Capítulo 1
El sol emitía fuertes rayos capaces de ocasionar un incendio forestal, pero a ella parecía no importarle. Sus vacaciones debían dejarle lindos recuerdos y una linda piel bronceada que, por cierto, era muy difícil de lograr; su pálida piel necesitaba de esos potentes rayos para oscurecerla, aunque sea un poquitín. Hace una semana que había llegado esa zona tropical y exquisita, pero su piel parecía no notarlo.
Se tendió sobre la blanca arena de Copacabana, y se puso sus gafas Ray- Ban para visualizar sin molestia alguna el paraíso frente a sus ojos; el mar celeste en forma de media luna competía con los bombones brasileros de toda clase de tamaño y color. Yvonne no era precisamente inclinada a la lujuria, pero los morenazos que pasaron coquetos frente a sus ojos le sacaron uno que otro suspiro.
—¿Algo helado? —Su asistente le dio agua de coco.
—Gracias Amarilis, lo necesitaba. —Se acomodó la tira del bikini marrón, y añadió—: ¿Y Sergio?
—Creo que no ha salido del Copacabana Palace.
—¿Cómo puede preferir quedarse en esas cuatro paredes a disfrutar de toda esta belleza? —Otro machote alto y fornido con la piel bronceada pasó frente a sus ojos. El hombrón le guiñó un ojo. Yvonne se bajó las gafas oscuras y le devolvió el gesto.
Amarilis elevó una ceja y sorbió de su agua de coco.
—Tal vez ahí dentro también hay muchas bellezas que mirar. O talvez no —farfulló—. Ahí viene —señaló la mujer, mientras se sentaba junto a la joven.
Yvonne soltó una carcajada cuando tuvo a su novio frente a ella. Sergio se había bañado prácticamente en protector solar, parecía un churro cubierto de manjar blanco.
—¿Qué te causa tanta gracia? —Sergio elevó una ceja, al tiempo que tendió su toalla con sumo cuidado sobre la arena.
—Amor, ¿no te parece que llevas mucho protector?
—Para nada, mi piel es sumamente delicada y no la quiero dañada.
Amarilis intentaba aguantarse la risa. Definitivamente el novio de Yvonne, era un exagerado.
—Está bien, como digas. —La chica se puso de pie—. ¿Vamos a meternos?
—Yo voy —dijo su asistente, y también amiga.
Amarilis a sus treinta y dos años lucía un cuerpo como de veinte, a pesar de haber tenido un hijo. Los años le caían bien. Era bastante metódica, directa y, sobre todo, sincera, por eso se había convertido en la persona de confianza de Yvonne, de su madre y la empresa. Iba con ella a todos lados y le ayudaba en todo lo que podía. Yvonne creía que no había mujer más perfecta que ella. Estaba segura que el hombre que la abandonó se sintió intimidada por lo brillante que era, nunca pudo con su inferioridad.
—Yo me quedo —aseguró Sergio—. El mar está lleno de peces y otros animales. Y yo no me baño con la comida.
—Uff como quieras. Vamos Amarilis. —Se colgó de su brazo.
Yvonne y Sergio tenían muchas, muchísimas diferencias. Nadie entendía cómo es que conseguían estar juntos, y por más extraño que parezca eran una pareja bastante sólida.
***
El frío empezaba a sentirse cada vez más. A vísperas del invierno, salir temprano en las mañanas era un verdadero reto, sobre todo para Nina que odiaba levantarse temprano. Pero no tenía de otra, debía trabajar para comprar el bolso que tanto quería. Por más que se arrastrara pidiendo, su padre nunca le compraría ese bolso anhelado de piel que la había embelesado, su sueldo no alcanzaría.
Pasó la mano por su larga cabellera negra y arregló su flequillo cuadrado mientras esperaba el autobús.
Subió en el, con su familiar expresión de fastidio. Si despertar era un reto difícil, viajar por cuarenta minutos apretada y de pie, era mucho peor, y Nina lo detestaba realmente. Todos la empujaban, no había asientos disponibles, y ni qué decir de la horrible música que escuchaba el chófer.
—Algún día saldré de esto —murmuró mientras buscaba unas manillas vacías para sostenerse.
A buena hora divisó un asiento vacío adelante y empujó a cuanto pudo para sentarse.
—¡Hey señorita! —le habló el chófer mirándola por el espejo retrovisor—, ese asiento es reservado.
—¿Reservado para quién? —cuestionó Nina con tedia.
—Para los adultos mayores y discapacitados.
