Capítulo 10
No estaba acostumbrado a tener mujeres cerca más que a su mejor amiga Janna con quién creció. De modo que, Yvonne consiguió ponerlo nervioso. Pero quería consolarla, así que discretamente la abrazó también, dándole suaves palmaditas en la espalda. Al instante ella se sintió confiada y se pegó más a su cuerpo para abrazarle con más fuerza. Le causó ternura; inevitablemente sintió ganas enormes de protegerla.
—No sirvo para esto Caleb —prosiguió la castaña.
—No digas eso. —La apartó para mirarla a los ojos. Tomándola de los hombros, añadió—: Eres una chica inteligente y claro que puedes, no debes derrumbarte fácilmente, ¿entiendes? Mañana será otro día y estoy seguro que te irá mejor.
—¿Tú lo crees Caleb?
Tuvo que contenerse para evitar besarle los ojos llorosos. Jamás había experimentado tanto sentido de protección hacia alguien, ni siquiera con Janna.
—Completamente —dijo por fin.
Ella le regaló una sonrisa en agradecimiento. Lo volvió a abrazar, y esta vez él se sintió más cómodo. Poco a poco se iba acostumbrado a ella. Su olor era suave, pero hipnótico.
—¿Qué puedo hacer para animarte?
—Ya hiciste mucho, descuida.
No quería dejarla triste. Se encontró buscando desesperadamente alguna idea para hacerle reír.
—Mm ya sé. ¿Vamos al parque de niños?
—¿Parque de niños?
Sintió el frío de su ausencia cuando ella se separó de su cuerpo porque quería mostrarle su rostro risueño por semejante proposición. No se imaginaba cuan divertido podía ser un parque de niños para un adulto.
Caleb asintió con la cabeza sin dejar de sonreír. Se puso de pie y le tendió la mano para ayudarla a ponerse de pie.
—Vamos.
Aunque no estaba segura, no se negó, lo siguió a ciegas confiando completamente en él. Eso le hizo sentirse bien.
Antes de abandonar el edificio, él se metió al garaje para sacar su bicicleta. La mirada inquisitiva de Yvonne le hizo sonreír.
—¿Y eso? —preguntó divertida.
—¿Sabes manejarla?
Ella negó.
—Nunca tuve oportunidad de aprender.
—Lo pondré en la lista de cosas que debo enseñar a Yvonne.
—De acuerdo, espero que cada vez se haga más corta.
Caleb subió y le señaló la parrilla para que ella se sentara allí.
—¿No voy a caerme?
—Estás en buenas manos, soy todo un profesional.
—¿Al menos tienes licencia? —Observó la bicicleta por todos los ángulos.
—A1 —bromeó.
—Listo, me siento más tranquila.
Tuvo que esperar pacientemente a que ella decidiera como sentarse para quedar cómoda. Pero no pudo evitar un respingo cuando lo abrazó sin miramientos de la cintura para no caerse. Respiró hondo y empezó a pedalear. Cuando bajó una calle empinada, la bicicleta avanzó por sí sola a toda velocidad. Yvonne no dudó en sostenerse más fuerte y ocultar su rostro en su espalda.
—¡Tengo miedo, pero también me llena la adrenalina! —vociferó.
Caleb sonrió satisfecho. Atravesó unas cuantas calles más, para llegar al parque. Se detuvo y esperó a que ella bajara primero. No había ningún niño, debido al frío.
—Somos los únicos niños —bufoneó Yvonne.
—Al resto sus mamás no les dan permiso.
Ella soltó una sonora carcajada.
—¿Quieres jugar? —propuso.
—¿Jugar? —cuestionó frunciendo el ceño. No sabía si él hablaba en serio o bromeaba.
—A las escondidas. Si pierdes te harás acreedora de un castigo.
—Eso suena divertido —contestó, aunque aún seguía incrédula.
—¿Entonces qué, le entras?
A pesar de no estar muy convencida, asintió.
—Trato hecho.
—Bien, uno cuenta y el otro se esconde, si lo encuentra tiene que correr hasta el lugar de inicio, el que llega primero gana —explicó haciendo señales con la mano—. Zapatito roto.
—¿Zapatito roto?
—Nunca has jugado a las escondidas, ¿no es así?
Como respuesta negó haciendo un puchero.
—Nunca.
—¿Qué hacías cuando eras niña?
—Cualquier otra cosa menos jugar a las escondidas.
