
Capítulo 57
Sí.
Esa fue mi respuesta.
Aunque, ¿cómo podía ser otra, no?
Soy la envidia de medio mundo ahora mismo. Varias personas que vivieron ese momento, ya que estuvieron presentes en el concierto, lo grabaron y ahora está corriendo como la pólvora ese vídeo por todas las redes sociales. En Instagram ya lleva más de un millón de reproducciones en cosa de horas. Estoy evitando la tentación de leer los comentarios del vídeo, porque sé que si lo hiciera me envenenaría con todas las mierdas que tiene que estar soltando la gente de mí y de Damiano.
— ¿Para qué me habéis despertado tan temprano? — les pregunto a mis amigas mientras camino detrás de ellas yendo a Dios sabe donde, porque no me han dado explicaciones de lo que traman.
— Es que necesito que hagas algo que me hace mucha ilusión — me contesta Carla — Y sé que a ti también te va a hacer mucha ilusión, bestie.
Gabriella enrosca su brazo con el mío y me hace caminar más lento, manteniendo una distancia entre nosotras y Silvia y Carla que van delante.
— Si te sirve de consuelo yo tampoco sé a donde vamos - mira a las otras y frunce el ceño — ¿Y si las dejamos tiradas y nos vamos a por unos gofres?
La miro sin entender.
— ¿Qué? — suelta notando mi mirada — No he desayunado.
— Yo también tengo ganas de jalar — gira Carla la cabeza compartiendo con nosotras sus deseos de comer.
Gab da un bote que me asusta hasta a mí.
— Qué puto oído tiene — masculla Gabriella.
— Eso siempre me lo dice mi otorrino — se encoge de hombros la otra — Mi madre siempre decía que lo tenía así de bien porque de ser cotilla se me había agudizado y podía escuchar los cotilleos como a dos kilómetros de distancia incluso.
— Eso no tiene ningún sentido — Silvia se lleva las manos a la cabeza por las locuras de la otra.
— Tampoco tiene sentido que tú hayas nacido y no te digo nada — la pica la otra.
Silvia se pone que echa humo. Carla siempre consigue sacarla de quicio.
— Pues tampoco tiene sentido que tú nacieras.
— Pues no — le da la razón Carla — Fue mi padre, que es un descuidado.
— Oye, ¿os podéis callar? — les pide de mala manera Gabriella, sin soltar mi brazo.
Carla simula cerrarse la boca con una llave imaginaria y después simula tirarla al suelo para deshacerse de ella también.
— ¿Y cuándo es la wedding? — me mira Silvia de soslayo.
— ¿Eh?
— ¡La boda! ¿Cuándo es?
— ¡Pero si me lo pidió anoche! — le grito de vuelta — No hemos hablado de nada de eso.
— Debería ser la semana que viene — propone Carla.
— Claro que sí — ironizo yo — Mañana mismo.
Gabriella ríe a mi lado.
Silvia se para frente a una tienda sonriendo ampliamente y señalando con emoción el escaparate.
Mis ojos amenazan con salirse de sus órbitas cuando veo el contenido de la tienda. Es una maldita tienda de vestidos de novia.
— ¿Qué pintamos aquí?
Carla golpea mi hombro abriendo las manos.
— ¿Perdona? ¡Han pedido tu mano! ¡Te vas a casar, Dani! — da saltos a mi alrededor estresándome — ¡El Damiano va a ser tu marido!
— Vale, vale — digo calmándola.
— Vamos a entrar aquí — me empuja Silvia a la puerta del establecimiento.
— ¿Para qué?
— Para que te pruebes algún vestido.
Me comprometo anoche y hoy ya estoy probándome vestidos. Aquí la gente se toma las cosas muy a pecho.
— Va a ser súper divertido — dicen Carla y Silvia al unísono.
Me siento coaccionada para entrar a este sitio. Mi vista percibe el color blanco por todos lados. Está todo plagado de vestidos. De todos los tipos imaginables. Algunos más simples y baratos, y otros más cargados con pedrería, volantes y lazos, y más caros por supuesto.
— Este lugar es una fantasía — Silvia dice en voz alta lo que todas estamos pensando.
Hay un mostrador al final. La puerta del almacén está abierta y de ahí sale una dependienta.
Se acabó la comodidad.
— Vámonos — les suplico a mis amigas cuando veo a la dependienta.
— ¿Qué pasa?
— Quiero irme, por favor — les repito.
