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Capítulo • 18 •


Se sentía un completo tonto.

Él mismo se había dicho que no podía permitir que aquellos peligrosos sentimientos aumentaran. Con la situación actual y con él estando lejos del mandatario, creyó que las cosas se irían solucionando, sanando de poco a poco del enfermizo amor, pero tal parece que no era así. Pareciera que era todo lo contrario, cada día que pasaba pensaba más y más en Chuuya; en lo que sentía por el mayor y lo mucho que lo extrañaba.

A pesar de que estaba haciendo su mayor intento para enterrar esos sentimientos, había llegado a un punto donde estos finalmente se desbordaron de sus manos, algo de lo cual ya no tenía control.

Y su estúpido corazón tampoco se la dejaba tan fácil.

Las pocas veces en que tuvo la oportunidad de hablar con el mayor siempre le hacía saber que le extrañaba, esperando a que las cosas se solucionaran pronto para volver a pasar tiempo juntos. Sus labios se apretaron por recordar aquellos momentos, claro que no era capaz de matar su amor si Nakahara se expresaba de esa forma tan cálida con él, era su culpa igual.

Sea como sea, terminó buscando la manera en que pudiera calmar aquella tristeza en su superior. A pesar de que sabía que era innecesario y problemático, pensó que quizá obsequiándole algo podría hacerle feliz, así fue como compró un brazalete plateado. Creyó que le quedaría bien, aunque todo le quedaba bien a Chuuya.

Sacudió su cabeza ante aquel absurdo pensamiento, tratando de calmar el rubor en sus mejillas. Estaba dentro del templo, no podía dejar que sus sentimientos salieran a flote en un lugar tan peligroso. Por ello, antes de seguir con su camino, respiró profundamente para tranquilizarse un poco, cuando se sintió mejor, siguió en su búsqueda de Chuuya.

El primer lugar que había revisado había sido sin duda el santuario, donde solía residir, pero al no encontrarlo ahí, supuso que habría dado algún paseo por los jardines del templo. El lugar era ridículamente grande, por lo que encontrarlo sería difícil.

—¿En verdad él ha estado bien?

—Así es.

Frenó de golpe al escuchar aquellas voces, rápidamente se escondió detrás de unos de los árboles, asomándose un poco para mirar en dirección de donde prevenían dichas voces, encontrándose a Chuuya sentado en un banco de bambú junto con su hermana.

—Menos mal, me preocupaba que Ryunosuke pudiera estarlo pasando mal. —su corazón se agitó al escuchar su nombre, apretando suavemente el obsequio que sostenían sus manos.

—Si esa es su inquietud, ¿por qué no le preguntó directamente a él? —preguntó con confusión Gin, mirando a su superior que mantenía una temblorosa sonrisa.

—Sabes que él está más ocupado que los demás. Junto con Atsushi dirigen la investigación del grupo terrorista, supongo que la carga de trabajo es tanta que no ha podido darse el tiempo de visitarme. —respondió con un tono algo decaído, mientras alzaba su mano y rascaba su mejilla.

Con un tono de voz que volvía a atacar al pecho de Akutagawa. —Además... de ir algo mal, sé que él no me lo diría, por eso recurrí a preguntártelo a ti, eres su hermana y al igual que yo, debes de estar preocupada por él, por lo consiguiente no me mentirías.

Estaba mal escuchar conversaciones ajenas, mucho más si estaba involucrado el mandatario, lo ideal era retirarse de ese lugar y esperar a que Nakahara estuviese libre, pero sus piernas no le respondían. Además de escuchar la preocupación en su voz y la forma tan suave con la que hablaba sobre él, le estremecía en más de un sentido.

—Usted siempre se preocupa por mi hermano, seguramente él lo sabe, así que no creo que deba preocuparse de más. —Gin le dedicó una suave sonrisa al mayor, esperando con ello pudiera relajar la notoria tristeza que se reflejaba en su rostro.

—Él es importante para mi después de todo...

