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Capítulo 59

Estado actual: cachonda.

¿El único problema?

Damiano.

Se ha ido al balcón y se ha puesto a fumar. Creo que es la única persona que he visto en mi vida que es capaz de fumar como cuatro cigarrillos diarios a veces y aún así seguir necesitando más. Eso es algo inexplicable para mí.

Pero ese no es el tema.

Yo me he encerrado en el baño a ver si consigo bajar la cremallera del vestido este del demonio. Es súper complicada. Me las veo crudas para deshacerme del puto vestido este de mierda.

Suspiro aliviada cuando consigo bajar la cremallera y sacármelo. Me quedo en ropa interior blanca bastante cómoda, pero aún así voy a necesitar más ropa para después. Por eso me he metido conmigo al baño una pequeña maleta que me ha dejado Carla en la habitación, supongo que tendrá algo de ropa de cambio. Pero todas mis suposiciones se van al garete cuando la abro y me percato del panorama. Me rasco la nuca y me cago en la madre que parió a mi amiga al ver que lo único que contiene la maleta es un sujetador de encaje negro con un tanga a juego. Será una broma.

Al sacar el sujetador se cae un trozo de papel que parecía ir adjuntado a éste con un celo. Abro el papel y leo con atención la nota:

Antes de nada, deja de cagarte en mi vida por haberte puesto solo esto en la maleta. Úsalo, estoy segura de que al Damiano le encantará jeje. Ah, y te he comprado el sujetador una talla más pequeña de la que utilizas (ya sabes, para que se te marquen más las tetas).

- Atentamente, la Carla.

Posdata: ¿podrías mangar el champú ese de coco de la suite, bestie? (es que a mí me ha pillado la limpiadora intentándolo esta tarde)

Miro al lavabo y veo ahí puesto el champú del que habla en la nota. Pero eso no es importante ahora mismo.

Saco la ropa interior de la maleta y me la pongo. Las tiras y el broche del sujetador me van a dejar marcas, aprietan que te cagas. Pero tenía razón en lo de las tetas, se me marcan mucho más. Y el tanga no es nada cómodo, además yo acostumbro a usar bragas.

Me enrollo una toalla alrededor de mi cuerpo y salgo con una sonrisa maliciosa fuera. Se le van a quitar las ganas de fumar a alguien que yo me sé.

Salgo al balcón. La temperatura es buena, así que no me molesta en absoluto ir solo con ropa interior y una toalla. Damiano está sentado en una butaca al lado de una pequeña mesa redonda con un cenicero plateado. Preciosa escena.

Voy hacia él y le quito su adorado cigarrillo para apagarlo en el cenicero. Su mano tiene lugares mejores en los que posarse ahora mismo.

Me siento a horcajadas encima de él y envuelvo su cuello con mis brazos.

— Damiano...— ronroneo contra su cuello.

Meneo mis caderas en círculos e intento chocar mi entrepierna con la suya lo máximo posible. Siento como se va endureciendo poco a poco debajo de mí. Él sube sus manos por mis muslos y las para en mi culo abriendo los ojos como platos.

— ¿Esto es un tanga? — me pregunta casi sin aliento.

Asiento. Él se pone alerta y baja un poco la toalla para poder ver mi escote. Se queda embobado mirando durante un largo rato en el que ni siquiera es capaz de articular palabra. ¿Tan bien me quedará el sujetador?

— ¿Sabes qué? — digo con suficiencia y me levanto de su regazo — Mejor me voy, tú preferirás seguir fumando — murmuro con desdén fingiendo indiferencia.

Pero como ya me imaginaba él me agarra de la muñeca y me impide irme. La toalla se me acaba de caer, pero la verdad es que no importa mucho, es de noche y los balcones del edificio de enfrente están bastante alejados.

— ¿Qué quieres? — le pregunto yo.

— A ti — me responde llevándose mi mano a sus labios y besándola.

Se levanta pillándome de imprevisto y estampa nuestros labios para distraerme mientras cambia nuestras posiciones y me hace sentarme en la butaca con las piernas abiertas. Él se coloca de rodillas entre ellas y besa la piel de mis pechos que no está cubierta por el sostén.

