
Capítulo 67
¡Hola a todos!
Solo quería enseñarles que se me había ocurrido hacer unos memes de la historia jajaja. Bueno, espero que empiecen el capítulo con una sonrisa, no vaya a ser que lo terminen mal (es una broma...o no, ¿quién sabe?)
Y ahora sí, no os molesto más porque habéis venido a leer, así que disfruten:
****
DAMIANO
Flashback
Sentí el cuerpo desnudo y caliente de la chica castaña recostada sobre mi pecho moverse y despegó su mejilla de mi piel. Había estado durmiendo durante un buen rato, mientras yo rodeaba su cintura con mi brazo y ella se abrazaba a mi torso. Levantó la cabeza con cuidado, abriendo los ojos con parsimonia, de forma perezosa. Acaricié su larga melena castaña, que ya casi le llegaba hasta la cintura. Sus ojos se abrieron, y se dirigieron hacia mí. Sus ojos color café siempre me transmitían una mezcla de alegría y esperanza. El tacto de su piel pálida contra la mía era cálido y reconfortante a partes iguales.
Despegué el cigarrillo que sostenía entre los dedos de mis labios y eché el humo a un lado, para que no le molestara.
— ¿Cuánto he dormido? — me preguntó, y acto seguido se tapó la boca para bostezar.
— Una hora, creo — no estaba seguro — Una hora y media como mucho.
Se inclinó hacia delante mientras se tapaba con la sábana, impidiéndome tener una buena vista de sus pechos.
— ¿Y si vuelven tus padres? — me preguntó con un ápice de vergüenza.
— ¿Qué más da eso? — le pregunté — He cerrado la puerta, y ellos saben que estamos juntos — le di una calada al cigarrillo — Y de todas formas, a mi madre le encantas. Me lo ha dicho — reí bajito — Cosa que tu madre nunca te dirá sobre mí.
— Dale tiempo, sé que es terca y que ni se molesta en disimular que no le caes bien, pero sé que con el tiempo te aceptará.
Daniela como siempre intentando ver el lado bueno de todo.
— ¿Me dejas probar? — habló, señalando el cigarrillo.
¿Daniela quería fumar? ¿Era el fin del mundo o algo así?
— Nena, tú no fumas — le recordé.
— Bueno, para todo hay una primera vez, supongo — puso cara inocente, a ver si así me ablandaba.
— Está bien — accedí.
Ella sonrió. Le pasé el cigarrillo y ella se lo acercó a los labios. Le dije que lo hiciera despacio, fumar por primera vez es una sensación incómoda. Y como ya había imaginado, con una pequeña calada, se lo despegó rápidamente y me lo devolvió. Lo valiente que había sido su petición y ahora estaba tosiendo a todo pulmón.
— Mierda, Daniela — le di unos golpes en la espalda y me coloqué junto a ella en la cama — Sabía que esto no era una buena idea.
— Pero — su tos le impidió seguir hablando — ¡Si estoy bien!
— ¿Quieres que te traiga agua o algo? — ofrecí dispuesto.
— No, no — negó con la cabeza varias veces y llevó una mano a su pecho — Ya se me ha pasado.
Le pregunté por qué había querido intentar fumar y se limitó a contestar que quería saber que era lo que sentía.
— Tú fumas todo el tiempo.
— Ya pero yo ya estoy muy acostumbrado, nena. Fumé mi primer cigarrillo a los ocho.
Ensanchó sus ojos muy sorprendida.
— ¿Qué hacías tú a los ocho fumando?
— Mi abuelo — contesté mientras reía al recordarlo — Un día se sacó una cajetilla del bolsillo y me dio uno, diciendo que eso me haría sentir como un hombre — miré la cara atenta de Daniela — Y simplemente me encendió uno y me lo dio.
— Vaya, que hombre más...¿especial, no?
Sonreí con nostalgia.
— Sí que lo era.
