —preguntó él.

—Realmente lo necesito.

Fueron al departamento de Caleb, y mantuvieron una conversación larga como si se conocieran de toda la vida. A pesar que él no deseaba hablar de temas personales, lo que le contó le sirvió para apreciar su forma de ser.

—¿Al menos te fue bien a ti? —indagó.

Su vecino negó con la cabeza. Le contó que al llegar al punto de encuentro con Janna, se dio con la sorpresa que no estaba sola, sino acompañada del tal Derek. Para un amigo sería algo normal, pero no para Caleb que no sentía solo amistad por ella. Claro que él no lo dijo, pero lo supo por el modo de narrarlo, y por sus ojitos machacados, aunque se esmeraba en ofrecerle una sonrisa.

Conversaron por más tiempo, cuando se dio cuenta de la hora.

—¡Papá! —Se levantó de sopetón—. Papá debe estar preocupado. Ojalá esté durmiendo.

—Ojalá —dijo Caleb mientras la acompañaba a la puerta—. Descansa en lo que queda de la noche.

—Igual tú. Muchas gracias por desperdiciar tu tiempo conmigo.

—No lo veas así, yo también necesitaba conversar con alguien.

Le gustaba mucho haberlo conocido, era una persona demasiado agradable.

—¿Sabes? Eres una persona que inspira confianza.

Él le contestó con una linda sonrisa. Cuando salieron, se toparon con Janna y Derek frente al departamento de ella. Todo se convirtió en silencio. Finalmente les sonrió a ambos, y se metió a su departamento.

***

El malentendido era evidente y necesitaba explicarlo cuanto antes. La cara de sorpresa de Derek y Janna no se desvanecía.

—Janna, Derek —musitó apenas Caleb. No encontraba palabras adecuadas para explicarse.

—Que descansen —dijo su amiga un tanto incómoda.

—Espera —intentó detenerla, pero ella entró rápidamente a su departamento.

Los dos se quedaron sin saber qué decir. Y aunque no se escuchaba palabras, con la mirada, podía entender la incertidumbre de Derek. Le había descubierto sus sentimientos y ahora veía salir a una chica de su departamento.

—No es lo que parece —dijo finalmente—. Es solo una amiga que acabo de conocer.

—No tienes que darme explicaciones. —Le sonrió—. No soy quién para cuestionarte sobre tu vida.

—Aun así, yo...

—No te conozco bien —le interrumpió—, pero sé que eres un hombre correcto. Eres conocedor de mis sentimientos hacia Janna, y deseo que ella sienta lo mismo por mí. En cuanto a ti... ¿has pensado en renunciar a ella?

Le sorprendió su pregunta directa. ¿Renunciar a ella? ¿Quién era para pedirle que renuncie a ella? El la conoció primero y la amó primero, no era justo, pero... pero no podía manejar sus sentimientos, ella lo quería, pero solo como amigo. Tarde o temprano caería en los brazos de Derek.

—Fui a la cena —espetó repentinamente. Derek frunció el ceño sin comprender—. Siempre acostumbraba a cenar con ella un día como hoy. Fui a su encuentro y te vi... te vi junto a ella. Entonces comprendí que el que sobraba era yo. —Bajó la mirada, cada palabra que decía era hincar un puñal en su pecho—. No tenía nada que hacer ahí.

—Caleb...

—Ella siempre será la primera en mi corazón. —Lo miró fijamente, tanto que Derek se estremeció—. No necesito tenerla para amarla; aun así, la dejo en tus manos. Y si llegas a soltarla, ten por seguro que yo la sostendré y nunca la soltaré.

No dijo más.

***

Nina bajaba lentamente las escaleras cuando se dio cuenta de la maleta que arrastraba su madre.

—¿Vas de viaje?

—Necesito supervisar la sucursal en Chile.

¿Chile? Le emocionaba la idea de conocer Chile. Seguramente quería que la acompañara. Sin darse cuenta se le iluminó la mirada.

—¿Me llevarás contigo?

—No, debes quedarte para ayudar en la empresa. Además, la otra semana empiezan tus clases. Toma, utilízala bien. —Le extendió una tarjeta dorada.

Se quedó mirándola con incredulidad, ni siquiera podía creer que su madre se la estuviera ofreciendo, con lo mezquina que era. Su sueño dorado estaba a punto de realizarse. Apenas y la pudo tomar.

—La utilizaré bien —aseguró.

Sin despedirse, su madre salió de la enorme vivienda.

Saltó por toda la casa, e inmediatamente llamó a su amiga para salir de compras. Había una boutique en especial con la cual había soñado visitar desde que alcanzó la mayoría de edad: Dior. En cuanto visualizó la deslumbrante fachada, con el distinguido logo sobre ella, sintió que alcanzó el éxtasis. Casi atraviesa un ataque de pánico al atravesar la puerta de cristal. La ópera italiana caló sus oídos y provocó estímulos sensoriales que la excitaron y le hicieron bombear el corazón a máxima velocidad. No sabía de ópera, pero esa era bastante conocida: O sole mio, en la voz de Luciano Pavarotti.

Le maravilló la organización por color; en cada sección encontró decenas de prendas que llevar: abrigos, vestidos, carteras y sombreros. Le encantó los matices de blanco y gris que entonaba en cada área.

—No debes malgastar el dinero —le aconsejó su amiga.

—¿Qué dices Carmen? Se trata de la tarjeta dorada. Ni siquiera se dará cuenta de lo que he gastado. Es como comprar un caramelo para mi madre.

—Bueno, yo solo digo que debes ser racional.

—Ahora soy rica. ¿Entiendes Carmen?