Y es demasiado tarde, porque ya tenemos a la dependienta pegada a nosotras, recibiéndonos.
— Buenos días, chicas — se desenvuelve con desparpajo — ¿En qué puedo ayudarlas?
Carla se acaba girando, claramente porque también ha reconocido la voz.
— ¿Eva?
— Sí, soy yo — le dice reconociéndola también — ¿Daniela, eres tú? — me mira fijamente.
Va vestida sumamente formal y con una cola alta. Su pelo ya no lleva el tinte violeta que recordaba, ahora lo lleva oscuro. Es su color de pelo natural.
— ¿Qué le pasó a tu cabello? — le pregunta Carla, leyéndome la mente.
— Oh — se pasa una mano por su cuidado peinado y ríe tímidamente — Me aburrí del tinte violeta y decidí quedarme con mi pelo natural.
Gabriella y Silvia no tienen ni puta idea de quien es Eva. Nunca les he hablado de ella, solo saben de la existencia de su hermana.
— ¿Te vas a casar, no? — me pregunta Eva — He visto el vídeo por Twitter, mi más sincera enhorabuena.
Le sonrío como puedo, al fin y al cabo esta chica no tiene culpa de lo que hizo su hermana.
Al final no puedo huir y tenemos que adentrarnos con Eva a la tienda. Me explica que este negocio es de su tía, pero como le ha fallado una de las dependientas se ha ofrecido a echarle una mano.
Asiento sin entender una mierda de lo que me sigue diciendo. Mi mente se acaba de desconectar. Las chicas están detrás, cuchicheando, claramente a Carla no le ha faltado tiempo para decirle a las otras quien es Eva.
— ¿Tenías pensado algo en especial? — escucho a Eva.
— ¿Eh?
— El vestido — especifica — Quería saber si habías pensado en algún modelo o algún estilo en concreto.
Me mira impaciente, parece que no notara mi clara indiferencia con cualquier cosa relacionada con el vestido. Y yo no sé ni que responder, hasta hace cinco minutos ni pensaba en el vestido.
— Me da igual, cualquiera me sirve — respondo sintiéndome presionada.
— Cualquiera no sirve — interviene Carla, pasando por mi lado para enseñarle algo con su móvil a Eva.
Miran atentas la pantalla e intercambian algunas palabras, pero yo no las entiendo.
— Tengo algo parecido — le responde Eva a Carla y va a una de las perchas a sacar uno de los vestidos.
Fulmino a Carla con la mirada buscando una explicación a lo que ellas están haciendo.
— Tranqui, que sé lo que estoy haciendo — me dice arrastrando cada una de las palabras.
— Claro — rueda los ojos Gabriella — Como tú te has casado tantas veces...— se mofa de ella.
Carla hace una mueca que nos deja entender su indignación y se va a ver lo que hace Eva.
— No entiendo por qué tenemos que hacer esto ahora — me giro hacia Silvia y Gabriella buscando su apoyo.
— Bueno, al menos pasamos el rato — argumenta Gabriella — Y si no, siempre te puedes meter con Carla y sacarla de quicio diciéndole que ella nunca se va a casar con Thomas.
— ¡No! — Silvia habla — Yo una vez se lo dije y casi me muerde. No es buena idea eso.
La situación me incomoda. No me hace mucha gracia que esté aquí Eva que digamos. Lo que pasó con su hermana fue algo tan desagradable, y verla a ella solo me hace recordarlo todo, como si de un bucle se tratara.
A los pocos minutos me encuentro con Eva pidiéndome que la acompañe al probador. La sigo sin poner objeción. Cuando llegamos enciende las luces y entorna la puerta, colocando el vestido sobre un perchero.
— Oye, sé que no te ha hecho mucha gracia verme, Daniela — empieza a decirme, creo que me ha leído la mente — Y siento mucho lo de mi hermana, de verdad. Se portó fatal contigo.
La corto al ver su clara intención de continuar.
— No te molestes en disculparte en nombre de tu hermana — replico cortante — Esas disculpas no me sirven. Y ella tampoco se arrepiente de nada, y aunque lo hiciera, me da igual. No puede cambiar lo que ha hecho.
— Sí, te entiendo — agacha la cabeza, mirando al suelo.
No me vuelve a hablar de ese tema. Creo que le he dejado claro que no quiero hablar de nada de eso. Odio cuando la gente se disculpa. Las disculpas no solucionan nada. Y menos lo que ella me hizo. Sé que Eva solo quería intentar calmar la tensión, pero debería simplemente dejarlo estar.
