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Capítulo 18

Si aquel día hubiese estado menos friolento o si no se hubiese resbalado en la regadera, o por último si no se hubiese mordido la lengua, podría haber creído que iba a ser un buen día. Pero se trataba de Yvonne, la castaña a la que todo le iba mal.

Mientras caminaba suspicaz por las calles húmedas, se preguntaba cuál sería el motivo por el que su hermana la había citado en un café. Bueno, no es que eso fuera importante, la temperatura había caído bajo cero y un buen café no caería nada mal. La razón de su inquietud era porque la habría llamado para hablar. ¿Será que por fin entendió que ella nunca tuvo la culpa de nada y quisiera mejorar su relación? Eso optimaría su día.

Mientras más se aproximaba al dudoso encuentro más incertidumbre la corroía. Cuando por fin hubo alcanzado la enorme puerta corrediza, una sonrisa invadió su rostro. Quería mostrarle la inmensa felicidad que sentía porque fuera ella quien decidió hablarle, fuera de la verdadera razón.

La pelinegra se hizo notar levantando la mano. Ella mantenía la misma expresión soberbia de siempre, pero quizá ese fuera su encanto.

—Me da gusto verte Nina —dijo con sinceridad y no por cortesía sentándose frente a ella.

Por lo que sus dos luceros vieron su hermana se anticipó a pedir dos tazas de café. Acunó la porcelana con sus manos intentando arrebatar su calor. Siempre le había llamado la atención esas pequeñas tazas de distintas formas, pero mismo material.

Conocía de muchas personas que las coleccionaban. Las más antiguas, las reliquias de diferentes dinastías de todas partes del mundo era la mayor fascinación del esnob. Se gastaban fortunas enteras en subastas extraordinarias. Solo una vez asistió a una de ellas junto a Sergio y Rafaela, pero no gastó ni una sola moneda en nada. Ahora se arrepentía de ello, de haber adquirido una inútil, pero hermosa reliquia, ahora la vendería a doble precio y tendría suficiente dinero para montar su propio negocio.

—Te llamé para un tema urgente —manifestó su pelinegra hermana.

—¿De qué se trata? —Le dio un sorbo a su café caliente; una combinación de dulce y amargo como su vida.

La gracia que su hermana tenía para beber un simple sorbo de café llamó la atención de Nina. Elegante y sofisticada, esa era la descripción para ella.

¿Aprendería algún día de etiqueta y buenos modales?

Mientras más la miraba más parecida era su gélida madre. Quería ser como ellas, y eso la fastidiaba, no podía permanecer junto a Yvonne sin sentir rencor. Así que hablaría rápidamente.

—Nuestra madre va a casarse.

Yvonne casi se ahogó con el líquido. Lo pasó como pudo mientras entornó los ojos

—¡¿Qué?! ¿Por qué?

Elevó los hombros. Desde que se fue a vivir con ella no entendía nada. Con las justas y se hablaban.

—Lo hará con el rector de mi universidad.

Yvonne lo conocía muy bien. Era un buen tipo, y durante años fue amigo de su mamá. ¿Cómo fue que llegaron a un acuerdo matrimonial? ¿Acaso tenían sentimientos uno por el otro?

Había estado pensando en unir a sus padres, él aún quería a su madre, y ella... Bueno era difícil saberlo...

—Debemos hacer algo —dijo.

—¿Qué propones?

—No lo sé. —Inconscientemente se mordió la uña del pulgar—. Papá aún la ama.

—Nunca dejó de hacerlo. El otro día fue a verla.

—¿De verdad?

—Mamá sonreía, se mostraba tranquila con la presencia de él.

—¿Y por qué habrá ido a verla?

—No tengo la menor idea.

Por largo momento intercambiaron idea tras idea y ninguna parecía ser perfecta para unir a sus padres. No era fácil de cualquier modo. Pero debían intentarlo. Para cualquiera quizás no tenía sentido, a fin y acabo sus padres estuvieron divorciados por largos, larguísimos años. Pero la separación fue un error, un error que ellas repararían.

Quién las viera pensaría que eran íntimas amigas por la confidencial conversación que parecían mantener. Yvonne le agradó ir conociendo el lado humano de su hermana, ese lado simpático que buscaba unir a sus padres también. Ella lo sabía, su hermana no era una chica mala sólo era un poquito rencorosa, pero ahí estaba ella, su hermana mayor para ayudarla.

Tras la explosión de ideas acordaron que utilizarían la trampa para citar a Pedro y Victoria en el lugar donde se conocieron. Un momento, ¿dónde se conocieron? Ninguna de las dos tenía la más remota idea, así que acordaron averiguar cada quien por su parte en caso de discordancia.