Su amiga negó con la cabeza. Iba a convencerla, pero recibió una llamada de Amarilis. Se apresuró en contestarle porque la hora apremiaba y le faltaba mucho por comprar.

***

Para cuando se despertó, su padre había salido de casa dejándola una nota avisándole que tuvo que salir de urgencia.

—Espero que te vaya bien papá —dijo Yvonne a la nada—. Debo prepararme el desayuno.

Se le antojó palomitas de maíz azucaradas, pero no sabía cómo hacerlas así que buscó ayuda en su vecino.

—¿Yvonne? —contestó Caleb al otro lado del teléfono.

—Buen día Caleb. ¿Me explicas como hacer palomitas de maíz acarameladas?

—Claro. Calienta aceite en una olla, viertes azúcar y luego las palomitas. Y ya está.

—De acuerdo.

—No te olvides de antes encender la estufa —bromeó.

Ella sonrió.

—Oh claro, no se me había ocurrido.

Siguió las instrucciones de Caleb al pie de la letra, pero olvidó tapar la olla y, en cuanto agregó las palomitas, empezaron a explotar por todos lados. Dio un salto hacia atrás para no quemarse, pero el maíz saltó a sus cabellos. No se atrevió a apagar la estufa porque temió que la olla saltara sobre ella. Ahogada en sus gritos invocó a su única salida.

—¿Explotaste el departamento? —preguntó Caleb.

—Estoy a punto de hacerlo. Las palomitas están volando por todos lados.

—Apaga la estufa. En seguida voy.

—De acuerdo.

Con temor se aproximó dando pasos sigilosos y, con un último grito de aprensión, consiguió apagarla.

El timbre de la puerta sonó.

—Un desastre —dijo ni bien le abrió la puerta a su vecino.

Por supuesto el rio al verla en ese estado.

—¿Me veo graciosa?

—Mucho.

Lo guio hasta la cocina para enseñarle el desastre. Las palomitas habían volado hacia la pared, a la loza, los cubiertos, ollas, y el resto se había pegado en el suelo.

—Tenías que haber tapado la olla, castaña.

—¿Castaña? —Se miró el cabello adornado de maíz rojo, blanco y pintones—. No me dijiste que tenía que tapar la olla.

Caleb extendió el dedo índice en su dirección.

—Te daré clases intensivas de cocina.

—¿Me cobrarás?

—Sólo un poquito. Tengo que ganarme la vida —bromeó.

Pensó que tal vez se tardarían mucho en limpiar el desastre, pero no fue así, su amigo era bastante rápido. Cuando culminaron la hizo sentarse frente a él.

—Sólo faltas tú. Ven voy a ayudarte a quitarte las palomitas.

—Auch —se quejó cuando le quitó la primera.

—Lo siento, lo haré más despacio.

Debido a la cercanía, Yvonne fue capaz de ver detalladamente su rostro. Tenía unas espesas pestañas rizadas que combinaba a perfección con su cabello ondulado. Su piel también era bonita y no había rastro de barba sobre su mentón, daba la impresión de trabajar en eso cada mañana con solemnidad.

—Tus pestañas son más lindas que las mías. Tu hija será muy bonita.

Como respuesta él sonrió.

—Ya está, quedaste como nueva.

—Muchas gracias Cal.

—¿Cal? —Frunció el ceño.

—De Caleb.

—Eres una loquilla. Debo irme, tengo clases.

—De acuerdo, nos vemos luego.

Tuvo que demorarse más de lo habitual al bañarse para evitar que su castaño cabello quede pegajoso. Las carísimas cremas que solía usar para el cuidado de su cabello, se estaban acabando, ya solo le quedaba un poco de máscara regeneradora y acondicionador. Su laceado también iba a desaparecer y quedaría su cabello huraño otra vez. No podría pagarse un laceado japonés a esas alturas. Le urgía encontrar trabajo. Ojalá hubiera ahorrado...

Se calzó un vestido de hilo blanco, unas medias pantys de color negro, y un abrigo de paño en rosa. Le hubiera gustado usar tacones, pero se cansaría y se mataría los pies, así que los cambió por unos zapatos bajos en color beige.

En la salida del edificio se topó con Sergio. Casi pasa de largo, pero él la interceptó poniendo un ramo de rosas frente a sus ojos.

Baby, lamento lo de ayer.

Se veía arrepentido. Bajó la guardia y aceptó las rosas.

—Sólo quiero tu apoyo Sergio.

—Está bien, aunque no estoy de acuerdo en esto, te ayudaré.

—¿Lo dices en serio?

El asintió.

—¿Me disculpas?

—Claro que sí.

Sergio la envolvió en sus brazos y la besó. Cuando se separaron se metió a su auto y le deseó un buen día. Sonrió y decidió continuar con su camino, pero alguien la llamó.

Se dio la vuelta insegura y frunció el ceño al ver de quien se trataba: Janna.

—¿Si? —preguntó reacia.

—¿Acaso sales con dos chicos? —indagó sin tapujo.

Sintió sus mejillas arder.

—¿Eh?

—Ayer salías del departamento de Caleb a media noche y ahora te besas con otro frente a la residencia.

Yvonne se quedó desconcertada, las palabras se atascaron en su garganta y no daban señales de salir.

—Escucha —continuó su vecina de cabello corto—. Caleb es un chico demasiado bueno, así que no voy a permitir que le hagas daño.

¿De verdad se atrevía a decir eso? ¿Es que acaso no se daba cuenta de lo sentimientos de él?

—¿Soy yo quién lo daña? —habló por fin—. ¿No te das cuenta quién es la que lo daña en realidad?

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