Sintió que su respiración se alteraba terriblemente luego de escuchar aquello. Si anteriormente pudo calmar el rubor en su rostro, ahora seguramente su estado era mucho peor. De nueva cuenta sacudió su cabeza, tratando de mantener la calma, repitiéndose una y otra vez que eso estaba mal, que no estaba bien sentirse así.

Pero, aunque lo negase, su cuerpo jamás lo haría, recordándole lo bien que se sentía ese sentimiento a través de la burbujeante sensación alojada en su pecho.

Alzó su mano y cubrió su boca, carraspeando un poco para relajarse. Cuando se sintió un poco más tranquilo, salió de su escondite, asegurándose primero de que ninguno de los dos lo hubiese visto. De esa forma, algo nervioso, se fue acercando a donde estaban ellos dos, captando rápidamente sus miradas, una de asombro por parte de la menor de los Akutagawa y una de emoción por parte de Nakahara.

—Hablando del rey del diablo. —la sonrisa en la menor se mantuvo con la llegada de su hermano, sintiéndose un poco feliz porque, con la presencia de azabache, quizá el humor en Chuuya se mejoraría.

—¿Hablaban de mí? —preguntó con una falsa sorpresa, tratando de disimular el hecho de que había escuchado gran parte de su conversación. Ambos asintieron en afirmación a la pregunta que había hecho.

Gin se levantó de su lugar y realizó una reverencia hacia el de cabello naranja, confundiendo a ambos.

—Me retiro para dejarlo solos, me imagino que le será más cómodo decirle directamente sus preocupaciones a Ryunosuke en privacidad. —fue lo último que dijo antes de retirarse de ahí, no sin antes despedirse de su hermano, comenzando a alejarse de ellos dos.

—No sabía que estabas descansando hoy. —el primero en hablar había sido Chuuya, sin reprimir la sonrisa en su rostro por verlo.

—No exactamente, solo me hice un tiempo para venir a verlo... —expreso con voz baja, mirando cualquier punto que no fuera los azulados ojos de su mayor. —Me disculpo por estar tan ausente. —inclinó ligeramente su cuerpo hacia adelante, expresando la disculpa que había dicho.

—No hay problema, me hace feliz verte hoy, aunque sea por un momento. —nuevamente sus palabras atacaban su corazón, causándole un leve temblor que trato de ocultar con todas sus fuerzas.

—Aun así, me disculpo. No quería que se preocupara más por mí, lamentablemente mi trabajo sigue siendo de la misma forma, hasta que no detengamos al grupo rebelde me temo que usted seguirá en la seguridad del templo. —ante sus palabras, los labios de Chuuya se torcieron en una mueca, a pesar de que sabía eso, en verdad le fastidiaba estar encerrado en ese lugar. —Pero... quiero de alguna forma compensar el desagrado que pueda estar pasando en esta situación.

La expresión de disgusto que tenía el mayor se había borrado por completo ante las palabras del menor, dejando en su lugar una curiosa sorpresa, teniendo su completa atención sobre el más alto.

Con un poco de nerviosismo, Akutagawa llevó al frente su mano izquierda que sostenía aquel pequeño paquete envuelto en papel rojizo, haciéndole entrega de éste a su superior.

—Es un brazalete, sé que le gustan este tipo de accesorios y pensé que podría subirle un poco el ánimo, me imagino que estar aquí encerrado debe de ser solitario para usted, así que espero que esto no solo sea de su gusto, también lo ayude a sobrellevar estos días complicados... —habló en un tono suave, teniendo su mirada fijada en el paquete que le estaba siendo entregado al otro. Quien por el momento solo estaba quieto, procesando las palabras que le había dicho Akutagawa.

El corazón de Chuuya comenzó a agitarse, saltando con una alegría tan cálida que no pudo reprimir la sonrisa cariñosa a la vez que alzaba su mano para tomar el obsequio que Ryunosuke había comprado pensado en él.

Antes de poder agradecer el gesto del menor, hubo algo que llamó su atención: en el momento en que tomó entre su mano aquella pequeña caja, se percató de un raspón en el dorso de la mano contraria. Solo pudo ver un poco debido a que, en cuanto tomó el regalo, Akutagawa bajó su mano.

