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Capítulo 27

La idea de salir a pescar era buena, lo malo era hacerlo en clima húmedo. El paso del invierno a primavera, era una transición cansona y eterna. Aun así, había podido convencer a su madre; no supo cómo lo hizo, pero logró separarla de su botella de licor y llevarla al lago más cercano.

Su casaca acolchonada, innecesariamente pesada, le hacía caminar con dificultad, pero de ningún modo iba a mostrarse abrumada frente a Victoria. Ella también lucía así.

-¿No habría sido mejor traer el auto? -preguntó con dificultad debido al cansancio.

Nina le seguía los pasos aplastando las hierbas secas. Tampoco supo por qué se le ocurrió dejar el auto.

-Mírale el lado positivo, estamos quemando grasa.

Victoria soltó un bufido, completamente exhausta. El sudor que emitía por la frente se congelaba.

-Lo único que se está quemado son las plantas de mis pies, se hincharán como calabaza, y no entrarán en los zapatos. -Se detuvo para beber agua tibia-. Los mandé pedir para la boda.

Ya casi se le había olvidado la boda de su madre. Ese matrimonio se llevaría a cabo sobre su cadáver. Además, contaba con el apoyo de su hermana.

Caminaron una tregua más hasta que divisaron el lago, enorme y presto a servirles. Una sonrisa se dibujó en los rostros cansados y fríos. Pero la sonrisa de la más mayor se fue evaporando como su aliento al notar la compañía de alguien más. Cruzó miradas con esas dos personas que se detuvieron para contemplarlas; una se mostraba tranquila, mientras el otro lucía tan sorprendido como ella. Sobre su hombro y, sin despegar la vista de ellos, buscó explicación en Nina.

-¿Qué hace tu hermana y tu padre aquí? -inquirió en un susurro.

-Era peligroso venir solas, así que los invité -explicó burlona.

Para no ser presa de los reproches de su madre, se adelantó para saludarles. Aún le costaba expresar sus sentimientos, así que les dio un abrazo rápido.

-¡Mi hija pequeña! -exclamó el señor Pedro acariciando sus mejillas-. Mira nada más que delgada. ¿Acaso no estás alimentándote bien?

-Esta es mi contextura papá.

El asintió y reparó en su ex esposa.

-¿Por qué no me dijiste que ella venía? -susurró-. Me habría puesto más guapo.

Las muchachas rieron, e Yvonne lo abrazó por la cintura.

-Papá es el más guapo.

Victoria se fue acercando sigilosa y un tanto incómoda. De pronto se sintió excluida de las demostraciones de amor entre esos tres. Como si fuera la madrastra.

La mayor de sus hijas dejó a su padre para saludarla; tuvo que empinarse para alcanzar su mejilla. Yvonne era la más pequeña de los cuatro, pero la más grande en todos los sentidos.

-¿Cómo te encuentras mamá? -preguntó con su voz inconfundible, serena y apagada. Yvonne no tenía nada agudo en su voz; perfecta voz de locutora.

-Casi muero de agotamiento subiendo esta terrible cuesta. -Sonrió. Sus ojos se posaron en Pedro-. ¿Te encuentras bien?

-Estuve a punto de tener un paro cardíaco -bromeó, haciendo sonreír a las tres.

De un momento a otro se encontraron disfrutando de la deliciosa compañía familiar; intentando casi toda la mañana pescar un miserable pez. Ni siquiera parecía que se hubieron separado durante largos años. Victoria reía junto a Pedro mientras lanzaban el anzuelo y éste no conseguía atrapar nada. Las hermanas se apartaron a una distancia prudente para conversar el tema que venía lapidando a Yvonne lenta y tortuosamente.

-...Pero ¿qué le pasa a este chico en la cabeza? -demandó Nina. La castaña sonrió sin ganas-. Es decir -continuó-: también eres bonita y linda. Ya, Janna es más alta, pero tu cuerpo es más dotado, tienes más caderas y pecho.

Con esto Yvonne no pudo evitar reír. Tomó una pose altiva y asintió.

-¿Verdad que sí? -manifestó orgullosa-. Es un tonto.

-Un loco idiota-asintió.

