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Capítulo 37

Un pantalón. Dos. Tres. Cuatro. Una camiseta púrpura. Un vestido azul eléctrico. Una falda de tubo negra. Un top beige. Unas...mierda, ¿esto son bragas?

— Carla, ¿ya podrías parar de echarme tus mierdas encima? — le pido dejando en la cama toda la ropa que me ha ido tirando encima.

Por primera vez en la media hora que llevo con ella y con Silvia debatiendo sobre el dichoso outfit que va a elegir Carla para su cita con Thomas, ella se para. Y sí, claro que le conseguí su oportunidad con él.

— Estoy crazy — se echa las manos a la cabeza y empieza a andar de un lado a otro desquiciada de nuevo — No sé qué ponerme.

"No sé qué ponerme", frase que ha repetido ocho millones de veces en diez minutos. Todo un récord.

— ¿Y por qué no te pones lo que sea y dejas de dar por culo? — Silvia hablando tumbada en la cama.

— Esa no es una opción — Carla empieza a rebuscar en el montón (bueno, más bien el rascacielos) — de ropa que ha montado sobre el colchón — Necesito algo que no diga soy una puta, pero que tampoco diga soy virgen.

Silvia y yo compartimos una mirada cómplice. Creo que estamos pensando lo mismo.

— ¡Pero si eres virgen! — gritamos ella y yo al unísono.

— Callarse, pendejas — asiente — Pero sí, soy virgen, ya lo sabéis. No os sorprendáis tanto.

— ¡Tú quieres que Thomas te desvirgue! — la acusa Silvia.

Carla le echa una mirada extrañada.

— Claro. Yo y millones de chicas más quieren.

— Qué zorra más lista.

— Sí soy — responde la rubia.

— Bueno, tampoco te le eches a Thomas encima, ¿sabes? — hablo — Es tímido.

Ella saca algunas prendas de la pila de ropa y concuerda conmigo.

— Ya lo sé. Y no me voy a tirar hacia él como una desequilibrada. Me controlaré.

— ¿Segura? — me fulmina con la mirada.

— Muy segura. Yo puta y malpensada por dentro, pero señorita con buenos modales por fuera — expone.

¿Qué puedo decir? Así es Carla.

— A todo esto, ¿cómo leches conseguiste liar a Thomas para salir contigo?

Carla me señala para responder a Silvia.

— Ella me lo consiguió — viene y me abraza.

— Ya, en realidad fue Damiano.

— ¿Qué me dices? — exagera ella con voz aguda — Qué buena persona es.

Rio. Buena persona una mierda. Que precisamente no lo hizo por caridad cristiana. Me lo tuve que ganar yo.

— Oye — Silvia tira de mí camiseta para reclamar mi completa atención — ¿Cómo hiciste para que Damiano hiciera eso? ¿Se lo pediste y ya?

Sonrío.

— Créeme, no lo quieres saber.

— ¡Yo quiero saberlo! — jope con la Carla.

— ¿Y qué más da? — he de reconducir está conversación hacia otra parte.

— No sé, por hablar de algo — dice Silvia.

La otra me coge la mano y me examina concretamente el dedo anular. Pasa uno de sus dedos por encima del anillo que me regaló Damiano y silba.

— Diamantes — observa con detenimiento — Qué bonito. ¿Detalle de Damiano, cierto?

Asiento. Ella arruga la boca consternada. ¿Qué mierda le pasa ahora?

— ¿Y el de verdad? — inquiere.

— ¿Vas drogada o qué? — la reprende Silvia mirando también el anillo — Eso es de verdad.

— Ya lo sé, inútil — le saca la lengua — Yo me refiero a un señor anillo. O sea uno de compromiso.

Me carcajeo.

— Sin presiones, ¿eh? — mi guasa la enfada.

Me da una palmada en el codo.

— Yo quiero que te cases con el Damiano — ella tan feliz.

— Tú solo quieres que se casen para estar cerca de Thomas en la boda — Silvia diciendo en voz alta lo que hemos pensado todas.

— Como me conoces, tía — le da la razón — Y ahora bien, díganme que me pongo — nos pide.

