Descansa en paz, Javier
Tres días después...
Narra Avril:
—¡Buenos días, Boston!, estamos transmitiendo en vivo desde las instalaciones de MMKHRC Radio, yo soy Greg Hills.
—Y yo soy Milley Miller, y esto es...
—¡Buenos días, Boston!
—¡Buenos días, Boston!
Con un golpe hago callar la alarma. Quisiera despertar un poco más tarde, pero no puedo hacerlo, esos "cinco minutos más" se convierten en "una hora más". Me levanto de la cama y salgo de la habitación y puedo ver que David ya está levantado y cambiado, como siempre. Esta sentado en un sillón mientras lee un poco.
—Buenos días —le digo.
—Buenos días, ¿cómo dormiste?
—Como un bebé.
David deja el libro sobre la mesa que tiene de frente, después me mira y extiende sus brazos.
—Ven aquí —me pide.
Yo me tumbo sobre su regazo y me rodea con sus brazos y hago lo mismo. David es tan cariñoso, sus abrazos son los mejores.
—¿Qué estás leyendo? —pregunto.
—La maldición de la casa Insurgentes.
—¡Otra vez, lo has leído una decena de veces!
—¿Qué te digo? me encanta el terror.
—Muy bien, amante del terror, ¿qué quieres de desayunar?
David me lanza una mirada que interpreto como un: «¿en serio?».
—Avril, el desayuno ya está hecho —replica como si fuera lo más obvio del mundo. Siempre está un paso adelante—. Nada ni nadie me impedirá complacerte y hacer tu vida lo mejor posible. Cuando empezamos a vivir juntos te prometí que serías casi como una reina.
—Tengo el mejor novio del mundo —declaro besándolo.
—¿Qué dijiste? —inquiere pícaramente sabiendo que sí me escuchó.
—Dije que ya quiero probar ese rico desayuno.
Me quito encima de mi novio y él se levanta del sillón para ir juntos a la cocina. Después de un más de una hora en nuestros platos quedaron pequeños restos de lo que era el desayuno.
—El desayuno estuvo muy delicioso, como cada día —elogio con honestidad—. Parece como si hubiera estudiado gastronomía.
—Gracias, Avril. Me iré a cambiar para ir a trabajar.
—De acuerdo.
Ojalá tuviera una idea clara sobre mi conjunto de cada día. Tardo lo que no en encontrar el conjunto ideal.
Narra David:
Al entrar al dormitorio me aseguro que Avril no entrará así que parece que puedo hacerlo ahora. Tomo mi celular y comienzo a enviarle mensaje a Javier.
Horas después...
Escucho mi celular cuando estoy haciéndole una necropsia a un cadáver. Me retiro los guantes ensangrentados y cuando tomo mi celular veo que Avril me está llamando así que no dudo en contestar.
—¿Hola? —contesto.
Puedo oír sollozos, a Avril le cuesta hablar.
—Da-David.
—¿¡Qué pasó!?
—Javier... está muerto.
—¿¡Qué!?, ¿¡cuando!?, ¿¡cómo!?
—Su padre me lo dijo... al parecer se suicidó.
—Avril, lo siento mucho, ¿dónde estás?
—Yo, yo, creo que volveré a casa.
—Te veo ahí, entonces.
Tres días después...
Narra Avril:
No sé cómo encontré fuerzas para venir a despedirme de mi mejor amigo. No sé cómo podré siquiera hacerlo. El cementerio San Joseph es el cementerio donde Javier descasará. El cielo despejado del mediodía no me hace mejor.
—Hay mucha gente —observa David.
—Sí, Javier era muy querido —afirmo sin ánimo.
David nota mi tristeza y me toma de la mano para llevarme a la tumba de Javier.
—Hola, Avril. Hola, David —nos saluda la señora Estrada cuando se nos acerca junto con su esposo.
Los padres de Javier deben estar destrozados.
—Mi más sentido pésame, señor y señora Estrada —logro decir.
—Gracias, querida.
La señora Estrada está sufriendo en silencio como yo. Puedo ver cómo trata de ser fuerte y no dejar salir las lágrimas. Yo no sé ya si es posible llorar más de lo que he llorado.
—Es un placer verte de nuevo, David —saluda el señor Estrada.
—Es un gusto también, señor Estrada, lamento muchísimo su perdida. Espero que Javier esté en un lugar mejor.
Veo que entre la multitud sale un muchacho. Lo reconozco y me sorprendo porque hace mucho tiempo que no veía a Justin, el hermano menor de Javier. Se parece bastante a la señora Estrada, a excepción de algunos rasgos, como los ojos avellana, que los sacó del señor Estrada. Verlo tan cambiado me sorprende.
—¿Justin? —lo llamo—, soy yo, Avril. Era la mejor amiga de tu hermano. Y él es David, él también era muy amigo de Javier.
