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Capítulo 70

— ¿Tú crees que se parece a mí? — le pregunto a Carla mientras llevo tomada a Marlena hasta ella para que la pueda ver bien.

Ahora que ya tiene unos pocos meses se puede apreciar mejor su rostro y sus facciones. Va con su chupete y con un pijama que la propia Carla le regaló. Yo no quería ponérselo, pero Carla me obligó. A mí no me gustó demasiado que llevara grabado en el centro en letras mayúsculas y en cursiva -según ella esto era par darle más dramatismo- la frase "mi papá es más sexy que el tuyo". Y en español encima. Pero tampoco me puedo quejar. ¿Qué se puede esperar de Carla?

— ¡Claro que sí! — me ha sonado un poco falsa — En fin, las dos sois humanas.

La fulmino con la mirada.

— ¿Qué? — me pregunta, encogiéndose de hombros — ¿Es que tú no ves acaso que es una copia en versión bebé del Damiano?

Las dos miramos a Marlena. Y sí, sus ojos son del mismo tono que los de su padre y su cabello es igual de oscuro, pero... bueno, no lo puedo negar.

— Vale, tienes razón — le digo a regañadientes.

Ella sonríe condescendientemente.

— Claro, si yo siempre llevo la razón.

Yo río.

— Ya, igual que cuando decías que One Direction nunca se iba a separar — me burlo yo.

Ella me da una miradita reprobatoria, que después se convierte en la típica mirada que reduciría a cualquiera a cenizas. Alza su dedo y me apunta de mala gana.

— La última vez que dices algo así — me dice a modo de advertencia — La última vez — repite.

No se puede decir nada de esa banda. Tuvo una especie de depresión rara cuando ese grupo se separó. Eso es lo que me contó Gabriella.

Carla se frota los ojos. Parece que he herido bien sus sentimientos, hasta tal punto que parece que fuera a llorar en cualquier momento. Marlena se mueve entre mis brazos, mirando a Carla. Quiere que ella la coja.

— Oh, enana, ¿quieres que tu tía te tome? — le pregunta Carla cuando se recompone un poco y me vuelve a repetir que no haga ese tipo de bromas.

Coge al bebé y lo alza mientras le dice cosas que hacen que la niña ría.

— Huele...— empieza mi amiga, acercando la cara del bebé a la suya y oliéndola — Como a piel joven.

Ruedo los ojos.

— ¿Sabes? — me pregunta a mí — Cuando me la dejaste el último día tuve que utilizar el autobús y una señora se pensó que era mi hija y me cedió su asiento para que no fuera de pie con la cría en brazos — hace un gesto hacia Marlena — ¿Me la prestas más a menudo?

Alzo una ceja y abro un poco más los ojos.

— O sea, quería decir que si me la dejas para que la cuide más a menudo — se rectifica.

Es cierto que le dejo que se lleve a la niña de vez en cuando. Pero muy a pesar de las quejas de Damiano, que no se fía mucho de ella. Y bueno, visto que a veces la utiliza para levantar a la gente de sus asientos en el transporte público no sé si me voy a seguir fiando mucho de ella.

— Marlena...— le dice Carla a mi hija — Menos mal que convenciste al Damiano para que le pusiera este nombre — me mira de reojo — ¿Te la tuviste que meter hasta los huevos en la boca para que cediera a ponerle este nombre, cierto?

— ¡Carla! — la riño y señalo a Marlena — ¡Que está la niña!

— Si no se entera de nada — me hace un gesto para que no le dé mayor importancia y le quita el chupete a Marlena, que está sonriendo — Es tan inocente la pobre — le pasa el dedo por los labios — Disfrútala mientras sea así. Porque en cuanto descubra Wattpad esa inocencia desaparecerá — me advierte.

— Eso solo lo dices porque te pasó a ti.

— A mí y a la mitad de la población — me dice — Yo lo conocí con doce años. Y desde entonces no soy la misma.

— ¿Y en qué te cambió?

