Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 55

DAMIANO

Tres meses antes

— Abre la boca — le ordené.

Elena notó la exigencia y la dureza en mi voz. Y eso le encantó. Separó sus labios y pasó su lengua por el borde de éstos. Detuve mis manos, las cuales habían llegado a mi bragueta para liberarme de mis pantalones.

— Cierra los ojos.

— ¿Los ojos? — torció la boca — ¿Para qué?

— Tú hazlo — zanjé — Confía en mí.

Asintió. Sin más, lo hizo. Me sorprendió bastante. Nunca había tomado a Elena por una ingenua, y está claro que me equivocaba. Si yo hubiera sido ella jamás me hubiera dejado manipular por mí.

Como yo ya sabía que el tiempo estaba en mi contra, no perdí ni un segundo más y metí la mano en el bolsillo trasero de mi pantalón. Puse cara de asco al ver lo que había traído conmigo. Lo había guardado, sabiendo que este momento llegaría tarde o temprano.

Lo introduje en su boca y se la tapé con fuerza. La atmósfera de la habitación cambió drásticamente. Dejé de fingir. Ella lo supo. Abrió los ojos alterada y meneó la cabeza, pero mi agarre era más fuerte.

— Tuviste las narices de dejarlo en mi casa — le expliqué — Y yo me he tomado las molestias de traerlo de vuelta a ti.

Un preservativo usado. Eso era lo que se encontraba en su boca. Una de sus mejores tácticas para acabar con mi relación con Daniela fue colarse en mi casa con la copia de las llaves que tenía y revolcar toda mi habitación, tirando ropa mía por el suelo y revolviéndola con prendas suyas. Por no hablar del magnífico detalle del condón usado en el baño. Eso fue jodidamente macabro. No sé de donde coño lo sacó, y en este punto ya me daba igual.

— ¿Es raro, verdad? — pregunté con tono cínico — La gente de hoy en día lo llama karma — reí — Pero yo prefiero llamarlo "te comes la mierda que has sembrado".

Una lágrima escapó de su ojo derecho. Su mirada ardía en furia.

— He pensado mucho en este momento. El momento en el que te jodiera de vuelta a ti. Y déjame decirte que la realidad está superando todos mis pensamientos.

Observé mejor la escena. La tenía a ella de rodillas frente a mí. Con mi mano evitando que pudiera abrir la boca. Su rostro enrojeciendo. Estaba al borde del llanto, incluso.

— Venga, vamos a hacer algo divertido — propuse sonriente — Vamos a imaginar que el condón son tus mentiras, ¿sí? — no sé como pude aguantar sin reír — Trágatelas.

Su cabeza se movió frenéticamente en gesto negativo.

Gritó, pero mi mano opacaba todos sus berridos. No tuvo una mejor idea que dejarse caer hacia atrás, dejando libre su boca y escupiendo el preservativo en el suelo. Le dieron algunas arcadas. En realidad ya contaba con que esto iba a pasar. Aunque aguantó mucho más de lo que creía que lo iba a hacer.

Se pasó el dorso de la mano por la boca y se levantó de un salto, asesinándome con la mirada.

— ¡Maldito enfermo hijo de puta! — chilló.

Acababa de alcanzar su límite de paciencia. Y eso era exactamente lo que buscaba.

Echó a correr hacia mí, y pude captar sus intenciones cuando vi como su rodilla se elevaba cuando llegó a mi altura. Eso ya sí que no lo iba a permitir. Me aparté en un acto reflejo y ella cayó directa a la cama, de espaldas. Aproveché para coger sus manos y colocarlas en su espalda, sujetándolas.

— ¿Tu rodilla, mis cojones, eh? — le pregunté con sorna después de haber visto lo que pretendía — Me decepcionas, Elena. El típico rodillazo en la entrepierna, eso está muy visto, joder. Deberías ser más original.

Pataleó durante un rato, y su cara se hinchó de tanto gritar. Llamó a su hermana a chillidos, pero la nombrada no apareció en ningún momento.

— ¡Cállate ya, hostia! Ni que te estuviera matando.

— ¡Yo a ti sí que te voy a matar!