Como si lo hubiese nombrado, una anciana subió al vehículo. Nina no tenía intención de ponerse en pie.
—¿No darás el asiento? —prosiguió el hombre.
—Qué muchacha tan mal educada —murmuraba el resto de pasajeros.
Volcando los ojos se puso de pie. ¡Como odiaba esa miserable vida!
—Qué fastidio. Asiento reservado para los adultos mayores —bufó—. Deberían pagar su taxi.
***
A media tarde Yvonne, Amarilis y Sergio, tomaron el vuelo de retorno a su país. El viaje no duró ni dos horas. En realidad, estaba programado para regresar el día siguiente, pero Sergio insistía en volver cuanto antes porque su familia llegaría ese día, y en la noche al menos deberían organizar una "pequeña reunión".
En cuanto bajaron del avión, el cambio de clima se hizo notar en gran manera.
—Vaya que nuestro país es frío —comentó Amarilis.
—Y eso que aún no estamos invierno —continuó Yvonne.
Se tardaron media hora mientras identificaban su equipaje y otros rollos hasta que al fin pudieron salir del aeropuerto. Dos autos estaban esperándolos. El chófer del primero, subió las pertenencias de Yvonne, mientras su amiga se encargaba de vigilar que estuviese todo completo.
—Te veo en la noche —se despidió Sergio depositando un corto beso en sus labios.
—¿En serio debo ir? —Hizo una mueca.
—Mis primos deben envidiar a mi hermosa novia.
La castaña de pálida piel y labios rojos, negó con la cabeza.
—De acuerdo —suspiró—, pasa por mí a las ocho.
El olor que emanaba el aparato cada vez que planchaba su cabello le parecía detestable, pero eso era ser mujer. "La belleza cuesta" decía su madre, y que razón tenía. Su laceado permanente no había durado en comparación de la última vez.
Terminó con el último mechón de su precioso cabello castaño y sonrió frente al espejo.
—Perfecta. —Guiñó un ojo—. Aunque si pudiera hacer algo con esta piel. —Se tocó el rostro.
Su piel naturalmente pálida, le daba un aspecto de no gozar de buena salud, por lo que no le gustaba, y cada vez que se maquillaba intentaba oscurecerla con polvo y base, pero el resultado seguía siendo el mismo. El bronceado no había hecho efecto, ni siquiera parecía que había pisado el país de la Samba y su delicioso clima.
Tomó su cartera dorada, en perfecta combinación con sus tacones dorados, y vestido blanco de versage, y salió de su habitación. En la sala permanecía su madre recostada en el sofá leyendo un libro. Ladeó su cabeza para intentar ver el título, pero su madre le ganó.
—Es la divina comedia —dijo antes que a ella le diera tortícolis.
—¿Sabes que de niña lo leí pensando que era un libro para reír? —soltó una risita.
—Y no pudiste pasar del primer capítulo —prosiguió la mujer sin dejar de mirar el libro.
—Exactamente. —Se rascó la cabeza—. Mamá, voy a salir, volveré temprano.
—¿Vas con ese noviecito tuyo? —cuestionó con aspereza.
—Ajá, sí, con él. —Estiró las comisuras de sus labios.
—Es un fresito —dictaminó la mujer con toda la seriedad del mundo.
—Adiós mamá —fue la respuesta de Yvonne.
Era verdad que su novio era muy, pero muy particular. Pero era su forma de ser y no podía cambiarlo, además ella lo quería así. Y ni hablar de su mamá, la personalidad del joven con el que salía no combinaba para nada con el de ella. La mujer que la trajo al mundo solía ser estricta y correcta, sobre todo decidida.
El auto de su novio estaba aparcado frente a su inmensa y lujosa casa. Y Sergio permanecía recostado sobre el, arreglándose el cabello. Eran de la misma edad, estudiaron juntos la carrera y se graduaron en el mismo año, pero de que eran diferentes, no había duda alguna.
—Te tardaste demasiado —pronunció al verla.
—Lo lamento, tenía que arreglarme.
Yvonne se aproximó a la puerta del copiloto y esperó que él le abriera, pero éste rápidamente se subió a su asiento. La chica soltó un bufido.
—¿Por qué no subes? —preguntó él desde adentro.
A ella no le quedaba nada más que suspirar. A estas alturas ya debería estar acostumbrada a su egocéntrica personalidad, a pesar que aún tenía esperanzas que sufriera un cambio radical.
