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Capítulo 29

DAMIANO

Flashback

Damiano, ¿me estás escuchando? — me preguntó Victoria.

Su pregunta me devolvió de un golpe a la realidad. Separé la vista de la chica que estaba apoyada en los casilleros del final del pasillo y me giré hacia mi amiga.

Perdona, ¿qué decías?

Ella negó incrédula con la cabeza.

Joder, Damiano, hace días que estás rarísimo. Como distante — expresó moviendo las manos — Te hablo y no me haces ni puto caso. ¿Qué mierda te pasa?

Dejó caer su mochila al suelo suspirando.

Inconscientemente mi vista volvió a viajar hacia la chica que había al final del largo pasillo del instituto.

Estaba apoyada sobre los casilleros, escribiendo algo en un libro de texto con mucha rapidez. Su cabello castaño caía sobre sus hombros y se movía a cada movimiento que daba su mano sobre la hoja. Su expresión irradiaba concentración absoluta.

Paró repentinamente de escribir y se mordió el labio. Como pensativa. Se llevó el bolígrafo a los labios y se dio unos leves golpecitos con él. Su mirada seguía puesta sobre el libro. Parecía que algo de lo que estaba escribiendo no le encajaba.

Algunos chicos pasaron por delante de ella y se la quedaron mirando de arriba a abajo. Examinando todo su cuerpo. Apreté un poco mi puño mientras los observaba. Aunque a decir verdad, tampoco podía juzgarlos.

¿Quién no se quedaría mirándola?

Era absolutamente perfecta. Hermosa.

Un ángel.

Podría observarla durante horas y nunca me cansaría.

Y eso es lo único que hice durante tantas semanas. Observarla. Desde lejos.

Siempre se colocaba recostada sobre esa pared al final del pasillo durante los descansos de media mañana. Y siempre colocaba su bolso a su lado, en el suelo, y se ponía a escribir.

Algunas veces pensaba en acercarme a ella. Intentar entablar una conversación. Escuchar su voz. Saber cómo era. Conocerla.

Y estuve a punto de hacerlo en numerosas ocasiones. Demasiadas ocasiones.

Pero cada vez que intentaba acercarme, simplemente me bloqueaba y volvía a retroceder.

¿Por qué ella querría estar con alguien como yo?, pensaba cada vez que la veía.

No sé, pero ella parecía tan hermosa, tan delicada, tan...

¿Inalcanzable?

Joder, realmente es guapísima — escuché decir a Victoria detrás de mí.

Ella también estaba mirando en la misma dirección que yo. También la estaba mirando.

No me extraña que ya no me hagas ni caso, teniendo a semejante pivón allí, ¿quién querría mirarme a mí? — rió.

Lo siento, ¿vale? — me disculpé.

No lo sientas — le restó importancia — ¿A ti te mola? — dijo en tono pícaro.

Oh, no, claro que no — dije burlón — Solo la miro porque me gusta su bolso — levanté las manos — ¿A ti qué te parece, Victoria?

Ella sonrío asintiendo.

Vale, vale. No hacía falta ponerse así, gilipollas — me espetó.

Me dejé caer sobre la dura pared y metí las manos en los bolsillos de mi pantalón.

¿Sabes quién es, al menos? — continuó.

No. ¿Tú lo sabes? — le pregunté esperanzado.

Ni idea. ¿Yo qué voy a saber? — se encogió de hombros.

Ala. Y yo que guardaba la esperanza de que al menos supiera su nombre.

Me estás ayudando tanto, Victoria — dije sarcástico.

Oye, bajále a tu sarcasmo — me dio un manotazo en el hombro — ¿Por qué no vas y hablas con ella? — planteó.

¿Crees que no he pensado en eso?

Giré la vista de nuevo al final del pasillo.

Y por un instante se me paró el corazón.

La chica a la que llevaba semanas observando me estaba mirando. A mí, directamente a mí.

No sé durante cuánto tiempo estuvieron nuestros ojos conectados. Quizá fueron dos segundos. O tal vez cinco. O quizá solo una milésima de segundo.

Pero una especie de corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo. Sus ojos marrones me atravesaron por completo.

Y creo que ella también sintió lo mismo.

No existía nada más a nuestro alrededor. Solo nosotros.

Pude ver como sus mejillas tornaban a un color carmesí y bajaba la vista avergonzada.

...Y eso es lo que tienes que hacer concluyó Victoria como si me hubiera estado contando algo importante.

¿Eh?

¿Otra vez sin escucharme? ¿En serio? — fingió molestia — Te he dicho que vayas a hablar con ella, pedazo de subnormal.

Dudé durante unos segundos.

¿Tú crees que es buena idea?