Ja, me hubiera gustado verla intentándolo.

— No lo creo, la verdad.

Soltó una pequeña risa.

— ¿Estás muy seguro de ti mismo, no?

— La seguridad en mí mismo es una de mis mayores virtudes — respondí simple.

Acabé aflojando mi agarre poco a poco. Y cuando estuve lo suficientemente lejos, ella se giró. No me lo pensé más y cogí de cualquier manera el vestido tan caro que tenía sobre la cama y que había visto unos minutos atrás, al entrar. Por lo que la había escuchado hablar por teléfono, este vestido iba a usarlo para algún evento importante.

— Deja eso donde estaba — me ordenó.

Reí sin ganas. ¿Ordenarme cosas? ¿A mí? Iba muy equivocada.

— No lo voy a dejar en ninguna parte — confesé — Así que mejor cierras la boca y escuchas — le hablé casi como si me dirigiera a una niña pequeña.

Se cruzó de brazos, refunfuñando cosas que no fui capaz de entender en absoluto. No me podía creer que la tenía atada de pies y manos por un puto vestido. En fin, poco me podía esperar de alguien que prefería los bienes materiales a cualquier persona en su vida.

— ¿Qué coño quieres? — me preguntó.

— Tú sabes lo que quiero — fui rápido en responder.

Me parecía mentira que tuviera que decirle palabra por palabra lo que quería que hiciera.

— Quiero que dejes en paz a Daniela. Y a mí también — apreté los dientes — Y que se te meta en tu cabeza de trastornada que esto se acabó. Todo. Un solo puto paso en falso y hago que te arrepientas de haber nacido—

— Ya, ya — me cortó — ¿Y si no lo hago qué vas a hacer?

— Siempre tan maleducada...— rodé los ojos.

Si no entendía las cosas por las buenas, entonces lo haría por las malas.

— No sé como pude estar contigo, me cago en la puta.

Ladeó la cabeza.

Agarré mejor el vestido de tonos blancos y dorados en mis manos y rompí un trozo.

— ¡No, joder! — vino corriendo a recoger el trozo de tela que en ese momento ya descansaba en el duelo — ¡Eres un maldito hijo de puta!

Esta era la reacción que quería ver en ella.

— ¿Te puedo decir algo? — dirigió sus ojos hacia mí, llena de ira — Esta tela — meneé el vestido — Arde muy bien, ¿lo sabías? — su labio inferior temblaba — ¿No lo sabías? Bueno, no te preocupes. Te voy a hacer una bonita demostración.

Saqué mi mechero del bolsillo y lo encendí. Su semblante se oscureció y negó con gran vehemencia. Y entonces empezó a rogarme que no lo hiciera.

— ¿Y por qué, no? — le rebatí — Tú mataste a mi hijo — le recordé, aunque ya sabía que no se le había olvidado — Y quemar esta mierda no es nada. Debería quemarte a ti — acerqué el mechero a su pelo y ella retrocedió con rapidez, incluso tropezándose y cayendo de culo al suelo.

Cuando se levantó estaba horrorizada. Apagué el mechero por unos instantes. Y sonreí. Ya no había ira en ella, solo había miedo. Me miró sin creer aún lo que le estaba pasando.

— Tranquilízate, no eres tan importante como para que vaya a destrozar mi vida matándote — bufé — Eso sería una estupidez. Y ambos sabemos perfectamente que tú no vales la pena.

— Sí que la valgo.

Una carcajada escapó de mi boca casi por inercia.

— Gracias por el chiste, pero no hacía falta — bromeé.

Me dedicó una de sus características miradas fulminantes.

— Eres un maldito cabrón — me dijo con mucha seriedad — En el fondo le he hecho un favor a Daniela apartándola de alguien tan indeseable como tú.

Estaba tardando en reabrir esa herida. Daniela me dejó por su puta culpa, y ahora básicamente no iba a permitir que se le pasara la ocasión de restregármelo por la cara.

Rompí otro trozo del vestido. Volvió a lloriquear. Esta chica parecía tan dura y la mínima ya estaba malgastando lágrimas en mierdas insignificantes.