Después de consultar la hora en su reloj, Nina se apresuró para ir a sus clases en la Universidad.

—¿Te va bien? —le preguntó Yvonne a tiempo que salían del local.

—Sí. Lo único mal es nuestro futuro hermanastro que también es mi compañero.

El chófer al verla le abrió la puerta del auto.

—Tranquila, lo único que será es tu compañero, nada más.

Asintiendo se metió al vehículo. Por unos segundos se le pasó por la mente la descabellada idea de preguntarle cuál era su siguiente destino para darle un aventón, pero se regañó a sí misma por eso. La comunicación que mantendría con su hermana era únicamente por el tema de sus padres.

—Cuídate hermana —le dijo Yvonne sonriendo—. Obtén buenas calificaciones.

Uff. Odiaba su cordialidad, pero la cogió desprevenida que la hizo pestañear. Por poco y le deseaba lo mismo, salvo por las calificaciones. En vez le pidió al chófer que pusiera en marcha el auto.

A lo largo del trayecto se preguntó si sus planes darían resultado. ¿Y qué tal si lo lograban? ¿Vivirían juntos los cuatro? ¿Volvería a ser como antes?

Se le erizó la piel al pensarlo.

Cuando entró a la universidad vislumbró el auto de su madre, y a ella bajar de él. Quizás fue a ver al rector.

Atravesando el parking se acercó a ella. Iba vestida deportivamente por lo que pareció extraño.

—¿Mamá? —llamó su atención.

—Hola Nina. —Se giró para verla, la esperó para caminar juntas—. ¿Tienes clases?

—En media hora —contestó viendo su reloj—. ¿Has venido a ver al rector?

—Jugaremos golf. ¿Quieres acompañarme?

No en realidad no. Sin embargo, aprovecharía la media hora que tenía para sacar información provechosa para el plan.

—Sí, claro.

Mientras se acercaban al campo de golf de la universidad, Victoria pensó que era momento de disculparse por las palabras que le había dicho el otro día, pero Nina se adelantó con su pregunta.

—¿Estudiaste aquí?

Una sonrisa se dibujó en la congelada expresión de su rubia madre.

—Sí, los primeros ciclos. Mi carrera la terminé en el extranjero cuando me llevé a Yvonne.

De pronto Nina sintió curiosidad.

—¿Y por qué no la terminaste aquí? Es decir, inicialmente cuando aún estudiabas aquí.

—Porque me casé con tu padre. Era muy joven en ese entonces, no tomaba buenas decisiones.

Una estocada en su pecho. Su madre se arrepentía de haberse casado con su padre.

—¿Te arrepientes de haberte casado con papá? —cuestionó dejando de caminar.

Victoria se detuvo también para verla a los ojos.

—No es lo que quise decir. Me arrepiento de haberme casado tan joven. Debí haber terminado mi carrera.

—¿Cómo fue que lo conociste?

Ella sonrió nuevamente a lo que Nina supo que eran buenos recuerdos.

—En la biblioteca. En ese entonces él trabajaba de bibliotecario.

Bien, tenía una respuesta para Yvonne. Quería seguir indagando, pero su futuro padrastro junto a su odioso hijo se aproximó a ellas en cuanto llegaron al campo de golf. No fue capaz de presentarse con buena cara. Si una virtud era no ser hipócrita, ella definitivamente era la mejor.

Los tipos las saludaron; Renato mostraba sus amenazantes ojos rasgados que le ocasionaban miedo. Tenía una cara de villano de modo que, sus cejas puntiagudas y sobresalientes no ayudaban mucho.

—Hey Nina, tenemos clase —suscitó—, no pensarás quedarte ¿o sí?

—Adiós mamá, nos vemos en casa. —Ignoró su comentario. Pero en vez de enojarse, él sonrió de medio lado en tanto la seguía.

La molestó todo el trayecto hasta que llegaron a su facultad. Renato no sabía cuánto le incomoda su presencia. Después de las clases al finalizar del día continuó con su misión.

—¿No vas a dejarme en paz? —bufó Nina metiendo los libros en el casillero.

—Pero, ¿qué te sucede her-ma-ni-ta? —Tomó sus cachetes para estirarlos.

—Pero... ¡¿Qué te pasa?! —Golpeó su mano.

—Deja que te lleve a casa.

—¿Qué? No.

Menos mal recibió la llamada del chófer que la llevaba a todos lados. ¡No podía ser peor, el sujeto le avisaba que tuvo un problema urgente y no podía ir por ella!

—¿Y cómo voy a irme?

Cortó la llamada hastiada.

—Uy —soltó Renato elevando una de sus feas cejas—. No tienes alternativa, hermanita.