Le pido que me deje sola y ella ni rechista. Sale dejándome mi espacio en el enorme probador.
Me las veo y me las deseo con el vestido. Me ha costado un huevo metérmelo. Se ciñe a mis curvas a la perfección, eso sí. Miro el espejo de cuerpo entero delante de mí. La primera impresión es un poco neutra. Ni me gusta ni me disgusta. Pero cuanto más lo miro, más va cambiando mi opinión. Es un blanco puro el color. Solo tiene una manga, la del lado derecho. Me gusta que de la cintura para abajo sea más suelto. Y el detalle de los brillantes y el pequeño lazo en la cintura me gusta. Le da un toque especial.
Río nerviosa. Aún no me creo nada de esto. Hace apenas unos meses ni se me habría pasado por la cabeza que me iba a casar con Damiano. Eso todavía parece una locura.
— Dani — Silvia y las chicas entran sin avisar y se cuelan en el probador.
— ¡Lo sabía! — aplaude Carla — Sabía que te haría ver como una diosa caída del cielo, chica — simula un círculo con su dedo — Da una vuelta, anda.
Lo hago, así me pueden ver desde todas las perspectivas y dar su opinión.
— Yo creo que es muy tú, ¿sabes? — comenta Gabriella — Es sencillo, pero elegante. Discreto, pero atrevido. Y por supuesto es especial.
Pongo los brazos en jarras y sonrío. Si a ellas les gusta, eso solo me anima a que me guste aún más, pero aún no sé si este es el elegido.
— No sé, me gusta, pero me gustaría ver otros, ¿sabéis? — me sincero con plena confianza.
Ellas replican, pero gracias al cielo acaban aceptando mi petición.
— Es el primero que me pruebo, no me puedo quedar con este así sin más — les explico.
— Bueno, Damiano también es el primer novio que has tenido, y te estás quedando con él así sin más.
— Eso es distinto, Silvia — digo.
No voy a comparar una cosa con la otra.
Me vuelvo a poner mi ropa y salimos fuera. Tengo ganas de volver a casa la verdad. Esto de los vestidos es un quebradero de cabeza con el que no estoy aún preparada para lidiar.
— Adiós, chicas — se despide Eva desde el mostrador — Y felicitaciones otra vez, Daniela.
Asiento.
No me voy a acostumbrar a que me feliciten. Creo que aún sigo en shock por lo de anoche. Toco el anillo de compromiso de mi dedo. Se superó con la pedida. Y no me esperaba que lo hiciera anoche. Aunque Damiano es de las personas que piensan que es mejor hacer las cosas según se sienten.
Y creo que tiene toda la razón.
****
Rebusco por mis bolsillos, buscando las llaves de casa. No las encuentro. Pensaba que las había cogido, pero me equivocaba. Decido tocar al timbre, con suerte Damiano estará en casa. Porque si no me voy a quedar aquí tirada disfrutando del calor asfixiante que hace hoy.
Arrugo la boca exasperada viendo como nadie abre la puerta. ¿No estará él en casa?
Pero todo eso se va cuando me abre la puerta, y sonrío como una tonta mirándolo.
— Hola, guapo — río intentando acercar nuestros labios para darle un beso.
Él pone dos dedos sobre mis labios y niega. Tiene su otra mano metida en el bolsillo de su sudadera gris, y parece estar bastante serio.
— Guárdalo para luego mejor — me dice refiriéndose al beso.
¿Qué mosca le ha picado a éste ahora?
Me hace una seña para que mire hacia el salón y ahí encuentro la respuesta. Si no estuviera viendo con mis propios ojos a mi madre ahí de pie, no lo creería. Con lo poco que le gusta Damiano no entiendo ni como se ha podido dignar a venir aquí.
— Daniela — me dice con su típica voz de madre descontenta — Explícame ahora mismo eso de que te vas a casar con este...— lo señala, mientras pienso en un calificativo negativo —... hombre — suelta con asco, intentando contenerse.
El día ya iba como la mierda, pero es que mi madre ha venido a terminar de fastidiarlo.
— No hay nada que explicar — digo sin más.
Su boca forma una fina línea. Cruza los brazos y niega lentamente. No sé cuántos años tienen que pasar para que está mujer se de cuenta de que el papel de madre estricta ya está obsoleto.