— Hombre, yo un día era normal y al siguiente dejaba la ventana de mi habitación abierta porque me pensaba que un macizo sexy y con un oscuro pasado iba a secuestrarme y a llevarme a su mansión de cinco plantas para desvirgarme y convertirme en su esclava sexual. Después se daría cuenta de que se ha enamorado de mí, se comportaría como un gilipollas conmigo y después nos casaríamos para vivir una vida feliz con cinco hijos y dos perros como mascotas.

Lo ha dicho de seguido. Lo tenía bien pensado, no ha dudado ni en un solo detalle. Hasta se ha puesto azul porque se ha quedado sin aire.

— Pero no me quejo, soy española, soy periodista, me he masturbado mucho leyendo libros, me he enamorado de personajes ficticios que si existieran en la vida real ni me toparían, pero tengo la suerte de que hace ya más de un año...¡me encontró! — Marlena que anteriormente me estaba mirando a mí gira su cabeza hacia Carla de nuevo — Ese macizo sexy que llevaba tantos años esperando me encontró. Se había encarnado en un italiano rubio y guitarrista. Me llevó a Italia, me hizo enamorarme de él y después me desvirgó — ríe ruborizándose — No me ha convertido en su esclava sexual, aunque yo aún sigo luchando por ser digna de ese puesto.

— Diablos, chica — ambas volteamos hacia la puerta para ver quien es.

Marlena entreabre la boca y ríe. Esa risa solo la puede provocar en ella una sola persona.

— Deja ya de aburrir a mi mujer con tus historias — Damiano entra al cuarto del bebé lentamente, con las manos metidas en sus bolsillos y un gesto que me hace pensar que está reprimiendo una risa — Y vende los derechos de tu historia a Netflix. Seguro que le sacan un buen provecho.

— Deja de reírte de mí.

— No me río — él coge al bebé de los brazos de Carla. Y Marlena tan feliz — Solo te lo aconsejo. Te podrías hacer famosa. La historia de una chica que lleva años deseando que se la tiren y acaba con un guitarrista italiano — Damiano niega con la cabeza, riendo — Eso sería un fenómeno mundial.

Se está riendo de ella en su cara.

— ¿Sabéis qué? — nos pregunta ella — Me largo.

La noto un poco ofuscada mientras coge su bolso, pero sé que en cuanto pase la puerta se reirá. Y no me equivoco. Se escuchan sus carcajadas por toda la casa.

Marlena se abraza bien fuerte a su padre. Le encanta estar con él.

Damiano roza cariñosamente su nariz con la del bebé y juro que es una de las imágenes más bonitas que he visto en mucho tiempo. Marlena sonríe y ríe sin parar.

— Oye, deberías calmarte un poco con Carla — le digo a Damiano — Cualquiera diría que ya no te cae muy bien.

— No es eso — me responde — Pero de vez en cuando tengo que echarla de casa para que recuerde que ella tiene la suya propia.

Alzo una ceja.

— Sí, Daniela, está siempre aquí metida. Es como una garrapata.

— Bueno, mi madre también viene mucho últimamente y no te he oído quejarte — le reprocho.

— Es que si lo hago me mandas a dormir al sofá — lloriquea.

— Quizá esta noche tengas una cita con él — le amenazo yo.

Él mira al bebé, sobresaltado.

— Dile a mamá que no me mande al sofá — niega con la cabeza.

Y como era de esperar la niña lo imita, pero mirándome a mí.

Sonrío viendo lo mona que se ve la niña.

Mi niña.

— Me da igual lo que me digáis — dictamino seriamente — Haré contigo lo que quiera esta noche.

Eso le llega a sus oídos como una bomba. Rápidamente deja a Marlena en la cuna y le acerca algunos juguetes para que se entretenga.

— ¿La cama y tú desnuda en ella van incluidas en esa oferta, nena? — sube y baja las cejas repetidas veces, de forma pícara.