—Ni en tus sueños —dijo escapando de él.

—¿Y qué piensas hacer?

La siguió por todos lados. Cuando salieron de la facultad, Nina divisó a su única esperanza, Alonso estaba en su motocicleta poniéndose su casco.

Corriendo se acercó, y sin pedir permiso se subió detrás de él ante su sorpresa.

—¿Nina riquilla? ¿Qué haces?

La pelinegra se puso el otro casco.

—Llévame a casa.

Alonso se fijó en Renato, supuso que la estaría fastidiando.

—Te llevaré a un lugar mejor —dijo sonriendo mientras arrancó la motocicleta.

Nina por poco y le levanta el dedo de medio a Renato que se quedó sin habla.

Era la primera vez que se subía a una motocicleta; la experiencia fue muy buena. Sintió ganas de quitarse el casco y dejar el viento eleve su larga cabellera. Pero a la misma vez estaba asustada así que se sostuvo firmemente de la cintura de su salvador y cerró los ojos.

¿A dónde la llevaría?

Media hora más tarde él se detuvo; dejó que ella baje primero. Grande fue su sorpresa cuando se vio frente a la residencia. ¡¿Qué diablos?!

—¿Qué hacemos aquí? —Buscó su mirada quitándose el caso mientras esperaba que él también lo hiciera.

—Te traje para algo de diversión niña riquilla. —Sacó su teléfono y marcó el número de Caleb—. Ya estamos aquí.

—¿Estamos? —preguntó él del otro lado del teléfono.

—Niña riquilla viene conmigo.

—¿Niña riquilla?

—Nina.

—¿Nina? —Elevó las cejas—. No me lo puedo creer. Abriré la reja.

—No pienso quedarme —riñó ella en cuanto él cortó la llamada.

—Me debes una niña riquilla. Vamos, te enseñaré la verdadera diversión.

No supo cómo se dejó convencer, pero sin darse cuenta ya estaban frente al departamento de Caleb que ella conocía muy bien.

—Sé que no estás acostumbrada a estos lugares —dijo Alonso—, pero te va a gustar.

¿Qué no estaba acostumbrada a esos lugares? Ja. Había crecido allí. Pero no se lo diría.

Caleb abrió la puerta con su encantadora sonrisa de siempre.

—Qué gusto verte Nina —dijo con sinceridad.

—Sí, yo también —mintió adentrándose sin invitación.

Caleb y Alonso se saludaron haciendo cosas extrañas con las manos.

La amiga de Caleb le había pedido celebrar su cumpleaños en su departamento porque en el suyo dormían sus pequeños tranquilamente.

Nina se sintió extraña en medio de gente que no conocía. Se sentó en el sofá tan apática como siempre. Caleb se sentó a su lado.

—Tu hermana ya no tarda en venir. La invité para que se distraiga.

—Vaya qué buena noticia —ironizó.

—Es una chica genial, deberías tratar de entablar una relación con ella.

Iba a contestar, pero se detuvo cuando una chica de cabello mitad negro, mitad azul se acercó.

—Cal, ¿me ayudas con los bocaditos? —pidió intentando hacer delgada su voz.

Se le notaba a leguas que se le caía la baba por él. Pero por lo poco que conocía Nina a Caleb, sabía que con su diminuta ropa no iba a llamar su atención, además que él estaba colado por Janna.

La puerta sonó; viendo que nadie más tenía intención de abrir, hizo un esfuerzo sobrenatural por hacerlo ella misma. Bien, no podía ser nadie más que Yvonne, quién abrió enormemente sus ojos.

—¡Nina, no pensé verte aquí!

—Yo tampoco pensé estar aquí —dijo metiéndose nuevamente.

Después de cerrar la puerta Yvonne siguió a su hermana menor.

—Me da gusto verte.

—A mí no.

La castaña sonrió inevitablemente. Así era Nina, desde siempre.

—¿Y Caleb?

—Se fue a la cocina por los bocaditos.

—¿Vamos ayudarle? —Sin esperar respuesta se encaminó a ese lugar del departamento que bien conocía.

Rodando los ojos Nina la siguió.

La sonrisa natural de Yvonne se desvaneció en cuanto vio la impactante escena en medio de la cocina. Fue una punzada en su pecho ver a su tierno Caleb besarse con una sexy y caliente chica de cabello negro con azul.

Su mundo se detuvo en ese instante. ¿Qué diablos le ocurría? Era una sensación abrasadora y cruelmente dolorosa. Era una imagen tan distinta del chico que conocía. Ese no...no podía ser Caleb.

—¿Te gusta Caleb? —Escuchó la voz de Nina.

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