Podía ignorarlo y dejarlo pasar por alto, pero cuando del menor se trataba, ningún detalle, por muy pequeño que fuera, lo dejaría pasar. Por ello, con la mano que tenía libre la dirigió en dirección de aquella extremidad, tomando con cuidado la mano de Ryunosuke con la suya, alzándola para verla un poco más de cerca.

—¿Y esto? —Chuuya no pudo retener la pregunta, consiguiendo que el estómago del menor se revolviese.

—Es solo un raspón por una caída, no es nada grave. —lo alentó con calma, realmente era una herida sin importancia, en su momento el ardor había sido molesto, pero a esas alturas no había ningún dolor que lo incomodase. Quiso retirar su mano, pero el mayor la sostenía con firmeza, pero a la vez teniendo el cuidado de no lastimarlo, causando una sensación esponjosa en el pecho de Akutagawa.

Los dedos de Nakahara sostenían con delicadeza los del menor, sin quitar la vista de aquel rojizo raspón. Una sonrisa formó sus labios ante el fugaz recuerdo que cruzó su mente, captando la curiosidad de Akutagawa.

—¿Todo bien? —al instante recibió una respuesta afirmativa por parte del mayor.

—Solo recordé algo de nuestra niñez. —a pesar de que recibió una respuesta, no había sido suficiente para calmar con la curiosidad del otro. Chuuya no explicaría más, pues le haría revivir dicho recuerdo para que Ryunosuke lo recordara de igual manera.

Con el mismo cuidado con el que estuvo sosteniendo esa mano, la alzó lentamente hasta la altura de su rostro. Donde sus labios se dirigieron a aquella herida, tocándola con suavidad con éstos, dejando de esa forma un pequeño beso en su dorso.

Las pálidas mejillas de Ryunosuke nuevamente se calentaban ante el cálido tacto de los labios contra su piel, provocando que su corazón diera un gran vuelco. Para luego regocijarse en felicidad por lo que estaba pasando, siendo imposible reprimir un débil temblor en su mano.

—Chuuya-san... ya estamos lo suficientemente grandes para este tipo de juegos... —habló un poco avergonzado mientras se hundía en sus hombros. A pesar de tratarse de una queja, Akutagawa no hizo nada para alejar su mano.

Cuando eran niños y Akutagawa salía de los entrenamientos, Chuuya había tomado la costumbre de besar sus heridas como un hechizo para aliviar el dolor que le producían. Una acción que según iban creciendo fue desapareciendo, más cuando a ambos se les había dicho que los besos eran malos, un comentario que ninguno de los dos compartía, pues con anterioridad habían comprobado que no causaban ningún malestar como se les había dicho, más bien todo lo contrario.

—Antes me agradecías por mis "hechizos". —dejó con cuidado su mano, permitiendo que Akutagawa la regresara a su altura, llevándose con él la calidez que el mayor había depositado en su dorso.

—...gracias. —soltó seguido de un suspiro. Era completamente diferente a cuando eran niños, en ese entonces no había ningún sentimiento tal peligroso como el amor entre ellos dos.

—Bueno, en realidad soy yo quien debe agradecerte por el obsequio, realmente me hace sentir mejor recibiendo algo de tu parte —expresó amablemente, admirando aquel pequeño objeto.

No necesitaba ni siquiera verlo para saber que le gustaba, pues no importaba el diseño o el material del que estuviera hecho, ya era especial por el simple hecho de venir por parte de Akutagawa.

—Eso me alegra mucho...

Chuuya admiró la pequeña sonrisa que tenía Ryunosuke, sintiendo un calor derramarse en su pecho a la vez que un cosquilleo picaba sus labios. Sintiendo aquella felicidad que, sin falta alguna, se manifestaba cuando estaba con Akutagawa.

Sin duda alguna, lo siguientes días serían más llevaderos gracias a esa calidez que se alojó en su ser, además de que tendría el recuerdo del menor gracias a aquel brazalete. Realmente su humor había mejorado.

