Capítulo 28
Nada estaba sucediendo como lo imaginaba, ni como realmente lo deseaba. Ni de asomo obtenía esa satisfacción que realmente pensó alcanzar. Utilizando su cháchara, su madre le diría: te salió el tiro por la culata. Ni siquiera Janna era feliz. Ambos estaban atrapados en una realidad de la que no querían ser parte. Pero, ¿por qué? La idea era acompañar a su amiga en su fase de superación, pero no estaba dando ningún resultado. Ella no dejaba de pensar ni extrañar a Derek, y él... él no dejaba de pensar a esa castaña de voz blanda. Rendido en su cama se la imaginó sonriendo, llorando, bromeando... Tan linda, tan valiente, tan sensible. Así era, ella. Si estaba junto a Janna, ¿por qué no se sentía completo? ¿por qué estaba tan melancólico? ¿Por qué la extrañaba tanto? ¿Qué significaba ella en su vida? ¿Por qué anhelaba tanto ver ese rostro pálido y tierno? Las preguntas no dejaban de invadir su mente y lo invitaban a una función sin fin de recuerdos. Sobre todo, aquel donde le había robado un beso. Era tan vivido, tan nítido, que experimentó la sensación de sus labios cálidos y suaves. Cerró sus ojos y se imaginó correspondiendo a esa hermosa demostración de amor. Abrazándola, acariciándola y amándola. Si tan solo pudiese volver el tiempo...
—Yvonne —susurró Caleb con la voz entrecortada—, Yvonne...
Cubrió sus ojos con el antebrazo, arruinado. No tenía nada en claro, no sabía qué hacer. Dejar atrás a Janna no era una opción. No podía dejarla sola, no podía dejarla para ir tras Yvonne, cuando las cosas no estaban claras, ni siquiera sus sentimientos. Ya ni siquiera sabía lo que sentía.
***
¿Al menos Caleb es feliz? ¿Está bien junto a Janna? Eran las preguntas que rondaban la cabeza de Yvonne. Por tonta que pareciese, si él se encontraba bien, y no se sentía miserable como ella, entonces podía estar satisfecha. Después de todo, ella no había nacido para el amor. En realidad, no había nacido para nada, ni siquiera para la amistad. Su mejor amiga no quería perdonarla, no quería verla ni en pintura. En todo ese tiempo no había logrado nada de lo que pretendía. Lo único bueno era su papá y su hermana; que se habían acoplado a su desventurada vida. Y, por supuesto, él. ¡Cielos, cuánto lo extrañaba! Ir cada día a la residencia y ver su puerta sepulcralmente cerrada, era un martirio. Escuchar su voz, sin tan solo pudiese escucharlo... Casi estuvo a punto de llamarlo, de no ser por Nina que le arrebató el celular y se lo decomisó, por si las dudas. Ojalá fuera tan fuerte y de armas tomar como ella.
—... ¡Señorita! —insistió por enésima vez el supervisor captando por fin su atención.
Yvonne dejó el pulverizador que había estado utilizando por inercia, para atenderlo. Se disculpó repetidas veces, avergonzada.
—Lo siento mucho.
—Debes estar llena de preocupaciones —señaló el hombre en buenos términos—. Escucha, ve a la sección de postres y atiende a los clientes.
—Sí —contestó.
La castaña caminó hacia la sección indicada con parsimonia, recordando cada centímetro del lugar a Caleb. Estaba pensando seriamente en cambiarse de trabajo porque todo lo que representaba ese lugar le recordaba a él. De no ser porque ese era su único trabajo en el que había durado, lo consideraría una opción. Pero aún no terminaba de pagar a Amarilis, y los gastos no cesaban.
En cuanto se asomó a ese lado de la tienda, una señora la llamó desde el mostrador para darle un cheesecake.
—Para la mesa dos —apuntó.
—Sí.
En realidad, solo había cinco mesas pequeñas y redondas en la sección de postres. La gente prefería comerlos en una tienda de postres donde había más variedad, aun así, esa ala de la tienda siempre estaba llena. Yvonne caminó con la pequeña fuente saboreando el delicioso manjar, y recordando con una sonrisa que era el preferido de Rafaela. Ni siquiera despegó la vista del cheesecake cuando llegó a la mesa, pero cuando levantó la mirada, se dio cuenta de la presencia de esa persona que hace poco había recordado. Abrió sus ojos de par en par.
—Rafa... —musitó.
La glamurosa chica de largo cabello, se recostó sobre el respaldo de la silla, con frescura. Llevaba un abrigo azul y botas largas, al igual que sus pendientes que casi tocaban su mentón. Sus largos ojos se veían más llamativos con su delineado grueso.
Yvonne se sintió tan vulnerable al verla, que no pudo evitar derramar unas cuantas lágrimas. Eran tantos sentimientos que la atormentaban, que ya no pudo soportarlo más.
—Ven aquí —dijo la morena jalando una silla junto a ella.
Sin dudarlo ni un segundo, dejó la fuente sobre la mesa, y corrió a su lado. Su amiga la recibió con los brazos abiertos y le brindó su hombro.
—Te extrañé tanto —gimoteó Yvonne antes de soltarse a llorar como una niña pequeña.
—Está bien cariño, tu Rafa ya está junto a ti.