Es Silvia la que acaba eligiéndole el outfit para la ocasión cumpliendo con todos los requisitos de Carla. Y lo hace sumamente bien. Creo que va a ir acorde a la ocasión. Una pequeña cita en un restaurante.

— ¿Qué bragas me pongo? — ella en lo suyo.

— Olvídate de eso. Sin nada. Más fresquita — le aconseja.

— No, no. De eso nada. Ponte estas mismo _ le doy unas al azar.

— Gracias, bestie.

Coge la ropa y va al cuarto de baño a probársela dejándome a solas con Silvia.

— Entonces, ¿cómo convenciste a Damiano? — y sigue con lo mismo — Y no me digas que eso da igual porque a mí me pica la curiosidad de saberlo.

Le doy una pequeña sonrisa y ella escucha atenta todas mis palabras.

— Piensa lo peor — repito las palabras exactas que me dijo Damiano ayer por la noche — Y después piensa lo peor de lo peor, y ni aún así lo adivinarás.

*******

Flashback

Notaba todas las miradas de los empleados del hotel sobre nosotros. No sé si era la forma en la que Damiano casi me iba arrastrando tirando de mi mano o quizá la rapidez con la que caminábamos lo que les llamaba tanto la atención. O quizá que básicamente no se esperaban ver al representante de Italia con una chica. Tuvo que ser eso. La recepcionista miró de reojo a Damiano y luego a mí. A él le dedicó una sonrisa coqueta, pero a mí me dio una mirada fulminante. Vamos, que si las miradas mataran yo ahora estaría a tres metros bajo tierra. Aunque bueno no era la primera vez que pillaba a alguna tía babeando por él. Es que está buenísimo. Y en el fondo no podía culpar a esa mujer por mirarme mal. Si yo fuera ella también querría ser yo.

— Nena — me llamó Damiano y le echó un ojo a la joven recepcionista, admirando nuestro duelo de miradas asesinas — Deja de preocuparte por esa tía.

Nos paró frente al ascensor y toco el botón.

— Ella puede mirar — se acercó a mí y levantó mi mentón — Pero solo tú puedes tocar.

Me besó delante de todos los presentes, incluida la indiscreta recepcionista, que acabó apartando la mirada.

Tiró de mí hacia dentro del enorme ascensor y me acorraló en él. Sus fuertes brazos a ambos lados de mi cuerpo. Su pierna entre las mías, separándolas. Alzó su rodilla y la rozó a propósito contra mi entrepierna varias veces. Tragué saliva como pude y ahogué un pequeño gemido. Este tío iba a ser mi perdición.

— Mierda, no lo aguanto más — dijo y pulsó el botón de stop.

— ¿Qué haces? — me asusté.

— Daniela, cállate y bésame — demandó de mí.

Acorté la distancia y lo besé. Su lengua jugueteando con la mía dentro de mi boca. Posó su mano en mi cadera y la fue bajando, escabulléndola dentro de mi pantalón. Abrí los ojos como platos cuando sentí uno de sus dedos rozando mi sexo, más húmedo a cada segundo que pasaba. Separó su boca de la mía y noté su enorme erección contra mi estómago. Deslizó un dedo dentro de mí y gemí.

— Siempre tan mojadita para mí — dijo Damiano con voz ronca.

Eso solo me encendió más. Arqueé la espalda facilitando los movimientos de su dedo. Pero él lo sacó. Mi cara de "¿me estás jodiendo?" apareciendo al instante. Chupó el dedo que me había metido y me dio la vuelta. Apoyé las manos y él agarró mi cintura rozando su erección aún tapada por su ropa por todo mi culo.

— Necesito estar dentro de ti — jadeó contra mi oído.

Joder, yo también necesitaba aquello desesperadamente.

Escuché como desabrochaba su pantalón y me acojoné. Era un puto ascensor de un puto hotel.

— Damiano...

— Esto va a ser rápido, nena — dijo bajando mi pantalón y mis bragas hasta mis rodillas de un solo movimiento.

Se puso un preservativo y agarró mis caderas tirando de mí hacia atrás. Miré hacia un lado y me di cuenta de que había un espejo de cuerpo entero en el ascensor. Él también estaba mirándolo. Empujó hacia delante y metió toda su polla dentro de mí. Rodé los ojos por su brutal intrusión.

