Capítulo 16
—¿Qué haces aquí? —cuestionó Sergio. Sus cejas formaron una "V".
Si la presencia de Sergio incomodaba a Caleb, ni había que decir de su presencia frente al que era el novio.
—Ah, hola —habló despreocupadamente—. Vine a ver a Yvonne, no sabía que estabas aquí.
—Soy su novio. —Pasó un brazo por el cuello de la castaña—. Es normal que este aquí.
Seguía sin entender por qué, pero eso le pinchó el estómago. Sí, fue bastante incómodo.
—Deja de ser tan pedante. —Se soltó Yvonne haciendo una mueca—. Pasa Caleb —propuso intentando sonreír. Para ella también era algo incómodo. No se supone que debería ser así, porque Caleb era su amigo y Sergio su novio. Pero extrañamente se sentía como si todo el tiempo hubiese hecho algo malo y Sergio estaba a punto de descubrirlo. A lo mejor era su subconsciente el que le gritaba.
—No... —Se rascó el cuello—. Hablamos luego. Siento haberlos interrumpido.
Con una sonrisa forzada desapareció de su campo de visión. Apretando la mandíbula se metió a su departamento para lanzarse al sofá y mirar al techo. ¿Qué diablos estaba ocurriendo con él?
No pasó ni cinco minutos cuando alguien llamó a la puerta. La abrió despacio para descubrir a Yvonne atravesarla frescamente. Aún consternado la cerró y fue donde ella que ya había ocupado un lugar en el sofá.
—¿Y tu novio?
—Tuve que despacharlo. Mi curiosidad es más grande —mintió—. Tengo que saber lo que ibas a decirme o no puedo estar tranquila. ¿Con quién te cruzaste en la U?
Después de asimilarlo, Caleb sonrió.
—¿No tienes ni la menor idea? —Se acomodó el suéter de lana azul que le quedaba extremadamente lindo y tierno.
La chica frunció el ceño, ni se lo imaginaba.
—Realmente no se me ocurre nadie.
—Pues, nada más ni nada menos que tu hermana.
Ella abrió grandemente los ojos. El rostro entero se le iluminó.
—¿De verdad? ¿Quieres decir que está estudiando ahí?
—Así es.
—¡Qué genial! Estoy demasiado feliz.
Le conmovió que estuviera tan feliz por su hermana que la rechazaba y trataba mal. Eso hablaba muy bien de Yvonne, no sabía guardar rencor ni mucho menos apatía hacia alguien. Era dulce y encantadora.
El estómago de Yvonne rugió reclamando su festín. Caleb le miró el vientre plano y terminó por reír al igual que ella. Se levantó y la arrastró a la cocina.
—Ven, vamos a cenar.
Ella se quedó observando la cocina en tono crema y marrón. A pesar de ser un chico, él la tenía limpia y ordenada. ¿Quién dijo que los hombres son descuidados y desorganizados? Sergio tampoco lo era, pero no precisamente por sus méritos, siempre era la señora que trabaja en su casa, la que le ordenaba la habitación.
—Solo tengo arroz —comentó Caleb destapando la olla arrocera—. ¿Que deseas comer?
—Mmm, cualquier cosa está bien.
—¿Pollo al horno?
—Sí, me gusta.
Con la ayuda de su amiga prepararon el pollo. Era evidente que ella conocía poco o casi nada sobre cocina, en cambio él estaba muy preparado para los quehaceres de la casa. Aunque tuvo a su madre a su lado, desde muy pequeño ella le enseñó a desenvolverse por sí mismo.
—Siento lo antes —dijo de repente sin desprender la mirada del pollo que bañaba en vinagre.
—¿A qué te refieres? —Buscó su mirada, pero él no se la otorgó. Entonces comprendió de qué hablaba. Decidió mirar nuevamente su tarea, o se cortaría—. Ah eso. No tienes por qué sentirlo, Cal.
—Creo que los incomodé, sobre todo a él.
—Él es así, no tiene remedio. —Le alcanzó el pequeño recipiente—. ¿Qué más hago?
Caleb tomó el jengibre picado y lo agregó al pollo.
—Puedes cortar la cebolla de hoja.
—Bien.
Se hizo un incómodo silencio, lo único que se escuchaba era el sonido del cuchillo. Entonces ella agregó:
—Vino para que nos arreglemos.
—¿Pelearon otra vez?
—No exactamente. ¿Recuerdas la noche que bebimos?
