Capítulo 23
•|1 de noviembre de 2020, Imola, Italia|•
Sé que muchos no entienden mi decisión. Sé que Liv y Daniel no ven la situación de la misma forma que yo. Pero lo entiendo, porque no puedo pretender que todos vean las cosas igual que yo.
He perdonado a Carlos por tres sencillos motivos.
Primero, se arrepiente. Lo sé, lo noto. Y si se arrepiente, si ha sufrido por lo ocurrido, ese castigo es más que suficiente. Y sé que se arrepiente porque nos quiere. No se puede fingir ese amor que le pone a las cosas cuando se trata de nosotras. Es imposible fingir el amor que brilla en sus ojos cuando mira Dani, o la sonrisa boba que me regala de vez en cuando. Aunque me haya hundido estos días y haya pensado que todo era una mentira, ¿por qué lucharía por recuperarnos entonces? Él podría haber hecho como Jon, darme por perdida y pedir la custodia de Daniella si realmente le importase. Pero no. Me intentó hablar, me dio mi espacio, me habló de corazón. Me ha recordado por qué confié en él en un principio. Y no necesito más. Tengo la certeza de que me quiere, y su arrepentimiento es la mayor prueba de ello. Además, dicen que el primer y único paso para perdonar a una persona es que se arrepienta.
Segundo, lo amo. Parecerá tonto, pero es así de simple. Y mi opinión personal, la que no espero que los demás entiendan o compartan, es que cuando dos personas realmente se aman, cuando de verdad hay amor, no importa lo demás. Creo que, aunque a veces no sepamos manejarlo, el amor consiste en aprender a hacerlo juntos. Consiste en equivocarse y buscar la forma de hacerlo bien. Porque somos humanos, y erramos. Carlos ha errado besando a su ex. Yo erré cuando se me pasó por la cabeza la idea de que mi vida con Jon era mejor que la de ahora. Nos equivocamos. Forma parte del proceso. Y como la persona madura que intento ser, creo que tengo que saber racionalizar estas cosas. Le quiero, me quiere, somos humanos, somos imperfectos. Los fallos y las discusiones forman parte del camino de la vida.
Tercero, Daniella tiene todo el derecho del mundo de tener a su padre. Esto no necesita más explicación. Podré dudar de si Carlos me quiere o no, pero ¿el amor que siente por Dani? Es indudable. La quiere. Me lo demuestra a cada segundo. Y Dani se merece estar con su padre, pase lo que pase.
Nadie tiene que pensar igual que yo. Nadie tiene que aplaudir mi decisión. Ni siquiera quiero que me comprendan. Sólo que respeten lo que he hecho y me dejen vivir mi propia vida.
Ya está bien de hacer las cosas para complacer a los demás. A partir de ahora voy a pensar un poquito más en mí y un poco menos en quién me rodea y no tiene vela en este entierro. Es mi familia. Yo decido cómo tratarla.
- Oye, Al - me llama Carlos, que desde que ha podido tener a Dani en brazos no la ha soltado. Le miro con una sonrisa y él me devuelve el gesto. - Gracias - susurra estrechando a la pequeña en sus brazos.
- De nada - respondo mirando a mi hija dormir plácidamente en brazos de su padre. - Siento haberte pegado - murmuro recordando el tortazo que le di hace unos días.
- Me lo merecía...
- Tal vez, pero no me gusta la violencia. Perdón.
- No te preocupes, fue una buena dosis de realidad - responde riendo un poco.
Yo me río también y apoyo la cabeza en su hombro. Empiezo a darme cuenta de que, a pesar de todos los días que he pasado llorando, no siento ningún tipo de rencor. He conseguido asimilar lo ocurrido, pensar en ello fríamente, y ahora todo parece tan estúpido...
- ¿Qué tal tu nariz? - Pregunto mirándole, fijándome en su hinchada y enrojecida nariz.
- Duele un poco, pero va bien - dice suspirando.