— Mierda — gimió — Amo cuando ruedas los ojos mientras te follo.

Me embistió una vez. Dos. Tres. Cada una más fuerte que la anterior. De mi garganta solo salían gemidos. Aparté los ojos del espejo y apoyé mi frente en la pared del ascensor.

— No — lo escuché decir y agarró mi pelo obligándome a volver a mirar al espejo — No dejes de mirar.

El reflejo del espejo era lo más erótico que he visto en mi vida. Yo con la espalda arqueada y con las manos sobre la pared gimiendo y él detrás de mí con la boca medio abierta, algunos de sus mechones cayendo por su frente, sus grandes ojos marrones más oscuros por el deseo, sus manos en mis caderas moviendo a un incesante ritmo y empujando dentro de mí, reclamando mi cuerpo, poseyéndome. Los dos mirándonos follar.

— Quiero tatuarme esta imagen en la mente — confesó.

Sus empujes ahora no eran tan precisos y el ritmo ya no era tan regular. Su orgasmo estaba cerca y el mío también.

— M-más rápido — tartamudeé débilmente.

— ¿Eso quieres?

Asentí.

Cumplió mi petición. Fue más rápido. Mis piernas parecían gelatina temblando cuando con el empuje final en el que sentí su polla llegar hasta el cuello de mi útero el placer liberó todo mi cuerpo mientras gritaba su nombre. Él dio un último gruñido y dejó caer su cabeza sobre mi hombro. Creí que me iba a ahogar. Me faltaba el aire. Aquello había sido tan intenso. Salió de mí y se recolocó la ropa. Yo era incapaz de moverme. Subió mis pantalones y mi ropa interior y volvió a poner el ascensor en marcha.

En cuestión de segundos ya estábamos en la planta correspondiente y él cogiéndome en brazos para llevarme hasta la habitación.

— Respira, Daniela. Aún queda mucha noche por delante — eso sonó como una jodida advertencia.

¿Pensaba matarme a polvos, o qué?

— Damiano — agarré el cuello de su camiseta — Yo no aguanto una segunda ronda.

Besó la punta de mi nariz y abrió la puerta de una sonora patada.

— Solo date dos minutos — me tumbó cuidadosamente en la cama — Entonces ya verás como aguantas.

Se sacó la camiseta por encima de la cabeza dejando ver su tatuado torso. Hermosas vistas.

Me animó a sacarme la camiseta yo también, y lo hice. Él se puso encima de mí, entre mis piernas. Pasó su lengua por mis labios y la abrí jadeando débilmente. Me besó salvajemente. Se removió sobre mí y su mano se coló entre nuestros cuerpos para bajar mi pantalón.

Después lo bajó hasta quitármelo y dejarme así en ropa interior. Me dio la vuelta y desabrochó mi sostén. Echó mi pelo a un lado y hundió su nariz en el hueco de mi cuello. Unos de sus dedos recorrió toda mi espalda. Sentí unos leves cosquilleos y toda mi piel se erizó. Es increíble cómo mi cuerpo despierta ante su tacto. Su erección chocando contra la parte baja de mi espalda. Su lengua chupó un punto sensible en mi cuello y gimoteé.

— ¿Te gusta, nena? — me preguntó y alcanzó el elástico de mis bragas.

Asentí con la cabeza.

Jugueteó con el elástico de mi ropa interior y después lo soltó, dejando que rebotara contra mi cadera y di un bote en respuesta soltando un gritito.

— Habla con la boca, Daniela.

— S-sí — respondí — Me gusta. Me gusta mucho.

Sonrió y besó mi hombro.

— Buena chica.

Se apartó de la cama y me levanté tras él. Me cogió y me arrastró hasta el mueble de madera que había en frente de la cama y me colocó encima. Tiró el preservativo usado del ascensor en la pequeña papelera de la habitación y se recolocó el pantalón. La madera del mueble estaba muy fría y me estremecí.

Él aprovechó para abrir mis piernas y colocarse entre ellas.

— Toda mía — rompió el silencio observando todo mi cuerpo.

