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Capítulo 17

Nina dejó caer la verdura junto al tenedor. Presa del pánico miró a su madre esperando una explicación. Más bien que negara las palabras de ese hombre. No hablaba en serio, su madre no iba a casarse con ese sujeto.

En cambio, su progenitora se mostró tan apacible como siempre.

—¿Eso es cierto mamá? —preguntó temerosa.

Dejando su copa en la mesa, asintió.

No lo podía creer, su mamá estaba loca. ¿Por qué se casaría con ese hombre? Bien, era una mujer divorciada, pero era evidente que no sentía el más mínimo afecto por ese tipo.

Como niña pequeña esperaba que volviera con papá. Los vio reunidos en la sala, pensó que a lo mejor...

—Tengo nueva hermanita —dijo Renato con fingida alegría. Lo único que obtuvo fue la mirada amenazadora de su compañera.

Ya en el auto, la muchacha no pudo contenerse más.

—¿Realmente vas a casarte con ese hombre?

—Fue lo que oíste, Nina —contestó restándole importancia.

—¿Por qué? No lo quieres.

—Claro que lo quiero, nos conocemos desde siempre. —Victoria cerró los ojos, quizás por cansancio debido al trabajo, o porque ya no quería seguir discutiendo el mismo tema con su hija.

—Pero no en ese modo —insistió.

—¿De qué modo hablas? —Fingió no entender.

Esta vez la fastidiada pelinegra cerró los ojos. Si no lo hacía, explotaría. Respiró hondo y la miró.

—¿Ya olvidaste a papá?

Esta vez su madre no pudo evitar abrir los ojos, aunque evitó por todos los medios cruzar la mirada con ella.

—¿A qué viene todo esto Nina? —Por fin la miró—. ¿Acaso sueñas que vuelva con Pedro? Pensé que te alegrarías por la noticia, significa más fortuna para ti. Enciende la radio —se dirigió al chófer.

Su comentario fue hiriente. ¿La estaba llamando convenida? ¿De ese modo la veía? De pronto sintió ardor en los ojos; miró hacia la ventana para evitar que su madre la viera. Nunca se mostraría débil ante ella, eso significaba derrota.

Victoria se arrepintió de sus palabras, podía notar que la había herido, no fue su intención. Sin embargo, necesitaba a toda costa hacerle entender que una familia era lo más importante. Ella lo entendió ya muy tarde, cuando ya no hubo solución, cuando pasó los mejores años de su vida lejos del hombre al que amaba, y negándole la calidez de una madre no solo a su segunda hija, sino también a Yvonne.

Dejó a Nina en la universidad para su clase de la tarde. La muchacha se bajó del auto sin despedirse. Ambas eran terriblemente orgullosas. Quién sabe cuánto podrían durar juntas.

Cuando iba atravesando las grandes instalaciones, ya no pudo contenerse más y derramó unas cuantas lágrimas; por más que intentaba a toda costa detenerlas, no lo conseguía.

Dio unos cuantos pasos enjugando su expresión de impotencia con las manos, cuando escuchó la voz de ese molestoso tipo.

—Nina riquilla —la llamó Alonso.

Se detuvo unos instantes, pero no volteó a verle, sino que caminó más rápido intentando perderlo.

—¡Hey niña riquilla! —insistió el joven—. ¿No me oíste?

Corrió tras ella y la asió de un brazo. Fue entonces cuando notó sus lágrimas. Vaya, por eso huía. No supo que hacer. Tiempo suficiente para que ella se suelte bruscamente de su agarre y escape.

—¡Espera Nina! —La alcanzó y la tomó de los hombros—. ¿Qué te sucede? ¿Puedo ayudarte?

Estuvo por responder, pero no pudo faltar la presencia de Renato.

—Hermanita —dijo aproximándose—, pudimos haber venido juntos.

Alonso la soltó exasperado y confundido. ¿La había llamado hermanita?

—No soy tu hermanita —enfatizó la palabra acusándolo con el dedo. Prácticamente empujándolo pasó de él.