Beso su mejilla y él me sonríe levemente. Se nota que está cansado. Físicamente por la carrera y mentalmente por toda esta situación. Yo también estoy cansada. Estar separados ha sido muy duro, y regresar ahora es... Raro. Raro en el sentido de que después de todo el drama hemos podido arreglarlo y no entendemos exactamente cómo. Pero estamos aquí, y es lo que cuenta.
•|3 de noviembre de 2020, Woking, Inglaterra|•
Dani se duerme mientras le doy el pecho y yo suspiro aliviada. Se ha pasado toda la noche llorando, y ahora por fin ha podido dormirse. Le están saliendo los dientes y le duele, así que le entiendo.
- ¿Se ha dormido ya? - Murmura Carlos entrando al cuarto de la niña.
Está apoyado en el marco de la puerta, y yo asiento con la cabeza, sonriéndole. Él es la única persona frente a la que le puedo dar el pecho a Daniella sin sentirme incómoda. No me mira de forma depravada o asquerosa como otra mucha gente, tampoco con desagrado; él me mira con el mismo amor en los ojos que siempre. No sexualiza esto y eso me hace sentirme increíblemente cómoda.
- Carlos - lo llamo con suavidad, y él me mira con los ojos hinchados por el sueño. - Gracias...
Esta vez soy yo la que necesitaba agradecer, y no me lo he tenido que pensar demasiado.
- ¿Y por qué si puede saberse?
Sonrío de lado y dejo a Dani en su cuna, acomodándome la ropa bien.
- Por ser tú - respondo con sencillez, acercándome a él y abrazándole.
Me envuelve en sus brazos y yo apoyo la cabeza en su pecho. Este es mi hogar. Con él. Con ellos. Y lo tengo tan claro que por eso le he perdonado.
- ¿Por ser un imbécil? - Pregunta burlón, y yo ruedo los ojos.
- No, idiota - replico abrazándole más fuerte.
- ¿Entonces?
Suspiro y me encojo de hombros.
- No sé, sólo eso, por ser tú - insisto, sin saber qué palabras usar exactamente. - Por no dejarnos ir, por no dejar que esto se nos rompiera de verdad - añado señalando a nuestro alrededor.
- No tienes que darme las gracias por eso, Al. Fui yo quien casi lo rompe, me tocaba a mí arreglarlo - dice tomando mi rostro entre sus manos y juntando nuestras frentes.
- Pero no tenías por qué arreglarlo, y lo hiciste - sigo insistiendo, tratando de que él acepte lo que digo y ya. - Podías haber dejado que todo se fuese a la mierda...
- ¿Cómo podría si os amo? - Pregunta entonces, y yo miro atenta sus ojos. - ¿Cómo podría dejar ir a la mujer de mi vida y a mi pequeña? No podía dejar que eso pasara. Nunca.
Muerdo mi labio, reteniendo las lágrimas, y le beso. Con amor, con dulzura, con suavidad. Le beso para decirle "te amo". Le beso para prometerle un "para siempre". Y le beso para poder hacerle entender que es mutuo. Ahora lo es. Siempre lo ha sido, pero ahora lo tengo claro. Ahora no titubearé si me preguntan si le amo. No dudaré si me preguntan si le elegiría a él. Él siempre será el camino correcto, la respuesta acertada, la persona idónea.
Siempre será la luz que me guíe, aunque a veces sea la oscuridad que me consuma. Estoy dispuesta a eso, a dejar que me rompa el corazón siempre que lo pueda arreglar más tarde. Estoy dispuesta a que sea el padre de Daniella sin peros ni protestas. Dejaré que guarde mi corazón, y confiaré ciegamente en que lo cuide bien.
- Te amo - susurro contra sus labios, aferrándome a él.
- Te amo - responde en el mismo tono, volviendo a atacar mis labios.