Atsushi había creído que sus patrullas seguirían siendo tranquilas, no habían tenido pistas del grupo rebelde, y honestamente no quería que las hubiera. Ahora que sabía sus verdaderas intenciones, la idea de atraparlos no le causaba alegría, así que si podía evitarse problemas de ese tipo sería mucho mejor.

Pero ahora no era solo el grupo rebelde quienes estaban causando revuelos.

Se dirigía con velocidad hacia el sector C, tras un mensaje algo inquietante que había recibido de Sigma:

<Jefe, hay civiles con carteles y latas de pintura frente a la oficina operativa del sector C.>

Una vez más, estaban teniendo problemas con los ciudadanos. Debía llegar cuando antes, si se salía de control, Shibusawa sin duda alguna se enfadaría y por el bien de todos, lo mejor era tenerlo tranquilo.

Así, luego de una larga media hora había llegado, se encontró con el escenario de sus compañeros defendiendo la oficina operativa, la cual tenía distintos rayones hechos con aerosol de pintura azul y negro. Sus compañeros quienes estaban frente al edificio impidiendo que aquellas personas continuaran con sus destrozos, se veían molestos, claramente reprimiendo el deseo de imponer orden de forma violenta.

Nakajima miró los carteles, cada uno con un mensaje diferente, pero todos se podrían resumir en la renuncia del gobierno, exigiendo justicia y libertad. Mensajes que ya había escuchado de parte del grupo rebelde.

—¡Exigimos que el mandatario dé la cara! —escuchó la furiosa voz de un civil, empujando a Tachihara que impedía su camino, quien no estaba en absoluto contento.

No aguantó más y rápidamente agarró a aquella persona de los brazos, empujándola hacia el suelo para llevar sus brazos a su espalda, reteniéndola contra el piso. Ante aquella acción, los demás civiles titubearon, pero no desistieron.

—Su comportamiento no está permitido, dame una razón para no arrestarte... —amenazó con voz molesta, donde aquel hombre solo pudo balbucear.

—Tachihara... —el mencionado giró hacia su superior que le miraba con una expresión de seriedad, a la cual ni siquiera se inmutó.

—Está rompiendo con la ley, no podemos permitir comportamientos de este tipo. —los labios del menor temblaron. Aunque quisiera contradecirlo, aunque sabía que estaba mal, esa era la realidad, pues la ley era así, cualquiera que quisiera ir en contra, sufriría las consecuencias.

—Déjalo ir.

—¿¡Aaaah!?

La mirada molesta de Michizo chocó con la seria de Atsushi, ninguno parecía aceptar las palabras del otro.

—Es una orden. —expresó con voz grave el albino, consiguiendo un chasquido del otro. Desgraciadamente, Atsushi era su líder y todos en la Federación debían acatar sus órdenes.

Soltó un bufido y dejó en paz a aquella persona, poniéndose de pie para colocarse a lado de Sigma.

Giró hacia los civiles, quienes parecían asustados. Aquella expresión suavizó su rostro serio, sintiendo aquella culpabilidad al ver el miedo reflejado en sus miradas.

—Retírense de aquí, conocen la ley y saben que esto está prohibido. Lo dejaré pasar por alto esta vez, ya que esto ha sido provocado por el grupo rebelde, pero no permitiremos que se repita una segunda vez. —expresó de manera seria, pero tratando de no sonar tan duro con aquellas personas. De igual manera explicando el porqué de sus acciones y así calmar a sus compañeros que se veían extrañados por la decisión que había tomado.

—Nosotros no permitiremos que nos sigan robando nuestra libertad. —sin embargo, más allá de recibir una aceptación por parte de aquellas personas, solo obtuvo aquella respuesta. Dicha con temor, pero con una seguridad que nunca había visto en las personas.

Atsushi mordió su labio, creía que podría salirse con la suya como lo había hecho en el sector A, pero aquellas personas parecían ser más tercas. Convencerlas con palabras sería algo imposible.