En cuanto subió, el chico se roció perfume por todo el cuerpo atosigando el sensible olfato de Yvonne. Decirle algo, sería ocasionar una discusión, así que prefirió callar.
La lluvia empezó a caer, primero con pequeñas gotitas y luego a torrenciales.
—Qué horror —espetó el novio—, detesto la lluvia.
Era todo lo contrario para Yvonne, la lluvia le emanaba melancolía y, sobre todo, le recordaba aquel alejado día hace muchos años atrás. Sus apacibles ojos de delgados párpados miraron con anhelo hacia la ventana.
Flashback
La lluvia caía a torrenciales, y las dos hermanas, aun niñas, esperaban que descampara debajo de un toldo. Como siempre Nina con su mal genio, golpeaba los zapatos en el piso empapándolos completamente.
—Justo tenía que llover cuando salimos a comprar —refunfuñó.
—Tranquila Nina, pronto dejará de llover —dijo Yvonne mientas extendía la mano para sentir las frescas gotas de lluvia.
Con siete de años de edad le tocaba ser responsable para cuidar de Nina, dos años menor que ella. Y era más complicado con el carácter de la pequeña.
—Yvonne vamos a casa, la lluvia no parará —rezongó su hermana.
—Vamos a mojarnos.
—No importa, vamos corriendo.
—Está bien, dame la mano.
En medio de la fuerte lluvia las pequeñas corrieron de una cuadra otra, encogiéndose debido al frío, hasta llegar a casa. Escurrieron sus vestidos y se detuvieron en la sala al escuchar a sus padres discutir nuevamente. El mismo tema... el dinero.
—¡Es suficiente! —gritó la mujer histérica—. No puedo seguir así. He vivido teniendo todo y ahora... —rompió en llanto.
—Cariño. —Se acercó el hombre, pero ella lo alejó al instante.
—¡Ya no puedo más! Quiero el divorcio. —Salió a la pequeña sala y se entristeció al ver a sus hijas. Las pequeñas lloraban por lo que acababan de escuchar. Nina no entendía muy bien, pero al ver llorar a su hermana mayor, le decía que algo no andaba bien.
—¿Van a divorciarse? —preguntó entre lágrimas Yvonne.
—No hija —intentó calmarla su padre inclinándose a su altura.
—Vamos hacerlo —intervino la mujer, decidida—. No tiene caso, es mejor que lo sepan de una vez. Papá y yo vamos a divorciarnos...
Fin del Flashback.
Aquella escena la recordaba como si fuera ayer y, a sus veinticuatro años, aún sufría por ello. No sabía nada, absolutamente nada de su padre y su hermana. ¿Estarían bien? ¿Vivirían bien? Sólo esperaba encontrarlos y no separarse nunca más.
—¿Qué tanto ves? —cuestionó Sergio al verla mirar la ventana como si fuera algo interesante.
—Sólo veía la lluvia —sonrió.
—Vaya. —Frunció el ceño. Siempre creyó que su novia era algo rara.
***
—Ya sólo faltan dos horas —dijo la masajista, amiga de Nina.
Después de la lista de trabajos que su amiga le había brindado, Nina consideró que hacer de masajista era lo más decente para ella. De verdad odiaba servir a otros, la hacía sentir inferior, menos.
—No sé cómo soportas tocar las espaldas arrugadas de las viejas —soltó la pelinegra sin miramientos.
—¡Nina! Van a escucharte —se apresuró su amiga.
—Es la verdad —habló esta vez más bajo—. Odio este trabajo.
—Y todos los trabajos que existen —dictaminó Carmen burlona.
Las dos eran muy distintas, Carmen siempre luchaba por la vida, trabajando y aprendiendo de todo, mientras Nina esperaba que todo cayera del cielo.
—Yo debería estar allí —señaló la camilla.
Carmen negó con la cabeza sin dejar de sonreír.
—Ya, si quieres, al finalizar te doy un masajito.
—Bueno. —Elevó los hombros sin emoción alguna.
—Piensa en el bolso que usarás con el dinero que ganes.
—Es lo único que me anima.
—Deseas tener vida de reina, pero no trabajas ni estudias, ¿cómo lo conseguirás.
—Casándome con un tipo rico.
—Terminarás casándote con un abuelo.
—Billetera gorda mata galán.
—¿Hablas en serio? —Se detuvo mirándola con espanto.
A veces no sabía si bromeaba o hablaba en serio. Pensaba que su amiga era una chica inmadura, sin sueños ni metas más que tener una vida cómoda, pero luego recordaba lo mal que lo había pasado junto a su padre y que probablemente todo tendría una razón.