Me alza, obligándome a enredar mis piernas alrededor de su cintura, y vamos hasta la cama de nuestra habitación. No tardo en sentir el mullido colchón contra mi espalda y las manos del español luchando por dehacerse de nuestra ropa. No le detengo ni me opongo.
Me deshago de su camiseta, dejando su marcado torso expuesto, permitiéndome ver todos y cada uno de sus abdominales, dejándome observar sus musculosos brazos llenos de venas. Su boca presiona la mía con verdadera pasión, hundiendo su lengua en mi boca bruscamente, tomándome como le da la gana. Aprieto mis piernas en su cintura para poder sentir cada parte de su cuerpo. Los pantalones le sobran, así que sin separar mi boca de la suya empiezo a desabrochar y bajar su pantalón, que él acaba quitándose también. Sus manos tocan mis pechos por encima del camisón, masajeándolos exquisitamente, haciendo que yo gima.
Nos gira, y por primera vez en mi vida estoy encima. Me abruma, pero no debe de ser difícil, ¿verdad? No pierdo el tiempo y me acomodo bien a horcajadas sobre su regazo, frotándome contra su entrepierna un poco, haciéndole gruñir. Sus manos se aferran a mis caderas, y yo sonrío mordiendo mi labio al ver la perfecta vista del español que tengo desde aquí. Ante su atenta mirada, me quito el camisón, dejando que vea el bonito sujetador negro que llevo y en el que se marcan perfectamente mis pezones erectos. Otro gruñido abandona su garganta con cierto deje, y yo no podría disfrutar más de esto.
La pasión nos controla, así que inevitablemente regreso a sus carnosos labios, siendo esta vez yo la que toma el control del beso. No es lo normal en nosotros, pero por esta vez, se siente bien.
Tiro de su bóxer, para quitárselo por completo, liberando su enorme miembro que enseguida se me clava en el culo.
- Mierda - maldigo jadeando, y una sonrisa altiva aparece en el rostro del español.
Desabrocho mi sujetador, dejando que vea mis tetas, y su sonrisa se ensancha. El muy cabrón está gozando todo esto y yo aquí tratando de torturarle un poco.
Su boca atrapa uno de mi pechos, que lame, chupa y besa, arrancándome gemidos y maldiciones que me llevarán de cabeza al infierno. Llevo una de mis manos hasta su polla y la masajeo de arriba a abajo a un ritmo tortuosamente lento que espero me sirva para que me ruegue por más.
Siento cómo mueve sus caderas, buscando aumentar el ritmo de mi masaje, y al contrario, yo lo hago más despacio, escuchando sus gruñidos y gemidos bajos. Abandona la atención que le estaba dando a mis pechos y empieza a quitarme los shorts, llevándose con ellos mis bragas, dejándome desnuda.
- Ahora, esto es un empate, bonita - susurra a mi oído, metiendo un dedo dentro de mí mientras su pulgar masajea en círculos mi clítoris.
Un fuerte gemido me rasga la garganta y tengo que tomar todas mis fuerzas para no dejarme caer contra él y dejar que me masturbe hasta correrme. Mantengo mi mano firme en su miembro, acelerando el ritmo, sintiéndolo palpitar e hincharse en mi mano. Los gemidos inundan el cuarto y los jadeos de ambos son constantes.
- Joder, Carlos - murmuro, besándole de nuevo, acallando mis gemidos en su boca. Le necesito ya dentro de mí. Sus dedos no son suficiente. - Ya, hazlo ya - ordeno dejando de tocarle, para comprobar si así me hace caso.
Su mano deja de hacer magia, separándose de mí, y estira el brazo hasta el cajón de la mesita de noche, de donde saca un condón que no tarda en ponerse.
Me muerdo el labio, ansiosa, dándome cuenta de que esta vez yo marco el ritmo, yo mando. Yo estoy encima y él está a mi merced. Me quedo sentada en su regazo, sonriéndole con malicia.
- Por favor, bonita, no me hagas rogarte - susurra mientras me froto con su pene, sin hacer que entre en mí aún.