—Está bien, otra más para la lista.
—Se está haciendo muy grande, ¿no crees?
—Creo que sí. —Se puso de cuclillas—. Voy a enseñarte; pon un pie adelante.
Cuando lo hizo, él puso el suyo también.
—Zapatito roto cámbialo por otro...
Yvonne no pudo contener la risa.
—¿Cómo es que te acuerdas de la letra?
—Siempre lo jugaba con Janna.
—De acuerdo, continúa.
—Bien. Dile a tu mamita que te compre o-tro. —Quedó la última silaba en el zapato de su vecina—. ¿Qué edad tienes?
—Veinticuatro.
—Uno, dos, tres... —Iba alternando los números entre su zapato y el de ella—. Veinticuatro —terminó contando en el zapato contrario. Uh, yo cuento.
—¿Yo tengo que esconderme?
—Sí. Contaré hasta veinte mientras tú te escondes.
—Listo.
Caleb se cubrió los ojos y empezó a contar en voz alta.
—¿Ya? Ay, no sé dónde esconderme —se quejó.
Abrió un ojo para burlarse al verla mirando con desesperación a todos lados.
—Recuerda que hay castigo —le recordó, volviendo a cerrar su ojo.
—No...
—Diez, once... —continuó.
—Ay no, ¡espera!
—Doce, trece...
—¡Qué maldad!
—Catorce, quince...
Solo escuchó sus pisadas alejarse a toda velocidad. No tenía idea de a donde se le habría ocurrido esconderse.
—¡Veinte! —vociferó muy fuerte.
Al ver ningún rastro de ella, no pudo evitar sonreír. Pensó que la encontraría al instante, pero estaba equivocado; a pesar del limitado tiempo, se había escondido bien. Subió a todos los juegos y no la encontró. Ya era de noche por lo que la búsqueda se hacía difícil.
—Yvonne, no te habrás ido, ¿no?
Al instante negó con la cabeza, ella no haría eso. Se rascó la cabeza. Estaba a punto de darse por vencido y decirle que ya saliera de su escondite, cuando de repente escuchó un casi imperceptible sonido desde el tobogán. Con pasos apresurados se subió las escaleras, y la interceptó.
—¡Te encontré!
Yvonne rio y descendió a toda velocidad por el juego. Caleb se deslizó también, pero bajó con demasiada fuerza y no pudo detenerse, se dio contra el pasto seco. Cuando se puso de pie, ella ya se había alejado bastante. Corrió intentando alcanzarla, pero la castaña llegó al lugar de inicio antes que él.
—¡¿Gané?! —Se emocionó—. ¡Gané! —Elevó los brazos como símbolo de victoria.
Caleb sonrió al verla tan contenta. Había logrado levantarle el ánimo.
—Inadmisible.
—¿Viste eso? —Su sonrisa no podía ser más amplia.
—Corres bastante bien.
—¿Ahora qué sigue?
—Eso es todo.
—Eres un mentiroso. Ahora toca tu castigo.
—Lo pagaré como buen hombre.
—Bien, a ver, déjame pensar en tu castigo. —Se llevó la mano al mentón—. Ay no, no se me ocurre nada.
Caleb soltó una risa profunda.
—¿Entonces?
—¡Ya sé! —Aplaudió—. Lo tengo.
Minutos después Yvonne arrastraba la bicicleta mientras Caleb se preparaba para cumplir su castigo. En cuanto se adentraron en una calle bastante transitada, ella le dio la señal que debería empezar. Incluso le señaló al grupo de chicas que se aproximaban.
Se rascó la cabeza y se armó de valor para interceptarlas.
—Señoritas.
Las chicas se miraron entre ellas.
—¿Si? —se atrevió a preguntar la de en medio.
—¿Podrías tomarme una foto? —Le mostró el móvil.
Aún dudosa asintió. Le entregó el teléfono, y se preparó para sus poses.
—Que sean muchas —le dijo.
—De acuerdo.
Caleb empezó a hacer poses graciosas, mandando besito volado, poniéndose la mano a la cintura... Parecía un completo ridículo, pero estaba cumpliendo con su palabra. Las chicas empezaron a reír escandalosas, al igual que Yvonne que lo observaba a un par de metros. Cuando hubo terminado, la muchacha le entregó el teléfono sin dejar de reír.
—Eres muy gracioso. ¿Cuál es tu nombre?