Me toma por la cintura y me acerca a él con un movimiento sutil. Me muerdo el labio mientras hunde su cara en mi cuello. Hace ya un tiempo que no tenemos relaciones. Desde que Marlena nació para ser exactos. Y no ha sido porque él no lo intente, sino porque después de dar a luz mi cuerpo se transformó completamente. El deseo sexual disminuyó. Pero creo que ahora quiere volver a mí.

— Damiano, estate quieto...

— No quiero.

Retrocedo para salir del cuarto del bebé.

Damiano me carga para llevarnos más rápido a la habitación. Su desesperación no conoce límites ahora mismo.

En un abrir y cerrar de ojos estoy sobre la cama con Damiano encima de mí. Junta nuestros labios tiernamente al principio, luego su lengua se cuela en mi boca y las cosas se tornan un poco más salvajes.

— Damiano...

Él se quita su camiseta sin cuidado, despeinándose. Luego me la quita a mí y a eso le continúa mi sostén.

— ¿Estás desesperado, verdad? — río un poco mientras él masajea mis pechos.

— No te haces una idea — murmura.

Se concentra en estimular uno de mis pezones, hasta ponerlo duro. Se lo mete en la boca y lo chupa, succionándolo. Gimoteo y arqueo mi espalda, sintiendo algo duro entre mis piernas.

Clavo mis uñas en sus costados. Él empieza a balancear sus caderas contra las mías, creando fricción entre nuestros cuerpos.

Desabrocho sus pantalones y empiezo a bajarlos. Agarro su culo para empujarlo más contra mí y sentir mejor lo empalmado que está.

Lame mi cuello y me susurra un par de cosas subidas de tono al oído. Una de sus manos se cuela por debajo de mi pantalón y se me corta la respiración cuando encuentra mi clítoris.

— Mhm — jadeo yo, rodando los ojos.

Encuentro una pizca de cordura dentro de mí y también meto mi mano en sus pantalones. Él me mira con los ojos abiertos de par en par.

— Tú no te libras — me muerdo el labio, mirándolo.

Muevo mi mano por su erección mientras él la mueve por mi mojado sexo. Al principio solo lo hace externamente, pero luego mete un dedo.

— Daniela — sus músculos están apretados mientras entreabre los labios — Te deseo — pega su frente a la mía y roza nuestros labios — Necesito sentirte — doy un suspiro, sintiendo como bombea su dedo dentro y fuera de mí — ¿Quieres tú sentirme a mí?

Me retuerzo del placer debajo de él. No sé como he podido vivir tanto tiempo sin esto.

— Contéstame.

— Sí, sí, sí...— eso es lo único que puedo decir.

Saca su dedo, lo lame y después me da la vuelta, dejándome boca abajo en la cama. Baja mi pantalón, junto con mis bragas y después abre mis piernas. No pierde el tiempo. Roza su pene contra mi entrada y...

— ¡Oh, venga ya! — ladra Damiano cuando escuchamos el timbre de la casa.

Dice algo entre dientes sobre lo inoportuna que es la gente. Intentamos seguir, pero tiene que estar pasando algo muy importante porque el ding dong del timbre no para.

— ¡El universo se está riendo de mí! — grita Damiano, saltando de la cama y comenzando a vestirse.

— Venga, no te enfades — le pido mientras me devuelve mi ropa — Vemos quien es y después seguimos.

— No, yo quería seguir ahora — está muy molesto — A nosotros no nos interrumpe ni Dios mientras estamos haciendo el amor.

Se va por la puerta, aún poniéndose la camiseta y tengo que ir detrás de él tambaleándome mientras me subo los pantalones.

— ¡¿Qué mierda quieren?! — grita Damiano abriendo la puerta principal.

Escucho al bebé en su cuarto llorando.

— ¡Damiano! — le riño.

No me gusta que le haya gritado así a quien quiera que sea. Voy corriendo a por la niña que parece estar teniendo un buen berrinche.

— ¡Perdona, nena! — Damiano me grita — ¿Ustedes qué diablos quieren?

Bajo lo más rápido que puedo con el bebé llorando y sollozando a más no poder.

— Oiga, a mí no me falte al respeto — le responde una mujer.