- Quiero que ruegues - respondo mordiéndome el labio. - Dime que quieres que te folle, Carlitos - susurro en su oído, y apenas reconozco a la persona que habla.
¿Esa mujer sexy, autoritaria y jodidamente caliente que está hablando soy yo? Eso parece.
- Allison - gruñe el español en tono de advertencia.
- Pídelo - insisto, queriendo ver cómo se doblega ante mí.
Me encanta que Carlos sea mandón y posesivo, me encanta que sea el que tiene el control en la cama. Pero hoy no. Después de lo que ha hecho, se merece que le recuerde a quién pertenece y de quién es.
- Me cago en la puta - maldice en español. - Fóllame, Al - ruega clavando sus dedos en mi cintura.
- Así me gusta - muerdo el lóbulo de su oreja, tirando un poco de él, y luego alzo mis caderas, dejandolas caer sobre su miembro, haciendo que me penetre sin muchos miramientos.
Los dos gemimos extasiados y encantados por la sensación. Muevo mis caderas despacio, haciéndole casi sacar de quicio, pues empieza a empujar mi cintura para hacerlo más deprisa. Acelero el ritmo, tratando de hacerlo lo más profundo posible, tratando de poder notarla toda dentro de mí.
- Ahh, Carlos - gimo en su oído, haciéndole estremecer. - Es tan grande - susurro felizmente, alimentando su ya crecido ego.
Sus dedos se clavan en mi piel, y no dudo que luego me salgan moratones, pero no me quejo. Más que dolerme, me da placer.
Me muevo más deprisa, casi frenéticamente. Mis gemidos y sus gruñidos llenan la habitación, nuestros besos húmedos y calientes van y vienen, nuestros jadeos no se detienen, y la cama cruje levemente por los movimientos bruscos y rápidos. La pasión y la lujuria guían nuestros actos, que no son nada premeditados, sino instintivos y salvajes.
Los bufidos y las maldiciones no faltan. Los arañazos y los mordiscos tampoco. En este momento, somos puro fuego. Somos una mecha ardiendo que está a punto de hacer detonar una bomba.
Casi sin fuerzas ya, doy un último y pesado empujón, sintiendo el miembro de Carlos rozar el fondo de mi cavidad, y gimo llegando a mi deseado clímax. Por suerte, el español llega a la vez que yo, así que me dejo caer sobre su pecho, que sube y baja aceleradamente. Nuestras respiraciones irregulares se esfuerzan por volver a la normalidad, y nuestros corazones van volviendo a su ritmo típico poco a poco.
- Allison - susurra Carlos mi nombre. Yo alzo la cabeza vagamente para mirarle a los ojos. - Soy tuyo. Sólo tuyo - dice acariciando mi mejilla.
- Y yo soy tuya, bonito - correspondo sonriéndole.
Acerco mi rostro al suyo, dejando que me bese con suavidad y ternura.
- ¿Qué haría yo sin ti? - Pregunta entonces.
- Seguir tu vida, Carlos - respondo dolorosamente. Pero es la verdad. O al menos eso creo.
- No - niega con tono seguro. - Seguiría perdido, sin rumbo ni amor en el mundo. Seguiría deambulando sólo... Porque tú eres eso, Al; eres mi brújula, mi guía y mi camino.
•|10 de noviembre de 2020, Woking, Inglaterra|•
Miro de nuevo la aplicación de mi teléfono y frunzo el ceño. Debe de haber un error. Levanto la mirada para ver cómo Carlos le da un potito a Dani, que está muy llorona y quejica estos últimos días. Se le ha juntado lo de los dientes con los gases.
Sonrío al ver lo contenta que se ve ahora mismo. En serio creo que el español hace magia con ella.
Regreso mi atención al teléfono, aún turbada por lo que indica la dichosa aplicación.
- ¿Pasa algo, linda? - Pregunta Carlos, y devuelvo mi mirada a él.