***
La reunión con la familia de su novio iba bastante aburrida. Además, Sergio ni le prestaba atención, conversaba y saludaba a todos sus primos, y a ella la dejaba de lado. Empezó a cuestionarse si debió haber ido aquella reunión familiar. No se sentía parte de ella, estaba demasiado incomoda con tanta gente superficial. Si bien ahora su economía era muy buena y gozaba de muchas comodidades, pero su pasado le impedía sentirse igual que toda la gente adinerada que le rodeaba, ni se había acoplado a ese comportamiento vano.
—Querida. —La madre de Sergio captó su atención.
Conociéndola, hubiese preferido seguir sola. La mujer de cuello largo como jirafa había heredado sus genes en su hijo Sergio, incluso su egocentrismo y falta de tino.
—Señora Gastelo. —Sonrió lo más que pudo.
De todas formas, era la madre del chico que quería, así que debía quererla también.
—¿Está todo bien Yvonne?
—Sí —contestó con voz apagada—, aunque Sergio se ha olvidado completamente de mí. —Miró en su dirección.
La mujer elevó una ceja y sonrió desdeñosa, moviendo el líquido de su copa.
—No seas egoísta, querida. No ve a sus primos por largas temporadas, a ti te ve todos los días; incluso se fueron varios días a Brasil.
Yvonne no tuvo más remedio que sonreír y beber el champán de un solo trago. Aquella mujer sí que sabía ser odiosa.
—A lo mejor no debí haber venido. —Dejó la copa en cuanto un mozo se acercó con su fuente.
—No digas eso. Pronto serás parte de esta prestigiosa familia. A propósito, ¿se encuentra bien tu madre?
—Sí, de hecho, le manda saludos —mintió.
Si su mamá no aceptaba a Sergio, muchos menos a la estirada de su madre, como ella la llamaba. Victoria también conocía el valor del esfuerzo.
—Qué alegría, quedaré con ella para salir.
—Claro.
—¡Mamá! —exclamó Rafaela, la hermana mayor de Sergio—. La tía Beatriz te busca.
—De acuerdo, en seguida me reúno con ella. Nos vemos querida —se despidió de Yvonne dando dos besos al aire.
—¿Vine a tiempo? —preguntó Rafaela en cuanto su madre se esfumó.
—Justo a tiempo.
Además de ser "cuñadas" eran mejores amigas. De hecho, Yvonne habló con Sergio gracias a ella. Estudiaban juntos, pero nunca cruzaron palabra, hasta que Rafaela siendo ya amiga de Yvonne les hizo conocerse. Aunque no estaba tan acuerdo con la relación; según ella, Yvonne era mucho para su particular hermano. Irónicamente Rafaela y Sergio eran muy parecidos físicamente, ambos altos de cuello largo, cabello marrón claro, ojos grandes y largos, rostro ovalado y alargado, narices perfiladas... pero en la personalidad como el agua y el aceite.
—¿Dónde está mi hermano el fresa? —preguntó mirando a todos lados.
—Por allá —señaló Yvonne—. Me declaro abandonada.
—Es un completo idiota —murmuró volteando los ojos—. No sé cómo aguantas tanto sus desaires. Vámonos de aquí. —Tomó su mano y la arrastró prácticamente fuera del salón.
—¿No debería avisarle, Rafa?
—Déjale que te busque.
En cuanto salieron, Rafaela hizo volar los altos tacones, y soltó su negro cabello en ondas, que recién había pintado, y que le quedaba precioso, mucho más que su natural cabello marrón claro.
—Qué reunión tan aburrida. Todos mis primos son unos fresas. Huecos...
—Eres la oveja negra de la familia —dijo Yvonne sacándose los tacones también.
—Más bien la oveja blanca. Soy la única cuerda. —Abrió la puerta de su auto y añadió—: ¿Al Spa?
—Al Spa.
Ni bien pusieron en marcha el auto, el teléfono celular de Yvonne empezó hacer gran escándalo.
—Te apuesto una dona, que es el freso —dijo Rafaela sin desviar la vista de la carretera.
—Te llevas una dona —respondió Yvonne en cuanto alcanzó el pequeño aparato.
Estuvo a punto de contestar cuando su amiga le arrebató el celular.
—¿Qué haces?
—¿De qué vale que te hayas ido, si le vas a decir en dónde estás?
—Pero va a preocuparse.
—Esa es la cuestión reina. Así que no te lo daré. —Guardó el teléfono en la guantera.