—Ah... Caleb.
—Muchas gracias por hacernos reír Caleb —se despidieron las otras señoritas.
Cuando se alejaron, Yvonne se acercó risueña.
—Espero no volverlas a ver nunca jamás —soltó avergonzado.
—Eres muy bueno en esto. Me gusta esto de los castigos. —Hizo un corazoncito con las manos.
—La próxima serás tú. —Se subió a la bicicleta y le instó a que se subiera.
—Me esforzaré en no perder.
Esta vez que se sostuvo de su cintura ya no se sintió nervioso, más bien cómodo. Finalmente rio también por el ridículo que acababa de hacer.
***
Ya era las ocho de la noche cuando Nina volvió a casa. Las trabajadoras de su hogar se encargaron de guardar la infinidad de cosas que había comprado. Estaba por subir a la segunda planta cuando de soslayo notó a alguien sentado en su sofá.
—¿Quién eres? —le preguntó el extraño.
Lo miró si expresión alguna. ¿Qué hacía allí, y por qué lo habían dejado entrar? Su cara se le hacía conocida, pero no recordaba con claridad. Caminó muy segura hasta él. Tuvo que mirarlo detalladamente para recordar de quién se trataba. Era el inútil novio de su hermana.
—Yo soy la dueña de esta casa —respondió con media sonrisa.
Sergio rio a carcajadas. Incluso se puso de pie para intimidarla, pero ella cruzó los brazos, y en ningún momento se amilanó.
—Escucha niñita, ¿dónde está Victoria? Quiero hablar con ella.
—Mi madre está de viaje.
—¿Tu madre? —La miró con recelo.
—¿Acaso te mandó mi hermanita? ¿Vienes a rogarle a mi madre que la deje volver?
El por fin pareció entender quién era ella.
—Ah, tú eres la hermana pobre de mi novia.
—¿Cómo dices? —Su orgullo fue herido—. Todo lo que ves y lo que pisas me pertenece.
Aunque dio un paso delante cortando el espacio entre ambos, ella no retrocedió.
—Estás muy equivocada. Todo esto —pronunció señalando a su alrededor—, le pertenece a Yvonne. Ella es la única heredera de Victoria.
Esta vez fue Nina quién acortó la distancia hasta rozarle con el aliento.
—Yo también soy su hija. ¿Dónde está Yvonne y dónde estoy yo? Mírame, soy yo la que está aquí.
—Porque así lo quiere Yvonne. Cuando ella se canse de su jueguito, volverá y recuperará todo lo que le pertenece en un abrir y cerrar de ojos.
—Mi madre no lo permitirá.
—¿Crees que Victoria te preferirá sobre ella? Ni siquiera eres de su clase. Ya desde antes la eligió cuando se la llevó en tu lugar.
De cierto modo tenía razón, y aunque no quería, la dureza de sus palabras la hirieron.
—No sabes lo que dices —balbuceó sintiendo un horrible nudo en la garganta. La saliva era difícil de pasar.
—Vine a hablar con ella, a decirle que Yvonne quiere volver. Y una vez que ella vuelva, ya no habrá espacio para ti. Así que disfruta hasta que puedas. —Le señaló las bolsas que había comprado—. Porque luego volverás al hoyo del que saliste. —Salió de la casa sin darle oportunidad a responder.
El nudo se hizo más grande. El rencor y la incertidumbre se apoderaron de ella. ¿Por qué su mamá prefirió llevarse a su hermana? ¿Era verdad que si decidía volver la iba a despojar de todo? Tuvo miedo, pero también resentimiento.
—¡¿Quién se atrevió a dejarlo entrar?! —Perdió la compostura—. ¡Desde ahora queda prohibido su ingreso a esta casa!
—Sí señorita —contestaron.
Nina apretó con todas sus fuerzas su vestido. No soportaría volver a la pobreza.
***
Después de salir de la ex casa de su novia, fue a la residencia a verla. Se bajó del auto y sacó su pañuelo para abrir la reja, pero estaba con llave. Marcó el número de Yvonne, pero no hubo respuesta. Se giró a la calle, para darse cuenta del infortunio. La sangre le hirvió cuando vio a su novia en la bicicleta abrazada de ese vecino del que hablaba.
—¿Qué diablos significa esto? —cuestionó muy furioso cuando se detuvieron frente a él.
—Sergio... —murmuró apenas Yvonne.
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