-Eso es... un completo idiota. -Hizo una pausa, sus ojos se cristalizaron y un nudo se instaló en su garganta-. La idiota soy yo -sollozó bajando la cabeza.

La pelinegra no supo qué hacer, como lidiar con su sensible hermana. En realidad, no sabía lidiar con ningún tipo de persona que estuviera triste. No sabía cómo consolar, cómo hacer sentir su apoyo incondicional. Cada vez que Carmen rompía con un chico y lloraba frente a ella, solo la escuchaba y permanecía en silencio, a veces le decía que no valía la pena llorar por ningún hombre; pero nunca la abrazó ni le dijo palabras que esperaba. Sin embargo, por primera vez sintió ese deseo de transmitir su consuelo, de ayudar a alguien. Quizás porque se trataba de su sangre, de su desdichada hermana. Verla tan vulnerable, tan rota, le abrió ese orgullo, ese recelo de mostrar su amor y profundos sentimientos. La recordó años atrás, siempre cuidándola y presta a protegerla.

Con lentitud acercó su larga mano al hombro delgado de su hermana, y del mismo modo la atrajo hacia su pecho. No supo si hizo bien o mal, porque Yvonne se soltó a llorar con más ímpetu. A lo mejor eso era lo que necesitaba, así que se sintió más tranquila. Ni siquiera se dio cuenta en qué momento resultó acariciándole en cabello.

A pesar que se sentía fatal, que todo le estaba saliendo mal; el contar con su hermana menor, la reconfortó y tranquilizó. Le dio fuerzas para ponerse de pie y seguir adelante. Miró a sus padres divertirse, y se sintió esperanzada; con o sin Caleb, ella sería feliz.

Por suerte consiguieron atrapar dos pescados que les sirvió de alimento para los cuatro. Qué felicidad era pasar en familia, los problemas se olvidaban, y las ganas de vivir renacían. Jugaron a las escondidas, hicieron rebotar piedras sobre la superficie del agua, cantaron viejas baladas...

Amarilis llegó casi de noche a recogerles; sonrió al verles tan relajados por el espejo retrovisor. Puso melodías de Chopin para permitirles descansar cómodamente. Yvonne dormía recostada en el hombro de Nina, Nina en el hombro de su padre al igual que Victoria. Aunque no supo si la rubia mujer era consciente de eso. Una familia envidiable.

***

La ropa de baño le resultaba extremadamente incómoda, tenía un cierre innecesario en la parte de la espalda que le raspaba la piel, y ni hablar del apretado gorro; siempre había usado bikini para entrar a la piscina, por lo que ese enterizo negro simplón le quitaba glamour. Pero el profesor de natación lo exigía así. Lo bueno es que iba a aprender nuevas técnicas de natación. Agradecía que la universidad les instara a tomar un taller o deporte en las vacaciones; aunque no era obligatorio, pero ella no tenía nada mejor que hacer, o más bien era una excusa para no estar todo el tiempo en la empresa. O era ese curso, o era un curso de estadística.

Lo malo fue ver a su casi hermanastro salir campante de los vestidores. ¿Qué hacía esa cara de villano allí? ¿No pudo inscribirse en otro deporte?

Trató de no hacerse notar y esconderse, pero su voz cansona pronto se hizo notar.

-¡Oh! -Se inclinó hacia ella-. Mi hermanita está aquí.

-Piérdete -dijo-. Trata de no cruzarte conmigo.

Caminó de lado contrario hacia las banquillas, pero éste la siguió por doquier. Incluso se sentó junto a ella. ¿Por qué el profesor se tardaba tanto?

Aunque Renato hablaba lo suficientemente fuerte, ella no le prestaba atención. Su mirada se concentró en sus compañeros, algunos eran de su carrera, y otros que no había visto jamás. Se dio cuenta que echaba de menos a su nueva amiga extranjera, pero ella había viajado a Estambul, y no la vería sino hasta el próximo semestre.

Las risas escandalosas de un grupo de muchachitas captaron su atención; conversaban tan amenas que sintió envidia. Miraban a cierta dirección y cuchicheaban. ¿Qué era lo que tanto miraban? Siguió la dirección de sus miradas, hasta se dio cuenta de qué era lo que veían tan afanosas: Alonso. Algo saltó en su pecho; no pensó cruzarse con él allí.

