Clase de manejo
Narra Avril:
No sé qué decir ante tal propuesta y de seguro David lo nota. Sí es muy buena propuesta, pero me estaría aprovechando de su bondad y no quiero eso, no quisiera ser una molestia para él.
—Eso suena bien, pero de verdad no quiero causarte problemas, además nadie trabaja gratis, así que gracias, pero no gracias.
—Avril, vamos —insiste de una manera tan paciente—, el saber manejar te ayudará mucho en tu vida.
Tiene razón, todo el mundo me lo dice. Desde mis papás quienes se han ofrecido en múltiples ocasiones en enseñarme y aunque accedía llegaba un punto, menos de un kilometro para ser exactos, en la que paraba el auto porque, a decir verdad, me da un pánico tremendo tomar el volante porque es una responsabilidad enorme. Tengo miedo a chocar y matar a alguien o atropellar a alguien y matarlo.
—No, David, no puedo aceptarlo, ¿qué tal de que le hago daño a alguien?
—Pero no lo harás, Avril —dice él para tranquilizarme.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Bueno, sé que no nos conocemos lo suficientemente bien, pero estoy seguro que eres una chica capaz de hacer lo que se proponga.
¿De verdad piensa eso de mí?, poso mis ojos en los suyos que me miran con dulzura. ¡Maldición, esos ojos, de verdad confía en mí!
—Te tengo una condición en tu propuesta —si yo caigo, él caerá conmigo—. Tú me enseñas a manejar y tú no te podrás negar a hacer lo que quiera por todo un día, el que yo quiera.
—Eso no suena muy justo, pero está bien, con tal de que aceptes.
Suelto una sonrisa.
—¿Cuándo empezamos? —le pregunto.
—Nuestras clases de manejo comienzan ahora.
No puedo, no estoy lista. No ahora, no por favor. Por mucho que quiera zafarme de esto, mis piernas no me obedecen y caminan junto con David hacía la salida, hacía su auto rojo.
—Sube al asiento del conductor —obedezco mientras pienso que esto va muy en serio, creo que esto saldrá muy, muy mal—. Escucha, este auto es automático. Eso significa que no debes poner los cambios, por lo que te será más fácil conducir. ¿Estás lista?
La verdad no.
—Creo que sí —miento.
—Nuestro objetivo es llegar a la universidad, ¿de acuerdo?
Yo asiento lentamente con cuatro palabras que me grito en mi interior: nos vamos a morir.
—Pero antes, debo asegurarme que el espejo retrovisor me permita ver hacia atrás, ¿verdad?
—Es correcto —me dice mi instructor.
Es bueno que saber que lo básico sí lo sé gracias a mamá y papá. Cuando acomodo el espejo retrovisor a mi conveniencia, noto que me tiembla la mano.
—Ahora, para encender el auto debes pisar el freno que es ese pedal pequeño y mantener presionado el botón de aquí —explica David.
—¿No necesitas una llave? —pregunto confundida.
Juraría que los autos tienen una llave que debes girar para que enciendan.
—Este no —aclara él sacando de su bolsillo un control pequeño con tres botones, uno para ponerle los cerrojos al auto, otro para quitarlos y un último para activar la alarma—. Los autos ya no requieren llave, sólo presionar un botón mientras esto esté cerca.
—Me atrapaste, no sé nada sobre autos —admito mientras piso el freno y presiono el botón que David me indicó y de inmediato se escucharon los ruidos del motor—. Con el simple hecho de encender el auto ya es bueno —hablo para animarme.
Puedes hacerlo, Avril.
—Lo que debes hacer es seguir con el pie en el freno y tomar esta palanca y deslizarla hasta la "erre", eso pondrá el auto en modo de reversa —hago lo que me dice, dudosa—. Mira hacia atrás y poco a poco ve soltando el freno para lograr hacer reversa.
Estoy comenzando a sudar, recuerdo que mis papás me intentaron enseñar a estacionarme, pero fue en una calle desierta, pero esto es otro nivel.
—Lo siento, David, no puedo.
—No digas eso, Avril, claro que puedes. A ver, yo te digo cuando debes dejar de ir para atrás, ¿está bien?
—De acuerdo —con mucho cuidado voy soltando el freno y siento cómo el auto comienza a retroceder— ¿Así lo estoy haciendo bien?
—Sí, lo haces muy bien, sólo un poco más y... pisa el freno.
Regreso a poner todo el peso de mi pie sobre el freno y veo que no choqué contra el auto de atrás. Bien, Avril, vas bien.
—¿Ahora qué?
Me siento menos asustada.
—Haz el cambio de "erre" a "de" sin soltar el freno, luego verifica que no pasen más autos y cuando veas un hueco, suelta un poco el freno y dirige el volante hacía la derecha y posteriormente de frente para poder salir e incorporarte. ¿Entendiste?
—Eso creo.
Comienzo a ver la calle y los diferentes autos que pasan hasta que finalmente veo un hueco. Es mi oportunidad. Suelto un poco el freno al mismo tiempo que muevo el volante a la derecha y cuando considero que es apropiado comienzo a ponerlo de frente.
—¿Sabes cómo llegar a la universidad? —inquiere el copiloto.
Tengo un buen sentido de la orientación, pero estoy muy nerviosa porque ahora que estoy manejando de verdad en una calle bastante transitada.
—Sí, pero tengo a mi copiloto y maestro que me va a decir, ¿verdad?
Rio nerviosa.
—Por supuesto.
Siete minutos después...
Qué alivio, ya estamos en la universidad gracias al apoyo de David. En verdad es buen maestro, dotado de una paciencia que no sabía que alguien tuviera.
—Ahora queda una última cosa, estacionarse.
—Lo que debes hacer es visualizar el espacio en el que te quieras estacionar y acércate a ese espacio reduciendo tu velocidad —ya oíste, Avril, disminuye la velocidad. Para este punto ya debería ser pan comido para ti, pudiste manejar unos cuantos kilómetros sin chocar ni atropellar a nadie—. Da una vuelta a la derecha y frena... ahora —¡lo logré!—. Haz el cambio a la "pe" y apaga el auto.
Al hacerlo y escuchar que el motor se apagó, siento una gran satisfacción porque hice algo que de verdad nunca creí que podría hacer, fue la mejor clase de manejo del mundo.
—Vaya —expreso con total sorpresa.
—Felicidades, Avril, pasaste tu primera lección de manejo con una "a".
—Considero que me merezco una nota más alta que una simple "a", ¿no lo crees? —bromeo.
—Tú ganas, tienes una "a más".
—De aquí a que me saque el permiso de conducir hay un paso.
Y de pronto David suelta una carcajada por mi comentario vacilón, es la primera vez que lo escucho reír, es una risa tan contagiosa que yo también me pongo a reír.
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