Jadeo su nombre varias veces. Siento sus manos por todas partes, explorando cada centímetro de mi piel. Vuelve a mirar mi tanga con una pequeña sonrisa en sus hinchados labios y me mira a mí.

— ¿No te gusta, nene? — señalo el tanga — Lo he preparado para ti.

— ¿Y tú? — su mano se mueve hasta el centro de mi cuerpo, rápido, tan rápido que no me deja tiempo para pensar — ¿Estás tú preparada para mí?

— Compruébalo tú mismo — mi voz suena retadora. Justo como quería.

Él aparta la fina tela del tanga y ve que está mojada por mi humedad. Mi centro palpita esperando algo de atención. Solo espero que él me la dé.

Su pulgar roza mis hinchados pliegues con cuidado. Se mete un dedo en la boca para humedecerlo, y después lo mete dentro de mí, despacio, torturándome. Lo noto resbalar en mi interior sin ningún problema. Estoy jodidamente mojada.

— Sí, estás lista, nena — dice sacando su dedo y haciéndome bufar de fastidio.

Me levanto y pongo un dedo sobre su pecho. Ahora me toca a mí hacer algo. Lo hago girarse y retroceder para sentarse de nuevo. Ahora yo me pongo de rodillas bajo su lujuriosa mirada y desabrocho sus pantalones.

— ¿Estás tú preparado para mí? — le pregunto bajando sus pantalones.

Puedo ver su enorme erección oculta tras sus boxers. Sé que está listo para estar dentro de mí, pero quiero que lo diga.

— Nena, yo nací preparado para ti — ríe y baja sus boxers, haciendo que su erección salte — Venga, usa esa boquita para algo que no sea hablar, ¿quieres?

Mi respiración se vuelve más pesada. Siempre que estoy con él se siente como si fuera la primera vez. Y debo tomar las riendas de la situación.

Agarro su polla con fuerza, envolviendo mi mano alrededor. Él gruñe y me anima a seguir. Pone su mano detrás de mi nuca y me acerca un poco más. Escupo, lubricando su miembro y chupo la punta con cuidado, sin dejar de mirarlo a él.

— No voy a durar ni dos segundos si sigues mirándome así — apunta él acariciando mi pelo con dulzura.

Abro la boca y meto los primeros centímetros dentro, sin hacer caso a sus palabras. Me aseguro de humedecer bien su miembro con mi lengua, mientras lo masturbo también con mi mano. A él parece gustarle porque está jadeando y diciendo mi nombre sin parar. Y he de admitirlo, eso me enorgullece porque tampoco creo que yo sea tan buena en el sexo oral.

Sus caderas se levantan un poco, pillándome totalmente desprevenida y me provoca una arcada.

— Lo siento, nena — se disculpa él acariciando mi cabello con sus dedos.

Saco su polla de mi boca y me centro solo en lamer y masturbar. Trazo una larga línea con mi lengua que va desde la punta hasta el final, recorriendo toda su empalmada longitud. Él echa la cabeza hacia atrás, gruñendo algunas maldiciones entre dientes que no consigo entender bien del todo.

Muevo mi mano hacia arriba y hacia abajo con lentitud. Sé que lo estoy volviendo loco. Pero ahora estoy yo al mando.

— Me vas a matar, nena — su voz es bronca y jodidamente sexy.

— Bueno...al menos será una buena muerte, ¿no crees? — le respondo yo con una picardía poco común en mí.

Después de mi inesperada contestación se levanta y me jala del brazo murmurando que ya no lo aguanta más.

— ¿Qué haces?

— Le voy a hacer el amor a mi mujer — me responde simple.

Me sonrojo, pero no tengo claro si es por lo que me va a hacer o porque ha dicho "mi mujer". Creo que realmente es por ambas cosas.

Me lleva hasta la cama y me tumbo encima esperando a ver sus intenciones. Él se deshace de la camisa rápidamente y va amontonando su ropa en el suelo. Al terminar y quedar completamente desnudo, hinca sus rodillas en el colchón y se coloca encima de mí, poniendo sus brazos a ambos lados de mi cuerpo para que ya no tenga escapatoria. Su erección choca contra mi centro, aún cubierto por la fina tela del tanga, pero aún así ahogo un gemido.