Se agachó y me besó. Gemí cuando sentí su pecho contra mis tetas. Mis pezones comenzaron a endurecerse y mi entrepierna volvió a mojarse.

Fue bajando por mi barbilla y mi cuello creando un rastro de pequeños besos húmedos hasta llegar a mis pechos dónde se detuvo y conectó sus ojos con los míos mientras abría la boca y se metía uno de mis pezones en ella. Su mano se encargó de mi otra teta, masajeándola. Mordisqueó mi pezón y grité. Alcanzé el piercing de su pezón y lo retorcí levemente.

— Joder — cerró los ojos.

— Venga, Damiano — le dije — No finjas que no amas el dolor.

Cuando abrió los ojos su expresión era más calmada, casi divertida.

— Haré que te arrepientas de esto — me amenazó.

— A ver si es verdad — le devolví su atrevimiento.

Aquello le gustó. Lo sé. Lo conozco demasiado bien.

Lamió toda mi teta y se dirigió hacia mi estómago. Sonreía mientras iba bajando. El maldito sabía hacia dónde iba.

Deslizó mis bragas hacia abajo sin apartar los ojos de los míos. Me quedé sorprendida cuando se arrodilló a escasos centímetros de mi sexo. Estaba tan hinchada y tan mojada. Sentía su cálido aliento en mi entrepierna.

— Damiano, por favor haz algo — mi forma de decir aquello sonó casi ridícula y desesperada, sobre todo desesperada.

— ¿Qué quieres que haga?

— Hazme lo que quieras.

— ¿Lo que yo quiera? — levantó una ceja y fingió desconcierto — ¿Sabes todo lo que podría implicar eso?

Claro que sabía todo lo que podía implicar eso. Y estaba dispuesta a hacer -o dejarme hacer- lo que él quisiera.

Cogió mi pierna y la colocó sobre su ancho hombro e hizo lo mismo con la otra. Se agarró a mis muslos y por fin hundió su lengua en mi coño. Por mi cuerpo paso una corriente eléctrica que me recorrió entera. Parecía que me habían abierto las puertas al mismísimo paraíso. Lo cogí del pelo y hundí mis dedos en su frondoso pelo color azabache. Empezó lamiendo poco a poco y luego siguió más rápido. Los movimientos circulares de su lengua amenazaban con llevarme a la locura. Noté como se apartaba un poco y daba paso a uno de sus dedos. Mis putos gemidos resonando por toda la habitación. Intercambiaba su lengua alrededor de la zona de mi clítoris y su dedo bombeando dentro y fuera de mí. Enredé más aún mi mano en su cabello, arqueé la espalda y eché mi cabeza hacia atrás. Cerré los ojos notando como una sensación de placer se empezaba a instalar en mi intimidad. Metió otro dedo más en mi interior y succionó mi clítoris con fuerza.

Estaba tan cerca. Él lo sabía y por eso paró.

— No me jodas, Damiano — cerré mis piernas buscando algo de alivio, si es que podía conseguirlo siquiera.

— Claro que voy a joderte — bajó su pantalón junto a sus bóxers liberando su tremenda erección — Ahora abre las piernas. No he terminado contigo.

Mis ojos se agrandaron viendo lo dura que la tenía y él mismo abrió de nuevo mis piernas rozando la punta de su pene contra mi húmeda entrada, sin llegar a penetrarme. Me ayudó a elevarme y me agarré a sus hombros para poder mantenerme. Miré hacia el punto en el que estaban nuestros cuerpos a punto de conectarse y pude ver en vivo y en directo como empujaba hacia delante y deslizaba su polla dentro de mí. Él gimió posando sus manos en mi culo y juntó nuestros labios opacando mis gritos de placer.

— Estás tan caliente — comentó después de la primera embestida.

Levanté la cabeza a la misma vez que él de modo que pudimos mirarnos a los ojos. Aquella mirada solo intensificó aún más el momento. Enrosqué mis piernas alrededor de sus caderas y dejé que siguiera follándome. Mi cuerpo aún acostumbrándose a sus fuertes embestidas. Su frente brillaba por el sudor y algunos cortos mechones se pegaban a ella. Su pecho subiendo y bajando irregularmente al igual que el mío. Sus gemidos se entremezclaron con los míos formando una hermosa melodía para mis oídos. Chocó mis caderas contra las suyas para poder intensificar la penetración al máximo.

