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Capítulo 69

In this world, it's just us
You know it's not the same as it was
As it was, as it was
You know it's not the same

Escucho esa música de fondo. Solo veo oscuridad. Mis ojos están cerrados y mis párpados pesan. Apenas noto mi cuerpo. La música se empieza a escuchar mucho más alto. El ruido martillea mi cráneo. Un suspiro de desesperación sale de mi boca. Consigo mover una de mis manos y palpo, notando que estoy en una cama. Pero no es la mía. Abro los ojos un segundo con dolor y los vuelvo a cerrar. La luz me molesta. Había una chica rubia sentada en un sillón con un móvil. Creo que estoy en un hospital.

— ¿Dani? — oigo a Carla levantarse y acercarse a la cama.

— L-La...— paro de hablar. Siento como si no hubiera utilizado la boca en años — Mú-Música.

Ella entiende que quiero que la baje. Pero me dice que no puede porque se le ha quedado pillado el móvil.

Abro los ojos después de un largo tiempo. Carla me mira asombrada, como si fuera un alienígena. Yo le sonrío viendo como de preocupada luce.

— ¿Styles? — ahora vocalizo mejor — Pensaba que desde que te dejó no escuchabas su música.

Ella me fulmina con la mirada, entornando sus ojos. Recuerdo como antes de conocer a Måneskin se desvivía por ese cantante. Incluso se divertía diciendo que era su novio -en la cabeza de ella, claro-. Y cuando conoció a Thomas ya dejó de escucharlo.

— Perdona, pero él no me dejó — me reprocha — ¡Lo deje yo a él! — ríe orgullosa — Me enamoré de mi Thomas y el Harry ya no tenía hueco en mi vida.

Nunca pensé que diría esto, pero había echado mucho de menos las estupideces de Carla. Ella deja a un lado sus risas y me abraza, echándose encima de mí y asfixiándome.

— ¡Bestie! — me grita emocionada — ¡Pensaba que la ibas a palmar!

La tengo que obligar a soltarme. Qué bruta es.

— ¿Qué me ha pasado? — le pregunto.

— ¡Te desmayaste, cerda! — me dice, echándomelo en cara — Estabas muy nerviosa hablando por teléfono con Damiano y de repente te desmayaste. Ya estamos a lunes. Damiano vine tan nervioso que le tuvieron que chutar unos calmantes aquí y mi novio se lo tuvo que llevar — lo suelta todo rápido — Ah, y ayer me hice viral en Tik Tok con la canción de Styles.

Me centro en lo importante del mensaje. Damiano vino a verme. Han pasado dos días. Tengo que hablar con él.

— Quiero ver a Damiano — me incorporo un poco y me quejo del dolor que siento por todo el cuerpo.

Ella me empuja por los hombros para que vuelva a tumbarme. Odio los hospitales. Y la mierda esta de batín que me han puesto hace que me pique la piel.

— ¿No te ha gustado verme a mí? — me pregunta Carla, frunciendo el ceño — ¿Por qué? ¿Por qué no soy un italiano joven, cantante, famoso, de pelo oscuro, alto, tatuado, con una cara mejor estructurada que la vida de mucha gente, una mandíbula perfecta, pintas de chico malo, y con un rabo enorme entre las piernas?

La miro con miedo. Esa ha sido un descripción bastante buena de Damiano.

— Necesito verle, Carla — le pongo cara de cachorrito. Así se ablanda a Carla.

La puerta de la habitación se abre de golpe y aparece un médico de mediana edad con una hoja en la mano y un bolígrafo en la otra. La música que provenía del móvil de mi amiga cesa de golpe, seguramente ya se habrá quedado sin batería.

— Buenos días — nos saluda educadamente el doctor.

Le saludamos de vuelta y esperamos a que hable.

— Bueno, usted está bien — me mira y asiento — Sufrió un leve mareo y tuvo un desmayo, como ya sabe. Le hicimos un par de pruebas porque su amiga aseguraba que había visto que se dio un golpe en la cabeza. Pero no hemos visto ningún signo de conmoción ni nada de que preocuparse.