Daniela asintió, asimilando mi breve historia. Se levantó y buscó su ropa por el suelo, diciendo que ya tenía que irse.
— Damiano — me dijo girando la cabeza hacia mí — ¿Dónde están mis bragas?
— ¿Qué bragas?
Volvió a la cama aún desnuda y me dio un empujón en el pecho que me hizo reír.
Estiré mi brazo para coger lo que yo había escondido a conciencia debajo de la almohada y lo sostuve por los extremos, enseñándoselo a ella.
— ¿Te refieres a esto? — le pregunté con ironía.
Ella hizo un esfuerzo por intentar quitármelas, pero fue inútil.
— Si te quedas un poco más te las devuelvo — le dije a modo de promesa.
Ella río, negando.
— ¡Siempre me haces lo mismo! — me acusó.
Y era verdad, pero también era la única manera de que se quedara un rato más conmigo.
Le di un beso para que se le olvidara el rebote que había cogido.
— No me puedo quedar mucho tiempo, mañana tengo instituto.
— Qué asco le tengo a esa cosa.
Ella se dejó caer en la cama con un largo bufido, y esta vez no se molestó en taparse cuando sus tetas se libraron de la sábana. Me tumbé a su lado, mirándola.
— ¿En serio no quieres seguir estudiando? — me preguntó.
— No — la miré, alzando una ceja — Estudiar es para pringados sin talento.
Me echó una mirada fulminante, y entendí que la había ofendido.
— No me refiero a ti, nena.
Ella rodó los ojos.
— Entonces, ¿insinúas que tú tienes talento y el resto de personas no?
— No lo insinúo, lo afirmo.
Ella me dio una palmada en el brazo, diciendo que no soportaba mi lado egocéntrico.
— Nena, no te ofendas, pero yo he nacido con un talento impresionante y con una cara aún más impresionante.
— Los dos únicos requisitos para ser cantante — lo entendió.
— Exacto.
La atraje hacia mí y la besé. En ese momento era la única que entendía que lo mío era la música, nada más. Ni mis padres estaban de acuerdo con mi decisión de dejar los estudios para dedicarme por completo a estar en una banda.
— Algún día te pediré que te cases conmigo en mitad de uno de mis conciertos — le prometí.
Ella se rió porque pensaba que era una broma, pero yo iba bien en serio.
— No te atreverías — me retó, sonriendo con suficiencia.
— Joder que no.
Ella seguía riendo.
— Tú ríete, pero cuando lo haga solo aceptaré un sí de tu parte.
Ella remoloneó, pensándolo.
— Bueno, ya veremos — se atrevió a decirme.
— Me hieres, Daniela — exageré — Me hieres.
Ella se colocó encima de mí y me besó. Creo que creía que con sus besos y sus caricias iba a conseguir que no me enfadara por su contestación. Y si de verdad creía eso, no podía ir más acertada.
— ¿Y después de casarnos, qué vamos a hacer? — inquirió mientras trazaba círculos en mi cuello con sus dedos.
— Vamos a vivir en Roma — le expliqué — Compraré una casa, bueno, ¿qué digo una casa? — ella entrecerró los ojos — ¡La mejor de toda Roma! — asentí — Sí, esa va a ser la nuestra.
— ¿Tendremos una familia?
Lo preguntó con ilusión, esperando un sí.
— ¿Qué quieres decir?
— Un bebé — finalizó.
No quería cargarme su sonrisa ni su expectación, ya sabía que a Daniela le gustaban los críos y que una de sus mayores ilusiones era tener algún día los suyos propios, pero a mí no me hacia tanta ilusión, empezando porque dudaba de que tener a alguien que fuera dependiente de mí fuera una buena idea.
— Di que sí, Damiano — me insistió.
No podía decirle que no, aunque esa era la verdad. Así que le di la respuesta que ella quería para contentarla. Aunque siempre deseé que mi opinión sobre lo de tener críos cambiara en algún momento.