Callo mientras cuenta como se ha tenido que enterar por la hija de una vecina que le enseño el vídeo de anoche. Me cago en la vida de los que inventaron las malditas redes sociales. Le echo un breve vistazo a Damiano, pero parece casi ausente, como si la estuviera oyendo, pero no escuchando.
— Tú no necesitas casarte, hija — vuelvo la vista a mi madre.
Hay personas tercas en este mundo, muchísimas. Pero mi madre tiene el puesto número uno. Cuando se encierra en una cosa tiene que ser lo que ella diga. No deja hablar a nadie.
— No me caso porque lo necesite, me caso porque quiero — afirmo yo.
No estamos en el siglo diecinueve, no me caso por necesidad, me caso por amor.
— ¿Y si solo se quiere aprovechar de ti? — me pregunta ella afligida.
Esta vez Damiano me toma el relevo, hablando él.
— Oiga, si yo hubiera querido aprovecharme de su hija, ya lo habría hecho — le dice dejándola con la boca abierta.
Me parece mentira que mi madre siga pensando así de él.
— Daniela, cariño, ¿me puedes traer un vaso de agua? — me pide mi madre haciéndose aire con la mano.
No me gusta la idea de dejarlos solos, la verdad. Aún así me arriesgo y los dejo. Se quedan en silencio mientras yo me alejo hacia la cocina. Y una vez allí me quedo parada junto a la pared escuchando la voz de mi madre.
— Voy a serte sincera, Damiano — mi mandíbula cae al suelo. ¿Lo acaba de llamar por su nombre? ¿Enserio? Sé que parece una tontería pero creo que es la primera vez que la escucho pronunciar ese nombre — Mi hija es muy joven, y tiene toda la vida por delante. No me gusta nada que se vaya a atar de esa manera contigo.
— ¿No le gusta la idea o no le gusto yo?
— Ambas cosas.
Escucho la risa de Damiano.
— Pues a su hija sí parecen gustarle ambas cosas — le restriega él.
Conociendo a mi madre como la conozco, sé que ahora mismo tiene que estar apretando los dientes. No soporta ese tipo de respuestas.
— ¿Sabes? — comienza ella — Cuando empezó contigo siempre pensé que esa relación no iba a ninguna parte — chasquea la lengua, haciendo una pausa — Pero no. Tú nunca te rindes. Nunca la has dejado en paz. ¿Por qué pudiendo estar con cualquiera has seguido persiguiendo ese amor de adolescencia?
Presto más atención, esperando la respuesta de él.
— Tiene razón. Yo podría estar con cualquiera — confirma — Pero cualquiera no es Daniela. Entonces no me interesa.
— Mira, conozco a los chicos como tú — mi madre alza la voz, frenando cualquier posible intervención de él — Parecéis unos santos y juráis amor a diestro y siniestro, pero luego todo eso se os olvida cuando veis a la primera golfa que pasa por la calle.
Abro los ojos de par en par y me llevo la mano a la boca. No puede ser que esté insinuando eso de mi Damiano.
— ¿Crees que yo soy un infiel? — el tono de voz de Damiano suena malentonado.
— Si te ofendes, será por algo, chico.
Damiano se ríe. Y esa es una risa que encierra muchas cosas. Sé que lo siguiente que diga va a ser fuerte.
— ¿De qué te ríes?
— No lo sé exactamente — él aún sigue riendo — Quizá es porque te has presentado en mi casa, me has faltado al respeto y has intentado convencer a tu hija para que me deje — suspira — O quizá porque me has acusado de ser infiel — se relaja — Tú llamándome infiel, cuando tú deberías callar, ¿no crees, Anabel?
Doy un grito ahogado.
Eso no me lo esperaba. Y sí, mi madre empezó a salir con mi padre cuando ella aún estaba casada con su antiguo marido. A mi madre nunca le ha hecho gracia que nadie le eche en cara aquello. Tiene que estar rabiando.
— Pero, no te enfades, esa no era mi intención — dice Damiano al ver yo creo la cara que tiene que estar poniendo ella — En el fondo te doy las gracias, si no hubiera pasado aquello ahora mismo mi Daniela no existiría, y yo no puedo siquiera vislumbrar una vida sin ella.
Salgo corriendo con ellos para intentar calmar la tensión, que es tan palpable que si traigo un cuchillo de la cocina la puedo cortar.