— Bien, entonces ya puedo irme — me pronuncio yo.

El doctor y Carla se dan una mirada cómplice. Ella sabe algo que no me ha contado.

— Cariño, le están haciendo pruebas al bebé — me informa Carla con delicadeza.

— ¿Qué le pasa a mi hija? — le pregunto al médico preocupada.

— No se preocupe. Solo necesitamos saber el estado de su bebé. Si todo estuviera correcto, le daría el alta de inmediato.

Asiento. Me da miedo que a mi bebé le pueda pasar algo. La sola idea de perderla me mata. Ya perdí a un hijo, no puedo volver a pasar por eso de nuevo.

— ¿Por qué me desmayé?

— Quizá fuera un mareo demasiado fuerte causado por el embarazo — habla el doctor — O quizá haya estado expuesta a alguna situación de estrés.

— Es que estábamos viendo Eurovisión y teníamos los nervios a flor de piel, ¿sabe? — aquí Carla dando explicaciones que nadie le ha pedido — Yo también estuve a punto de desmayarme cuando vi que ganó Ucrania.

— No joda — nos sorprende el médico rompiendo su racha de respuestas educadas — ¿Ucrania?

— Sí, doctor, sí jodo.

Él hace un gesto de sorpresa.

— Ojalá lo hubiera podido ver.

— ¿Qué estaba haciendo el sábado?

— ¡Carla! — cuando saca su lado cotilla no hay quien la pare.

— El sábado por la noche un paciente empeoró y me tuve que quedar aquí — niega con la cabeza, incrédulo — La gente se muere en los peores momentos.

— ¿A usted le da igual que la gente se muera? ¿No le da pena?

Le tiro a Carla de la camiseta para que deje ya de hacer sus preguntas impertinentes.

El médico ríe.

— Señorita, a mí me pagan por ser médico — le contesta — No empático.

Antes de irse me dice que me comentará sobre el bebé más tarde y me confirmará si me da el alta o no.

— Qué bueno estaba el médico, ¿no? — miro a Carla de reojo.

— Estás con Thomas — le recuerdo.

— Ya lo sé — suspira — Pero es que llevo contigo aquí desde el sábado por la noche y el Thomas no ha podido darme lo mío desde entonces y estoy que me subo por las paredes.

— Vale, vale — no hace falta que siga.

Tenemos que esperar cerca de dos horas hasta que el médico vuelve. Doy un suspiro de alivio cuando me comunica que la niña está bien y que ya puedo irme.

— Menos mal — Carla recoge su chaqueta y su bolso y me acerca mi ropa — Hacia años que no pisaba un puto hospital.

De un movimiento aparta la sábana y me ayuda a incorporarme lentamente.

— ¿Tú nunca te pones enferma?

— Claro que sí — asiente — Pero no soy la típica pringada que viene a estos sitios dando pena y buscando ayuda. Yo soy más de esperar a que me recupere o a que me muera.

Ruedo los ojos.

Cuando terminamos lo del alta con el médico, Thomas y Carla los que me llevan a casa. Él me ha dicho que no era buena idea dejar conducir a Damiano con lo nervioso que se encontraba. Miro por la ventanilla del coche sintiendo todo mi cuerpo hecho mierda. Es casi como si me hubiera despertado después de haber sufrido una paliza. Y encima tengo que escuchar como Carla y Thomas se dan besitos cada vez que paramos en un semáforo en rojo. Esos dos son bien pegajosos el uno con el otro.

— ¿Queda mucho para llegar? — pregunto totalmente desesperada.

— ¿Tanto echas de menos a Damiano? — Thomas me responde divertido mientras sigue conduciendo — Y tranquila, ya casi no queda nada.

Unos cinco minutos después, está aparcando en frente de casa. Literalmente me tiro del coche en cuanto frena.

— ¡Tía, cuidado! — me chilla mi amiga.

Yo le levanto mi pulgar para dejarle claro que estoy bien y que ya se pueden seguir besuqueando tranquilos sin mí.