Clavé mis uñas en su piel desnuda. Su polla empezó a palpitar mientras bombeaba dentro y fuera de mí. Eso solo me puso más cachonda.

— Mierda, estoy tan cerca, nena — me informó.

Aunque yo ya me había dado cuenta. Llegué al éxtasis pocos segundos después, mi coño contrayéndose y apretando su enorme miembro.

— Joder, Daniela — murmuró.

Me embistió dos veces más, hasta que él también llegó. Gruñó mi nombre y pegó mi frente a la suya. Nuestras respiraciones tan jodidamente aceleradas. Mi pecho subiendo y bajando sin ningún control.

No lo negaré, fue el mejor polvo de toda mi vida.

Fue hacia el cuarto de baño y oí como abría el grifo de la ducha. Volvió y entrelazó nuestros dedos animándome a levantarme. Pero ni modo.

— Damiano — reí por lo estúpido que iba a sonar lo siguiente — Es que no me puedo levantar.

Él se impactó, pero aún así sonrío.

— Eso es que he hecho un buen trabajo.

— Gilipollas — le di un leve empujón en el pecho a modo de broma.

Me cargó en brazos y me bajó justo debajo del chorro de agua de la ducha. Ahogué un grito al sentir el agua caliente bajar por todo mi cuerpo, desde mi cabeza hasta mis pies.

Damiano hizo el amago de darse la vuelta. Lo llamé.

— No te vayas — pedí — ¿No te quieres duchar conmigo?

— ¿No estabas tan dolorida?

— Te estás confundiendo — señalé — Dije duchar, no follar.

— Como quieras.

Me aparté dejándole espacio suficiente para él en la pequeña ducha. Cogió una botellita de gel de la esquina y se echó un poco en la mano.

— Date la vuelta.

Lo miré extrañada.

— Tranquila, tu culito estará bien — rió — Confía en mí.

Hice lo que me pidió. Echó el gel que llevaba por mi clavícula y fue moviendo las manos por todo mi cuerpo, restregándolo con gel. Masajeó mi espalda suavemente y luego se dirigió hacia mi pecho. Se detuvo en el valle entre mis pechos y deslizó un dedo hacia arriba y hacia abajo. Su mano derecha pilló mi teta y la amasó sin ningún tipo de piedad. Jadée. Me había pillado totalmente de imprevisto. Mi pezón poniéndose erecto por su roce.

— Enjuágate — susurró.

Me posicioné bajó el chorro y dejé que el agua hiciera su trabajo. Todo el gel de mi cuerpo desapareciendo poco a poco.

— Ahora yo — tomé el gel y me eché en la mano.

Dejó caer su espalda en los fríos azulejos de la pared y pasó una mano por su pelo. Todo su cuerpo mojado y su expresión de deseo le daban un toque irresistible. Me froté las manos y comenzé por su torso y sus brazos. Sus músculos tan rígidos bajo mis manos. Después una loca idea se me pasó por la mente y no vi otra opción que llevarla a cabo.

Avancé mi mano y trazé su pelvis con uno de mis dedos. Recuerdo su mirada de incredulidad. Sabía perfectamente lo que iba a hacer. Puse mi mano alrededor de su erección y la agarré. Él cerró los ojos.

— Qué bruta, nena.

— Lo siento — pensé que quizá me había pasado un poco.

— Daniela — abrió los ojos, los cuales tenían un leve brillo de diversión — No me estaba quejando.

Joder, qué hombre.

Moví mi mano por toda su longitud. Su expresión de placer me animó a ir más rápido. Dirigí mi mano hacia arriba y hacia abajo. En el momento en el que noté que le quedaba poco para llegar a su cima, paré.

— ¿Qué coño, Daniela?

— ¿Qué pasa? — me hice la loca — ¿No estamos acostumbrados a que nos dejen a medias, verdad?

Él sonrió.

Pero no era mi intención dejar las cosas así. Me arrodillé bajo su atenta mirada. Se relamió los labios esperando. El vapor que emanaba de la ducha empañó las mamparas de la ducha y los azulejos.