Se veía tan varonil con su ropa de baño, su torso desnudo bien tonificado y marcado. Sacudió su cabello y se colocó el gorro, pero parecía tener problemas, por lo que un amigo le ayudo a ponérselo. Las muchachas hormonadas, saltaron de emoción.

El profesor por fin se dignó en aparecer, así que pudo desprenderse de Renato por el momento. Los demás se acercaron también, y entre ellos Alonso. Se dio cuenta de su presencia, pero ella fingió no percatarse de la suya. Mientras el mentor daba algunas instrucciones, Alonso se inmiscuyó entre las chicas, y se paró detrás de ella.

-Hey, niña riquilla -le susurró al oído.

Algo se estremeció dentro de ella, no, su cuerpo entero se estremeció con el susurro de su voz. Dio un respingo por el sobresalto.

-No puedo creer que no pueda librarme de ustedes dos -contestó con fingido disgusto.

-¿Ustedes dos? -inquirió con el ceño fruncido.

Nina señaló con el mentón al irritante compañero que compartían, que al parecer estaba prestando atención a las explicaciones del profesor.

Alonso sonrió juguetón.

-Esto se pondrá divertido.

La clase no pudo haber sido más aburrida; las prácticas elementales y básicas eran para los novatos, no para ella. Después de la jornada la mayoría se quedó a chapotear en el agua, pero ella había quedado con su hermana a planear la próxima reunión casual de sus padres. Se metió a las duchas, e intentó sacarse el gorro, pero le era muy complicado. De repente sintió por detrás a alguien ayudarle con esa prenda. Realmente esperaba que no se tratase de Renato, porque lo ahorcaría en ese mismo instante, siempre la seguía a todos lados. Por suerte su fiereza se extinguió al ver la imagen de Alonso.

-¿Qué haces en las duchas de mujeres? -interrogó engorrosa.

-¿No es mejor decir gracias?

-Eso no responde a mi pregunta.

Su sonrisa sosegada y divertida le sacaba de quicio. Pero él realmente parecía disfrutar de la situación. Alonso era un chico simple, sin ser extremadamente guapo ni atractivo, pero era tan seguro de sí mismo que resultaba muy atrayente al sexo opuesto. Lo hacía ver más varonil, confiado. Tenía mucha suerte con las mujeres, tanto que no cualquiera llamaba su atención. Le gustaba las chicas difíciles y misteriosas. No aquella que fácilmente caía en sus encantos. Le gustaba las chicas frías como Nina. No sabía con exactitud que sentía por ella, pero le gustaba en lo particular su forma de ser. El modo como lo encaraba y no se dejaba amedrentar con facilidad. Constituía un reto difícil y excitante. Quería acorralarla y disfrutar de su reacción. Ahí empezaba su juego.

Nina se preguntó en qué estaría pensando. Estuvo por esquivarle, pero él se acercó peligrosamente, y la encerró contra la pared. Su corazón empezó a palpitarle con avidez. No supo qué hacer ni qué decir. Él se inclinó demasiado cerca. Clavó su mirada profunda sobre la de ella, con tremenda seguridad que asustaba.

-¿Qué... qué estás haciendo? -logró preguntar, pero no fue capaz de apartarle.

Sus mejillas ardían y posiblemente estaban rojas.

Alonso dejó una mano en la pared, y la otra la posó en su cintura. Fue subiendo con lentitud, con suavidad. La dejó helada mientras recorría su espalda y se concentró en un lugar en particular. Su pecho subía y bajaba desmesuradamente. Sintió cuando le bajó el cierre del enterizo, sin dejar de mirarle a los ojos. La sensación que le ocasionaba era tan vivificante que no fue capaz de reaccionar. Se quedó paralizada.

-Solo te ayudaba con esto -dijo con la voz entrecortada.

Volvió a sonreír, y se alejó de golpe.

Cuando por fin su sangre volvió a su recorrido natural, pudo reaccionar. ¿Qué le pasaba a ese tipito? ¡¿Cómo se atrevía a intimidarla de ese modo?!

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