Damiano está a punto de estamparle la puerta en las narices, hasta que llego yo y lo freno.

— ¿Qué haces? — me pregunta él.

— Sé quien es, Damiano.

Me encuentro a una señora de unos cincuenta años, alta, rubia y esbelta con la cara descompuesta por el drama que se estaba montando. A su lado va un hombre de la misma edad, corpulento y con su mirada desafiante puesta en Damiano. Detrás de ellos van un señor mayor y un niño.

— Mira, Damiano — rompo yo el hielo porque aquí se están matando con la mirada. Les hago un gesto para que entren y lo hacen un poco inconformes — Ellos son los padres de Carla — ahora es mi marido el que tiene la cara descompuesta — Y él es...

— Ya sabemos quién es — me interrumpe la madre — Es el drogadicto de Eurovisión.

— ¿Perdone? — alzo una ceja con Marlena aún llorando un poco en mis brazos.

— ¿Dónde está mi hija? — pregunta la mujer, omitiendo mi disgusto — Llevo más de un año sin saber nada de ella.

— La maté — se pronuncia Damiano — La tengo enterrada en el jardín, por si quiere empezar a quitar tierra.

— Damiano — le advierto yo.

— Que no me hubiera dicho drogadicto.

El padre de Carla le pide a su mujer que salga a que le dé un poco el aire y nos quedamos dentro con él y con el abuelo y el sobrino de Carla.

— ¿Cómo han sabido dónde vivíamos? — cuestiono yo.

— Silvia — me responde su padre.

— ¡Será traidora!

— Y de las buenas — el padre niega con la cabeza — Me ha soplado quinientos pavos solo por darme esta dirección.

Eso es muy propio de Silvia, siempre antepone el dinero por delante de todo.

Hablamos con el padre y nos dice que quieren saber de ella, que se cambió el número de teléfono y ya ni siquiera podían contactar así con ella.

— ¿Cuánto queréis a cambio de quedárosla aquí vosotros? — nos ofrece el abuelo.

— Un millón de euros — dice Damiano.

— Hecho — le responde el viejo.

— ¿Vamos a vender a la tita Carla? — pregunta el niño.

— Sí — afirma el abuelo de mi amiga.

— ¡No, claro que no! — interviene el padre — Aquí nadie va a vender a nadie.

— Siempre has sido un aguafiestas — sisea el abuelo con los dientes apretados.

— Con suegros como este cualquiera necesita enemigos — suspira el padre mirándonos. Está un poco saturado por la situación.

La madre vuelve y les digo que ella está saliendo con un chico. Y eso hace que la mujer casi se desmaye.

— Dios santo, seguro que es algún delincuente — la madre es igual de dramática que la hija — Aquí hay muchos mafiosos.

— Es un traficante, señora — todos nos giramos hacia Damiano — Thomas Raggi se llama. Es de lo peor. A saber lo que le tiene que estar haciendo a su pobre hija ahora mismo.

— ¡Mi Carla! ¡Con lo inocente que ella es!

Yo aguanto una risa. Definitivamente esta mujer no sabe quién es su hija.

Damiano les acaba dando la dirección de Thomas y básicamente los empuja a todos a la puerta. Marlena aún llora.

— Princesa, ¿ya estás así otra vez? — le pregunta con voz dulce al bebé mientras la coge.

Entonces la niña se calma un poco. Es como si la tuviera hipnotizada.

— Qué grima daba el viejo — me comenta Damiano.

— ¿Y tú para qué bromeas sobre que Thomas es un traficante? - cambio radicalmente el tema — La mujer se ha ido con un infarto.

— De alguna manera tenía que echarlos de aquí — le da un beso en la cabeza al bebé — Y nos has hecho perder un millón de euros. Ahora tendremos que aguantar a tu amiga de gratis.

— ¿Tan malo es eso? — Damiano alza las cejas.

A ver, sé que Carla tiene sus cosas y que a veces es un poco insoportable, pero de ahí a cobrarle dinero a su familia por tenerla en Italia va un estrecho.