No quería recurrir a la otra, suficiente daño ya había hecho a la gente para imponer más terror, pero... de lo contrario, el dolor hacia ellas sería más, no tenía opción.

De forma temerosa dirigió su mano al arma que tenía en el costado de su cadera, alarmando rápidamente a los civiles. Con cuidado alzó dicho objeto y apuntó a la mujer que había dicho aquellas palabras, arrugando sus cejas al ver la expresión de pánico en su mirada. Respiró hondo y luego redirigió el ángulo de disparo, presionando el gatillo con el blanco de un árbol que se encontraba a varios metros lejos de las personas, donde el tronco recibió aquella bala.

—Por su bien será mejor que se marchen, no queremos lastimarlos... esto no es su culpa, así que... por favor, váyanse... —cada ciudadano se sorprendió por aquella suplica por parte del Líder de la Federación. Todos creyeron que realmente sería capaz de disparar a la mujer sin piedad alguna, pero al ver que simplemente fue una especie de amenaza, comenzaban a reconsiderar la idea de si en realidad toda la Federación era despiadada.

Les era fácil volverse a negar ante un comportamiento tan blando de aquel oficial, pero su rostro no era comparable con de los demás oficiales quienes parecían que ellos no dudarían en disparar hacia alguno de ellos.

Esta vez aceptaron, Atsushi había conseguido que aquel pequeño grupo de personas se retirase, realmente las cosas se podían solucionar con solo dialogarlo.

—¿Realmente fue bueno que los perdonaras? —recibió aquella pregunta por parte de Sigma, girándose en su dirección para mirarlo. —Nos enseñaron que no podemos permi-

—No es su culpa. —rápidamente Atsushi interrumpió al mayor. —Están actuando bajo las palabras del grupo rebelde, ellos no son el enemigo, no tiene caso que los arrestemos. —explicó.

A pesar de que tampoco quería culpar al grupo rebelde, solo de ese modo sus compañeros evitarían lastimar de manera innecesaria a las personas. Además, tampoco se vería sospechoso de que defendiera a personas que claramente estaban cometiendo crímenes. No podía decirles a ellos que las cosas estaban mal, lamentablemente él no podía hacer nada al respecto, más que tratar que las cosas no se salieran de control, siguiendo aún las órdenes de Shibusawa, aunque supiera que estaba mal.

Sentía un revoltijo en su estómago, no se sentía del todo bien. Odiaba tomar un arma y siempre que se veía obligado a usarla, terminaba con nauseas, aun sí solo había sido por simple amenaza, quería un momento para relajarse.

—Vigilen la oficina operativa y a sus alrededores, no permitan que las personas sigan realizando estas huelgas. De encontrar otra, traten de no ocasionar más problemas, revisaré el sector B y A, puede ser que en esos lugares pueda repetirse esta situación. —les dio indicaciones a sus compañeros de qué acciones tomar. Sin demorarse más comenzó a caminar, pero no en dirección al lugar que mencionó.

Sacó su celular y comenzó a teclear un rápido mensaje.

<Dazai... Quiero verte... ¿podemos vernos en el sector H? Al norte, en la parte que roza con la zona rural hay un edificio abandonado, quisiera verte ahí.>

Cuando terminó de redactar lo envió, dirigiéndose con velocidad al lugar que mencionó, sin siquiera obtener una respuesta. En verdad se sentía algo mal, quería ver al mayor porque, su presencia siempre lo relajaba, quería creer que pasar un rato con el castaño disminuiría aquella amarga sensación.

Para su fortuna Dazai había respondido con una afirmativa, comunicándole que ya se dirigía a aquel lugar, por lo que con mayor razón se apresuró.

Para Dazai no era extraño recibir mensajes donde Atsushi expresase que quería verlo, pero la diferencia de ese mensaje a otros que había recibido del albino era que había sido directo con su petición. Generalmente realizaba insinuaciones sobre aquel deseo, pero era la primera vez que al primer mensaje le pedía que se vieran, siendo inevitable que se sintiera inquieto.

