Capítulo 30
El intenso beso que Alonso le había prodigado se mantenía vivo en sus labios y en su mente. Aun sentía su sabor y su textura. Estaba perdida, idiotizada por la manera en que él la había besado. No, no había modo de negar que era un buen besador, o tal vez todos los besos que había recibido antes fueron malos.
Él no le había dicho absolutamente nada luego de enredarla de ese modo, simplemente sonrió y se despidió. ¿Qué pretendía? ¿No iba a decirle nada? Nina estaba confundida, ¿qué esperaba de él? ¿cómo iba a afrontarlo? Menos mal no lo había visto para nada en la universidad; le alegraba porque era el único modo de evitar su problema, pero, por otra parte, ¿cómo se atrevía él a ignorarla de ese modo?, ¿por qué no la buscaba?
Caminó de un lado a otro haciendo ruido con sus puntiagudos tacones. Su vestido floreado bailaba de un lado a otro al ritmo de sus pisadas. El sonido del timbre la hizo detenerse. Esperó pacientemente a que la señora le abriera la puerta al invitado. Sus hombros cayeron cuando el más molesto chico de la universidad se paró frente a ella, junto a su aburrido padre vestidos de pingüinos.
—¿Qué hacen aquí? —cuestionó sin tino.
Renato y Renzo se quedaron perplejos.
—Esa no es manera de recibir a los invitados —escuchó la voz de su madre detrás de ella.
—¿A dónde van? —siguió con las preguntas al verla ataviada en un vestido color crema y elegante.
—A la boda del año —contestó Victoria y se colgó del brazo del decano.
Renato le lanzó una mirada despectiva y desapareció detrás de ellos.
Nina cruzó los brazos y resopló sobre su cabello elevando su cerquillo cuadrado. Estuvo a punto de volver a enterrarse en sus pensamientos curtidos, cuando una horrorosa idea se le vino a la mente. ¡¿Boda del año?! ¡¿Su madre vestida de casi blanco?! ¿Acaso...? ¡Su madre iba a casarse!
—¡Rayos! —vociferó.
A propósito, no le habían invitado a la ceremonia para no ser piedra de tropiezo en esa errónea y beneficiosa unión. Claro, por eso el hombre venía junto a su aborrecible vástago, para recoger a la novia.
—¿Qué hago? —Casi se clavó las uñas afiladas en el cuero cabelludo—. ¡Yvonne!
En un dos por tres atrapó su móvil y le marcó mientras intentaba correr hacia la salida para detenerlos. Ellos ya habían escapado, e Yvonne no contestaba.
La desesperación y nerviosismo caló cada uno de sus huesos y no le dejaban pensar con claridad. Por ningún motivo iba a dejar que su madre se casara con ese sujeto. Había sido testigo de la indiscutible afinidad que había vuelto a nacer entre sus papás, no iba a perderse a causa de una unión provechosa y a la misma vez inútil.
¿Qué hacía? Estaba sola. Bien, podía pedirle al chofer que la llevara al local. Un momento, ¿dónde era?
Dando vueltas en la entrada de su casa, intentó recordar el lugar. ¡Amarilis! ¡Claro! ¡Ella de seguro iba a estar ahí, e incluso sería la madrina!
—¿Qué sucede Nina? —contestó perezosa al otro lado del teléfono.
—Amarilis, te obligo a decirme el lugar donde mi madre cometerá el peor error de su vida.
El espacio silencioso que ella dejó, aumentó sus nervios.
—Nina, no sé de qué hablas, voy a cortar.
Claro, esa mujer no iba a soltarle así nada más el dato.
—¡Amarilis, tienes que decirme el lugar donde mi madre se casará! —Otro silencio—. Por favor —añadió.
—Villa Campestre "Salón dorado". Debiste haber sido más específica. ¿Por qué quieres saberlo ahora?
—Porque voy a impedir ese matrimonio. A ti también me agrada mi papá, ¿por qué apoyas a mi madre?
—Solo hice la reservación. ¿Qué tienes pensado? ¿Vas a destruir el local? ¿Ese es tu plan? —se burló.
—Aún no tengo nada en mente. Adiós, debo apresurarme. —Cortó.
Ya tenía el dato, solo tenía que ir donde el chofer y pedir que la llevara. Dio un paso y se detuvo de golpe, era domingo, el señor tenía su día libre. Ya, el auto estaba disponible, pero no sabía conducir. ¡Qué rayos! ¡Todo estaba en su contra! ¿Por qué su hermana no contestaba?
—Un taxi...
Alargó sus pasos para volar hacia la avenida, pero un chico de casaca de cuero y casco con diseño de calavera, y motocicleta suicida la interceptó. Alonso. Su corazón dio un vuelvo, pero tenía tiempo para él ni para sus conversaciones pendientes.
—¿A dónde vas? —le preguntó él agitando su cabello negro y grueso después de quitarse el casco.
—A salvar a mi familia. —Siguió con su camino pasando de él.
—¡Espera! ¿Qué dices?
—Mi mamá está a punto de casarse con el padre de Renato, debo impedirlo. —Avanzó un poco más.
—Te ayudaré, me gusta impedir matrisuicidios.
—¿Alguna vez lo has hecho? —Se giró interesada.
—No, pero me emociona que esta sea mi primera vez. Ven, sube.
Nina lo dudó, pero le agradó la idea. Iba a llegar rápido en ese vehículo de dos ruedas. Y tendría a Alonso para ayudarla.
Aunque estaba con vestido se subió con las piernas abiertas y se acomodó bien detrás de él. Y para sumar, Alonso les echó un buen vistazo a sus piernas desnudas gracias al pequeño espejo.
—No mires donde no debes —le advirtió.
El condenado le regaló una media sonrisa y le dio el otro casco.
***
—¡Tu idea es emocionante! —exclamó Caleb con los ojos centelleantes de entusiasmo.
Yvonne no tardó en comentarle a su novio su incipiente idea de instalar una Lasañería. Incluso le propuso asociarse, entre él, su padre y ella. Las lasañas de su papá necesitaban ver la luz, eran dignas de venderse y ser probadas por el mundo entero. Primero lo inscribiría en unas cuantas clases de gastronomía para ampliar su conocimiento, mientras Caleb y ella se encargaban de reunir el capital para la inversión. Empezarían primero con un foodtruck de lasañas, luego reunirían suficiente dinero para alquilar un local e iniciar su Lasañería.
Tal vez era la facilidad con la que exponía sus ideas, o tal vez la idea de verdad era buena, pero había convencido a Caleb, e incluso a su papá. Si no reunían suficiente dinero con sus ahorros, pedirían un préstamo. Cualquier cosa, pero pondrían en marcha sus ideales.
—Estoy muy orgulloso de ti —sollozó el señor Pedro con los ojos húmedos y haciendo gestos graciosos para no soltarse en llanto.
—Papá, no vayas a llorar otra vez. —Yvonne le besó la cabeza.
Caleb le sonrió con ternura.
—Es que eres demasiado brillante —gimoteó—. Menos mal sacaste la inteligencia de tu madre, porque yo soy un fracaso.
—Papá no digas eso —dijo Yvonne con voz dulce.
—Es la verdad.
—Todo el mundo puede decepcionarte, pero nunca te decepciones a ti mismo.
—Mi pequeña. —El la abrazó con amor paternal y Caleb se unió al abrazo.
Cuando se separaron, Yvonne revisó su teléfono celular; se asustó por las llamadas perdidas de su hermana. Para que nadie la interrumpiera mientras exponía el negocio de sus sueños, apagó el sonido de su teléfono, y por lo visto no fue una buna idea. Todas las posibilidades de que algo malo sucedía azotaron su mente. Y todo apuntaba hacia su madre. ¿Se había vuelto a enfermar?
Para no cavilar más de lo necesario y ponerles fin a sus nervios, marcó su número con dedos temblorosos.
—Nina, ¿sucede algo malo? —preguntó atropelladamente en cuanto la llamada fue recibida. El sonido del viento del otro lado no le dejaba escuchar con claridad, pero la noticia llegó bien a sus oídos gracias a los fuertes gritos de su hermana. Casi dejó caer el aparato móvil—. ¡¿Qué?!
Los dos hombres se alertaron ante su exclamación. Se esperaban lo peor y, no era para menos gracias a su expresión horrorizada. Luego que ella cortó la llamada, la embargaron de preguntas.
Yvonne miró el rostro preocupado de su padre, y no quiso añadirle nada más a su inquietud. Luego posó la mirada en Caleb, y trató de decirle que la ayudara sin levantar sospechas.
Caleb parpadeó repetidas veces, necesitaba pensar en algo ¡ya!
—Nina... ¿no pasó el examen? —titubeó.
Para bien, Yvonne lo captó rápido.
—Sí... es decir no, no lo pasó.
—¿Examen? ¿qué examen? —cuestionó su papá.
—De la universidad —explicó—. Está a punto de volverse loca. Necesito ir junto a ella; ¿me acompañas Cal?
—Sí, sí, claro. —El salió tras ella sin esperar nada más.
Aunque Pedro no era demasiado brillante entendió que algo no andaba bien y no querían que lo supiera por alguna extraña razón. Se rascó la barbilla, pensativo. No era la primera vez que Nina jalaba exámenes, nunca se preocupaba por eso, es más, no le importaba. De que algo grande sucedía, no había duda.
***
Nina bajó como una loca endemoniada de la motocicleta y se dirigió entre tropezón y tropezón hacia el enorme portón de la villa. Si sus zapatos fuesen planos, o si el camino fuese menos pedregoso, su recorrido sería más sencillo.
—Nina ten cuidado —sugirió Alonso—, vas a darte un buen golpe.
Como si eso importara; ella no escuchó y metió la cabeza en la entrada, solo para que el portero la atajara con una sola mano. La pelinegra casi lo destruyó con la mirada.
—¿Qué cree que hace?
—Eso mismo me pregunto yo, señorita. —El gorila gigante incluso se atrevió a sonreírle—. No puede entrar sin invitación.
—No la necesito, soy su hija.
—No tengo hijas. —Elevó una ceja.
—¡La hija de la novia! —chilló al borde de la histeria—. ¡Mi madre está a punto de cometer el peor error de su vida, y tengo que impedirlo!
—¿Planea arruinar esta unión? Con más razón no la dejaré entrar.
Nina frunció los labios y el ceño.
—¡Entraré de todos modos! —Le pateó una canilla y se abalanzó contra él.
El hombre emitió un quejido seco y empezó a cojear con ella a cuestas.
Alonso corrió hacia ellos y cargó a Nina de la cintura que pataleaba hecha una fiera.
—¡Nina! —El grito de Yvonne los alertó.
La castaña corrió hacia ellos seguida de Caleb. Alonso dejó a la fiera en el suelo.
—Yvonne, al fin llegas —gimió Nina—. Este hombre será el culpable de que nuestra madre se case con ese patético snob. —Miró con indignación al hombre grande y fuerte.
El portero le sacó la lengua y alzó la barbilla.
Yvonne entornó los ojos e hizo un puchero.
—Señor, por favor, tiene que dejarnos entrar, somos sus hijas. Nuestra madre está a punto de casarse con un hombre al que no ama; vivirá el resto de su vida durmiendo junto a un hombre extraño. Nuestro pobre padre se deprimirá tanto que ni siquiera tendrá fuerzas para respirar...Nuestros padres se separaron hace muchos años, pero siguen amándose como la primera vez. Se separaron porque el dinero no alcanzaba; yo tuve que irme a vivir con mamá, y mi hermana se quedó a vivir con papá. Después de diecisiete años nos volvimos a reencontrar y queremos estar juntos por siempre. La felicidad de nuestra familia está en sus manos, solo tiene que dejarnos entrar. Por favor —sollozó.
El gorila se secó una lagrimita.
—Eso fue muy conmovedor —suspiró—, pero no. —Volvió a mirar hacia el frente.
Yvonne fue poseída por una fuerza maligna, y antes de que Nina pudiera atacar, su pie golpeó la entrepierna del portero.
—¡Au! —exclamaron Caleb y Alonso al unísono cubriéndose por instinto sus partes nobles.
El agonizante gemido de la bestia y su postura de ovillo, les permitió a las hermanas rebeldes entrar a la villa.
—Seguridad —sollozó el pobre hombre con la cara roja de dolor.
Las zapatillas ordinarias de Yvonne le permitió correr con destreza; Nina tuvo que quitarse los tacones para para unirse a su ritmo.
Los guardias de seguridad notaron su extraña y alarmante presencia, así que se unieron para intentar atraparlas. Caleb y Alonso tomaron el control. Al menos por el momento, porque uno de ellos llamó a todos sus colegas.
Las hermanas se tomaron de la mano, atravesaron el interminable camino rodeado de piletas, estatuas, y otras vanidades, hasta que llegaron agitadas hacia el salón principal adornado de cortinas de seda, arreglos florales y juegos de luces. Divisaron a su madre parada en el altar junto al señor Renzo. Esperaban que aún no hayan repetido los votos matrimoniales o les daría un infarto en ese momento. Aun tomadas de la mano desfilaron en medio de los invitados captando su atención.
—¡Mamá, no puedes casarte con este hombre! —exclamaron en coro.
Todas las miradas se concentraron en las dos locas que arribaron en la boda del año. Seguido de un silencio sepulcral.
Aunque la expresión de Victoria era indescifrable e inmutable, no se creía lo que veía. Posó su mirada cáustica de Yvonne a Nina. ¿Quién habría sido la mente maestra detrás de todo ese macabro plan? Bien podría ser de Nina la reina de la maldad, o de Yvonne la reina de las alocadas ideas.
—¿Quién dijo que yo era la que me estaba casando? —Enfocó su mirada hacia la mujer vestida de negro que podía extinguirlas con la mirada.
Los hombros de ambas jóvenes cayeron al igual que sus delicadas mandíbulas.
—¿Quién se casa de negro? —cuestionó Nina frunciendo el ceño.
—Es la tendencia —se defendió la novia que más parecía una viuda negra.
—¡¿Dónde están?! —Los guardias de seguridad hicieron su entrada triunfal.
Victoria quería desaparecer al igual que sus dos retoños.
—¡Llévense a estas locas! —exigió el novio a punto de estallar.
Ni cortos ni perezosos los hombres asieron a las muchachas.
—¡No! ¡No pueden hacer eso, somos las hijas de Victoria Fuster! —exclamó Nina señalando a su rubia madre.
—¿Eso es cierto? —preguntó uno de ellos.
Victoria pasó la mirada de la una a la otra y emitió una sonrisa maquiavélica.
—No, no las conozco.
—¡Mamá! —chillaron al unísono mientras eran arrastradas por los hombres de negro.
Una hora más tarde los cuatro rebeldes fueron llevados a una estación de policías, y aunque estaban detenidos estaban felices. Un amor seguía manteniéndose a salvo, uno estaba en proceso, y otro acababa de empezar.
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