Marlena se pone a abrir la boca y gimotea un poco. Creo que tiene hambre.

— Hay que darle de cenar — le informo a Damiano.

Intento cogerla otra vez, pero ella esconde la cabeza en el pecho de Damiano y vuelve a sollozar cuando la toco.

— Tranquila, nena — me relaja él — Creo que soy capaz de darle de cenar a mi hija — bromea.

Antes de ir a la cocina me coge del brazo y me recuerda que tenemos algo pendiente que no se le olvida.

— Bueno, bueno, ya veremos, ¿eh? — me sonrojo un poco.

— De "ya veremos" nada. Cuando termine de darle de cenar te quiero en la cama, desnuda y en cuatro. Sin oposiciones, Daniela.

Que exigente, como siempre.

— Como usted desee — digo en tono angelical.

Él me da un repaso exhaustivo con la mirada antes de ir corriendo a la cocina. Estoy segura de que le dará cuatro cucharadas de lo que sea y después volverá a por mí.

Pero me acabo equivocando. Le da de comer poco a poco, ajustándose al ritmo del bebé. No debería de pensar esto, pero es tremendamente sexy ver a un chico como él siendo tan lindo con un bebé.

De repente oigo un frenazo en la entrada, que me obliga a desechar mis fantasías. Miro por la ventana y veo como de un coche sale Thomas y viene hacia aquí. Ya está oscureciendo. Abro la puerta antes de que llegue y veo que está llorando.

— ¿Qué te ocurre? — le pregunto y lo dejo entrar a la casa.

— ¡Carla me ha dejado! — chilla desconsolado.

Se oye una risa en la cocina.

— ¡Entonces olvídate de tener novia nunca, gilipollas! — se burla Damiano de la desgracia de su amigo.

— ¿Qué ha pasado? — le pregunto yo sin hacer caso de las bromas de mi marido.

— Es que ha venido su familia...— si sigue así se va a ahogar con sus propias lágrimas — Y hemos discutido. Ella nunca me había hablado de su familia. Bueno, ni de nada realmente de su pasado. Se ha enfadado cuando le he dicho que me debería haber hablado de su familia y me ha dejado, Daniela, me ha dejado.

Me abraza.

— Tío, deja ya de llorar — aparece Damiano en la entrada con la niña — Es Carla. Lo más probable es que dentro de cinco minutos vuelva arrastrándose por ti.

— No ayudas — le comunico.

— Tampoco era esa mi intención.

— Damiano siendo Damiano — ríe amargamente Thomas.

Damiano me pasa a Marlena y le da unas palmadas en la espalda a Thomas, diciéndole que no se ralle mucho y que se vaya ya. Pero Thomas no está lo que se dice bien y nos pide quedarse aquí a pasar la noche. Damiano se pone a mirar las paredes y el techo dramáticamente. Ni Thomas ni yo entendemos lo que hace, hasta que se queda quieto y mira de soslayo al guitarrista.

— ¿Me quieres decir dónde has visto el cartel de motel aquí, Thomas?

— Damiano, déjale en paz — me acerco a él y toco su brazo — Que se quede aquí esta noche y ya está.

A mí no me importa que Thomas se quede. Lo estoy viendo muy afectado y no quiero que esté solo.

Me cuesta meterle en la cabeza a Damiano que su amigo lo está pasando mal y que nos necesita.

— Pero si está bien — reprocha Damiano señalando al otro.

Thomas está sentado en el sofá, sujetándose la cabeza con las manos y sollozando el nombre de Carla.

— No lo está — le digo yo, pero eso él ya lo sabe — Habla con él, es tu amigo.

— Pero es que yo quiero estar contigo — me abraza junto con Marlena.

Las últimas semanas han sido muy estresantes. Cuando no está Carla en casa, está mi madre y ahora tenemos aquí a Thomas. Pero ya tendremos tiempo para estar solos.

— Tú quédate aquí con tu amigo y pórtate bien — le susurro — Y yo mientras me preparo en la cama como tú querías, ¿sí?

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