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Capítulo 24

—He aprendido muchas técnicas —aseguraba Sergio mientras manejaba su auto. Se veía muy entusiasmado con sus clases de Judo. Realmente Yvonne nunca le había visto tan animado con nada, creía que al fin había encontrado su vocación—. Hay una que me gusta mucho que se llama O-guruma, es casi como una llave. Metes tu pierna por en medio de...

Hablaba y hablaba, pero su novia ya no le prestaba atención, estaba más concentrada en la hora; tenía una reunión con sus ex compañeros de la universidad y se sentía muy nerviosa. Sergio lo notó, parecía que era obligada a ir al reencuentro.

—¿Por qué estás tan nerviosa? —le preguntó—. Solo son nuestros compañeros de la universidad; además también iré yo, ¿no estás más segura?

Asintió con lentitud.

—No lo sé —confesó—, creo que ya no soy la misma de antes.

Qué bueno que fue ella misma quien lo dijo y no él. Ya no era la misma de antes, algo había cambiado en ella, algo que ya no le gustaba, algo que no encajaba con él. No era la misma Yvonne de la que se había enamorado; pero no quería perderla, no quería soltarla porque la estimaba, porque los largos años que había pasado con ella no era en vano.

Sergio detuvo el auto frente al Pub karaoke que habían acordado. Los nervios afloraron más y las manos le empezaron a sudar. Se mantuvo estática en el asiento copiloto sin mover un solo dedo.

—¿No piensas bajar?

Asintió dando una enorme bocanada de aire.

—¿Me veo bien? —Sergio no era bueno echando mentiras piadosas, así que añadió—: De acuerdo no digas nada.

Cuando estuvieron a punto de entrar, Sergio se detuvo cuando le entró una llamada.

—Espera, es mi mamá. Adelántate.

Quiso rodar los ojos, pero se contuvo.

—Sí.

El anfitrión del lujoso establecimiento le dio la bienvenida.

—¿Tienen alguna reservación?

—Sí —contestó acomodando un mechón de cabello detrás de la oreja—; en la zona VIP.

—¿En la zona VIP? —cuestionó el hombre de cejas curvadas mirando su ropa. Yvonne se puso más nerviosa, si ese trabajador se atrevía a juzgar su aspecto, no quería imaginarse a sus ex compañeros sobrados—. ¿Cuál es su nombre?

—Yvonne Carranza Fuster.

Sin dejar de mostrarse receloso, el hombre verificó su nombre en la lista, y de hecho se mostró sorprendido al encontrarlo. Carraspeó y mostró una sonrisa fingida bien practicada.

—Por aquí señorita —indicó con la mano.

Con las piernas tambaleantes lo siguió hasta el interior; mientras más se adentraban las luces eran más tenues y la música más baja. Abrió una especie de puerta corrediza acolchada y la invitó a pasar. La canción Vogue de Madonna le dio la bienvenida. En su vida anterior había visitado muchos Pubs junto a su novio, pero nunca ese. En tanto sus pasos la aproximaba a los chicos, sus ojos se perdieron en la decoración; una combinación de luces azules, rojas y blancas. El techo presentaba tres tabladillos que contenían los faroles que proporcionaban la iluminación en diferentes tonos; el de la luz blanca tenía diseños de rombos que enfocaba directamente a la mesa central. Los muebles que la rodeaban eran de cuero negro donde todos ellos estaban sentados. Las paredes estaban cubiertas de pinturas brillantes de cantantes de Pop de los noventa; y en un extremo estaba alojado una especie de escenario con una enorme pantalla y micrófonos.

Su ex compañera Ellie fue la primera en verle.

—¡Chicos, miren quién llegó! Yvonne con "Y" griega y no "I" latina.

La nombrada sonrió lo más que pudo. La chica de cabellos rubios había estado obsesionada en que su nombre estaba mal escrito, y con las justas llegó aceptar que su madre había decidido ponerle con "Y" griega en honor al nombre de su abuela que también empezaba con esa letra.

—Su abrigo señorita —pidió el camarero.

Ella no quería quitárselo, no llevaba trajes elegantes como sus amigos, no llevaba vestidos de diseñador ni bolsos de colección ni zapatos de marca. Su blusa blanca de tela estándar, pantalón de vestir rosa y tacones negros, no encajaban para nada con la imagen que tenía frente a ella. Su cabello había perdido el brillo y seda que solo lograba sacarle los productos sofisticados que solía utilizar, y su piel pálida sin uso de cremas le daba ese aspecto enfermo que odiaba. Si no fuera por su labial rojo parecería un fantasma.

La mirada profusa que le dedicaban sus amigos la puso más insegura; la estarían juzgando por su apariencia. Aun así, ser armó de valor y se acercó al grupo.

—Qué gusto verlos —dijo con voz suave.

—Hace cuánto tiempo Yvonne —dijo Fernando; el chico por el cual había tenido un flechazo en primer ciclo.

El resto de chicos también la saludaron no sin antes darle una mirada escrutada.

—Llegó el ken de la "U" —anunció otra chica que ya ni recordaba su nombre.

Sergio sí encajaba con ellos. Nadie le miró como la habían mirado, solo prestaron atención cuando se sentó junto a ella. Él había sido el chico más codiciado en esa época, el más guapo, el más alto, el más atractivo; y rompió corazones cuando eligió a Yvonne.

—¿Aún siguen juntos? —indagó Sofía la chica de ojos rasgados que había estado enamorada por una eternidad de su novio.

—Ella no puede vivir sin mí —respondió él con su humor de siempre que ya no le parecía gracioso, pero a ellos les hizo estallar en carcajadas.