Lo necesito ya dentro de mí. Pero claramente él no quiere que eso sea tan rápido. Hace mi tanga a un lado y agarra su pene para rozarlo suavemente contra los pliegues de mi sexo. La sensación es jodidamente electrizante.

Estiro mi brazo hacia la mesita dónde supuestamente están los preservativos e intento abrirla. Pero el cajón parece estar atascado. Gruño de pura frustración. Mientras yo intento abrir la puta mesita, Damiano se encarga de desabrochar mi sujetador. Y joder, menos mal. Un minuto más con ese sostén y se me corta la circulación.

Al ver que no consigo resultados, Damiano estira su tatuado brazo y abre el cajón de un solo tirón. Abro los ojos como platos viendo todo el contenido.

— Diablos, en las farmacias se tienen que haber quedado sin suministros de preservativos — bromea Damiano agarrando uno.

La mesita está llena hasta los topes de condones. Soy una mujer, no una máquina del sexo, con un par de preservativos habría bastado.

Damiano agarra una de mis tetas y la amasa en su mano. Hago lo que puedo para conseguir deshacerme del puto tanga y quedar completamente desnuda ante él.

Damiano agarra mis caderas y las alinea con las suyas, de esta forma también quedan alineados mi humedad y su miembro. Se mueve hacia delante y siento como su punta intenta introducirse dentro de mí.

— ¡Ah! — grito yo alarmándolo.

— ¿Estás bien? — me pregunta preocupado.

— S-Sí, sí — le respondo acelerada — Es solo que llevo mucho tiempo sin hacerlo.

Cuatro meses para ser más exacta.

— Ya, yo también — susurra besando mi barbilla.

Muerdo mi labio inferior mientras él intenta empujar hacia dentro su longitud. Siento muchísimas emociones ahora mismo. E incluso me siento como si me estuviera desvirgando otra vez.

— El condón — recuerdo de repente.

— Ahora, ahora — gruñe él embistiéndome una vez, haciéndome gemir — Solo déjame sentirte un poco, nena.

Me embiste una vez. Dos. Tres. Cada embestida es más fuerte y rápida que la anterior. Noto mis músculos internos tensarse alrededor de su caliente polla. Se queda parado durante unos segundos y entreabre los labios.

— No sabes cuánto he echado de menos este coño apretado — me dice y me toma de mis caderas para moverme.

Sin salir de mí y con cuidado, nos cambia de posición. Ahora él está sentado y yo estoy encima de él. Me muevo en círculos alrededor de Damiano, buscando algo de placer, pero él me frena y me levanta, saliendo de mí y colocándose el preservativo.

— Hazme tuyo, Daniela — jadea bajándome poco a poco otra vez.

Me llena poco a poco. Me sujeto a sus hombros y comienza a moverme hacia arriba y hacia abajo, haciendo su dura polla bombear dentro y fuera de mí. Él hunde su cabeza en el hueco de mi cuello, besando cada parte de mi piel desnuda. Acelero un poco el ritmo, moviéndome con más avidez. Siendo sincera no me gusta estar yo encima, pero me siento un poco poderosa siendo yo la que marca el ritmo de nuestros cuerpos.

Él rodea mi cintura con sus manos, clavando las yemas de sus dedos en mi delicada piel y parando mis movimientos. Sonríe maliciosamente y alza sus caderas, penetrándome con fuerza, su miembro llega a lugares dentro de mí que ni sabía que existían. Sigue embistiéndome muy duro. Clavo mis uñas en su hombro para evitar caer de espaldas desvanecida de todo el placer que está provocando en mi cuerpo. Mi sexo se dilata un poco más, para poder acogerlo entero.

Apoyo mi frente contra la suya. Estoy sudando. Grito desconsolada cuando sus embestidas se vuelven más rápidas y certeras. No me da tregua, solo me folla como nunca lo ha hecho antes.

Él gime y me susurra al oído lo bien que va a hacer que me corra con toda su polla dentro. Todo eso me enciende aún más. No puedo esperar para romperme en mil pedazos con él dentro de mí, intensificando nuestra unión.