Me pongo del lado de Damiano, bajo la atenta mirada de mi madre. Espero que acabe entendiendo y respetando mis decisiones.
— ¿Podrías irte ya, Anabel? — le pregunta descarado Damiano.
Los ojos de mi madre están a punto de salirse de sus órbitas. Me mira buscando algo de apoyo en mí, pero yo estoy con él. Creo que lo mejor es que se vaya.
— ¿Me estás echando?
— Te estoy invitando a irte — replica Damiano — Creo que es lo mejor para todos.
Simulo un "por favor" con la boca mirándola. Ahora mismo está demasiado alterada como para que sigamos hablando.
Para mí suma estupefacción, ella acata lo que le ha dicho Damiano, se cuelga el bolso del hombro y pasa por mi lado despidiéndose secamente.
Damiano me abraza cuando la puerta de la entrada se cierra y mi madre oficialmente se marcha.
— Lo siento, nena — se disculpa — Pero nunca le caeré bien a tu madre, es un hecho demostrado.
Río secamente. Mi único deseo es que algún día Damiano y mi madre puedan estar en una habitación sin matarse el uno al otro.
— Da igual, cariño - agarro su mandíbula y le planto un beso en la boca — Ya se le pasará.
— Vale — contesta — Ahora, ¿podrías comerme la boca, por favor?
— A sus órdenes — vuelvo a besarlo mientras sonrío contra sus tiernos labios.
Me hace ir retrocediendo hasta que topo con el sofá y caigo de espaldas a éste. Damiano cae encima de mí riendo. Yo sonrío.
— Me encanta ver esa sonrisa — pasa uno de sus dedos por mis labios, trazando su contorno — Mierda, cásate conmigo ya.
Río escandalosamente cuando esconde su cara en el hueco de mi cuello y sigue pidiendo que me case con él.
— Sabes que me voy a casar contigo, deja ya de rogar — abro un poco mis piernas para que él este más cómodo.
— Yo quiero casarme ya contigo, nena.
— Lo haremos, nene — río diciéndole ese mote — Hoy incluso las chicas me han engañado y me han llevado a una tienda de vestidos de novia — le cuento viendo su cara de fascinación.
— Cuanto antes mejor — dice hablando de la boda y pasando su húmeda lengua por mi cuello.
Hay que ver como ha cambiado el ambiente en minutos. Hace nada estaba mal con mi madre aquí mostrando su malestar y ahora estamos tan ricamente en el sofá.
— Parece que alguien está muy necesitado...— dejo caer.
Su perfilada nariz se roza con la piel de mi cuello, haciéndome cosquillas. Él levanta la cabeza mirándome a los ojos.
— Un poco sí lo estoy la verdad — no miente.
— Estás más caliente que el infierno — bromeo yo tocando su espalda con mis manos.
— Nena, yo soy la razón por la que el infierno es tan caliente — murmura metiendo una mano por debajo de mi camiseta.
Me dejo hacer. Sus caricias son como toques del cielo. Gloriosas. Muerde suavemente mi labio inferior, y yo contraataco, pillando su labio inferior entre los míos y tirando de él.
— Cuánto atrevimiento — se lleva dos dedos a su labio. Le he hecho un poco de sangre — Pienso cobrarme esto.
— ¿Es una amenaza? — mi voz de inocencia lo enciende más.
— Tómatelo como una advertencia — me responde con su sensual descaro.
Niego con vehemencia.
— Mira, tú que no me creo nada — él se queda pasmado viendo mi descaro - Siempre haces lo mismo últimamente, "Daniela, como te pille te vas a enterar", "te voy a hacer el amor hasta que te desmayes" — cito algunas de sus frases más recientes — Y nunca lo haces, Damiano David — lo apunto con mi dedo — Así que no me dan ningún miedo tus advertencias.
Él ríe.
— Tienes razón — me dice, rozando sus dedos por mi cintura — Estoy siendo tan malo contigo.
— Y muy cruel — me burlo, siguiéndole el juego.
Asiente y murmura un "sí". Mi respiración se vuelve pesada cuando sus dedos amenazan con abrir mi pantalón.
Se agacha y me susurra al oído:
— Te voy a compensar, ¿vale, nena?
— Vale — digo asistiendo rápidamente.
Con unos rápidos movimientos consigue librarse de mi pantalón, y lo tira al suelo. Aparto mi pelo a un lado y me preparo para lo que sea lo siguiente. Sus caricias paran repentinamente, y eso me pone nerviosa. ¿Qué coño le pasa ahora?