—Sí, no hay modo de olvidarlo —contestó haciendo referencia a la borrachera que se metieron y acabaron durmiendo juntos en el sofá.
Rieron por el recuerdo.
—Bueno —prosiguió Yvonne—, la cuestión es que ese día me enteré que Sergio fue a buscar a mi mamá para pedirle que me deje regresar con ella.
—¿Hablas en serio? —Dejó de agregar la salsa de mostaza para mirarla.
—Sí, ¿puedes creer? —Ella también se detuvo.
—A lo mejor está preocupado por ti. —Regresó los ojos a la salsa.
—Sí, eso dijo, y... que me quería, de otro modo no le importaría.
Caleb asintió.
—Y tú también lo quieres...
Ella permaneció en silencio.
—Sí...si lo quiero —respondió por fin.
Su respuesta fue algo incómoda sin entender por qué. Lo quería, por eso estaba con él. Lo más lógico. No tenía derecho a sentirse mal por eso. Quería pensar que era un amigo celoso.
—Aunque estos días he estado viendo únicamente sus defectos —añadió.
Él sonrió apenas y metió la fuente con el pollo al horno.
—Están en una parte importante de su relación. Si pasan esa etapa, lo habrán logrado.
—Parece que sabes mucho de relaciones amorosas.
—No en realidad. —Se limpió las manos en un mantel.
—Pues estás lleno de consejos.
—Lo aprendo de las películas.
La castaña soltó una fuerte carcajada.
Algo nuevo estaba sucediendo con ellos y no lo sabían. Aún no se percataban de lo que florecía cuando estaban juntos. De cualquier modo, un cambio siempre da miedo, dejar la zona de confort y salir de la rutina. Pero es el único modo de encontrar el camino. Arriesgándose.
***
—Estoy cansada —se quejó Nina por enésima vez.
Había estado hora tras hora en la oficina haciendo lo que le encomendaban.
Amarilis chasqueando la lengua negó con la cabeza.
—Así no vas a aprender, eh Nina.
—¿Y qué pretendes? También voy a la universidad, es cansador trabajar y estudiar a la misma vez.
—Así es Nina, nada se logra fácilmente.
—Ella si lo tuvo todo fácil.
Amarilis dejó lo que estaba haciendo para enfrentarla con la mirada.
—¿Quién? ¿Yvonne?
—¿De quién más podría estar hablando?
—Te equivocas querida. Pero no lo entenderás —suspiró—, eres demasiado obstinada.
La pelinegra rodó los ojos. ¿Por qué todos querían a Yvonne? ¿Realmente era tan buena persona como Amarilis insistía? Qué tal si fuera cierto y ella no le daba la oportunidad de conocerla. Se preguntaba si habrían crecido juntas, la querría también.
La fastidiosa mujer que no se despegaba de ella, tomó una llamada mientras asentía varias veces.
—Victoria te espera abajo.
—¿Por qué?
Como respuesta elevó los hombros.
Agarró su cartera y bajó al encuentro de su madre. Ella la esperaba en el auto.
—Iremos a almorzar con el rector de tu universidad —dijo Victoria en cuanto Nina se sentó junto a ella.
Le habría gustado decir que pasaba de ese trago amargo, pero temía que su madre le dijera algún comentario negativo. Tenía que morderse la lengua y almorzar con ese viejo raro.
Lo peor no terminó allí, cuando llegaron, el viejo les presentó a su odioso hijo que no era otro que su compañero Renato.
Le quedaba pedir al cielo que la comida no le causara indigestión.
Los más adultos conversaron entretenidos. Renato miraba a Nina sin discreción alguna, mientras ella solo quería salir corriendo de allí. Se entretuvo revolviendo la sopa extraña que le habían servido; las de su papá eran mucho más sabrosas que esas barbaridades insípidas que comían los ricos.
Al final su compañero también se unió a la conversación.
—Entonces, ¿cuál es la finalidad de esta reunión? —preguntó acomodándose el cabello.
A Victoria, le recordó a Sergio. Como detestaba al novio de su hija... Y ahora tendría que soportar a ese también. Pero era por una buena causa. Al menos eso creía ella y su amigo.
—¿No se lo imaginan? —preguntó el rector con gracia.
Victoria bebió su vino sonriendo.
—Cuéntales, Roberto; Renato y Nina están ansiosos por saber.
Nina iba a meter el pepinillo a su boca, cuando escuchó la respuesta de ese hombre.
—Victoria y yo vamos a casarnos.
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