Trató de demorarse lo menos posible para llegar al lugar en donde lo había citado Atsushi, llegando a aquel lugar abandonado. Supuso se encontraría en el interior del edificio, por lo que decidió entrar, comenzando a buscar en el primer piso algún rastro de Atsushi, encontrándolo rápidamente. Se encontraba sentado al lado de una ventana mientras abrazaba sus piernas, aumentando aquella inquietud en el castaño.

—¿Atsushi? —pronunció su nombre.

Rápidamente éste alzó su cabeza para ver al mayor que le observaba con una leve preocupación. Al confirmar que se trataba del castaño sonrió un poco, colocándose de pie para estar a una mejor altura.

—Hola. —saludó en un intento de sonrisa, que estaba algo torcida por aquella culpabilidad que aún permanecía en su persona, provocando que el mayor apretase sus labios.

—¿Sucede algo? Es extraño que quisieras verme tan repentinamente. —Atsushi soltó una risita nerviosa mientras jugaba con sus dedos. Aquella acción hizo que la preocupación de Dazai disminuyera un poco, por lo lindo que le había parecido.

—Algo así... me sentía un poco inquieto y bueno... estar contigo me relaja mucho, por eso pensé que sería una buena idea que nos viéramos, perdona si te causé molestias. —Dazai sonrió de manera gentil al escuchar esas palabras, provocando que su corazón se agitara nuevamente en esa inquietante calidez, pero a diferencia de otras veces, dejó que continuara.

El mayor acortó la distancia para alzar su mano y acariciar con cuidado la mejilla de Atsushi. Quien al principio se encogió en sus hombros, terminó por dejando que aquel cálido tacto siguiera contra su piel, llegando al punto de recargar su rostro contra la mano del castaño.

—No hay ninguna molestia, de eso no te preocupes, me gusta estar contigo después de todo. —Atsushi tembló ligeramente por aquellas palabras, sintiendo hormiguear sus mejillas en aquel aviso que, de seguir así, pronto adquirirían un color cálido.

La sonrisa de Dazai se hizo más grande por la reacción de Atsushi. No se pudo aguantar y se acercó, besando con suavidad la frente del albino, a quien escuchó gimotear de manera silenciosa. Se detuvo por un momento, esperando a que el menor lo alejase, al ver que esto no sucedió, con su nariz removió el flequillo de diferentes cortes que cubrían la frente del albino.

—¿Qué es lo que te preocupa? —preguntó luego de unos minutos. No solo porque Atsushi se lo había dicho, cuando llegó pudo notar una obvia preocupación en su rostro.

El menor soltó un suspiro, volviendo a torcer sus labios.

—Últimamente ha habido movimientos extraños en los civiles, cosas que están en contra de la ley. —comenzó a relatar, tratando de no distraerse por el jugueteo que mantenía Dazai con su mechón más largo de cabello. —Ellos están buscando la libertad que mencionaste... Yo... mi deber es impedir eso, pero yo no quiero lastimarlos, no quiero que las cosas se salgan de control, porque de ser así indudablemente habrá gente que salga herida. —su voz tembló con gran preocupación, algo que hizo detener los movimientos de Dazai.

No dijo nada, por desgracia no podía darle algunas palabras de ánimo porque Atsushi se encontraba acorralado, contra lo que era correcto y lo que era ilegal. Dos posturas que se veían invertidas en esa nación, donde lo correcto era ilegal y no había forma para cambiarlo, por ahora.

Su mano se dirigió a la cabeza de Atsushi, acariciando con lentitud aquel lugar, tratando de algún modo que el menor se relajara, algo que consiguió en unos segundos.

—Por ahora solo puedes hacer tu trabajo, nosotros nos encargaremos de que esas leyes cambien. Que las personas comiencen a revelarse no es algo malo, cuando sean todas, sin duda alguna las cosas deberán cambiar para bien. —trató de animarlo con la única verdad que podía ser, sin palabras que adornaran su propósito. No podía engañar a Atsushi diciéndole que todo iba a estar bien, cuando indudablemente daños habría, pero era cosa de mantenerse fuerte hasta el final.