Claro que sí — me cogió del brazo y comenzó a arrastrarme al final del pasillo - Todo va a salir bien — animó — Y si no, en el peor de los casos, su rodilla acabará en tus cojones. Pero bueno, tú inténtalo.

Lleguemos los dos al final del pasillo y nos quedamos frente a la chica.

Ella no se dio cuenta de nuestra presencia.

Bueno, es tu momento — me susurró Victoria — Solo necesitas un empujoncito — dijo al ver mi indecisión.

Y me empujó. Literalmente.

Se puso detrás de mí y me empujó hacia delante.

Choqué contra la chica y con la fuerza del impacto caímos los dos al suelo.

La chica quedó encima de mi cuerpo.

¡Ay! — se quejó.

Lo siento, lo siento — me disculpé yo.

Ella se llevó las manos a la cabeza y se levantó torpemente.

De verdad que lo siento muchísimo — seguí disculpándome.

Ella me miró a la cara y algo en su expresión cambió. Se relajó.

N-no pasa nada — tartamudeó.

¿Acababa de tartamudear? ¿Yo la había puesto nerviosa?

Fue a recoger el bolígrafo y el papel que se le habían caído por el golpe. Me reincorporé y vi que el libro que tenía antes en la mano estaba justo enfrente de mí.

Lo recogí del suelo y me acordé de algo. En el instituto nos obligaban a todos a poner nuestros nombres en la primera página de todos los libros de texto. Y como la curiosidad me estaba matando, lo abrí y leí el nombre que había escrito.

Daniela.

Ese era el nombre.

Fui hacia ella y por primera vez le hablé directamente.

Aquí tienes tu libro, Daniela — se lo tendí.

Vi como su cara se contraía en confusión.

Mierda. La había llamado por su nombre.

Has quedado como un puto acosador, pensé para mí mismo.

¿Cómo sabes mi nombre? — me preguntó extrañada.

Eh, está aquí escrito — señalé el nombre que había en el libro.

Oh. Es verdad — cogió el libro de mis manos — Gracias, Damiano.

Se calló y parecía que se estaba mordiendo la lengua mientras cerraba los ojos. Era como si se hubiera dado cuenta de que había dicho algo que no debía.

Ahora el confundido era yo. ¿Cómo sabía mi nombre?

¿Por qué sabes cómo me llamo? — indagué.

Eh, bueno, no sé — se hizo la remolona — Quizá si veo que hay alguien mirándome fijamente durante todos los descansos, pues lo más normal es que investigue quién es — concluyó.

Mierda. Había quedado como un puto acosador.

Me quedé helado. No sabía que decir. Me había pillado.

Yo...— intenté decir algo.

No digas nada. Realmente nunca pensé que me hablarías — una fugaz sonrisa pasó por su rostro — Y me alegro de que lo hayas hecho.

Por un momento pensé que era un sueño. Que en cualquier momento sonaría mi despertador y esta escena se esfumaría. Pero no, aquello estaba pasando de verdad.

¿No piensas que soy un acosador ni nada de eso, verdad?

Ella sonrió.

No puedo pensar eso. En fin, antes me has pillado mirándote — se sonrojó — Y no era la primera vez que me he quedado mirándote — mis ojos se abrieron en sorpresa — No sabía si ir a hablar contigo o no. Pero bueno, ya has venido tú y me has llevado por delante — dijo refiriéndose a lo del empujón de antes.

Sonó la puta campana del instituto indicando que ya teníamos que volver a clases.

Ella cogió un trozo de papel y escribió algo.

Toma — me lo tendió.

¿Qué es? — pregunté cogiéndolo.

No dijo nada más. Solo recogió sus cosas y se marchó por el pasillo desapareciendo finalmente.

Me quedé dónde estaba y abrí el pedazo de papel.

En él había escrito un número de teléfono.

Su número de teléfono.

Miré hacia el lugar por el que ella se había ido y sonreí.

Ese día Daniela me dejó algo claro.

Y es que yo no soy el único obsesionado en esta relación.

Fin flashback

— Bidet, deja de mirarme — regaño a mi gato mientras relleno mi vaso de whisky.

El quinto vaso de whisky que me tomo hoy.

El reloj marca las diez y media de la noche.

Miro mi móvil otra vez. Ninguna llamada, ninguna notificación. Nada.

Mi gato maulla otra vez viendo como dejo la botella de whisky sobre la encimera.

— Bidet, déjame hacer lo que me salga de los huevos, joder.

Vuelve a maullar varias veces mirándome fijamente con sus enormes ojos verdes.

Cuando digo que este gato me juzga, es porque me juzga.

O quizá solo es que voy ebrio y tengo alucinaciones. Sí, puede que sea eso.

Miro mi móvil otra vez.

Nada. Absolutamente nada.