No llego ni a hacer sonar el timbre. La puerta se abre y un brazo tatuado jala el mío para meterme dentro. Cuando me doy cuenta tengo unos labios pegados a los míos y estoy entre los brazos de mi chico.

— Nena...— había echado tanto de menos su voz que se me encoge el corazón — No sabes cuánto te he echado de menos.

Durante unos minutos no decimos nada, solo nos besamos. Solo necesito sentirnos, saber que estamos aquí. Que todo lo que ha pasado ha sido un susto. Nosotros seguimos aquí, bien.

Le digo que estoy cansada y que quiero ir a la cama. Le cuento también que estamos bien, tanto el bebé como yo. Él asiente y me coge en brazos para llevarme a la habitación. Restriego mi mejilla contra su pecho e inhalo su aroma.

Escucho un sollozo y veo a Damiano rompiendo a llorar mientras me deja en la cama.

— Damiano — le digo — ¿Qué te pasa?

No me responde. Está muy raro desde que he vuelto. Lo he notado casi frío y ahora está sentado en el borde del colchón, con los codos apoyados en sus muslos y la cabeza gacha mientras llora desconsoladamente. Nunca lo había visto así.

— Estoy aquí, nene — toco su hombro — Por favor, no llores por mí.

Él aparta mi mano y se levanta, escondiendo su rostro para que no lo vea llorar y sale de la habitación.

Yo también empiezo a llorar y me tumbo en la cama. No tengo fuerzas como para estar persiguiéndolo.

Aunque tampoco hace falta, vuelve a los pocos minutos y se tumba a mi lado, abrazándose a mi cuerpo y rodeando mi tripa con su brazo. Apoya con cuidado su cabeza en mi pecho y llora un poco más conmigo. Acaricio su cabeza. Ahora mismo se ve tan desconsolado y vulnerable.

— Te había perdido — dice de repente con la voz rota — Soñé que te perdía.

— Eso no ha pasado — le aseguro lo obvio — Estoy aquí contigo.

— No puedo perderte — farfulla contra mi pecho, mojándolo con sus lágrimas — Y a ella tampoco — toca mi tripa — Sois lo único que quiero.

Froto mis ojos. Cada vez que abre la boca me hace tener más ganas de llorar.

— Tú también eres lo único que queremos nosotras.

Nos sumimos en el silencio durante un rato. Nos calmamos.

— Lo de Elena — empieza él — Lo que me dijiste por teléfono...No es lo que tú crees. Tu amiga me dijo que te contó que me vio con ella hace unos días. Y es verdad, estuve con ella.

— ¿Ella y tú habéis—

— ¡No, joder! — me para antes de que termine la pregunta — No hice nada con ella. Sabes que no te haría eso nunca, nena. Yo solo soy tuyo.

— ¿Y qué hacías con ella?

— Su hermana me pidió que la viera. Se van a ir de Italia — siento los gritos de alegría dentro de mí — Y Elena quería verme una última vez. Solo hablamos, nena.

Él se incorpora para mirar mi cara de felicidad. No me creo que nos estemos librando por fin de Elena.

— Te quiero — le digo mientras me lanzo a besarle.

Las cosas están dando un vuelco, pero uno para bien.

Él sonríe al ver lo feliz y activa que me he puesto de repente.

— Oye, ¿a ti no te dolía todo el cuerpo? — ríe Damiano mientras beso su cuello.

— Se me está pasando.

Lo hago volver a reír.

Nos tumbamos de lado en la cama, juntos. Nos miramos. Creo que a partir de ahora todo va a ir a mejor. Con Elena lejos de aquí todo irá mucho mejor.

— ¿Qué pasaba? — le pregunto — En ese sueño que decías antes — especifico.

— No te acordabas de mí y amenazaste con matarme — habla con tranquilidad — Me pusiste un cuchillo en el pecho.

Abro la boca de la impresión.

— ¿Y qué te pareció?

— Jodidamente sexy — responde él, mordiéndose el labio.