- No... Bueno, sí - murmuro revisando por enésima vez el calendario. - Llevo una semana de retraso - susurro mordiéndome el labio.
- ¿Retraso de qué? - Inquiere inocentemente.
O es tonto o finge serlo estupendamente.
- La regla, Carlos - respondo rodando los ojos. - Qué cortito eres a veces...
Me callo al ver su expresión seria. Mira a Dani, y luego de vuelta a mí.
- ¿Y es normal?
- ¿El qué? - Me hago la tonta, sólo por joderle un poco, y él suspira.
- Que se te retrase la regla - explica dejando la cucharita con la que estaba dando de comer a Daniella a un lado del plato.
- Normalmente se me adelanta. Pero seguramente no sea nada. Ya bajará - le intento tranquilizar levantándome cuando le doy un último trago al té.
Se me revuelve el estómago de golpe y me apoyo en la mesa, controlando como puedo la repentina fatiga que me ha entrado.
- Ya, claro, bajará en nueve meses - bufa Carlos bastante alterado.
- Cálmate, no estoy embarazada - digo enderezándome. - No te tienes que preocupar...
- Allison, no niegues que te acabas de marear. Eso es un síntoma - señala nerviosamente.
Suspiro agotada y me pellizco el puente de la nariz. No estoy de humor para sus tonterías. No hoy.
- Termina de darle de comer a Dani y deja de preocuparte - bufo yéndome de la cocina.
Camino hasta el salón y me dejo caer tumbada en el sofá. No estoy embarazada. No puedo estarlo. Usamos protección. Siempre. Bueno, con Daniella también la usamos. Pero eso fue una excepción. ¿Qué probabilidad hay de que eso vuelva a pasar? Casi imposible. Y sin el casi. Es imposible.
Sólo es un retraso, nada más...
Mi teléfono vibra en el bolsillo de mis shorts, y tranquilamente lo saco y respondo. Maldigo cuando veo que es una videollamada de mi madre.
- ¡Hasta que te dignas en responder! - Chilla mi madre, obligándome a separar el móvil de mí para que no me reviente un tímpano.
- He estado ocupada - miento un poco, pero no me importa.
- No puedo estar tanto tiempo sin hablar con mi hija - se queja, haciéndome reír.
- Mamá, no seas dramática...
- No soy dramática - se defiende, y yo ruedo los ojos. - ¿Está tu hermano?
Su pregunta me aturde por un momento. Claro, ella sigue creyendo que aún vivo con Daniel. En realidad, ella cree que Dani es de Jon y que conseguí la custodia. Me he empeñado tanto en ocultarles la verdad a ella y a mi padre que ahora no sé cómo explicarles la situación sin que les diese un infarto.
- Pues... No sé - respondo mordiéndome el labio.
- ¿Cómo que no sabes?
- Que no lo sé, mamá - repito algo harta.
Definitivamente hoy estoy de un humor de perros y lo estoy pagando con todos. Y eso que el día acaba de empezar.
- Allison Rachel Ricciardo, ¿qué pasa?
Su ceño fruncido y su claro enfado me hacen sentir como una niña de nuevo. Y lo odio.
- Yo paso - dice la voz del español, que acaba de irrumpir en el salón con Dani en un brazo.
Sí, mi madre chilla tanto que se le escucha a través del teléfono desde muy lejos. Así de alto habla. Cuando estamos en llamada es como si estuviese puesto en altavoz todo el tiempo.
- ¿Quién es ese? - Mi madre escudriña ña pantalla, buscando algo más que la imagen de mi cara ojerosa y de pocos amigos y el respaldo del sofá.
Miro a Carlos, advirtiéndole con la mirada que se esté quieto, pero no parece dispuesto. Camina hasta mí y me quita el teléfono antes de que yo pueda hacer nada.
- ¡Hola, señora suegra! Qué guapa está - le halaga él, haciéndole la pelota.