— Nena...— jadea clavándose dentro de mí y trazando círculos alrededor de mi clítoris con su pulgar.

Me abrazo a su cuerpo y gimo al sentir mis tetas chocar contra su musculoso pecho. Ahora mismo lo siento en todas partes.

Estoy cerca de mi punto máximo, y él lo nota. Por eso aumenta la intensidad de sus embestidas y frota mis clítoris más vivamente.

— Estás a punto — digo yo mirándolo.

Él me mira con una gota de sudor bajando por su frente.

— ¿Y cómo lo sabes, nena?

— Porque estás arrugando la frente — apunto yo — Has entreabierto los labios, estás tensando los músculos — toco su abdomen — Y tú respiración se ha vuelto pesada. Eso es lo que pasa cuando estás a punto de... llegar.

Él sonríe ampliamente, mostrando sus brillantes dientes.

— Me conoces demasiado bien, nena.

Comienzo a tensarme, el orgasmo está a punto de golpearme. Va a ser la primera vez que pueda decir que mi marido me ha hecho correrme.

Una sensación de liberación me recorre toda la columna vertebral y me rompo en millones de pedazos con Damiano empujando toda su longitud dentro de mí y dando un jodido gruñido de placer que sale de lo más profundo de su garganta. Mi sexo se cierne alrededor de su polla, apretándola. Gimo su nombre varias veces mientras esta sensación de liberación plena me hace temblar.

— Mierda, Daniela, me estás apretando la polla — farfulla él echando la cabeza hacia atrás.

— Lo siento, lo siento.

— Nena, no me estaba quejando — rueda los ojos — Ojalá me pudiera quedar dentro de ti para siempre.

Espero hasta que mi respiración empieza a volver a su estado normal para levantar mis caderas y sacarlo de mí.

— Pero no puedes — le recuerdo yo.

— Toda una lástima — se levanta sin parar de quejarse hasta el baño, donde tira el condón.

Yo aparto las sábanas y me meto dentro de la cama, tapándome entera. Él vuelve rápido y se ríe al verme.

— ¿Ahora te vas a tapar? ¿En serio? — aparto la sábana de su lado para que pueda meterse a la cama junto a mí — Al menos no te tapes las tetas — le echo una mirada incrédula y él ríe — ¿Qué? Es que son demasiado bonitas como para tener que estar ahí tapadas.

Acerca nuestros cuerpos y me besa. Levanta mi pierna para rodear su cintura con ella y con su otra mano se dispone a manosear mis pechos.

— Vamos a hacer el amor otra vez — propone él ilusionado.

— Pero si ya acabamos de hacerlo.

— ¿Eso es que no? — enarca una ceja con diversión.

Aparta las sábanas y se coloca encima de mí como anteriormente besando mi cuello con suavidez. Supongo que vamos a por la segunda ronda.

— Haces lo que quieres conmigo, Damiano David — le digo yo tocando su ancha espalda.

— Lo mismo te digo, Daniela Caruso — me responde él.

*****

La habitación entera huele a sexo. Y no me extraña. No hay ninguna parte en esta suite en la que no me haya follado. Creo que llevamos aquí unas ocho horas, y de esas ocho horas solo hemos dormido una. Las demás me ha tenido haciendo cualquier cosa menos dormir. No me cierran ni las piernas.

Me tengo que volver a poner el vestido de novia para poder salir de la suite, porque no tengo nada más de ropa. Miro a Damiano ponerse su chaqueta y me mira sonriente, viniendo hacia mí y agarrándome de la nuca para besarme.

— ¿Cómo estás, nena? — me pregunta.

— Cansada — digo sin más — Es que anoche fue mi noche de bodas, ¿sabes? — asiente sonriendo al captar que voy a hacer una broma — Y a mi marido se le olvidó el significado de la palabra "dormir".

— Eso será porque es un dios en la cama.

Arrugo la nariz, negando.

— No te creas, apenas dura cinco minutos — comento yo bromeando.

Él me da un golpe en el brazo y me chista. Vaya, he herido su ego.

— Retira eso — me exige fingiendo enfado.

Levanto las manos dramáticamente y le pido disculpas una y otra vez riéndome.