Empezaron a conversar amenamente recordando anécdotas de su época estudiantil. De pronto el tema cambió a sus vidas actuales, a sus trabajos, a sus últimos viajes, a sus próximos matrimonios.

—Por cierto, Yvonne —intervino Sara acomodándose el cabello corto—, he visto fotos de tu madre junto a una chica, se dice que es tu hermana...

—Sí, es Nina mi hermana menor. —Sonrió.

—¿Cómo es que no supimos de ella?

Estaba por contar su historia, pero Sergio se adelantó.

—Ella ha vivido con su padre fuera del país, recién decidió visitar a su madre.

Todos empezaron a comentar mientras Yvonne le dedicó una mirada contrita. Él se avergonzaba de su pasado, se avergonzaba de su presente y probablemente de su futuro. Quiso decirle algo, pero el camarero le interrumpió.

—¿Los señores pedirán alguna bebida?

—La carta por favor —pidió Sergio.

El jovencito le entregó una a ella y una a él. Yvonne ni siquiera la miró, estaba al tanto de los elevados precios de los cocteles que no se permitía pagar.

—Un Salvatore's Legacy. —Devolvió la carta; al ver que ella también lo hizo sin enunciar palabra, le preguntó—: ¿Cuál deseas cariño?

—Lo siento, pero no puedo pagar ninguno.

—No digas eso en voz alta —susurró cerciorándose que nadie la haya escuchado—. Elige, yo lo pagaré.

—Sabes que no me gusta que nadie pague lo que consumo, y como no puedo pagar nada de lo que se enumera en la carta, pediré lo que sí puedo. ¿Me trae agua por favor? —En realidad se moría por pedir un Martini.

El camarero asintió. Sergio se moría de vergüenza.

Yvonne no disfrutaba de nada, ya no era parte de ellos, ya no se sentía cómoda. Sumado a la chillante voz de una compañera que cantaba a todo pulmón una balada. Le dolía la cabeza.

—Sergio, quiero irme a casa.

Él la tenía abrazada y su aliento apestaba a alcohol, aunque no estaba borracho.

—¿Qué? Pero es temprano.

—No me siento bien.

—Cielo, no seas aguafiestas. Vamos, diviértete.

—De verdad...

Sofía se acercó así que dejó de hablar.

Sergis, ¿te apetece cantar?

Prácticamente lo arrastró sim importarle Yvonne. Lejos de sentirse celosa ella lo agradeció, necesitaba revisar su celular. Y ahí estaba, el mensaje que había esperado.

Caleb: ¿Te va bien en tu reunión?

Inconscientemente sonrió y contestó:

Muy mal, me duele la cabeza, y no encajo aquí.

La respuesta llegó enseguida.

¿Quieres que vaya por ti?

Yvonne sintió a su corazón rebosante.

¿Lo harías por mí?

Al instante se arrepintió, no quería sonar sugestiva.

Quiero decir...es tarde.

Mientras esperaba respuesta, miró en dirección de Sergio; bailaba y cantaba junto a otras chicas. El pitido del celular le sacó nuevamente una sonrisa.

Recién salí de la tienda, estoy de ida a casa.

Más perfecto no podía ser, y con las ganas que tenía de verle.

Genial, entonces pasa por mí; te mando la dirección.

Bien, cuando llego te llamo.

Pasó cierto tiempo hasta que vio el nombre Caleb en la llamada entrante. Nuevamente miró a su novio, seguía en plena cantata; fue hacia él para comunicarle que se iba, pero la vio y no tuvo intención de prestarle atención. Al diablo. Contestó la llamada, regresó, tomó su cartera, y salió lo más rápido por si a Sergio le entrara ganas de seguirla. Terminó de ponerse su abrigo rosa cuando salió del Pub. Caleb estaba parado junto al taxi; qué lindo le quedaba su abrigo azul marino. Tuvo unas ganas inmensas de ir y lanzarse a sus brazos.

—Hola. —Su sonrisa era extremadamente amplia.

—Hola —saludó sonriendo también mientras le abría la puerta del taxi.

Qué diferente era estar con él. Su olor, su voz... Ya no podía negarlo más, ya no tenía caso seguir con alguien de quien ya no estaba enamorada. Al fin había tomado una decisión, la mejor de su vida. Al día siguiente terminaría su relación con Sergio. De pronto se sintió inmensamente feliz, de pronto sintió que todo mejoraría para ella. Apreció a Caleb que estaba concentrado en mirar por la ventanilla derecha hacia las calles oscuras y solitarias. Él era tan diferente, tan especial, tan él...

—Caleb.

—¿Mm?

—¿Te acuerdas del castigo que me debes?

El rio y asintió.

—Tenía la esperanza de que te olvidaras.

—Hoy tengo muchas ganas de que lo cumplas.

—Está bien, mande.

Nuevamente miró hacia la ventana para ver si se acercaban a su destino. Ya no faltaba más que unas cuantas cuadras.

Yvonne cogió fuertemente su abrigo, armándose de valor para hacer lo que iba a hacer. Es que ya no lo resistía más; lo que él ocasionaba en ella, no era efímero, era real y sabía que para siempre, ella lo sentía así. Su cuerpo enteró comenzó a vibrar, y su corazón y su alma le rogaban para que lo hiciera de una vez. Ya no lo dudó más.

—Caleb, este es tu castigo.

Con su mano izquierda giró su rostro hacia ella, cerró sus ojos, y se elevó sobre sí para llegar a sus labios. Listo, lo había hecho. El beso que por tanto tiempo había soñado...

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