—Supongo que es verdad... —su pecho se estremeció ante aquel tono de voz, realmente no le gustaba ver al albino en ese estado.

Sin tener algún control de sus manos, éstas se dirigieron al rostro de Atsushi, alzándolo un poco para que lo mirase. Observó con cuidado cada facción que conformaba su rostro; aquel tono pálido que coloreaba su piel, aquellos delgados y rosados labios que se encontraban ligeramente separados, sus pestañas, aquellos ojos de un peculiar color. Desde el primer día le habían parecido lindos, pero ahora... los veía hermosos, brillando por la poca luz que se infiltraba por aquella ventana, de un precioso color de amarrillo y púrpura. Eran como un atardecer que estaba dando paso a la noche, el momento más tranquilo del día. Le gustaban sus ojos.

Todo de Atsushi le gustaba, le gustaba Atsushi.

Su corazón comenzó a agitarse sin razón alguna, aparentemente. Era la primera vez que le prestaba tanta atención al rostro del menor, quien tenía una mirada confusa por los segundos en que Dazai se le quedó mirando.

Era hermoso, sin duda alguna, Atsushi era hermoso. Ese pensamiento resonaba en su mente y calentaba a su corazón, sintiendo como en su estómago se asentaba un hormigueo. Su respiración se entrecortó por aquel sentimiento que hace bastante tiempo invadió su cuerpo, uno que le aterraba, pero ahora, no hacía más que evolucionar a uno de felicidad, de comodidad, de...

Comenzó a acortar la distancia entre sus rostros, causando un nerviosismo en Atsushi. Sabía lo que haría, se iba a negar, pero aquella mirada tan cálida y tranquila que le dedicaba el mayor le impidió decir algo, alterando de la misma forma a su corazón.

La distancia se cortaba cada vez más y los ojos de ambos poco a poco se iban cerrando, cerrándose completamente al momento en que sus labios se unieron. Una unión que era simplemente un toque suave y cálido. No era la primera vez que se besaban, pero si que causaba una reacción diferente a la que estaban acostumbrados.

Dazai se mantuvo de esa forma por unos segundos, tomándose el tiempo de apreciar la sensación de los labios contrarios. Realmente eran suaves, algo que no entendía, días anteriores besaba un sinfín de veces al menor para molestarlo, ¿por qué ahora su corazón se había vuelto tan loco por simple roce? No era la primera vez que se besaban, pero se sentía como si lo fuera.

El mayor retrocedió un poco para separar solo unos centímetros sus labios de los ajenos, soltando tranquilas respiraciones contra éstos, solo fue unos segundos, para volverse acercar, besando una vez más al menor. Movió sus labios de manera lenta, tratando de encajar contra los de Atsushi, encontrando al poco tiempo aquella manera en donde quedaron perfectamente posicionados, que le daba la sensación de que fueron especialmente diseñados para encajar juntos.

Se separó una vez más y esperó unos segundos para recibir una negativa por parte de Atsushi, como no sucedió nada, decidió abrir sus ojos, encontrándose con los ojos cerrados de éste, temblando ligeramente, con sus mejillas coloreadas de un rosa pastel y con sus labios ligeramente separados, en espera de recibir más de sus besos.

Aquella vista la sintió como un flechazo que atravesó a su pecho, perforando su corazón, pero más allá de causarle dolor, le estaba provocando una euforia que comenzaba a derramarse de sus manos. Junto con ese sentimiento desconocido que, a pesar de que se mantuvo escondido, en ese momento salió a revelarse contra él, creciendo todo lo que lo había impedido.

No quiso hacer esperar a Atsushi y volvió a besarlo, teniendo aquella aceptación dada de forma discreta. Nada le impediría en devorar sus labios, sus manos que aún permanecían sobre sus mejillas comenzaron a acariciar con sus dedos la piel ajena, sonriendo cuando escuchó un sonidito tan lindo del menor.