—Es un placer conocerte Justin, soy David.
—Hola —su voz es tan débil, como es de esperarse.
—Llegaron unos parientes, por favor, discúlpenos —dice el señor Estrada antes de irse junto con su familia.
Entre la gente logro ubicar a mis papás.
—Ahí están mis padres, vamos a sentarnos a un lado de ellos.
David asiente y sin soltarme de la mano llegamos hasta ellos.
—Hola, cariño —me abraza mamá.
—Hola, mamá. Hola, papá.
—Buenas tardes, señor y señora Hudson.
—Hola, David —responde mamá.
—Sí, hola, David —tres años y papá sigue siendo indiferente con mi novio.
—Deben sentirse muy mal de seguro, ambos eran amigos de Javier —intuye mamá.
—Es muy duro —afirma David con pesadez.
—Bastante duro, mamá.
Los cuatro nos sentamos y un par de minutos después llega el sacerdote a comenzar con la ceremonia.
—Queridos hermanos, en este día honramos la memoria de Javier Estrada, amado hijo y amigo. Oremos para que el alma de Javier sea tomada por nuestro señor, Jesucristo. Oh, Señor, en tu inmensa misericordia llama a tu hijo, Javier Estrada, para que él ascienda a la vida eterna.
Cuando el sacerdote termina me llama para decir algunas palabras. Claro que accedí a hacerlo, pero no preparé un discurso, simplemente no pude y ahora debo pasar al frente sin saber qué decir.
—Ahora, la señorita Avril Joanne Hudson dirá unas palabras.
—Tú puedes hacerlo, Avril —susurra David.
Me levanto y paso al frente, junto al ataúd de caoba donde yace mi mejor amigo. Veo las caras de los presentes, familiares de él que reconozco, amigos de la universidad, personas que no conozco, pero todos comparten una misma tristeza y un mismo dolor. De algún modo, saber que todas estas personas amaron y conocieron a Javier, me da la seguridad suficiente para hablar.
—Javier era conocido por ser una persona muy alegre, hoy es un día triste porque un gran amigo y un hijo maravilloso se ha ido por siempre, estoy consciente de que es difícil soportar las ganas de llorar, pero también sé, que Javier nunca hubiera permitido que ni una sola lágrima cayera sobre nuestras mejillas. Él siempre trataba de ver lo mejor de todo y de todos, nos ofreció a todos nosotros su amistad y con ella su alegría. Por Javier hay que ver el lado bonito de las cosas. Javier ahora puede descansar en paz después de haber vivido una mala racha y, estoy segura de que cuando nosotros lleguemos a donde él está, él será el primero en darnos la bienvenida con los brazos abiertos —me detengo para tomar aire después de que las palabras me salieran solas e intento no colapsar frente a todos. No me dirijo a los presentes, me dirijo directamente a mi mejor amigo cuando digo...—. Descansa en paz, Javier.
Mis pies no esperan nada y me llevan de vuelta a mi asiento.
—Muy conmovedor, hija.
—Gracias, papá.
Cincuentaitrés minutos después...
—Muchas gracias por el discurso, Avril —me agradece la señora Estrada con lágrimas en los ojos y estrechando mis manos.
—No fue nada, de verdad.
—Nos vemos luego, adiós a ambos —se despide el señor Estrada.
—Hasta luego señor y señora Estrada, gusto en conocerte, Justin.
Los tres Estrada responden ante la despedida de David con un movimiento de cabeza.
—Gusto en verte, Justin.
Los Estrada se alejan cada vez más, sé que no será fácil pero espero que puedan sobrellevar su pérdida.
—Te felicito, Avril, ese discurso fue muy bello.
David me rodea por los hombros con su brazo derecho. Normalmente eso me reconforta pero esta vez es la excepción. No es su culpa y creo que entiende que necesitaré un tiempo para recuperarme.
—Gracias, David, no fue fácil. Es lo menos que pude hacer por tantos años de amistad.
—¿Quieres que nos vayamos ya?
Asiento y vamos hasta su auto.
—Podemos pasar por la tienda de donas que te gustan —propone en un intento de elevarme el ánimo.
—Claro.
Enciende el auto y me llegamos hasta una tienda de donas que descubrí junto a Javier cuando estudiábamos en la UC. David me dice que lo espere en el auto y yo no me opongo. En el tiempo que me encuentro sola se reproducen en mi cabeza los momentos que pasé en ese establecimiento junto a Javier como cuando en su orden se encontraba un número de teléfono y él se ilusionó porque pensaba que era una de las dependientas que a él le parecía más atractiva pero cuando marcó al número resultó ser el de un dependiente.
—Te traje café —anuncia David al regresar al auto.
—Gracias.
Tomo el vaso de cartón lleno de café y la bolsa de papel. Comienzo a darle sorbos al café y, extrañamente, noto que me mareo y poco a poco pierdo el conocimiento.
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