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Capítulo 61

Me paro frente a la puerta del piso de Gabriella y toco al timbre. Miro de soslayo a Damiano, quien mira para todos lados menos a mí. Después de mi ataque por la dichosa carta de Elena lo he notado un poco distante. Creo incluso que está molesto conmigo. Y yo para rematar le he dicho que quería venir a ver a Gabriella y a Silvia a España, y aquí estamos.

Esto me recuerda a cuando él vino a buscarme a España. Estuvimos en una situación similar a esta. Vinimos al piso de Gab, tuvimos que esperar tres años para que Carla atinara a abrir la puerta y después él se quedó a dormir conmigo.

— ¡Daniela! — grita Gabriella al abrir y se lanza a darme un caluroso y afectivo abrazo.

Se piensa lo de repetir la misma acción con Damiano, a la vista de la reticencia de éste ahora. Aunque finalmente él se deja abrazar y saludar. Puedo llegar a entender que esté algo molesto conmigo, pero que lo hubiera pagado con Gabriella es otra historia.

Él pasa primero y yo los sigo, entrando después de tanto tiempo en el piso de Gab. En este lugar he tenido muchos buenos momentos, vivir con mi hermana estaba bien. Gabriella es el tipo de persona que te pone fácil la convivencia. Pero lo mejor de mi experiencia en España siempre va a ser haber conocido a Silvia y Carla. Aunque bueno, la convivencia con Carla no fue siempre precisamente perfecta. La tía era súper repelente al principio con su espacio personal. Y el frigorífico estaba dividido, por un lado estaba mi comida y la de Gabriella y por otro la de ella. La tía comía como una lima. Y si le tocabas sus cosas era capaz de morderte como si fuera un pitbull. Pero afortunadamente acabamos haciendo buenas migas y mejoró su comportamiento.

— ¿Qué tal la playa por Nápoles? — nos pregunta Gabriella llegando al salón.

— No ha estado mal — le contesta Damiano sin mucha emoción.

Él me dice que está cansado y que quiere ir al que era antes mi cuarto a descansar. Asiento sin más. Si es lo que quiere hacer ahora, pues nada.

En cuanto Gabriella escucha la puerta de la habitación cerrarse me coge del brazo y me arrastra a la cocina, la estancia del piso más alejada de la habitación en la que se ha metido Damiano.

— ¿Qué mierda pasa? — me pregunta cruzándose de brazos.

Uf, Gabriella en plan detective no por favor. No quiero soltar prenda sobre lo que realmente pasa entre Damiano y yo.

— No es nada, no le des importancia.

No me cree del todo, pero para mi sorpresa salta a otro tema y me pregunta sobre el viaje a Nápoles. De esto le cuento casi todo. El lugar era precioso.

Poco después viene Silvia al piso, tirando su bolso a la mesa de la cocina y volviéndose prácticamente loca al verme. Hasta chilla y todo.

La tengo que poner al día a ella también. Mientras me escucha va asintiendo o diciendo algún "ajá" si cree necesario. Se gira hacia la nevera y la abre, examinando la comida que hay dentro y disponiéndose a coger algo.

— ¿Tú vienes de visita o solo a gorronearme la comida? — le recrimina Gabriella — Te recuerdo que tú también tienes un frigo en tu casa.

Silvia hace un puchero con una manzana reluciente en su mano.

— Pero es que el tuyo está mucho más lleno...— lloriquea mordisqueando la manzana.

Las miro a las dos con su tejemaneje sobre el frigorífico y la comida.

— Es que me quito a Carla de encima — se echa las manos a la cabeza dramáticamente Gab — Que alimentar a esa mujer le va a costar a Thomas un riñón como mínimo, porque alimentarla a ella es como alimentar a una ballena o yo que sé.

— Bueno, pero ya se ha ido con el otro, y ahora que se la coma Thomas un rato — le resta toda la importancia Silvia — ¿Te das cuenta de que ellas han pillao' cacho italiano y nosotras estamos más solas que la una, Gabriella?

— Oye, tú te liaste con Victoria — le recuerdo yo predemitadamente.

Gabriella no lo sabía y por eso le quita la manzana de las manos, para que lo explique todo con pelos y señales. Y lo hace. Da tantos detalles que llego a sentirme incómoda.

— Al final solo fue sexo, una pena no haber conseguido algo más con ella — se lamenta Silvia — ¿Y tú qué? ¿Has venido sola?

— Damiano está en la habitación.

Se queda noqueada.

— ¿En serio? — pregunta pasmada — ¿Y por qué no estás con él haciendo un bebé?