Comenzaba a perderse en esa esponjosa sensación que lo llenaba de tantos sentimientos tan suaves y cálidos, disfrutando de la forma en que sus labios se movían sobre los de Atsushi.

Pero hubo un momento donde sintió como Atsushi empujaba su rostro hacia él, correspondiendo por primera vez a uno de sus besos. Dazai sentía que se quedaba sin aliento ante aquella acción, si su corazón se encontraba agonizando, ahora estaba a punto de reventar. Si la simple sensación de él juntando sus besos ya le tenía en aquel estado, que ahora el albino de manera tímida tratase de seguir el suave movimiento de sus labios lo había enloquecido, entregándose por completo a aquel sentimiento que ya no pudo retener.

Sus manos se deslizaron con cuidado, acariciando la piel del cuello del menor, bajando por sus hombros y por sus costados, hasta haber llegado a la cintura de Atsushi, en donde envolvió sus brazos para profundizar aquel beso. Sin llegar a ser tan tosco como había sido aquella vez en el callejón, teniendo el cuidado de no ser rudo para el albino, dejando que sus labios se unieran con pequeños toques y gentiles movimientos, maravillándose cuando Nakajima se sostuvo de sus hombros.

Estuvieron así por un tiempo indefinido. Para ese momento, algo como el tiempo había dejado de existir, como si se hubiesen encerrado en alguna especie de burbuja en donde el tiempo se detuvo. El lugar en el que estaban dejaba de existir y todo lo malo había desaparecido, para dejarlos a ellos dos, con sus corazones comunicándose por medio de los fuertes latidos, envueltos de aquella cariñosa sensación que los acogía.

Pero finalmente Osamu había cortado con todo eso cuando volvió a colocar los pies sobre la tierra. Luego de un numero incierto de besos, había dejado en paz aquellos labios, pero el abrazo que mantenía en su cuerpo no. Todo lo contrario, el agarre se afianzó más, dando un paso hacia adelante para recargar su cabeza en el hombro de Atsushi, quien no dio queja alguna por seguir aturdido luego de aquellos besos.

«Maldición... Maldición, maldición, maldición...» comenzó a maldecir en su mente, sin poder aceptar lo que había pasado, lo que estaba pasando en realidad.

Sus mejillas se encontraban calientes, no dudaría que un vergonzoso rubor estuviera adornándolas. Su corazón golpeaba con tanta fuerza su pecho, que temía ser escuchado por el menor y su mente, simplemente se encontraba en blanco por el descubrimiento que había hecho.

Ese no era el plan, el plan era que Atsushi se enamorase, no que él lo hiciera.

Se enamoró, estaba enamorado de Atsushi Nakajima, líder de la Federación en Contra del Sentimiento Engañoso, se enamoró de aquel muchacho tan maravilloso. Dazai, quien, si bien no luchaba en contra del gobierno para poder amar, tenía cierto temor a aquel sentimiento. Era normal, en una nación donde se hablaba tan terrible del amor, contraer dicha "enfermedad" solía aterrar a cualquiera.

Pero, no era en absoluto así, un sentimiento tan acogedor que arrullaba a su corazón y endulzaba a sus sentidos. Sensaciones que nunca experimentó hasta que conoció a Atsushi, quien le provocaba que su corazón latiera con tanta fuerza.

Con tanta vida.

Apretó más fuerte el cuerpo de Atsushi sin llegar a lastimarlo, era consecuencia de esa peculiar felicidad que le producía compartir aquel abrazo con el albino. Eso y otras más emociones provocadas por el menor le estaban haciendo sentir vivo. A él, que la única emoción que le daba sentido a su vida era la adrenalina de poder morir, estaba encontrando otra sensación que le creaba el mismo efecto, multiplicado por cien, una manera tan amable que comenzaba a gustarle más.

Amaba a Atsushi, sin duda se había enamorado irremediablemente de él.

Sin saber porque exactamente, soltó una risita de felicidad. Realmente se sentía demasiado bien amar a alguien. 

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