No veo la cara de mi madre, pero me la imagino, y a través del pánico se me escapa una risita.
- ¿Tú? - Chilla la mujer, fuera de sí. - ¡Joe, corre ven! - Cuando mi madre llama a mi padre, me levanto de golpe y recupero mi teléfono.
- Mamá, puedo explicarlo - balbuceo alternando la mirada entre Carlos y la persona que me trajo al mundo.
- ¿Qué haces con Sainz, hija? - Pregunta claramente molesta porque le he estado engañando.
- ¿Que quién está con Sainz? - La voz de mi padre resuena de fondo y yo cierro los ojos.
Me doy por muerta.
- Papi, mami, os prometo que quería contároslo - susurro cuando ambos aparecen en la pantalla.
- ¿El qué? - Mi padre parece muy confuso. - ¿De qué habla, Grace? - Le pregunta a mi madre.
- Qué dramáticos todos, por Dios - bufa Carlos situándose detrás de mí y tomándome por la cintura con el brazo libre. - Hola - saluda felizmente.
- ¿Estáis juntos? - Interroga mi madre.
- Sí, algo así - asiento mirando a Carlos con nerviosismo.
- Sí, lo estamos. Somos novios - espeta dejándome de piedra.
¿Que somos qué?
- Oh... Pues... Me alegro - murmura mi padre. - Bienvenido a la familia, Carlos - añade desapareciendo.
Joe siempre ha sido así, siempre le ha dado un poco igual todo y no se ha preocupado demasiado por mi vida.
- Hombre idiota - susurra mi madre. - ¿Me lo podéis explicar?
- Yo... - nerviosa y sin saber qué decir, me encojo de hombros, pero Carlos responde con más facilidad.
- Pues mire, suegrita, resulta que Daniella es mi hija, y como soy un adulto responsable me voy a hacer cargo. Y luego, resulta que también estoy enamorado de su hija, así que ahora estamos saliendo y vivimos juntos - narra sin vergüenza alguna y con una seguridad en el tono abrumadora.
Creo que a mi madre le va a dar algo.
- ¿Qué?
- Mamá, luego te llamo y hablamos más tranquilas, ¿vale? - Le digo con una sonrisa tranquilizadora.
- Vale - murmura confusa.
Cuelgo y arrojo el teléfono al sofá.
- Te voy a matar, Sainz - gruño señalándole con el dedo.
- Tengo la niña en brazos, soy intocable - responde sonriendo con arrogancia.
Hoy está demasiado graciosillo para mi gusto. Eso y mi mal humor están haciendo un combo muy malo.
Daniella me mira con sus grandes ojos grises, sin tener ni idea de lo que pasa a su alrededor, inherente a todo lo que provoca sin ser consciente.
- Vas a lograr que a mi madre le dé un paro cardíaco - bromeo mirando al español.
- Mala suerte - responde sonriendo y encogiéndose de hombros.
- Y ahora somos novios, al parecer - señalo sonriendo tontamente.
- Lo somos - asiente acercándose y besando mi frente. - Si te perece bien...
- Me parece perfecto - sonrío inclinando la cabeza para verle mejor.
Dani chilla, queriendo atención, y yo lleno su rostro de besos, haciéndole reír.
- Yo también quiero besitos - murmura Carlos haciendo un puchero.
Me río y le doy un casto beso en los labios.
- No seas celoso, Sainz - susurro riendo contra sus labios.
Él se ríe y besa mis labios de nuevo, para luego separarse de mi y besar la cabecita de Dani.
- Os amo - dice tranquilamente.
- Y yo a vosotros - suspiro y le abrazo, sintiendo cómo Daniella me toma un mechón de pelo.
Carlos me abraza como puede y los tres quedamos unidos.
- Esto sí que se siente como un hogar - opina en voz baja.
- ¿Verdad que sí? - Susurro cerrando los ojos.
Porque tiene razón. Esto sí que es un verdadero hogar, y nada más.
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