—¿Estás segura que es tu hermano? —rio.
—Si no es porque tuvimos que hacernos una prueba de sangre, lo dudaría.
Ambas rieron esta vez. Se pusieron nuevamente los tacones, y bajaron del vehículo cuando llegaron al maravilloso lugar de relajación. Yvonne reparó el Spa frunciendo el ceño.
—Este no es el de siempre.
—No Vonni, este Spa me lo recomendó Amarilis.
—¿Amarilis? ¿Y por qué te lo recomendó a ti y no a mí?
—Porque te la estoy robando, quiero una asistente como la tuya. —Caminó hacia la entrada seguida por su amiga.
—¿Y tú para qué quieres una asistente si no trabajas?
—Una asistente de bodas. Amarilis es polifacética, estoy segura que podría lidiar con la organización de mi matrimonio.
—Espera. —Se detuvo cuando estuvieron a un paso de entrar—. ¿Philips ya te lo propuso?
—No, pero pronto lo hará. —Pasó un brazo por su hombro y la instó a entrar.
—Estás loca Rafa.
—Te doy el crédito.
—Mejor contratas a Amarilis para organizar tu fiesta de veintio...
—Shh —la chitó cubriendo su boca—. Nadie quiere saber que pronto cumpliré los veintiocho —susurró.
—Eres joven.
—Cerca de los treinta, no sabes qué miedo me da envejecer. Masajes —se dirigió a la recepcionista, mientras le dio su tarjeta—. Mi amiga es alérgica al aceite de almendras.
—De acuerdo. Salón doce —les indicó la joven con amplia sonrisa.
—Gracias —respondió Yvonne—. Envejecer es a partir de los sesenta —continuó con la conversación en cuanto se pusieron en marcha.
Yvonne quedó maravillada con la instalación lujosa rodeada de plantas ornamentales. El olor a incienso y cremas aromáticas inundaron el salón principal.
—A los treinta, los años se pasan volando —prosiguió Rafa—, y en un abrir y cerrar de ojos ya te ves con bastón y con una fila de nietos pidiendo propina.
—A mí no me da tanto miedo envejecer, de hecho, me da ternura el pensar que envejeceré junto a tu hermano.
—Qué castigo. —Hizo una expresión de asco—. Prefiero envejecer junto a veinte gatos.
—¡Rafa! —La golpeó suavemente.
—Aquí es. —Se detuvo al ver el número en la puerta.
Ambas entraron sin dejar de reír por los comentarios de Rafaela, y se pusieron las batas.
***
Nina empujaba el carrito que llevaba todas las cremas, mientras su amiga le explicaba cómo hacer los masajes. Además, no era su primera vez, hace tiempo había tenido la oportunidad de acompañar a su amiga a una campaña de masajes, y había ayudado a cambio de dinero.
—Ahora nos toca en ese salón —señaló la chica.
—¿El doce? —preguntó apática.
—Sí Nina. Con ellas terminamos. Una es alérgica al aceite de almendras.
—Vaya...
Entraron al salón donde permanecían las dos mujeres recostadas en las camillas.
—Ve con ella. —Carmen le señaló a Nina la chica de cabello castaño y piel pálida.
Haciendo un último esfuerzo, Nina se aproximó a la chica del lado izquierdo. Lo cierto es que no lo hacía nada bien. Solo esperaba cumplir su turno y salir volando. Aquel día estaba cubriendo a una masajista que había faltado, y estaba segura que no volvería nunca más.
Miraba el procedimiento que Carmen hacía e intentaba copiarlo sin éxito. ¡Cuánto tardaba!
—Terminamos —pronunció la amiga de Nina.
—Estuvo muy bueno —fueron las palabras de Rafa desperezándose.
Yvonne aún continuaba recostada. Siempre se quedaba dormida en los masajes.
—Despiértala por favor —le pidió Rafaela a Nina.
—Ya terminamos. —La movió.
La joven se desenvolvió lentamente, y al darse vuelta, se quedó observando a su masajista, desconcertada. Ambas se miraron detenidamente y se reconocieron sin problema.
—¿Ni...Nina? —pronunció dudosa.
Nina no podía creerlo, era Yvonne su hermana, el vivo retrato de su madre.
Ha de ser feo estar en el lugar de Nina; he crecido con mi hermano, pero si me hubiese separado de él, cuando niños, no me hubiese gustado encontrarlo de esa manera. No me hubiese gustado separarme de él, tampoco...
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