Lo pillo riéndose entre dientes. No entiendo la gracia hasta que me fijo en mi ropa interior. Debí de haber elegido otra cosa esta mañana, cuando me vestí.
— Deberías usar estas braguitas más a menudo — me aconseja divertido.
— Cállate — me pongo las manos sobre la cara avergonzada.
Tengo un cajón lleno hasta los topes de bragas. Y hoy justo he tenido que escoger las de Hello Kitty. Soy patética.
— Nena, no te avergüences — coge mis manos para apartarlas de mi rostro — Si son muy sexys.
— Cómete una mierda — lanzo mientras se mofa de las bragas.
Sus manos van al interior de mis muslos y abre mis piernas de par en par.
— Voy a comerme algo mejor — me guiña un ojo.
No aparta los ojos de los míos ni cuando se agacha y engancha con sus dientes mis bragas para bajarlas. Se mete un dedo en la boca, para después tocar con él mis húmedos pliegues. Gimo al sentir contacto. Hace tanto tiempo que no me toca.
Mueve su dedo en círculos, incitándome. Después se coloca en cuatro encima del sofá y se agacha para poder llevar su boca hasta mi coño. Su áspera lengua me hace perder la puta cordura. La pasa lentamente, haciéndome sentir millones de sensaciones con solo una lamida.
Clavo mis uñas en su hombro. Su jodida lengua juega con mis pliegues mientras acerca de nuevo su dedo hasta mi entrada. La tantea primero y acto seguido mete su dedo dentro de mí, de un solo movimiento.
— Damiano...— jadeo su nombre cuando empieza a mover su dedo.
Coloca su mano libre sobre mi cadera y bombea su dedo más rápido dentro de mí. Está marcando un ritmo más rápido y excitante que antes.
Acaricia mi clítoris con su pulgar. Miro al techo dejando que me guíe hasta mi punto máximo.
Cuando menos me lo espero pasa de un dedo a dos. Siento mis músculos internos dilatarse. Pero aún así quiero más que esto. Más que su lengua y sus dedos. Lo quiero todo.
Clava sus dedos más dentro de mí, y eso me hace gemir. Él sonríe escuchando mis jadeos y gemidos. Se siente satisfecho.
Saca un dedo de mí y lo utiliza para acariciar mi clítoris, y provocar mi orgasmo. Continua bombeando el otro fuera y dentro de mí, disfrutando mientras lo hace. Noto el centro de mi cuerpo arder poco a poco, como si un fuego estuviera surgiendo ahí.
Siento como mi interior se contrae y su pulgar reduce la velocidad. Grito su nombre una última vez mientras una oleada de placer azota todo mi cuerpo, instalándose en mi entrepierna.
Vuelve a acercar su boca a mi sexo, probando mis fluidos. Ve mis piernas temblorosas y las sostiene besando el interior de mis muslos.
— Damiano — el éxtasis no me deja hablar demasiado rápido — Te necesito.
Él me entiende perfectamente. Pero no hace nada más, solo se tumba sobre mí y apoya su frente sobre la mía, cerrando los ojos.
— Necesito estar dentro de ti — me dice y roza su erección, oculta tras su pantalón, contra mi entrepierna desnuda.
— No puedo esperar para sentirte de nuevo — le confieso y observo como una sonrisa se forma en sus labios.
No vuelve a decir nada más, solo besa mis labios. Lo hace con necesidad, como si nunca lo hubiera hecho antes, como si fuera la primera vez. La pasión y el deseo están presentes, pero también la delicadeza y el amor.
Siento su mano detrás de mi nuca, acercándome más.
— Te quiero — digo con un hilo de voz, aún con sus labios sobre los míos.
No sé que me ha hecho este hombre. Antes de él nunca había sentido la necesidad de tener a alguien tan cerca, de forma tan íntima. Antes de él nunca había sentido en mis propias carnes lo que es amar a alguien de una manera tan fuerte que te olvidas incluso de ti mismo. Lo daría todo por él.
Él fue, es y será para siempre el único hombre que haga mi corazón latir por amor todos los días de mi vida. Hasta mi último latido.
****
¡Hola!
Solo me pasaba por aquí para comentarles que he empezado un fanfic nuevo, y también es de Måneskin. Pueden pasarse por allí y echarle un vistazo.
Nos leemos pronto ❤️
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