— ¿Tú quieres que te haga un bebé, nena? — insinué, poniendo mis manos sobre sus caderas.
— Sí, pero ahora no — apartó mis manos.
— Pero tendremos que practicar — bromeé — ¿Y si cuándo quieras un bebé resulta que yo no sé hacértelo?
Ella rió fuerte, tanto que se puso roja.
— Deja de bromear ya, Damiano — me reprendió, pero como continuaba riéndose no me la pude tomar en serio — Además, ¿tú sabes jugar al baloncesto, no?
Asentí. Antes me encantaba ese deporte.
— ¿Y sabes meter una canasta, no?
Volví a asentir.
— Pues ya está...me tendrás que meter una canasta.
Agrandé los ojos. ¿Me estaba intentando explicar de verdad cómo hacerle un crío?
— A ver, Daniela, ¿cómo te lo explico? — me hice el interesante — Meterte, te tendré que meter algo — le sonreí — Pero créeme cuando te diga que va a ser algo mucho más grande que una canasta.
La piqué, y encima se sonrojó.
— No vayas tan subidito — me aconsejó — Tampoco es tan grande, que lo sepas.
— Hace un rato mientras te hacía el amor no decías lo mismo, nena.
Se tapó la cara de la vergüenza y se dejó caer sobre mi cuerpo, haciéndome jadear al sentirla contra mí.
Acaricié su espalda, eso a ella le encantaba. Me volvió a mirar, tenía la cara roja, pero se seguía viendo igual de bonita. Acerqué mis labios a los suyos con cuidado.
— Me da miedo que te canses de mí — murmuró insegura.
Al principio pensé que la había escuchado mal, pero no. Y me sentó mal que eso fuera lo que estuviera pensando de mí.
— Nena, ¿por qué dices eso?
— Porque...— calló tímidamente — No sé, da igual.
A mí no me daba igual.
La empujé con suavidad hacia atrás, y me puse yo sobre ella.
— Háblame, Daniela — le insistí.
Ella llevó su mano hasta mi pelo y tocó uno de mis mechones, por aquel entonces yo tenía el pelo largo.
— Es que...— comenzó — A veces pienso que si sigues con lo de la música, algún día serás famoso, y...— enrolló uno de mis mechones alrededor de su dedo y bajó la mirada — Tendrás a millones de chicas detrás de ti, y te olvidarás de mí. Te darás cuenta de que lo nuestro no era nada y...— su voz se quebró en las últimas palabras.
— No, nena, mierda, ni se te ocurra volver a pensar eso — la besé.
No sabía que ella pensaba eso, y menos que eso la hacía sentirse mal.
— Daniela, nada ni nadie en este corrompido mundo podría cambiar lo que yo siento por ti.
— Eso lo dices ahora, pero...— una lágrima salió de su ojo — Conocerás a otra chica, a una más guapa y, más-
— No hay ninguna chica más guapa que tú.
— Ya, claro — bufó como si le hubiera dicho una tontería — No soy la chica más guapa del mundo.
Odiaba cuando se infravaloraba a sí misma.
Fingí que me frotaba los ojos y parpadeé varias veces.
— Entonces, creo que me pasa algo en la vista, porque juraría que estoy viendo a esa chica delante de mí.
La hice reír. ¡Sí!
Su llanto se convirtió en una risa.
— Daniela, escúchame — cogí su mano y la coloqué sobre mi mejilla — Puede que tengas razón, puede que algún día sea alguien famoso, pero me dará igual toda la fama o todas las mierdas que tenga si no estoy contigo.
— ¿De verdad? — ¿aún lo dudaba?
— Nena, puede que dentro de un tiempo todo cambie, y lo hará. No seremos adolescentes para siempre — mordí mi labio, a veces aún me costaba expresarle mis sentimientos — Pero da igual que el día de mañana sea cantante o no, da igual, porque cada día de mi vida seguiré enamorado de la misma chica — sus ojos se cristalizaron, pero esta vez estaba feliz — Solo sé que podría vivir mil vidas, y que en todas seguiría enamorándome de ti.
Fin Flashback
****
¡Daniela!
¡Daniela!
Grité su nombre, una y otra vez. Pero ninguna sirvió. Ella no contestaba al teléfono. Solo podía escuchar su respiración, cada vez más pesada y débil, hasta que ese sonido cesó también, y la llamada se cortó.
Entonces solo quedó silencio.
— ¡DANIELA! — grito al despertarme.
Varios mechones de pelo se pegan a mi frente por el sudor. Siento mis músculos tensarse, todo mi cuerpo tiembla. Mi mandíbula está apretada y noto un sabor amargo en mi garganta. Los rayos de luz de primera hora de la mañana se cuelan por la ventana, impactando contra mis ojos y haciéndome gruñir de molestia. He soñado con Daniela, bueno más bien he revivido nuestra última conversación de anoche. Me llamó, me gritó, y luego, simplemente no sé. Escuché como le decía a su amiga que no se encontraba bien y después de eso no volvió a hablar. No recuerdo nada posterior a ese momento.
Palmeo el lado de mi cama y me volteo a mirar. No hay nadie.
— ¿Daniela? — pregunto yo.
¿Qué pasó anoche? ¿Pediría Carla ayuda? ¿Daniela está en el hospital?
Oigo el agua de la ducha de repente. La puerta del baño está cerrada, pero puedo escuchar perfectamente los armarios abrirse y cerrarse consecutivamente. Eso quiere decir que hay alguien.
Salto de la cama. En ese momento el agua de la ducha deja de caer y un armario se cierra con un golpe sordo. Abajo también se escucha algo caer, creo que es en la cocina.
¿Qué mierdas?
Salgo disparado fuera de mi habitación y voy a la del bebé. Todo está tal cual lo dejé. Aún está a medias. Toco la madera de la baranda de la cuna. Tengo que hablar con Daniela, y tengo que hacerlo ya.
— ¡Mi amor!
Venga, no me jodas.
Me giro y me quedo de piedra. Tengo a una Elena en albornoz en el umbral de la puerta. Su pelo está recogido en un moño y va con una sonrisa bien ancha, que casi da miedo.
Aprieto mi puño viendo que entre todos los putos albornoces que hay en el baño ha tenido que coger específicamente el que siempre utiliza Daniela.
— ¿Qué mierda haces aquí? — me acerco a ella, serio — ¿Cómo has entrado?
— He forzado la puerta — ríe — ¡Qué gracioso estás hoy, amorcito!
Se cree que estoy de coña.
Intenta besarme, pero no la dejo. Siento que me estoy perdiendo algo, y sé que voy a perder los nervios pronto. La cojo por los hombros y la estampo contra la pared. La expresión de diversión que tenía se va, y viene una de terror e incomodidad.
— Cariño, ¿qué te ocurre? — me pregunta estupefacta y se remueve - Me estás haciendo daño.
— Y más que te voy a hacer si no empiezas a decir que hostias haces aquí — hundo las yemas de mis dedos en su piel — ¡¿Y qué coño le has hecho a Daniela?!
La vuelvo a estampar contra la pared. Y otra vez. Y otra vez. No parece la Elena de siempre. Su físico es el mismo que el de ella, pero su comportamiento dista mucho del de la Elena de siempre.
— ¡Por favor, mi amor! — me grita, lloriqueando — ¡Para ya, por favor! ¡No sé de que me hablas!
— ¡¿Qué mierda haces aquí?! — le vuelvo a gritar yo, fuera de mí .
— Damiano, por favor — coloca su mano sobre la mía — Soy yo, amor. Soy Elena. Llevamos juntos un año, acuérdate — toca mi mejilla — Tranquilízate, estoy aquí, ¿vale?