Él va un segundo al baño y vuelve con la pequeña maleta que me había dejado Carla. He vuelto a meter la ropa interior y el champú de coco que quería que cogiera de la suite. Esa chica tiene una obsesión insana con llevarse cosas de los hoteles.

Damiano pasa por mi lado y agarro su chaqueta, tirando de ella para que me mire.

— Guapo, ¿me llevas en brazos? — hago un puchero.

No me apetece tener que andar. Además las piernas no me van muy bien, todo gracias al aquí mi marido, por supuesto.

— Que te lleve en brazos tu marido el que dura cinco minutos — joder, se ha tomado a la tremenda la broma.

— Que no, nene, que tú no duras eso — poso mi mano sobre su pecho — Tú lo haces muy bien — hago morritos y le doy un pico.

— Eso ya está mejor — me dice sonriendo.

Se agacha y pone su brazo detrás de mis rodillas para auparme y cogerme en brazos. Pongo mis brazos alrededor de su nuca y lo vuelvo a besar.

El camino a casa se me hace cortísimo. Y ya tenía ganas de llegar. El vestido me aprieta y me quiero poner algo más cómodo con urgencia.

Los gatos están en la entrada y vienen hacia nosotros en cuanto entramos. Cojo a Legolas y me lo llevo conmigo a la habitación, mientras que Bidet se queda con Damiano abajo.

Dejo a nuestro gato en el suelo y me pongo mi pijama. Encima de nuestra cama hay una caja con algunos de los detalles de los invitados a la boda. Le pedí a Carla que la dejara aquí.

Me tumbo en la cama y Legolas me mira desde el suelo levantando su pata y tocando la sábana. Lo tomo y lo pongo sobre la cama, a mi lado.

— Bueno, vamos a ver esto — digo incorporándome y sentándome en el colchón.

Me acerco la caja y empiezo a sacar cosas. Legolas mira atento lo que voy sacando. Casi todo son cosas normales, hay cartas de felicitación, algunos han dado sobres con dinero y otros nos han hecho pequeños regalos a mí y a Damiano. Su hermano, por ejemplo, le ha comprado un mechero negro con el nombre de Damiano grabado en el medio, en letras cursivas y plateadas. Lleva un pequeño papel doblado y adjuntado detrás. Lo abro y leo lo que le ha puesto:

Felicidades, Dam.

Espero que te portes bien y sepas controlar ese carácter de gilipollas que tienes, tío. Sabes que Daniela es una chica que merece la pena, no lo estropees.

Te quiero mucho, mamonazo.

Vaya, estas palabras le han salido del corazón a Jacopo. Sonrío colocando el mechero y la nota a un lado para dárselo después a Damiano y prosigo viendo los regalos.

Mis padres me han comprado una pulsera de oro blanco preciosa. Me han dado también una carta de felicitación bastante cercana y cariñosa. Me gusta que ya no estén molestos. Saco de la caja un pequeño ovillo de lana azul y Lego se lanza prácticamente en plancha para atraparlo y ponerse a jugar con él. Ha sido Carla la que lo ha puesto ahí.

— Luego lo compartes con Bidet y jugáis juntos — le digo a Legolas y él me maulla tocando el ovillo con sus patitas.

El resto de los regalos los miro por encima y no me detengo demasiado. Solo hecho un vistazo más lento a las felicitaciones de Gabriella y Silvia diciéndome lo mucho que me quieren y lo felices que están por mí. La felicitación de Ethan es un poco más larga que las demás y me detengo centrando toda mi atención en la lectura:

Dani, Dani, Dani...¿Sabes que nunca he escuchado a Damiano llamarte así? ¿Y sabes por qué? Porque según él me dijo una vez, acortarlo hacia que se perdiera parte de significado, y de su esencia, de lo que tú eres. ¿Curioso, no crees?

Eres una persona extraordinaria. Lo supe desde el momento en que te vi por primera vez. Fue en el instituto. Mis ojos no se despegaban de ti. Pero los tuyos solo se centraban en Damiano. Él tiene suerte de tenerte.

