Una semana, una semana había transcurrido desde que Sam y Tyler ya no estaban juntos, una semana en la cual Tyler se había dedicado a ignorar a Samantha, una semana desde que él había vuelto a sentarse en su antiguo lugar, una semana donde había intentado ser el chico que odiaba ser.

Una semana, una semana en la cual Sam se había dedicado a sus estudios, una semana en la cual había hablado mas de lo normal con Ryan y se había dado cuenta que le agradaba bastante hablar con él. No podía evitar compararlo con Tyler, las charlas, las sonrisas y la calidez, nada era igual y eso la hacía sentir mal.

El lunes por la mañana Tyler entro a la clase de la mano de una chica, una chica a la cual Samantha conocía por ser miembro del equipo de porristas, alta, delgada, cabello largo y pelirroja.

Aun el profesor no había llegado, así que Sam se dedico a mirar disimuladamente a Tyler, vio como se sentaba en su pupitre y colocaba a la chica sobre su regazo. Una lagrima traicionera corrió por su mejilla, así que evitando llamar la atención se puso de pie y salió de allí.

Tyler observo sin disimulo a Sam mientras que ella salía del salón. Estaba hermosa, tan hermosa como siempre, pero su mirada era triste, tan triste que el pecho de Tyler se lleno de ganas de ir y abrazarla, pero ella no lo quería, nunca lo quiso. No lograba entender su actitud.

La chica de la cual no recordaba el nombre busco sus labios y en un rápido movimiento el los evito. Aún no podía, aún no podía besar a nadie mas.

La ganas de correr detrás de su chica chicle no desaparecían, y siguiendo a su corazón se coloco de pie quitando a la chica de su regazo y fue en su búsqueda.

Quizás si explicaba todo nuevamente, si lograra convencerla y le abría su corazón, quizás, solo quizás, Sam le creería y todo volvería a ser como antes.

Pero todo se derrumbo cuando los vio, todo su pecho de desinflo y su rabia se hizo presente.

Ver a Ryan rodeando a Sam con sus brazos, ver a Sam abrazándolo, lo hizo querer golpearse por ser tan imbécil y creer siempre que todo podría mejorar.

Ella estaba con el culpable de todo y no le importaba.

Haciendo acoplo de todo su autocontrol, cerro sus manos en puños y giro entrando al salón, se sentó en su lugar y sentó nuevamente a la pelirroja en su regazo.

Este era él ahora, y así sería siempre.