Rompe a llorar. La estoy asustando.
— ¡Daniela! — le recuerdo que también le he preguntado por ella — ¡¿Qué le has hecho a mi mujer?!
Ella niega con la cabeza.
— ¿De qué hablas? — me pregunta en mitad del llanto — ¿Quién es Daniela?
— ¡No te hagas la loca!
— ¡Te estoy diciendo la verdad!
La suelto de mala gana. No entiendo nada, esto es surrealista. Esta tía no debería estar aquí. ¿Qué coño ha pasado?
¡¿Por qué no me acuerdo de nada?!
Le doy una patada a la cuna, soltando así algo de rabia.
— ¿Por qué has dicho que llevamos un año juntos? — le pregunto sin mirarla.
— Porque es así — me responde — Llevo viviendo contigo todo ese tiempo, Damiano. Estamos juntos, nos vamos a casar el mes que viene. Incluso estamos intentando tener un bebé.
No puedo. No puedo.
¿Es que en este puto cuarto se está yendo el aire?
Se supone que el despertador debería sonar ahora para librarme de esta pesadilla. Espero ese momento. Con todas mis ganas.
Pero para mi mala suerte nunca llega.
Por favor, Daniela, ven a salvarme.
— Damiano, no sé que te está pasando, pero me estás asustando.
Río. Aquí el único que está asustado soy yo.
Hiperventilo, me apoyo en la pared.
— Venga, cariño — escucho sus pasos detrás de mí — Baja que te hago el desayuno — me abraza y me toma de la mano, para arrastrarme con ella.
No sé que está pasando. No sé como me siento ahora tampoco.
Al entrar en la cocina veo lo que se supone que es su bolso tirado en el suelo, eso es lo que se debe haber caído antes. Legolas está sobre la encimera, y le maulla a Elena nada más verla. Ella acaricia a Legolas, pero el gato la araña en el brazo, haciéndole una herida.
— Puto gato de mierda — se tapa el brazo, que está sangrando — Damiano, dile algo a este monstruito y échalo de casa.
Que lo eche de casa, dice. Si lo que voy a hacer es darle una habitación para él solo por portarse así de bien.
— Buen chico — le digo mientras acaricio su cuello — Cuando vaya a por comida para ti te voy a comprar de la cara, de la que te gusta a ti — lo tomo y le doy un beso en su cabecita — Te lo has merecido — levanto la mano — Choca, colega — le animo, y él levanta su pata para tocar mi mano.
Y ahora a lo importante. Dejo a Legolas en el suelo y cojo mi móvil, buscando el número de Daniela. Frunzo el ceño al ver que no tengo su número.
— ¿Qué demonios? — susurro al ver que en mi pantalla pone que estamos a dos mil veintitrés.
— ¡Ya está! — Elena aparece de nuevo y se me pega como una lapa.
Esto es una pesadilla, no hay otra explicación.
Me planta un beso en la mejilla y se pone a hablar sobre un montón de mierdas que no entiendo.
— ¿Te imaginas que tenemos una niña? — me pregunta, ilusionada.
Saca algunas cosas y se pone a desayunar.
— Prefiero no imaginarme esas cosas impuras, la verdad.
— ¿Y si hacemos el amor? — tira las galletas que estaba comiendo y vuelve otra vez conmigo como si fuera un perro faldero — Tenemos que seguir intentando tener un bebé.
— ¡Quita, coño! — bramo cuando me doy cuenta de sus intenciones de tocarme.
Me aparto de ella y voy hacia la entrada.
— ¿Entonces cuando vamos a seguir intentando lo del bebé?
— Después, después — le doy largas — Ahora mismo tengo cosas que hacer.
— ¿Cosas mejores que estar conmigo?
Abro la puerta y asiento.
— Créeme, cualquier cosa es mejor — cojo las llaves de mi coche de la mesita de la entrada y cierro la puerta.