Pongo los ojos en blanco. No es la respuesta que quería, pero es una respuesta típica de Damiano.

— ¿Quieres hablar de ese sueño?

— No.

Responde con dureza mientras niega con su cabeza. Tuvo que ser un sueño horrible cuando le he preguntado por él y su cara se ha descompuesto.

— Quiero que nazca ya — confiesa él refiriéndose al bebé.

— Pues todavía quedan como cuatro meses — respondo con la boca pequeña.

Él me dice que tendrá la habitación de la niña preparada para ese momento y que a partir de ahora no piensa dejarme ni un solo momento.

— ¿Qué? ¿Me vas a hacer de guardaespaldas? — bromeo mientras empujo su hombro.

— Guardaespaldas es una palabra muy fea — se rasca la barbilla, fingiendo estar pensando — Yo prefiero llamarlo paparazzi.

— Entonces, odias a los paparazzis — expongo lo que todo el mundo sabe — Pero quieres ser uno de ellos.

— Si no puedes con tu enemigo, únete a él.

Me cambio de postura y le doy la espalda mientras río. Él se pega a mí y acaricia mi cabeza.

— Estás loco — suspiro aún riendo.

— Sí, loco sí que estoy — besa mi mejilla — Pero por ti.

*****

El tiempo cada vez pasa más rápido. Damiano ha cumplido su promesa y me ha estado cuidando todo este tiempo. Incluso ha llegado a cancelar conciertos con los Måneskin solo por estar conmigo. Ayer el médico me dijo que ya había salido de cuentas y que el parto tendría lugar en los próximos días probablemente.

Damiano viene a la habitación con el vaso de agua que le he pedido. Últimamente tengo mucha sed por las noches y eso hace que me cueste mucho conciliar el sueño. Y luego está el tema de que me levanto cada noche como cuatro veces para hacer pis.

— Gracias, supermodelo de los noventa — me burlo viéndolo con un chándal antiguo con colores chillones.

Él me saca el dedo medio sonriendo y se empieza a desnudar para cambiarse de ropa y ponerse algo cómodo para dormir.

Yo lo miro con los ojos bien abiertos mientras se quita la camiseta y se despeina un poco el pelo. Él me tira su camiseta a la cabeza porque me ha pillado mirándolo.

— No te estoy haciendo un striptease, nena — ríe desabrochando sus pantalones — Así que deja de mirarme con deseo.

Ojalá fuera tan fácil.

Bufo con fastidio y le extiendo el vaso mientras le doy una bonita sonrisa.

— ¿Me traes más agua? — le pregunto. Él arquea una ceja — Por favor — hago un puchero.

Él agarra el vaso yendo en boxers.

— ¿Te crees que soy tu esclavo?

— Venga, Damiano — le contesto coqueta — Sabes que te encanta que te trate como si lo fueras.

— Pues también es verdad — me da la razón.

Se va y vuelve enseguida.

Se pone un pantalón de pijama y ya está. Yo me quito el sostén. Como es nuevo me aprieta mucho y no quiero que me deje marcas. Además de que hace una calor tremenda.

— ¿Qué haces?

— Quitarme el sostén, ¿no lo ves?

No sé de que se sorprende ahora. Normalmente duermo en ropa interior.

Me giro hacia él y sus ojos caen en picado a mis pechos.

— No te estoy haciendo un striptease, nene — repito sus palabras con una sonrisa impregnadas de malicia — Así que deja de mirarme con deseo.

Me bebo el agua que me ha dejado en la mesita de noche de un solo trago y me tumbo boca arriba. Damiano me agarra una teta con disimulo, vamos como si no me fuera a dar cuenta.

Me toca y me besa durante un rato, hasta que siento como mi cuerpo se va apagando por el sueño.

Caigo rendida enseguida. Siento una especie de patadas en mi vientre durante las horas siguientes. Al final solo duermo del tirón una escasa hora. Después de eso todo son vueltas en la cama. No sé si esto es suponer por suponer, pero yo creo que el bebé va a venir pronto.