— ¡Ah! ¡Silvia! — se queja Gab tapándose los oídos.

Silvia y yo reímos.

— Y me ha dicho antes que Damiano y ella están enfadados.

— ¿Cómo?

Ya lo que me faltaba, otra insistiendo con ese tema.

— Aunque bueno, ahora te vas con él a la habitación y que te meta el polvazo de reconciliación — sonríe con picardía — Y todo solucionado, ¿sabes?

Veo a Gabriella abrir los ojos como platos con las intervenciones de Silvia. Y no sé ni por qué se sorprende, si Carla estuviera aquí la conversación sería incluso más cerda.

Las dejo ahí conspirando sobre mí y Damiano y voy a la habitación. Prefiero estar con Damiano ahora la verdad.

Abro con cuidado y piso su camiseta, la cual se ha quitado y ha tirado de cualquier manera al suelo, y lo veo tumbado boca abajo en la cama. Me deshago de mis zapatos y me dirijo a la cama.

Él se remueve en el colchón, notando mi presencia, y se da la vuelta, quedando boca arriba y mirándome fijamente.

Yo aparto la vista, sus ojos aún me siguen poniendo nerviosa y no quiero que se de cuenta de que me voy a sonrojar.

— ¿Estás enfadado conmigo? — comienzo yo para romper el hielo.

Él aparta su mirada y niega con la cabeza.

— No lo estoy, nena — me responde — Solo no me gustó que le dieras importancia a nada de lo que decía Elena. Sabes cómo es y sabes perfectamente la fijación que tiene por ti — en resumidas cuentas, la pava me odia — No te debería haber afectado.

Ya, eso es algo que ya sé. Tengo claro que esa buscona solo pretende separarnos, siempre lo ha pretendido. Incluso al principio, cuando no la conocía bien y parecía inofensiva. Nunca va olvidar que le jodí su plan de estar con Damiano y aprovecharse descaradamente de su fama, porque sí, ella aparte de golfa, mala y despiadada, también era una pedazo de interesada.

— Me afectó que hablara del bebé como si fuera una especie de... aberración — pongo una mueca de incomodidad — Me da igual que me insultara a mí, pero al bebé me importa. Porque me importaba mi hijo y lo quería y...— me cuesta decir todo esto — No está. ¡No está por su culpa!

Damiano reacciona y me abraza, envolviéndome entre sus brazos. Él sabe que me cuesta hablar con tranquilidad de este tema. Me indigno mucho. Yo podría tener una familia ahora mismo. Y no la tengo. Y eso es por culpa de esa puta loca. Lo arruinó todo.

— Tranquila, nena — dice él pasando una mano por mi largo pelo y hundiendo mi cara en su pecho desnudo — Sé que te duele que hable así. A mí también. Yo también quería a nuestra hija — confiesa él con cierto toque melancólico.

Yo levanto mi cabeza y alzo una ceja dudosa. ¿Le he escuchado bien?

— ¿Por qué has dicho "hija"?

Realmente lo ha dicho con mucha naturalidad. Y nunca llegamos a saber el sexo del bebé.

— Porque yo sé que iba a ser una niña — me dice conforme y sonriendo.

Ya recuerdo la ilusión que le hacía a él tener una niña. Y las muchas veces que yo me lo imaginé a él con la pequeña entre sus brazos.

— Si tú lo dices...

— Sí iba a serlo, nena — rueda los ojos y nos separamos para mirarnos — Incluso pensé en un nombre para ella.

Me quedo boquiabierta. ¿Tanto pensaba en eso?

Se acerca a mí y susurra el nombre en mi oído. Sonrío ampliamente enseguida. Es un nombre que hasta a mí se me había pasado por la cabeza en algún momento. Era bastante bonito.

Después de estar un rato hablando aún del nombre y de todas las cosas que podrían haber pasado, me decido a cambiar de tema y le propongo un plan para hoy. Me apetece salir y ya de paso le podría enseñar un poco de Madrid.

— ¿Tanto te apetece salir?

— Mucho — me levanto de un salto y me recoloco la ropa.

Voy hacia su lado de la cama y lo cojo del brazo, tirando de él para que se levante. Y ni modo. El condenado no se mueve ni un milímetro y se pone a gruñir exasperado diciendo que está cansado y que prefiere quedarse aquí conmigo.

No me complico más la existencia y recojo su camiseta del suelo. Se la lanzo y él la pilla prácticamente al vuelo. Siempre ha tenido unos reflejos impecables.