Todavía la escucho hablar dentro, enfadada.
— Ala, a mamarla, joder — digo, corriendo a por el coche.
Llamo a todo el mundo. Ni Victoria ni Ethan me lo cogen. Y estoy a punto de crear un desastre mientras conduzco por ir más centrado en el móvil que en la carretera. Lo intento también con Thomas y con Carla, pero él resultado es el mismo.
— ¡Tener amigos para esto! — me quejo — ¡Que les den a todos!
Doy un frenazo en mitad de la carretera, y me quedo en medio, suspirando. Vuelvo a revisar mi móvil. Pero no está el número de Daniela y todas las fotos que tenía en las que ella aparecía tampoco están.
Es casi como si no hubiera sido real.
Como si ella nunca hubiera existido.
¡No!
¡No!
¡No!
Me niego a pensar eso. Mi Daniela existe. Lo de Elena es lo que no es real. En cuanto vuelva a casa la pienso sacar a rastras de allí, hostias.
Salgo del coche y voy dando tumbos. Mi Daniela existe. Sí, lo hace. Pero la he perdido. Y ahora tengo que encontrarla.
Sí, eso es lo que voy a hacer.
— Oye, tío — un chico me llama a mis espaldas — No puedes dejar el coche aquí, voy a tener que llamar a la grúa si no lo quitas.
Lo ignoro. El coche me da igual.
Coches hay muchos. Y todos son reemplazables. Pero mi Daniela solo es una, y es irremplazable.
— Ey, tío, ¿me estás escuchando?
— ¡HAZ LO QUE QUIERAS CON EL PUTO COCHE PERO CÁLLATE YA LA JODIDA BOCA Y DÉJAME EN PAZ!
Me doy la vuelta y veo como he dejado al chico temblando. Me disculpo. Pero ahora mismo a nadie le conviene tocarme mucho los huevos.
Deambulo solo por las calles, como si eso fuera a solucionarme la vida. Sigo llamando a mis amigos, pero es inútil.
Así que solo queda una opción. Solo hay una persona a la que puedo acudir.
Me dan escalofríos cuando me acerco a la antigua casa de Daniela. La vieja verja de la casa está muy oxidada y chirria cuando la abro. Alzo mi puño y me freno antes de tocar a la puerta.
A su madre no le gustará verme, y no mentiré, yo no estaría aquí si me quedara otro remedio. Pero no lo hay.
Así que doy un par de golpes a la puerta. Está comenzando a anochecer.
— ¿Quién es? — oigo a Anabel, su madre, preguntar desde dentro.
— Soy... Damiano.
Silencio.
— ¿Puedo entrar?
— ¿Entrar, dices? — escucho una risa siniestra por su parte, se oye cerca, lo que me hace pensar que está detrás de la puerta — Yo ya te dejé entrar a mi casa hace años, ¡y fue como dejar entrar al diablo!
— Por favor, no he venido a discutir, solo quiero saber si Daniela está aquí — le explico.
La puerta se abre repentinamente y ella sale. Se ve más desgastada de lo que la recuerdo. Su pelo es más corto y tiene un par de canas. Y no se me pasan desapercibidos las marcadas ojeras que tiene.
— ¿Te estás riendo de mí, desgraciado? — me pregunta, sus ojos se ensanchan.
¿Por qué todo es tan raro?
— ¿Por qué no te vas con la furcia esa nueva que tienes? — se refiere a Elena — No te costó mucho reemplazar a mi hija.
— ¿Qué? — doy un paso atrás.
Ahora mismo me soltaba una hostia, se lo noto.
— Quiero que te vayas. Ahora — concluye — Si te vuelvo a ver por aquí, te denunciaré.
— ¿Qué le he hecho yo?
Se que le caigo mal, pero, ¿hasta ese punto?
— ¿Que qué me has hecho? — me apunta con su dedo, con asco — ¡Mi hija murió por tu culpa!
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