— ¿Quieres que pare? — asintió — Entonces, ya sabes lo que tienes que hacer.

— Vale, vale. Dejaré en paz a Daniela. Y a ti también, pero por favor para ya de romperlo.

Me juró casi un millón de veces más eso justo que había dicho. Pero siendo sinceros, no me lo llegué a creer del todo.

— Vale — accedí.

Ella suspiró de alivio, un alivio que duro nada cuando vio como yo volvía a encender el mechero y elevaba el vestido, acercando el fuego a la parte baja.

— Te dije que esta tela ardía bien — y era cierto. El vestido se empezó a consumir.

— ¡Dijiste que ibas a dejar de romperlo!

Se movió asustada al ver la llama que se llevaba por delante toda la tela.

— Y he dejado de hacerlo. Ahora lo estoy quemando.

Ella gritó. Con todas sus fuerzas. Yo dejé caer el traje y ella vino enseguida a intentar calmar el fuego y salvar el vestido, o lo que quedaba de él, que no era mucho ya.

— Me ha encantado verte Elena — comenté frotando mis manos y guardando el mechero — Espero que sea la última vez que nos encontremos, joder.

Estaba muy centrada en recuperar su preciado vestido que solo me dio una mirada cargada del más puro odio que corría por su interior y soltó miles de maldiciones. Todas dirigidas a mí por supuesto. Bajé las escaleras a paso decidido y me encontré con la mirada preocupada de su hermana, quien estaba sentada en una de las butacas del salón. Yo levanté mi mano en señal de saludo.

— Que pases un buen día, Eva — le dije — Pero no mejor del que está pasando tu hermana.

Reí levemente por lo último. Ella abandonó su posición y me rodeó, pasando a grandes zancadas por mi lado y dirigiéndose hacia arriba, después de escuchar todo el berrinche de su hermana mayor.

El día fue mucho mejor de lo esperado sin duda.

*****

DANIELA

Siento el agua caliente recorrer cada punto de mi cuerpo. El sonido del agua cayendo es mi única compañía ahora mismo. Me paso una mano por el cabello para enjuagarlo y me quedo pensando. Todo lo que me confesó ayer Damiano sobre lo que realmente ocurrió ente él y Elena aún me parece surrealista. Aunque me hubiera gustado verla a ella llorar con mis propios ojos. Verla destrozada, dañada, indefensa. Sí, eso me hubiera gustado. Observar su dolor. Pero tengo más que claro que ese dolor no fue nada comparado con el que yo sentí al perder a mi bebé. Eso sí que dolió. Básicamente me arrancó una parte de mí. Literalmente. No he vuelto a ser la misma después de aquello. Han pasado unos meses, pero aún así no puedo evitar que duela como si estuviera pasando ahora mismo, otra vez. A veces me cuesta pensar en eso. Intento evitarlo. Pero lo peor no es cuando recuerdo lo que pasó, lo peor es cuando mi mente me juega una mala pasada y pienso en como estaría yo ahora si las cosas hubiesen sido diferentes. Estaría como en el ecuador del embarazo. Incluso ya sabríamos si sería un niño o una niña. Aunque con lo mucho que Damiano deseaba que fuera una niña, seguramente lo hubiera sido.

Apoyo mi frente en los azulejos de la ducha de Damiano. Unas lágrimas rebeldes escapan de mis ojos. Me pongo muy sensible. Acaricio mi vientre como si aún hubiera un bebé dentro, aceptar que ya no había nada fue jodidamente duro.

— Ojalá hubieras existido. Ojalá te hubieran dejado existir, así no tendría que llorarte porque eres solo un recuerdo — susurro, mi voz quebrándose en "recuerdo".

Tapo mi cara con mis manos mojadas y hago lo imposible por dejar de llorar. A veces siento casi imposible la idea de seguir adelante y olvidarlo todo. Pero tampoco puedo vivir en el pasado.

Cierro el grifo y el sonido de agua cayendo cesa instantáneamente. El vapor empaña el cristal del baño y la mampara de la ducha. Cojo una toalla y la enrollo alrededor de mi cuerpo. Vuelvo a pasar el dorso de mi mano por mi cara deshaciéndome definitivamente de las lágrimas. Escucho la puerta de la casa abrirse.