—¿Hermanita? —preguntó Alonso cuando ella se esfumó.

—Seremos hermanos —aseguró Renato con sorna—, su mamá y mi papá van a casarse.

El joven miró la silueta de Nina hacerse más pequeña. ¿Por eso lloraba?

***

—Tengo nuevo trabajo para ti —le habló Caleb por teléfono.

La castaña dio un respingo con evidente alegría.

—¿De verdad?

—Ajá. Se trata de cuidar niños.

—Cuidar niños —repitió Yvonne con desilusión.

¿Qué sabía ella de niños? NADA. Nunca había cuidado un niño. Qué tal si se perdía, se ahogaba o se moría. Eso la asustó mucho. Okey estaba exagerando un poco; pero igual, un niño era bastante responsabilidad.

—¿Crees que poder hacerlo? —cuestionó Caleb.

—Tengo miedo —admitió—. Podría ir a la cárcel si fracaso como en todos mis trabajos anteriores.

—No seas tan pesimista. Eres una chica dulce, podrás hacerlo. —¿El la llamó dulce? Inevitablemente sintió algo extraño en el estómago—. Los niños te amarán —agregó.

—¿Niños? ¿Dijiste niños?

—Bueno sí, una pareja de mellizos.

—Eso es peor —murmuró—. ¿Qué edad tienen?

—Cuatro años. Sólo será por hoy; su niñera enfermó y no puede cuidar de ellos. Vamos di que sí. Son los hijos de una compañera, y necesita venir a clases.

—Vaya —suspiró. No estaba segura, pero... —¿Me das la dirección?

—¡Claro!

De un momento a otro, Yvonne se encontró frente a la dirección dada por Caleb. De acuerdo, no podría estar tan mal. Los niños son unos angelitos. ¿Qué podría ocurrir?

Mientras estas cosas pasaban por su cabeza, una pelirroja mujer salió a recibirla, y detrás de ella sus pelirrojos renacuajos sonriendo terroríficamente.

La sangre se le heló por completo. Si pudiera escaparía de ahí, pero le había dado su palabra a Caleb, y obviamente necesitaba el dinero.

—¡Hola!, tú debes ser amiga de Caleb —dijo la mujer.

—Oh... Sí —titubeó. Sus ojos no se podían despegar de esos dos enanos.

—¡Genial! Pasa por favor. —Yvonne lo hizo como si entrara al mismísimo infierno—. Soy Lucero, y ellos son Bárbara y Emmanuel —señaló a los niños que miraban a la castaña como su próxima víctima.

—Hola —saludó tímida—, mi nombre es Yvonne.

Los pelirrojos repitieron la acción. Lucero buscó su cartera en medio de la pila de juguetes que llenaba la sala; a tiempo que le daba "algunas" recomendaciones. No obvió su número telefónico en caso de alguna emergencia. La palabra emergencia hizo que a Yvonne se le pusiera la piel de gallina. Rogaba no utilizarla en lo que quedaba de la tarde.

—Gracias por venir —dijo Lucero—. Nos vemos. Adiós mis amores. —Les lanzó un beso volado.

—¡No te vayas mamá! —pidieron los mellizos colgándose de su pierna.

—Tengo que ir a estudiar —decía la joven madre intentando zafarse—. Ya lo hemos hablado.

Como pudo se soltó de ellos y se escapó desapareciendo por la puerta.

—¡Los quiero! —pronunció del otro lado.

Los dos se giraron con la expresión de "Angry birds" hacia Yvonne. La pobre y desdichada castaña retrocedió.

—¿Jugamos? —preguntó inocentemente.

Luego todo sucedió en cámara lenta. Fue víctima de unos abusivos infantes que la obligaron a ser su conejillo de indias. Bárbara la peinó arrancándole unos "cuantos cabellos"; la maquilló como payaso, le dio agua como té... Y Emmanuel no fue menos cruel; le hizo vestirse de soldado y jugar a las guerras, después la puso de arquera mientras él y su peligrosa hermana pateaban la pelota sin compasión. Improvisaron su karaoke, y le hicieron cantar canciones de "Barney y sus amigos". Cuando jugaron a las escondidas, se escondieron como perfectos criminales y mentes maestras, donde jamás los encontraría; pegándole un buen susto. La hora de la cena no fue menos apocalíptica; se lanzaron la comida y tomaron a la pobre como blanco.

Bien, solo faltaba bañarlos y obligarles a dormir. Creyó que sería más fácil cuando los vio desnudos esperándola en la bañera. ERROR. Cuando quiso acercarse a bañarlos, corrieron despavoridos por toda la instancia, mojando todo a su paso.

—¡No, vuelvan aquí! —los llamaba Yvonne corriendo tras ellos.

Corrían más rápido que una gacela, creía fervientemente. Cuando por fin iba a atrapar a Bárbara, resbaló en el piso mojado cayendo estrepitosamente.

—Au —se quejó sin fuerzas. Aún en el suelo, sacó su teléfono y marcó el número de Caleb.

—¿Bueno? ¿Va todo bien Yvonne?

—Bandera blanca —dijo antes de colgar.

El llegó lo más rápido que pudo. Se sorprendió al ver el terrible desastre en cuanto entró. Sabía la clave de la casa en caso de emergencia.

Los pequeñajos se habían envuelto en sus toallas y lo miraban como angelitos sentados en el sofá.

—¿Estás bien Yvonne? —Se acercó a ella. Yvonne sentada en el otro sofá parecía traumatizada.

—Nunca tendré hijos —respondió en un hilo de voz.

—¿Ellos hicieron todo esto? —Se puso de cuclillas para verla mejor.

Como respuesta asintió. Caleb no pudo evitar sonreír.

—Espérame aquí. —Se levantó y fue con los diablillos de apariencia angelical—. Vengan conmigo enanos.

Los niños lo siguieron sin rechistar, lo que sorprendió a Yvonne. Después de media hora, bajó tranquilamente.

—¿Qué sucedió?

—Se durmieron.

—¿Tan fácil?

—Eh... Sí.

—Me odian.

—No, para nada.

La puerta se abrió dando entrada a Lucero. Vio todo el desorden, pero no parecía sorprendida.

—¿Está todo bien? Me preocupé cuando no te vi en clase —se dirigió a Caleb.

—Tranquila, ellos están durmiendo.

—Oh gracias. ¿Te hicieron muchas maldades? —preguntó a Yvonne—. Son unos diablillos.

La castaña atinó a sonreír. Recibió el doble de pago de lo acordado. Después de todo no estuvo tan mal. Eso creyó cuándo fue a dar un paso y le dolió el tobillo.

—¿Qué te sucede? —preguntó Caleb preocupado.

—Me caí cuando corrí tras ellos.

—Oh, cuanto lo siento. Vayamos a un hospital.

—No, estaré bien después de descansar.

—¿Estás segura?

—Sí, descuida.

Salió cojeando de la casa. Caleb se sintió culpable por haberla instado a cuidar de los mellizos.

—Espera Yvonne. —Se paró frente a ella y, dándole la espalda, se puso de cuclillas—. No puedes caminar, te llevaré en mi espalda.

—No, no te preocupes —contestó sintiendo sus mejillas calientes—. Tomemos un taxi.

—Tenemos que ir hasta la avenida. Solo sube a mi espalda.

Algo dubitativa le hizo caso; intentando ser lo más delicada posible.

—Hueles a comida —dijo él sonriendo, cuando se puso de pie con el peso de ella.

En cambio, él olía a jabón, a un delicioso jabón varonil.

—Ya te imaginas por qué —respondió sonriendo también.

Su corazón latía a toda velocidad. Solo esperaba que él no lo sintiera. No, lo que pasaba no estaba bien, y lo que empezaba a sentir mucho menos, todo era tan confuso que le causó miedo. Pero el modo en el que él le hacía latir el corazón, era nuevo y magnífico. Sobre todo, especial.

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