Pasé mi lengua por la punta, creando un círculo perfecto.

— No lo aguanto más — me cogió del pelo y me echó hacia delante.

Abrí más la boca para poder meterme todo lo que pudiera y masturbé lo restante de su miembro.

— Ahora pórtate bien — apretó su agarre en mi pelo — Y deja que me folle esta boquita tan atrevida que tienes.

Dirigió mi cabeza hacia delante y hacia atrás, al ritmo que él marcó. Lamí y chupé todo su sexo mientras él me movía. Agarré más fuerte su polla haciéndolo gemir y moví mi mano más rápido.

Aflojó su agarre y después me soltó dejándome a mí sola.

Trazé círculos con mi lengua y succioné. Apenas pasaron unos minutos cuando sentí su líquido caliente salir y bajar por mi garganta, casi quemándola.

Me ayudó a levantarme y por fin pudimos terminar de ducharnos.

Una vez secos se colocó sus bóxers y un pantalón holgado y a mí me tendió mis bragas y me dio una camiseta suya que claramente me quedaba grande, pero joder olía a él.

Me acosté en la cama a su lado y pasé una pierna por encima de su cintura, acomodándome. Me quedé embobada mirándolo. La silueta de su cara era perfecta. Su pelo desordenado, sus ojos marrones con esas largas pestañas, el puente de su nariz, sus pómulos, su marcada mandíbula...mi hombre es perfecto.

— ¿Qué miras tanto, nena? — me pilló.

Me sonrojé.

— Nada, nada.

Me pegó más a su cuerpo y rodeo mi cintura con sus brazos. Besó mi cabeza.

— Te amo, Daniela.

Mi corazón latía desbocado. Hacia ya mucho tiempo que no me decía eso.

— Yo también — respondí.

— Mierda, Daniela, ya la has cagado.

Me asusté. ¿Qué coño había hecho ahora?

— Siempre que abro la boca la cago.

— Tampoco digas eso — acarició mi pelo — A veces cuando abres la boca me haces cosas bien.

— Pervertido — golpeé su costado pero me reí.

Solo él puede decirme "te amo" y después hablar de lo bien que le hago las mamadas.

— ¿Y por qué la he cagado, según tú?

— "Yo también" — imitó mi voz — Ni que estuviera loco y me tuvieras que dar la razón.

— Vale, vale, perdona — lo miré — Te amo, Damiano — le besé y sonreí — Hacía mucho que no me decías te amo.

— Es que si te lo dijera a todas horas es que no te querría.

Arrugué la cara.

— ¿Por qué no?

— Alguien que te dice a todas horas te quiero es que no te quiere una puta mierda — empezó — El amor se demuestra, no se dice. Y los te amo solo se dicen en ocasiones especiales, sino pierden el significado.

Hombre, visto así, tenía que darle la razón.

Nos quedamos en silencio unos minutos. Pero no fue incómodo. Es más, fue hasta gratificante.

— Vente conmigo a vivir a Italia — rompió el silencio.

Abrí los ojos como platos y lo miré. Examiné todo su gesto. ¿No me estará tomando el pelo?

— ¿Qué has dicho? — lo había escuchado, pero necesitaba volver a oírlo.

— Lo has escuchado perfectamente, no te hagas la loca — me reprendió — Y sí, quiero que cuando toda la mierda de Eurovisión termine te vengas conmigo a vivir.

— ¿Estás seguro?

— Nunca he estado más seguro de algo en mi vida — comentó decidido — Hemos perdido demasiado tiempo y eso ya no lo vamos a recuperar jamás. No pienso esperar más, no voy a dejar que perdamos ni un solo segundo más de poder estar juntos. No pienso dejar que ninguna mierda nos vuelva a separar. Esta vez no.

— Yo tampoco quiero perder más el tiempo — concordé.

— ¿Entonces? — levantó mi mentón — ¿A qué estás esperando para decirme que sí?

Tardé unos segundos en responder. Aquello iba a ser un cambio tan radical. Hacia años que no vivía en Italia incluso. Pero creía que eso podría estar bien para nuestra relación y eso era lo único que me interesaba.

— Sí.

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