***
Otro día continuó triste y aburrido como era costumbre. Había veces en que no lograba recordar su rostro con exactitud por lo que le se ponía ansioso. Por suerte guardó en su billetera las fotografías instantáneas tamaño carné, que se habían sacado. Era una fila de cinco fotos. En dos aparecía él, y en el resto ella, haciendo muecas graciosas. Ese día fue tremendamente divertido junto a ella. Después de salir del trabajo, Yvonne lo inquietó a pasear por el centro comercial, y fue así como terminaron tomándose fotos en el mini estudio fotográfico para parejas.
En todas las fotos ella sonreía tanto que terminó sonriendo también.
—La extrañas, ¿no es así? —Janna de sentó a su lado.
El cuerpo de Caleb se estremeció por el susto. Miró a su amiga y bajó la mirada.
—Yo... —titubeó.
—Vuelve con ella. No tienes nada que hacer aquí.
—Tú...
—Yo estoy bien aquí. Tengo a la abuela, y a tu mamá también.
Aunque Janna sonreía, la tristeza se plasmaba completamente en todo su rostro. Se había vuelto tan taciturna sin Derek, al igual que él sin Yvonne. A pesar de sus años de amistad y del inmenso amor que sentían el uno por el otro, ninguno podía reemplazar a esa persona anhelada. Sus corazones solo rebosarían cuando estuvieran junto a esa persona...
—Tú también lo extrañas —aseguró buscando su mirada, pero ella la apartó en breve.
—Al menos tú puedes estar junto a ella.
Caleb lo meditó. ¿En qué momento empezó a verla con otros ojos? Eran sentimientos distintos quizás; lo que sentía por su mejor amiga y lo que sentía por esa chica de castaños cabellos. No había nada más que pensar. Su amor por Janna nunca moriría, pero no era el mismo tipo de amor que empezaba a sentir por Yvonne. Ciertamente lo que ella le hacía sentir, Janna nunca podría reemplazarlo. De sopetón se puso de pie y le sonrió a Janna. ¿Cómo es que antes no sé dio cuenta?
Sin almorzar regresó a la residencia, no sin antes ir en busca de Derek. Estaba seguro que ambos merecían otra oportunidad. No sabía cuál era la respuesta de Janna, pero al menos lo habría intentado. No podía dejarla sin antes intentar ayudarla. Después que se hubo reunido con Derek, fue lo más rápido hacia el lugar donde podría encontrar a Yvonne. Mientras más se acercaba, su corazón palpitaba desbocado. Lo que haría cambiaría el rumbo de su vida. No tenía la menor idea de lo que iba a pasar más adelante, pero si ella iba a estar junto a él, podría afrontar cualquier cosa. De tan solo imaginarlo, se sintió pleno. Eso era ella, plenitud, fortaleza, la cumbre de toda su existencia.
Desde cuándo Yvonne, ¿desde cuándo empezaste a ser tan importante para mí? ¿Desde cuándo me hechizaste y me ataste a tus ojos? ¿O quizás fueron tus dulces labios?
Miró por la ventana del taxi; tenía tantas, tantas ganas de verla que le parecía que el mundo giraba demasiado lento. La ansiedad y la impaciencia lo estaban consumiendo sin piedad ni compasión. Entraron a la avenida que quedaba a unas cuadras de la residencia, y lo atrapó un tráfico terrible. Todo estaba en su contra. No, él no podía esperar más tiempo. Pagó la cuenta y se bajó a estancadas para echarse a correr sin descanso.
Aparece frente a mis ojos, por favor.
Dobló la última cuadra y siguió corriendo sin detenerse un solo momento.
Aparece, por favor...
Como si lo hubiera escuchado, ella apareció en ese momento del lado contrario. Caleb disminuyó su ritmo, y ella al levantar la mirada lo hizo también. Seguramente salía del trabajo porque llevaba una coleta desaliñada.
Una explosión de sensaciones se entrevió en los dos. Se dijeron todo sin palabras, se dijeron un te extraño, un te quiero, un te necesito. Eran tantas las emociones que los poseyó, que inevitablemente se convirtieron en lágrimas, lágrimas de felicidad.
Yvonne se quedó estática, petrificada; quería lanzarse a sus brazos, acortar ese par de metros y fundirse en sus brazos. Pero su voluntad estaba atada a sus pies que parecían no querer obedecerle. Sin embargo, cuando él lo hizo por ella, su corazón latió con semejante avidez que lo escuchó sin dificultad. Y cuando por fin estuvo junto a ella, seguramente él lo escuchó también. Simplemente la miró con esos ojos bellos, que brillaban debido a las lágrimas que habían acumulado. Se inclinó a su altura, acunó su rostro, y la besó. La besó con ansias, con desesperación, con apetencia...
Ella aun no conseguía asimilar lo que estaba ocurriendo, por lo que abrió sus ojos de par en par. Pero cuando pudo disfrutar de sus agradables labios, se dejó llevar, hasta que no pudo ver nada más que oscuridad. Dejó caer su cartera y se colgó de su cuello.
Caleb posó una mano un su hombro y otra en su cintura, mientras se dejaba guiar por ella. Se unieron en una mágica sinfonía, en un mismo ritmo, en un mismo sentimiento. Por fin, empezaba su historia. Yvonne y Caleb.
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