— Bueno, tú haz lo que quieras — le comunico con chulería — Pero en cinco minutos me voy con o sin ti.

Él salta de la cama y me frena, poniéndose la camiseta y pasándose una mano por su castaño pelo. Sabía que no se iba a resistir a venir.

— Conmigo. Te vas conmigo — aclara colocando su mano en mi espalda y dándome un rápido beso en los labios.

Abro la puerta y alzo las cejas. Literalmente casi se me caen encima Gabriella y Silvia. Las dos entrometidas han estado apoyadas detrás de la puerta escuchándolo todo. ¡Serán cotillas!

— ¿Estaba bueno el chisme? — les pregunto malhumorada.

Silvia se encoge de hombros.

— No estaba mal, pero mi abuela Sonsoles pilla mejores cotilleos en su pueblo — nos explica — En serio, la tía tiene ya casi ochenta tacos y tiene el oído bien adiestrado para escuchar detrás de las paredes, puertas, ventanas, lo que sea. Su otorrino no se explica aún como puede tener el oído de una persona de veinte — se rasca la nuca pensativa — A lo mejor por ser cotilla le habrá evolucionado así o algo.

Miro a Damiano y me percato de que no se está enterando bien de la movida porque no entiende bien el español. Y lo agradezco en el fondo, porque para estar escuchando cosas sobre el oído de la abuela de Silvia, es mejor no entender una mierda.

— Por cierto Damiano, la boda fue increíble — le habla Silvia en inglés — Una preciosidad. Y fue una lástima que os tuvierais que ir tan pronto a...— se ríe un poco — Ya sabes, a culminar la unión - se vuelve a reír y Gabriella ladea la cabeza, pero sé que también se está riendo — Os perdisteis a Carla cantando "Hay que venir al sur" de Raffaella Carrà. A tu madre le encantó — le cuenta a Damiano.

Él pone los ojos en blanco y da como motivo que su madre era muy fan de la cantante italiana.

— Lo puedes ver en mi Tik Tok — me dice Silvia.

— ¿Lo has subido?

— Pues sí. Pero no se lo digas a Carla porque no lo sabe.

Le digo a Damiano que nos vayamos ya, porque si me quedo hablando con ellas no nos vamos a ir nunca.

Él me coge de la mano y vamos caminando juntos por las calles de Madrid. He pensado que podríamos ir al parque del Retiro, es uno de los lugares más bonitos de aquí. Y uno de mis favoritos también. Él ha estado de acuerdo. Y no está muy lejos del piso de Gabriella, solo a unos diez minutos.

Saco mi móvil de mi bolso y la curiosidad puede conmigo. Localizo el vídeo del que me ha hablado Silvia y lo reproduzco.

— ¡PARA HACER BIEN EL AMOR HAY QUE VENIR AL SUR! — hostias, tenía el volumen al máximo.

Y la voz de borracha de Carla ha resonado por toda la calle. Me estoy ganando muchas miradas de estupefacción por parte de todos los viandantes. Me pongo roja y paro el vídeo. A mi lado Damiano intenta ocultar una sonrisa, mordiéndose el labio.

— ¡No ha tenido gracia! — le doy un golpe en el costado y él ni se inmuta.

Se ríe con soltura de mi descuido.

— Sí la ha tenido — eso no es verdad — Y me alegro de que Raffaella no pueda ver la carnicería que ha hecho tu amiga con su canción. Realmente se la ha cargado.

Modero el volumen y vuelvo a poner el vídeo. Y lo más sorprendente no es ver a Carla intentando bailar mientras canta con la madre de Damiano delante de ella, sino que el vídeo lleva más de veinte millones de reproducciones y cinco millones y medio de me gusta. Se lo mando por mensaje a Carla, ella siempre quiso hacerse viral por Tik Tok aunque fuera por hacer la subnormal.

— Cuando sea su boda, pienso emborracharme y cantar algo para arruinarle el día — dice Damiano convencido.

— Pues si se casa, probablemente lo haga con Thomas — apunto yo.

Él pone una mueca rara.

— Aún no puedo creer que él esté con tu amiga — comenta con diversión - Siempre pensé que él era asexual, ¿sabes?

— ¿Por qué?

— Porque nunca había tenido algo así como una novia formal y nunca me había contado nada de su vida sentimental o amorosa o sexual o yo que sé.

— A ver, que tú estés tan salido no significa que los demás también tengan que estarlo — le refuto.

Él me da una mirada de enfado.

— Yo no estoy salido — me dice.

Yo asiento.