Sé que no te lo he dicho muchas veces, pero te quiero. Nunca he sido muy social ni extrovertido, ya lo sabes, pero contigo es distinto. Sé que te puedo contar cualquier cosa porque no me vas a juzgar ni a hacerme sentir mal. Contigo siempre me ha salido ser yo. Y me alegro de que seamos amigos.

Te mereces lo mejor que este maldito mundo pueda darte. Siempre voy a estar a tu lado.

Te quiero, Daniela.

He sentido una lágrima bajar por mi mejilla. Se ha quedado a gusto con la cartita. Ethan siempre va a ser alguien muy especial para mí y él lo sabe.

Vuelvo a meter la mano de nuevo en la caja, con la esperanza de que ya esté vacía porque enserio ya me falta cama para poner todas las cosas.

Es otra felicitación, o eso creo yo, hasta que la abro.

— ¿Qué mierda es esto? — digo para mí misma al ver las iniciales de la persona que ha escrito la carta.

E. M.

Esas son las putas iniciales.

— ¡Nena! — Damiano grita viniendo hacia la habitación — ¿Tienes hambre? ¿Quieres que te prepare algo?

Sorbo mi nariz y seco con la manga de mi pijama algunas lágrimas que se habían escapado por mis ojos sin poder evitarlo. Vuelvo a meter la carta a la caja rápidamente, no quiero que él la vea. Él entra con Bidet en brazos y luego la deja con Legolas. Ambos gatos se ponen a jugar juntos con el ovillo y se entretienen como nunca.

— ¿Has llorado? — Damiano se preocupa y se sienta a mi lado en el colchón — ¿No llevamos ni un día casados y ya la he cagado, verdad?

Su pulgar roza mi mejilla y niego instantáneamente. No quiero que se aflija tan pronto por algo que él no ha hecho.

— Estoy bien — contesto, pero él no parece convencido — Y tengo hambre. ¿Me preparas algo rico para comer?

— Cómeme a mí — me dice chocando nuestros hombros.

Suelto una fuerte carcajada. La picardía nunca abandonará el cuerpo de mi marido, eso lo tengo claro.

— Ya te comí anoche — me sonrojo justo cuando esas palabras abandonan mi boca.

— Una gran comida, desde luego — confirma riendo — ¿Entonces que quieres que te prepare para comer?

— Oye, ¿no estás muy servicial hoy?

— Es que quiero tenerte contenta — se acerca a mí y me da un beso.

Se me olvida todo por un instante. Agarro su camiseta y lo atraigo más a mí. Ojalá los besos fueran eternos. Ojalá todos mis momentos con Damiano lo fueran.

¿Por qué los instantes que me llenan de felicidad tienen que acabar tan rápido?

— Te amo — le digo mirando esos ojos castaños que tan loca me tienen.

— Lo sé — me dice y echa un vistazo a la cama con todas las felicitaciones y regalos.

Los menea de un lado a otro y se echa a reír cuando ve el mechero y sabe perfectamente que es de su hermano. Comentamos juntos algunos de los detalles que han tenido nuestros familiares y amigos con nosotros. Ha sido una boda de ensueño la nuestra. Superó con creces todas mis expectativas. Fue íntima y bonita, justo como quería.

— ¿Y esto? — dice cogiendo la felicitación de Ethan.

Me alarmo y se la quito de las manos negando. Le dejaré leerla pero no ahora. Además, va más dirigida para mí que para él o nosotros dos en conjunto. Se nota que no quiero que la vea, pero no insiste mucho en el tema. Algo raro en Damiano.

— Yo también quería decirte algo — me anuncia. Soy toda oídos ahora mismo — Yo te he preparado una sorpresa también.

— ¿Ah, sí? — me ilusiono.

No hay algo que me guste más que las sorpresas o los regalos. Él no se hace de rogar y me dice de que se trata esa sorpresa que me ha preparado. Yo me tapo la boca nada más escucharlo emocionada como una niña pequeña.

— Gracias, gracias, gracias — repito como un loro abalanzándome sobre él y llenándolo de besos — No me puedo creer que hayas hecho eso por mí.

Él ríe apartando mi larga melena a un lado y acariciando mi espalda.

— Mi amor, yo haría cualquier cosa por ti.

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