Me apoyo en el lavabo mirando mi reflejo. Tengo los ojos hinchados y la cara roja. La puerta de la habitación se abre y alguien entra. Damiano.

Me tomo unos minutos para relajarme y recomponerme antes de salir.

Él está sentado en la cama, sin camiseta. Está mirando al suelo, con las manos sostiene su cabeza. Me acerco a él y toco su hombro. No se había dado cuenta de mi presencia.

— Nena — me dice.

Una sonrisa se instala en sus labios repasando mi cuerpo, el cual solo está tapado por una corta toalla blanca que apenas me llega a la mitad del muslo.

— ¿Estás bien?

— Sí, no pasa nada. Es solo Vic agobiándome como siempre con la música — hace un gesto con la mano quitándole importancia al tema.

— Pensé que te quedarías un rato más con los chicos en el estudio.

— Ya, pero es que allí no estás tú — comenta.

Acaricio su cara con mi mano y le vuelvo a preguntar si de verdad está bien. Lo noto raro.

— Estoy bien, nena. Pero podría estar mejor - siento su mano sobre mi muslo — Quizá si te quitaras la toalla...

Sonrío ladeando la cabeza mientras él mueve su mano hacia arriba y hacia abajo por mi muslo. Este hombre nunca va a cambiar.

— Damiano, pórtate bien — bromeo colocando mis manos sobre sus hombros.

— Lo estoy haciendo — responde — Si de verdad me estuviera portando mal ya habría mandado esa puta toalla a tomar por culo.

Su mano llega a mi culo y me da una nalgada que me hace sobresaltar. Hoy está demasiado atrevido y yo estoy demasiado tensa. Lleva tres meses y medio sin tocarme. Pensé que hace unos días cuando nos quedamos a dormir en la antigua casa de sus padres íbamos a hacer el amor. Pero no. Según él, se está tomando las cosas con calma y serenidad. Y yo la verdad es que me estoy empezando a hartar de eso.

— Has llorado — me saca de mis pensamientos.

— No — miento.

El sonríe con suficiencia. Me pongo roja mientras veo como su mano empieza a levantar la toalla lentamente.

— No era una pregunta — me asegura — Y de todas formas, piensa las cosas mejor antes de mentirme. Te aseguro que no lo haces bien.

Me coge por el culo y me siento a horcajadas encima de él.

— Podrías enseñarme — le reto.

— Tienes razón, debería hacerte un intensivo — rodea mi cintura con su brazo — Debería de metértelo todo bien — lo miro sonrojada y extrañada — En la cabeza, digo.

Bajo la vista, y él pone dos dedos debajo de mi mentón para que la vuelva a subir, haciendo que nuestros ojos se encuentren.

— ¿Por qué has llorado? — pretende indagar seriamente en el motivo.

Retuerzo mis manos.

— No es nada, estoy bien — afirmo.

— ¿Es por algo relacionado con Elena? — pregunta rápido.

Niego.

— No, es solo que estaba pensando en lo del bebé y no sé, he llorado — digo sin más — Ahora mismo estaría embarazada.

— Ya lo sé, nena — asiente — Pero no pienses mucho más en eso. No te quiero ver llorar.

Acaricia mi cabeza suavemente. Me consuela con bonitas palabras, una de sus mejores facetas es la facilidad que tiene de hacerme sonreír, aunque no tenga ganas.

Me lanzo a besarlo, cortando sus palabras. Al principio se sorprende porque no se lo esperaba. No suele ser muy lanzada. Normalmente suele ser él el que tiene que dar el paso. Pero es que ahora mismo le necesito. Desesperadamente.

Sus manos agarran mi cintura y me baja, haciendo que mi intimidad entre en contacto con la tela suave de su pantalón.

— Me vas a mojar — dice, separando nuestras bocas, pero sin llegar a alejarse del todo.

Apoya su frente contra la mía. Nuestras respiraciones aceleradas se entremezclan. Rozo mis labios contra los suyos antes de hablar medio fatigada.