— Claro — le respondo rodando los ojos.

Llegamos al Retiro enseguida. Está igual de bonito, como siempre. Hacia mucho tiempo que no venía, meses en realidad. Cuando vivía en Madrid solía venir a menudo. Siempre me ha transmitido mucha paz este lugar.

— ¿Qué te parece? — le pregunto a mi marido con una sonrisa satisfecha en mi rostro.

Él aún no ha despegado la vista de mi cara desde que hemos llegado.

— Venga, Damiano, échale un vistazo — muevo mi brazo señalándolo todo a nuestro paso — Es bonito.

— Pero tú eres mucho más bonita — me halaga parándonos y plantándome un dulce beso.

Es sobrecogedor lo romántico que es capaz de ponerse a veces.

— Bueno — palmeo su brazo — Vamos, Romeo — río burlándome.

Tiro de él, recorriendo cada esquina del Retiro. Hacemos una parada un poco más extensa en el Palacio de Cristal. Es uno de mis puntos favoritos junto con el estanque.

— ¿Qué? — sonrío al ver su cara asombrada — En Italia no tenéis cosas así, ¿eh? 

Rodea mis hombros con su brazo y me acerca para besar mi cabeza. Y como ya veía venir, no está de acuerdo conmigo.

— En Italia tenemos cosas mejores — me contesta con superioridad.

Yo acaricio la mano que tiene apoyada sobre uno de mis hombros y niego con la cabeza. En Italia hay cosas hermosas, claro está. Pero los lugares de España tampoco están mal.

— ¿Qué cosas tiene Italia que no tiene España? 

— A mí — me responde sonriendo.

Damiano no es más italiano porque eso ya es imposible. 

— ¿Por qué eres tan engreído? — me atrevo a preguntar, esperando ya cualquier respuesta de su parte.

Seguimos caminando y noto por primera vez en todo el paseo varias miradas puestas sobre nosotros. No sé si lo reconocen o no. Algunos parecen dudosos sobre si de verdad están viendo a un famoso o no.

— Porque soy italiano — lo miro enseguida frunciendo el ceño, hasta que me doy cuenta de que esa es su respuesta a mi anterior pregunta.

— ¿Todo lo que eres y te pasa está relacionado con tu nacionalidad? — me río por la absurdez de la cuestión — ¿En serio, Damiano? 

— Totalmente — se percata también de que hay mucha gente mirándonos.

Sé que se pone algo serio, realmente no disfruta de esta parte de la fama, en la que cada vez que sale a algún sitio alguien le reconoce o le hacen fotos y lo abordan por la calle.

Toco su pecho y sigo con mis preguntas absurdas, solo por relajar el ambiente.

— ¿Por qué tienes una banda?

— Porque soy italiano.

Sonrío al ver el orgullo con el que pronuncia esas palabras.

— ¿Por qué te llamas Damiano? 

— Porque soy italiano.

— ¿Por qué ganaste Eurovisión?

— Porque soy italiano.

Río con fuerza. Le hago varias preguntas aleatorias sobre cualquier tema y él dice lo mismo. Parece un loro, atascado en la misma respuesta.

— ¿Por qué te casaste conmigo? 

— Porque eres italiana.

Le doy un codazo riendo. Esa no me la esperaba.

Llegamos al Paseo de la Argentina. En este punto es cuando un par de chicas se acercan y básicamente lo abordan pidiéndole una foto. Él sonríe, como en todas las fotos con fans, y les firma un par de autógrafos. Las chicas realmente están locas por él. Parece que no lo quisieran dejar nunca.

Él termina diciéndoles que tiene prisa y vuelve a mi lado. Ellas se nos quedan mirando y una se atreve a hablar.

— ¿Es tu amiga? 

Damiano me mira a mí y yo le miro a él.

— Más o menos — le dice.

Me vuelve a coger de la mano, entrelazando nuestros dedos. Aunque nos vayamos alejando puedo oír bien lo que dicen esas chicas a nuestras espaldas.

— ¿Será su novia? — pregunta la misma que le ha hecho a Damiano la estúpida pregunta de si yo era su amiga.

— No creo, ¿no? — salta otra, incrédula — ¡Si no pegan nada! 

— Tiene razón — dice la tercera — Dudo que a él le gusten las chicas como esa. ¿Vosotras la habéis visto? — todas le dicen que sí — Su físico dejaba mucho que desear, la verdad.

— Ya ves, la pava no valía nada.