Observo a Damiano dormir a pierna suelta. Los hombres no saben la suerte que tienen de no poder sentir en sus propias carnes los dolores del embarazo.

Me levanto y voy al baño, como ya es costumbre desde hace varias noches. Pero no llego a entrar. Me veo forzada agarrarme a la puerta y noto presión en mi tripa. Un jadeo de sorpresa sale de mi boca, aunque ya veía esto venir.

— Damiano — lo llamo yo — ¡Damiano!

— ¿Qué pasa, nena? — pregunta en la cama medio dormido y frotándose los ojos.

— Está pasando — empiezo a hiperventilar — Está pasando ya.

Lo escucho saltar de la cama y posicionarse detrás de mí, viendo que ya he roto aguas.

— Oh, joder — murmura y corre a por nuestra ropa.

Primero se viste él y después me ayuda a mí a vestirme.

— Damiano, no sabes como te odio por haberme hecho esto — lloriqueo mientras vamos a por el coche.

Siento que dentro de mí están pasando muchas cosas. Ya puede sentir el dolor de la presión en la parte baja de mi abdomen.

— Y eso lo dice la misma que lleva toda la vida deseando tener un crío — oigo a Damiano contestar.

El trayecto en coche hasta el hospital se me hace eterno. Y Damiano se está comiendo todos los insultos que salen de mi boca. Pero no hablo yo, habla el dolor que estoy sufriendo.

Las siguientes horas son un cúmulo de estrés terrible. El parto es aún peor de lo que me imaginaba. Creía que me iba a partir en dos mientras las enfermeras me decían que tenía que empujar. Una y otra y otra vez. Y casi en el último empujón siento que voy a desmayarme.

Pero lo hago. Y luego dejo caer mi cabeza a la camilla. Los mechones de mi cabello se pegan a mi nuca por el sudor.

Veo a la doctora coger al bebé, pero también me percato de las miradas de preocupación que les da a las enfermeras, que se acercan enseguida a ella.

— ¿Qué ocurre? — mi voz tiembla, al igual que mi cuerpo — ¿Por qué mi hija no llora?

Ellas no me responden. Solo cuchichean algo inaudible y esperan.

— ¿Por qué mi hija no...?

Y ahí está.

El bebé empieza a llorar. Mi niña está bien.

Ahogo un sollozo mientras veo como la envuelven en una mantita y me la traen. Llevaba tanto tiempo esperando esto. Mi bebé entre mis brazos al fin.

Lloro mientras la miro. Y sigo llorando aún cuando ya estoy en una de las plantas del hospital, en una habitación. Y bueno, Damiano ha tenido que esperar durante varias horas. Cuando entra en la habitación se queda completamente en shock. Literal que pienso que se va a desmayar. Mientras se acerca, se sienta sobre la cama y le paso a la niña no dice nada. Está inquieto, debe de haber estado muy preocupado por nosotras.

Acaricia la cara del bebé, que se remueve. Ahora está más tranquila.

— ¿Qué te parece? — le hablo a él.

Acurruca a la niña entre sus brazos y veo como sus ojos se cristalizan.

— Es preciosa.

Me incorporo para abrazarlos. Son la mejor parte de mí. Son todo mi mundo, mi familia.

— Gracias, nena.

— ¿Por qué?

— Por todo lo que me has dado — me da un beso — Por no haberte rendido nunca conmigo.

La niña hace un ruido con la boca y nos giramos para mirarla. Ha abierto los ojos. Y como yo ya me esperaba, esos ojos son exactos a los de Damiano.

Él coge la pequeña mano de nuestro bebé.

— Es tan pequeñita...— murmuro yo.

Se ven tan lindos los dos. Mi mente no podía imaginar la imagen de Damiano tomando a un bebé, pero ahora que lo estoy viendo es simplemente maravilloso. Nunca voy a olvidar esta imagen.

Damiano besa la cabeza de la niña y sonríe mientras pronuncia en voz alta su nombre:

— Marlena...

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