— Pero si ya me he secado.

Él ríe y niega levemente con la cabeza.

— ¿Qué es tan gracioso? — no entiendo que es lo que he dicho que le ha hecho tanta gracia.

— Lo inocente que has sido pensando que me estaba refiriendo al agua de la ducha — me responde con una sonrisa pícara.

Noto el rubor llegar a mis mejillas. Tendría que haberlo pensado mejor antes de responder.

Vuelve a fundirnos en un dulce beso. Me aprieta contra él. Gimo al sentir un bulto rozarse contra mi sexo. Su erección.

— Damiano — jadeo cuando abandona mi boca y se dirige a mi cuello.

Pasa la punta de su lengua por el hueco de mi cuello y después va bajando, dejando un reguero de fugaces besos. Va bajando hasta mi clavícula y después se topa con la toalla. Quiere seguir con su recorrido de besos, y para ello tiene que deshacerse de la toalla.

Con su mirada me transmite que quiere continuar. Y le doy permiso.

Coge el borde de la toalla y la baja, dejando que caiga al suelo. Toca uno de mis pechos con delicadeza, y me hace echar la cabeza hacia atrás. Su tacto hace que me recorra una especie de corrientes eléctrica por toda la espalda. Acerca su boca al otro y pasa su lengua, humedeciéndolo.

— Joder...— gimo clavando mis uñas en su hombro.

Succiona mi pezón haciendo que se endurezca y repite la misma acción con el otro. Cuando cree que ya es suficiente con eso me acuesta en la cama. Río tímidamente mientras me acomodo y abro las piernas. Lo veo dudar mirándome.

— ¿No vamos a hacer el amor? — musito viendo como no se mueve.

Acaba reaccionando y se coloca entre mis piernas. Toco su brazo parándolo.

— ¿No quieres hacerlo?

— Joder, sí que quiero hacerlo — asegura cortante — De hecho, no sé como estoy aguantando tanto sin tomarte y hacerte mía.

— ¿Entonces?

Cierro mis piernas para calmar el calor que se ha acumulado en el centro de mi cuerpo.

Él se da cuenta. Se muerde el labio sabiendo perfectamente la excitación que ha creado en mí. Acaricia mi muslo, clavo mi vista en él y veo como su enorme erección se marca en sus pantalones.

Me incorporo y agarro su cinturón, desabrochando rápidamente sus pantalones. Pero él agarra mi mano antes de que pueda hacer nada más.

— ¿No quieres que te toque?

Esto es nuevo. Nunca he tenido que sonar tan desesperada con él.

— Sí, quiero — confirma — Pero quiero esperar.

— ¿A qué?

Ahora sueno casi enfadada.

— Quiero hacer las cosas bien, mi amor.

— Ya las estás haciendo bien.

— Solo dices eso porque estás cachonda y quieres que haga algo — argumenta, y debo decir con toda la razón del mundo.

Creo que la excitación se está apoderando de mí.

— No me puedes dejar así, Damiano — lloriqueo.

Él pone los ojos en blanco y reacomoda su polla en sus pantalones para cerrarlos.

— Sí puedo. Y lo voy a hacer — se levanta de la cama.

Se tiene que estar riendo de mí. Me pongo de rodillas en la cama, con mis brazos en jarras.

— No puedo creer que me estés haciendo esto — le comunico mosqueada.

— Siéndote sincero, yo tampoco — se rasca la nuca — Pero te quiero hacer esperar.

— Ya he esperado mucho.

— Por esperar un poco más no te va a pasar nada.

Doy un grito de pura frustración.

— No te pongas así, ya te compensaré por esto — viene hacia mí — Solo espera unos días, te estoy preparando algo. Y quiero que la próxima que hagamos el amor sea algo especial.

Quiero seguir rechistando, pero este hombre me ablanda.

— Bueno...— me encojo de hombros.

Ve mi indecisión y se acerca a mí oído, apartando mi pelo a un lado.

— No te preocupes, nena — me susurra — La próxima vez que te haga mía voy a hacer que llueva en ese bonito coño apretado que tienes hasta que te quedes sin voz de tanto gemir mi nombre.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro