Capítulo 14
El chico despertó asustado, para encontrarse con la "desafortunada" escena. Sus ojos también se abrieron de par en par presos del asombro. Por la conmoción arrojó a Yvonne al suelo desde el sofá.
¿Cómo terminaron así?
—Oh, oh lo siento. —La ayudó a ponerse de pie—. ¿Qué pasó?
—Supongo que bebimos demasiado ayer.
—Prométeme que no beberemos juntos nunca más.
—Prometido —aseguró elevando su meñique. Caleb lo sujetó sellando la promesa—. ¡Mi papá! —exclamó Yvonne.
—El señor Pedro... debe estar muy preocupado.
—¿Qué le diré?
—Dile que estabas conmigo.
—¿No crees que es peor?
—Creo que tienes razón, podría tener una idea equivocada.
—Será mejor que vaya cuanto antes.
El asintió.
La castaña se pasó las manos por la cara intentando quitar la grasa mañanera y sacarse las legañas de los ojos. El cabello le resultó más difícil por lo esponjoso que a veces se ponía.
Carraspeó unas tres veces antes de entrar a su departamento pretendiendo hacer el más mínimo ruido. Solo le faltaba su traje rosado para imitar a la pantera rosa.
Atravesó la sala con sigilo, prácticamente victoriosa; ya solo le faltaba unos pasos para entrar a su habitación.
—¡Señorita! —la sorprendió su padre colocando las manos en la cintura.
Yvonne se llevó la mano al pecho debido al sobresalto.
—¡Qué susto! —suspiró.
—¿En dónde estabas?
—Yo... salí temprano a correr...
—¿Con eso? —Señaló el abrigo, los pantalones vaqueros, y las botas que estaba puesta.
Ella se miró y se mordió el labio.
—Papá, lo que sucede es que...
—Hija —rio—, solo estaba bromeando.
—¿Mmm?
—Solo debes avisarme para no preocuparme. Ahora debo ir a trabajar.
—¿En domingo?
—Sí. Debo arreglar un jardín.
—De acuerdo. Qué te vaya bien papá.
El hombre tomó su abrigo y salió sonriendo.
—Eso fue tan extraño —dijo la castaña suspirando.
En el momento que entró a su habitación se encontró con ropa sucia acumulada. Recordó que su papá le había dicho que, en el patio del edificio había una lavadora comunal. Nunca había lavado su ropa en toda su vida. Ni siquiera sabía cómo utilizar una lavadora.
En una tinaja llevó su ropa sucia y la dejó a un costado mientras averiguaba cómo funcionaba ese artefacto. Miró la lavadora por todos los lados, mientras se llevaba la mano al mentón. Llamó a Amarilis buscando ayuda; ella le explicó lo básico. Tal vez con eso era suficiente.
—¡Vamos! No puede ser tan difícil —se animó a sí misma.
Agregó el detergente donde según su razonamiento iba, y metió toda su ropa de color junto con ropa blanca. Desembocó la manguera corrugada en el lavatorio, y por consiguiente la encendió.
Bien, todo iba bien... aparentemente. Hasta que se le ocurrió agregar más prendas de modo que quedó rebalsada. Su ropa empezó a girar a toda velocidad y por la cantidad que había metido, se abrió la tapa saliendo disparada junto al agua con espuma.
—¡Diablos! —chilló histérica—. ¡¿Qué hago?!
Intentó aproximarse al artefacto para desconectarlo, pero resbaló cayendo de trasero. Soltó un quejido mientras intentó ponerse en pie, pero al hacerlo sus pies resbalaron y patinaron para terminar nuevamente en el suelo.
—Eso se vio doloroso —se mofó Caleb mientras desconectaba la lavadora.
—¿Me ayudas?
El chico dejó su uniforme de trabajo a un lado para ayudarla a ponerse en pie.
—Vaya esto se ve muy mal.
—Soy un desastre. —Miró todo lo que había ocasionado—. ¿Ahora como lavaré mi ropa?
—A mano —contestó elevando los hombros.
—¿Cómo así?
Minutos después...
Caleb llenó agua en el lavatorio y la mezcló con detergente.
—Tienes que separar la ropa de color de la ropa blanca.
—Hay muchas cosas que aprender.
El visualizó otra prenda blanca y la sacó para ponerla en la tina, y cuando la sostuvo en sus dedos, se dio cuenta de lo que era: las bragas de Yvonne. Los ojos de ella estaban a punto de salir de su lugar natural. Bruscamente le arrebató su ropa interior y la ocultó detrás de su cuerpo.
Las mejillas de Caleb se ruborizaron.
Finalmente, ambos se soltaron en carcajadas.
—Eso no estaba en el itinerario —bromeó él.
—¡Oye! —Le dio un golpe amistoso.
***
Victoria se sentó junto a Amarilis en el salón principal de su casa. Estaba ansiosa por saber qué le había dicho su hija por llamada. Por la manera en que su asistente sonreía su curiosidad iba en aumento.
—Me preguntó cómo utilizar una lavadora.
—¿De verdad? —Se sorprendió mucho. Su hija le estaba dando muchísimas sorpresas—. A lo mejor no está equivocada.
—Creo en Yvonne, y sé que lo hará bien. Ella desea con toda su alma que crees en ella.
—No es que no lo haga... ¿Me sirves más? —Le señaló el vaso de cristal junto al whisky.
—Mmm... No. —Se puso de pie—. Iré a ver a Nina.
Victoria la miró incrédula. Amarilis era muy fiel a su hija mayor, y seguía la estricta orden de no darle de beber.
Nina escuchaba música, cuando escuchó el llamado a la puerta.
—Adelante —pronunció expectante.
Amarilis entró con varias mudas de ropa y las lanzó a la cama.
—¿Qué haces aquí?
—Vine a trabajar, contigo.
—¿En domingo?
—Es así como se obtiene dinero, querida.
—Uff.
—Te daré clases intensivas de moda, etiqueta, y modales, que evidentemente no tienes.
—Disfrutas de esto, ¿no? —Torció el labio.
—Mucho.
Le enseñó cómo combinar la ropa, y qué zapatos utilizar de acuerdo a la ocasión, incluso le enseñó que accesorios tenía que ponerse según el estilo de vestimenta. Sobre todo, con los escotes.
Después bajaron al comedor y le enseñó cómo utilizar los cubiertos, servilleta, entre otras monerías.
—Sería bueno que aprendas a tocar un instrumento —le aconsejó.
—¿Cómo qué? —soltó un sonoro suspiro—. Empezaré mis clases, ¿No basta con eso?
Como respuesta la mujer elevó los hombros.
***
Yvonne sonrió mientras miraba el mameluco azul que llevaba puesta.
—No está tan mal, ¿eh?
Su primer día en la gasolinera; esperaba que no fuera tan mal como en el restaurante. El encargado le empezó a dar una serie de instrucciones a tiempo que le mostraba todo el espacio. La chica fue a su gabinete y revisó los precios de acuerdo el tipo de servicio.
Un auto se posicionó frente a ella.
—Veinte de gasolina —indicó el conductor.
—Sí.
Otro trabajador se acercó y le enseñó a Yvonne como debería hacerlo; entre marcar la cantidad, y unir la manguera al tanque del vehículo. Luego la dejó sola. Hasta ahí todo marchaba bien. Lo difícil empezó cuando los clientes se aglomeraron y ella empezó a confundirse, cambiando los pedidos. Al que le pidió diez de gasolina, le echó cincuenta, al que le pidió treinta le echó menos.
Obviamente los clientes reclamaron y se formó el caos.
El mismo trabajador que le había enseñado se acercó y le señaló que llenase de aire la llanta de un automóvil. La castaña hizo caso y abrió la llave del dispensador de aire; al instante se disparó con fuerza a través de la delgada manguera. Era incapaz de controlarlo.
—¡Oh no! —exclamó bailando con ella.
Los ojos del resto de empleados se posaron en ella al igual que los clientes; la miraban con gracia.
Mientras más intentaba controlarlo más se movía con ella. El aire terminó por volcar todo a su paso pese a sus súplicas.
De un momento a otro se vio en su departamento conversando con Amarilis. El hijo de la última jugaba muy entretenido con un adorno.
—Tienes suerte de no haber incendiado la gasolinera —bromeó su amiga.
Yvonne terminó por reír.
—Soy inservible, ¿sabes?
—No digas eso, es solo que no estás acostumbrada a esto. Aun así, estoy muy orgullosa de ti, y sé que tu madre también.
—Debió haberse sorprendido mucho el otro día.
—Completamente. Por cierto, esto es para ti.
Le tendió un sobre con dinero adentro. Yvonne lo abrió curiosa, y cuando notó lo que era lo cerró inmediatamente.
—No, no puedo, no lo aceptaré.
Amarilis estuvo a punto de responder cuando la puerta sonó. La castaña fue a atender para toparse con el hombre que cobraba la renta.
—¿Dónde está Carranza? —Entró sin ser invitado.
—Él no se encuentra —se apresuró Yvonne.
Amarilis miró con recelo desde el sofá.
El sujeto al reparar en su presencia se paró frente a ella y le tendió la mano.
—Pérez, para servirle.
—Amarilis —contestó reacia.
—Entonces Carranza no está —gruñó el sujeto—. ¿Debería ir a buscarlo?
La puerta abriéndose les dio señal que el mentado había llegado. La habitual sonrisa del señor Pedro se esfumó en cuanto vio al no invitado. Yvonne se llevó dos dedos a la sien.
El tenebroso hombre sonrió socarrón.
—Te estábamos esperando Pedrito.
—Pérez... ¿viene por su dinero? Lo que pasa es que... no, no he conseguido...
Yvonne ya no soportaba más. Miró el sobre y lo tomó bruscamente.
—Aquí tiene —farfulló exasperada poniéndolo frente a sus narices.
Dudoso el arrendatario lo revisó y elevó las cejas.
—Buena chica. Entonces ya no tengo nada que hacer aquí. —Volvió la mirada a Amarilis—. Adiós precioso.
Como respuesta esbozó una mueca de asco.
Después que el tipo salió por fin pudieron respirar tranquilamente.
—Te lo pagaré —soltó Yvonne dirigiéndose a su amiga.
—Imagina que soy el banco —sonrió—. Vamos cielo.
El niño corrió a su lado.
—Gracias amiga, de verdad.
—Nos vemos. Hasta pronto señor.
El señor Pedro sonrió avergonzado.
—Lo siento, hija —se apresuró en cuanto salió Amarilis.
—No papá, está bien. Iré a mi habitación.
El sensible hombre tembló los labios. No pudo darle una buena vida a su hija menor, y ahora ponía en aprietos a la mayor.
No era bueno para ella vivir con él, así que, sin pensarlo bien, volvió a salir del departamento. Sin darse cuenta, ya estaba buscando la casa de Victoria, en esa zona muy distinguida. Gracias a Nina, pudo obtener la dirección.
Cuando llegó a la vivienda quedó asombrado por su ostentosa fachada.
—¿Fue por esto que te separaste de mí, Victoria? Claro, yo jamás habría podido darte nada de esto.
Se sintió aún más terrible. Se sintió tan pequeño frente a todo lo que tenía frente a él. Se limpió la mano y se dispuso a tocar el timbre, cuándo escuchó ser llamado.
—¿Pedro?
Esa inconfundible voz traspasó su oído y todo su ser. Se giró lentamente para mirar frente a él a su ex esposa, luego de largos, largos años. Ambos se quedaron estáticos sin saber qué decir.
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