— A mí me gustaba más cuando estaba con aquella rubia, ¿os acordáis? — una chasquea los dedos y todas recuerdan — Varios paparazzis los pillaron juntos, pero él nunca hizo pública su relación con ella.

— Una pena — se lamenta otra — Esa sí me gustaba para él.

No me puedo creer que estén hablando de Elena como si ella fuera una santa y yo una vulgar interesada. ¿Cómo coño pueden hacer ese tipo de suposiciones si a mí no me conocen? 

— Espera un momento, nena — Damiano suelta mi mano y va corriendo hacia el grupito de las chicas.

Desde dónde estoy lo veo hablar con ellas. Ahora todas se callan y asienten a lo que quiera que él les esté diciendo.

Dos minutos después lo vuelvo a tener a mí lado con una sonrisa victoriosa en su cara.

— ¿Qué les has dicho?

— Que pasaran un buen día — se encoge de hombros, mintiéndome descaradamente.

Sinceramente tampoco quiero saber que les ha dicho. Pero les ha callado la boca.

Salimos después de una hora en El Retiro y él me frena, sacando su móvil y diciendo que quiere una foto nuestra.

— ¿Qué eres ahora? ¿Paparazzi?

Él pone los ojos en blanco dramáticamente. Literalmente odia a los paparazzis.

Accedo a lo de la foto y me da un beso, capturando el momento con la cámara de su móvil.

— Oye — llama mi atención, guardando su móvil — ¿Te has pensado lo de tu amiga Silvia?

Alzo las cejas.

— ¿El qué? — pregunto riendo. No sé a qué se refiere.

— Ya sabes — levanta las cejas repetidamente, con picardía — Lo del polvo de reconciliación.

¿Mi mandíbula?

En el suelo.

— ¿Has estado escuchando nuestra conversación?

— No — dice rápido — Pero es que tu amiga grita mucho.

Mierda, me he equivocado de pregunta, lo que de verdad quería decir era...

— ¡¿Pero no se suponía que tú no sabías español?! 

Éste me la ha colado. Y se ha estado riendo de mí en mi puta cara.

No le hablo en todo el camino a casa de Gabriella. Él me dice que ha estado aprendiendo algo más de español por mí. ¡Y no me había dicho nada!

— Nena...— me llama cuando entramos al piso de Gab.

Estamos solos. Las chicas no están.

Me voy a mi cuarto y él no me sigue. Reviso mi móvil y veo que tengo una notificación de Instagram. 

"@ykaaar te ha etiquetado en una publicación".

Frunzo el ceño. ¿A qué viene esto?

Entro en la aplicación y veo que la foto es la que nos ha hecho en El Retiro, besándonos. Abro los ojos como platos al ver que la ha publicado hace apenas diez minutos y ya lleva más de cien mil me gusta.

"Ti amo, Marlena", es lo que ha escrito en el pie de foto, junto con un emoticono de un anillo con el diamante y un corazón rojo.

Victoria ya le ha comentado la foto, poniendo "la coppia più bella".

La pareja más bella.

Sonrío al ver que la gran mayoría de los comentarios son positivos y bonitos.

Salgo al pasillo para encontrarlo apoyado en la pared y con los brazos abiertos, esperándome. Me lanzo a sus brazos sin pensarlo. Y le doy un beso en la boca.

Él llevaba tiempo queriendo hacer lo nuestro público, y ya está hecho. 

Me empuja hacia atrás, haciéndome entrar otra vez a la habitación. Vuelve a estampar nuestros labios de una manera mucho más salvaje y me estampa contra el escritorio. Si no recuerdo mal, él y mi escritorio tenían una cuenta pendiente. Una sexual conmigo de por medio.

Pone sus manos en mi culo y me aúpa, sentándome encima de mi escritorio.

— Te amo...— susurra, hundiendo su cara en el hueco de mi cuello — Te deseo.

Juguetea con el dobladillo de mi camiseta. Sus calientes dedos queman mi piel. Su aliento hace que mi piel se ponga de gallina. Choca nuestras caderas con fuerza. Ahogo un grito de desesperación.

— ¡Daniela! 

A la mierda.

La puerta del piso se cierra detrás de Silvia y escucho sus zapatos resonar, cada vez más cerca por el pasillo.

— Me cago en la hostia — maldice Damiano, quién se aparta de mí a regañadientes.

Silvia viene corriendo y al estar la puerta abierta se mete dentro sin más. En este piso no existe la privacidad.

Me bajo del escritorio y ella se pone colorada al ver que aquí dentro estaba pasando algo.

— Oh — murmura — ¿He interrumpido, verdad?

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