Bufo sonoramente tumbándome en el sofá mientras pienso en lo que pasó ayer.

Daniela - por fin - me comió la boca y tuvo Ethan que pillarnos.

Me cagué en todo. Con lo bien que íbamos Daniela y yo. Por fin la había ablandado y había destruido la frialdad que lleva siempre que me ve.

Y todo se jodió.

Se fue a hablar con Ethan y cuando volvió me dijo que quería estar sola y pensar y que ya me llamaría.

Y ya ha pasado un día y no me ha llamado.

¿Qué tanto hay que pensar?

Aquí no hay que pensar nada. Aquí hay que actúar.

Tengo que darle un empujón a Daniela. Tal y como el que Victoria me dio aquel día en el que hablé con Daniela por primera vez.

Me bebo el vaso entero de whisky, sintiendo como el líquido amargo va quemando mi garganta lentamente.

Cojo mi móvil y marco su número.

Me quedo esperando con el móvil pegado a la oreja hasta que en el tercer tono se digna a contestar

— ¿Damiano? — pregunta extrañada.

— Ese soy yo.

— ¿Estás bien?

— No lo sé, ¿tú que crees? — le lanzo.

— ¿Has bebido? - parece preocupada.

— ¿Por qué dices eso?

— Tu voz no suena demasiado bien.

— Es porque no estoy bien — me sincero.

— Lo siento — suena arrepentida — No quería hacerte pasar por esto.

— Ya, claro — me levanto del sofá con el vaso para rellenarlo.

Ella se queda en silencio mientras dejo el vaso en la encimera y empiezo a llenarlo de nuevo.

— ¿Puedes dejar de beber?

— ¿Puedes dejar tú de contradecirte? — le devuelvo yo la pregunta en tono amargo.

— Joder...— la escucho susurrar — Quiero hablar contigo — pide.

— ¿Para qué? ¿Para que me des esperanzas y luego me dejes tirado como una mierda? ¿Para eso? — doy un trago al vaso.

— No, Damiano, por favor. Quiero que hablemos las cosas — doy otro trago al vaso y creo que ella lo escucha — ¿Qué puedo hacer para que dejes de beber?

Sonrío ante la pregunta. El alcohol ya me está afectando.

— A ver, por poder hacer...— me muerdo el labio — Hay algunas cosas que se me vienen a la mente que podrías hacer.

— No me refería a ese tipo de cosas — aclara.

— ¿Has puesto los ojos en blanco, cierto?

— Eh, pues sí. Lo he hecho. ¿Cómo lo has sabido?

— Te conozco bien — me limito a decir — Y no me refería a ese tipo de cosas, malpensada.

— Ya, seguro que no — ironiza.

Me quedo callado y pienso en pedirle algo, pero conociéndola no sé si aceptará.

— ¿Puedo pedirte algo?

— Sí, claro — afirma.

— Ven a mi casa — le pido.

— ¿A tu casa? ¿Ahora?

— ¿Tú no querías hablar? — me apoyo en la encimera.

— Sí, pero no sé — duda — Es tarde.

— Mi casa no está tan lejos. Y puedes quedarte a dormir.

— ¿A dormir? ¿En tu casa? — dice como si le hubiera pedido quedarse a dormir en una mansión encantada.

— Sí. En mi casa también hay camas.

Suspira.

— Es que dudo que en esas camas se duerma — dice tímida.

Suelto una carcajada.

— ¿Y si no se duerme, qué se hace? — sonrío.

No puedo esperar a escuchar su respuesta. Daniela en estos temas es demasiado pudorosa.

— Pues ya sabes — empieza — Se hace...— se queda callada.

— Dime, Daniela. Te escucho — me muerdo el labio para no reírme.

— Pues eso, Damiano. Ya sabes lo que se hace — se pone nerviosa.

Creo que si Daniela dijera follar convulsionaría.

— Daniela, no te voy a morder — remoloneo — Aunque si me lo pides lo hago.

Escucho su risa al otro lado de la línea.

— Cómete una mierda, Damiano — me dice burlona.

Me muerdo el labio.

— Mejor no te digo lo que quiero que me comas tú a mí — suelto para picarla.

— ¡Ay! ¡Damiano! — me grita.

— Vale, vale. Ahora te mando mi dirección para que vengas.

Ella suelta un bufido.

— ¿Por qué estás tan seguro de que voy a ir? — su tono es retador.

— Porque lo harás — le digo — Te gusto demasiado.

Se calla y le mando la dirección antes de que pueda decir que no.

— Vale. Ahora voy — afirma ella.

— Oye, Daniela. Una cosa más — digo antes de que cuelgue.

— Dime.

La comisura de mis labios se eleva inconscientemente.

— A mi casa ven sin bragas.

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